Disclaimer: Los personajes de Candy Candy pertenecen a sus respectivas autoras K. Mizuki y. Igarashi. Ésta es una historia construida con la única intención de esparcimiento, sin fines de lucro, casi toda pertenece a mi imaginación, sin embargo, reconozco que hay pasajes de libros que he leído por aquí y por allá.
Sol de invierno (parte 1).
- Entonces, la frase en francés para esta pregunta es, Candy... ¿Candy?... ¡Candy!
- ¿Hmmmm?
- De nuevo harás que las hermanas te reten, aún te falta completar el libro de ejercicios – la reprendió Paty cansada de intentar mantener la atención de su amiga.
- Paty, te juro que lo intento, cada noche me siento y trato de meterme el libro completo en mi cabeza pero es… ¿cómo lo diría Stear?... una cuestión de espacio simplemente no entra en mi cabeza.
- Puedo apostar que no es eso – suspiró la chica de lentes.
- Tal vez estoy descubriendo que soy alérgica a estudiar.
- Siempre has sido distraída, pero hay algo más en lo que siempre piensas...
- Paty, ¿de qué hablas? Sabes bien que la escuela nunca ha sido mi fuerte y que...
- No estoy hablando de eso. Tú has cambiado... desde esa noche... – dijo Paty bajando la voz.
- Esa... ¿noche? – balbuceó Candy mirando hacia otro lado.
- Sí, Candy, ¿por qué no confías en mí? ¿qué fue lo que pasó?
- Nada pasó, Paty, no hay nada qué contar – dijo poniéndose de pie y estirándose mientras miraba a ambos lados para no ser reprendida por alguna de las monjas, – Debe ser que tengo hambre, iré a mi habitación a prepararme para la cena ¿Nos vemos más tarde?
- ¡Candy espera! – dijo Paty tomándola por el brazo, se acomodó las gafas y miró a su amiga de pies a cabeza – Sea lo que sea, sabes que puedes confiar en mí.
Candy asintió, intentando sin éxito sonreír.
¿Cómo podría hablar sobre esa noche? Aun ella no sabía bien a bien qué es lo que había sucedido aquella vez.
Todo comenzó con un sobre que Paty le entregó y que había sido depositado en el buzón secreto que ella y Stear usaban para comunicarse; era de Terry, o al menos eso creyó en ese momento. Era una nota muy rara en la que unas breves líneas la citaban pasado el toque de queda en el establo. Aunque le pareció raro decidió acudir a hurtadillas al lugar en donde efectivamente la esperaba el muchacho.
Quizás ella creyó que en realidad no habría nadie allí y que todo sería una broma de la cual Terry se reiría a sus anchas al contarle la tarde siguiente; pero no podía dejar de acudir, no si él la necesitaba.
Después de eso todo pasó muy rápido...
¿Cómo habían podido ser tan tontos para caer en esa trampa? Él jamás la citaría de noche en un lugar a solas, él simplemente no era así, pero la nota decía que era urgente y no pudo pensar correctamente.
Gracias a Dios que Terry en el último minuto logró reaccionar asiendo su brazo fuertemente para ocultarla tras los montones de forraje de Teodora. El espacio para ocultarse era tan pequeño que debía abrazarla fuertemente a su pecho, tanto que Candy casi no podía respirar, sentía sus ojos saliéndose de sus cuencas y el corazón a punto de atravesar su espalda y salir corriendo justo frente a sus ojos.
Pero ahora ya nada de eso le preocupaba.
No podía olvidar el calor del cuerpo de Terry atravesando la ropa de su abrigo y llegando a su piel; sentía que temblaba ¿o acaso era ella?
Imaginó que sin duda serían expulsados, y como consecuencia sería repudiada por el Tío Abuelo, lo cual le provocaba un inmenso pesar por haberle fallado como hija adoptiva; pero a decir verdad, tampoco le abrumaba demasiado; sería devuelta al Hogar de Pony... eso la haría un poco feliz, a final de cuentas no encajaba en esta vida aburrida llena de reglas que le impedían hacer casi todo lo que ella amaba. Ser una dama era más difícil de lo que pensaba. Ya encontraría qué hacer para no volverse una carga para la señorita Pony y la hermana Lane.
Pero había una cosa más que no había considerado hasta ese preciso momento, si la expulsaban y la enviaban de vuelta a América... nunca volvería a ver a Terry... Y ahí fue cuando su corazón comenzó a doler.
Esa noche, llena de un extraña urgencia comenzó a rezar pidiendo que no fueran encontrados, sus ojos llenos de miedo coincidieron con los azules ojos de Terry que la miraban con preocupación. No quería separarse de Terry, no quería estar lejos de él, ¿qué sería de sus días mirando el atardecer si no estaba él?
