Disclaimer: Los personajes y la canción son de sus respectivos autores. Yo no gano beneficios con ello.
El tañido de la guitarra le había conducido hasta el jardín. Antonio estaba sentado debajo de uno de los árboles más frondosos, con los ojos cerrados y una suave sonrisa en sus labios murmurantes.
Sinceramente, Lovino no le entendía, y no quería hacerlo. En los últimos años, el español parecía haberse aficionado a la… eh… los temas (decir que eso era música era una herejía, y eso que él era bastante más permisivo que Roderich en ese aspecto) de ese hombre.
Antonio nunca demostraba tristeza. Su sonrisa, ya fuese radiante de felicidad o peligrosamente cínica nunca abandonaba sus labios. Era como si los amargos versos en castellano estuviesen completamente fuera de lugar.
No lo soportaba. Escuchar las rimas era como echarse sal sobre las propias heridas y regocijarse en ello.
Con el paso de los siglos, Antonio se había ido volviendo más fatalista, más resignado, menos ambicioso. Más viejo.
Y el muy imbécil se daba cuenta y parecía que lo saboreaba.
Una mierda.
- Ma che cazzo fai?!!!!
Ante el insolente grito, la guitarra había quedado en silencio y los ojos verdes se habían alzado un tanto sorprendidos.
- ¡¿Piensas quedarte ahí tirado todo el día o te vas a dignar a tratar a un invitado como Dios manda y hacer algo de comer?!
El español dejó la guitarra a un lado y se levantó riendo, cualquier rastro de melancolía completamente borrado de su rostro. Y ahora estaba intentando abrazarle.
- Lasciatemi andare, idiota!
Haciendo caso omiso, posó un beso en sus labios y le susurró al oído:
- Más de cien mentiras que valen la pena.
Y sin más entró en la casa con su ridícula sonrisa boba. Le sacaba de quicio. Pero al menos, sabía, pasaría algún tiempo hasta que volviese a tener que oír a Joaquín Sabina.