Perdida en ese ese torbellino emocional no escuchó cuando las monjas se fueron, tampoco se dio cuenta de la manera en la que corrieron hasta llegar a los dormitorios. El malestar que sentía era tanto que cuando Terry la hizo entrar a la enfermería casi lo agradeció. Tenía el estómago revuelto por el miedo y el corazón tan agitado y dolorido por haber estado así de cerca de haber sido separados injustamente, que cuando la hermana Margaret la encontró, no dudó en que verdaderamente llevaba horas allí, mientras la comitiva de religiosas equivocadamente la buscaba en el establo.
Incluso a Hermana Grey se alarmó al ver el estado en el que se encontraba.
Candy no atinaba a reír o a llorar y eso la hacía verse aún más enferma; finalmente la hermana Celia, encargada de la enfermería, le diagnosticó una infección estomacal grave que la mantendría en su habitación los siguientes tres días.
- Quizás sí fue una infección – murmuró Candy tratando de darle una explicación a todo lo que sintió, pero terminó por darse una serie de golpecillos en la cabeza – ¡Sí, claaaro Candy! Eso ni siquiera tú lo puedes creer.
Con la cabeza y el corazón hechos un lío, Candy enfiló sus pasos hacia el bosque, trepar unos cuantos árboles y columpiarse entre ellos la ayudaría a tener un poco de paz.
Para Terry tampoco había sido fácil, él no esperaba esto.
Había acudido estúpidamente al establo sin siquiera pensarlo. Eso jamás le había pasado, ni siquiera dudó en acudir al supuesto llamado de Candy. Para él era claro que desde el verano en Escocia, algo en él se había transformado. Él, que sobrevivía cada día sin esperar nada en particular, había deseado que los días del colegio se alargaran, y pasar ese tiempo tranquilamente a su lado.
Justo en ese instante en el establo, en que parecía que ese tiempo llegaba a su fin, sentirla en sus brazos tan cerca de él, había hecho un desastre en su cabeza. Se sentía descontrolado, como si hubiera algo más fuerte que su propia voluntad. Sus ganas de estar cerca de ella habían provocado que se descuidara un maldito instante, y eso podría haber sido desastroso. Si los hubieran descubierto, los habrían obligado a separarse, ella sería expulsada y él... él se quedaría solo nuevamente, ¿qué peor castigo podría haber que ese?
Esa noche Terry pudo ver la mirada aterrorizada de Candy, supuso que sus deseos de ser una dama se verían truncados al ser descubiertos solos en ese lugar. Una parte de él actuó para protegerla, y otra, simplemente por el egoísmo de no perderla, sobre todo cuando por fin podía sentirla tan cerca de él.
Una vez que las monjas salieron del establo, él la asió por la muñeca y corriendo juntos casi a la par lograron llegar a la residencia de las chicas. Colándose por una de las ventanas, Terry casi la lanzó dentro de la enfermería en la que alguna vez la había llevado en brazos, y desapareció de allí tan rápido como pudo dirigiéndose hacia el muro por el que escapaba durante sus salidas nocturnas. Pero esta vez se sentó pacientemente a esperar que las horas pasaran, sabía perfectamente que las monjas habían ido a buscarle a su habitación y resultaría muy sospechoso que de pronto ambos "prófugos" fueran hallados en sus respectivos lugares al mismo tiempo.
Después, simplemente, no pasó nada.
A la mañana siguiente las clases fueron como siempre, nadie preguntó por él ni le reprendieron por nada. Quizás la Madre Superiora ya estaba al tanto de sus escapadas nocturnas y no quiso arriesgarse a provocar un alboroto como el que se había ahorrado la noche anterior.
- Definitivamente es una vieja cabeza dura – pensó para sí mismo al notar una vez más la fuerte influencia de su lazo consanguíneo con el Duque de Grandchester. A él, nada le pasaría.
Semanas pasaron sin más contratiempos.
Él no había regresado a ver el atardecer, y sabía que ella tampoco; sin necesidad de decirlo ambos habían coincidido en no encontrarse más en la Falsa Colina de Pony, como la llamaba ella. La sensación de peligro continuaba al acecho.
Hasta ahora, y durante todos estos años, Terry no había tenido otra preocupación que él mismo, ahora debía pensar por los dos, pero era tan difícil hacerlo con claridad cuando su deseo de estar cerca de ella era más fuerte que él mismo.
De pronto, un rumor que se acercaba a través del bosque lo sacó de sus pensamientos.
- ¡Sí! ¡Bienvenido el show de la acrobacia!
Pero ¿qué rayos? – Terry se incorporó sobre el tronco de árbol que había elegido para acostarse.
- Escocia hizo maravillas en mí, ¡qué bien, nunca dejé de ser la campeona Tarzan! – Candy aun se reía a todo pulmón al llamarse a sí misma chica Tarzan.
Desde el lugar en el que estaba, Terry podía mirarla a sus anchas sin ser descubierto, había aparecido ante él como si la hubiera invocado con su mente, como aquél día del Festival de Mayo en que la vio pero no la miró.
Se veía justo en su elemento, ella pertenecía a ese lugar, libre y alegre... haciendo feliz a cualquiera que la observara. Una voz en el fondo de su cabeza le decía que dejara de mirar o estaría perdido, pero su cuerpo no le obedecía, le gustaba mirarla y deseaba seguir mirándola más.
¡Malditas vacaciones invernales que amenazaban con arrebatarle estos breves momentos!
Completamente ajena a la presencia de Terry, Candy continuó saltando alegremente de rama en rama. Había pasado un tiempo desde que volvieron al lúgubre Colegio en Londres, y había olvidado lo ligera que la hacía sentir ver la vida desde lo alto de los árboles.
Estaba disfrutándolo hasta que se acercó a la zona del jardín junto a la residencia, sería peligroso que alguna monja la viera así que decidió volver a tierra firme. Con las mejillas sonrojadas y la ropa desordenada, era una imagen imposible de ignorar a los ojos de Terry. Definitivamente le llamarían la atención, ese pensamiento le hizo sonreír, ambos eran unos rebeldes, cada uno a su manera.
Pero la sonrisa le duró poco, tenía que pensar en algo para poder verla aun durante las vacaciones... si es que ella también lo deseaba. Ese pensamiento le provocó un agujero en el estómago ¿qué es lo que Candy quería? Quizás para ella sería mejor mantenerse alejada de él, a salvo del peligro, pero Terry no confiaba más en él mismo sabía que tarde o temprano no podría evitar buscarla.
- Después… – exhaló con pesadez al tiempo en que sacaba su armónica del pantalón, echando de menos un cigarrillo – después hablaré con ella.
Para el momento en que terminó la cena, la inquietud que Candy sentía era de nuevo insoportable. Mientras comían sus alimentos, las monjas comentaban los planes para las vacaciones invernales, en realidad muy pocos alumnos permanecían durante esa temporada en el Colegio, la mayor parte de ellos se iban a pasar las fiestas a sus respectivos lugares de origen, lo cual implicaba que Terry regresaría a la mansión del Duque y no podría verlo hasta que el siguiente año comenzara.
Había pasado tanto tiempo sin verlo, él no caminaba más por el bosque que dividía el dormitorio de los chicos y las chicas, no asistía a los días de misa – bueno siendo sinceros, eso jamás lo había hecho – no podía ir a buscarlo a la Colina, menos todavía con Eliza engrapada a sus talones, siguiéndola hasta a los baños, y de todas maneras, sabía bien que tampoco lo encontraría allí.
Con un solo deseo en la cabeza, se retiró a su habitación y esperó pacientemente a que la noche avanzara, estaba decidido, esa noche iría a buscarlo a su habitación.
.
Una cuerda blanca se extiende en la noche como si tuviera vida, y una mona aferrada a ella arriesga su vida saltando del dormitorio de las chicas, al de los muchachos.
Candy no podía ver absolutamente nada, las noches invernales era aun más oscuras en Europa. Rezando por aterrizar en alguno de los balcones y no acabar estrellada en el piso, se lanzó con todas sus fuerzas hacia el lugar donde creía que estaba la habitación de Terry. Sintió que en su impulso chocó con algo, pero era tanta la fuerza que adquirió que no tuvo tiempo de preocuparse agradeciendo que había logrado llegar a uno de los balcones.
- ¡Aaarghh!, ¡pero qué demonios...!
Asustada al escuchar una voz, Candy miró hacia un costado tratando de ver a través de la oscuridad antes de que la persona con la que había chocado averiguara qué fue lo que sucedió. Afortunadamente pudo ver a Terry en el suelo sobándose la espalda. Candy había logrado una tacleada perfecta, dejándolo unos segundos desconcertado y adolorido.
- ¡Pero tú...! – Terry se contuvo de gritar su nombre. – ¡Maldición!
Terry se incorporó tan rápido como pudo para cerrar las puertas del balcón de su habitación, mirando a través de la ventana hacia el bosque... luego a la derecha y a la izquierda, aguardando unos segundos en silencio, tratando de averiguar si alguien había escuchado el estruendo. Finalmente se dio la vuelta hacia Candy, apretó los labios y levantó una ceja con desconcierto.
Se veía atemorizante.
- Terry, yo... yo solo quería... bueno es que pensé que... – ella estaba tan nerviosa que no atinaba a completar una frase coherente, de pronto no le parecía ya tan buena idea haber irrumpido en su habitación.
- ¡No debiste arriesgarte así! – la reprendió Terry – ¡No puedes arriesgarte a que te echen de aquí! ¿es que no te das cuenta?
- Yo... yo solo quería verte un momento Terry – Candy temía mirarlo de frente y ver unos ojos fríos, como aquella vez que irrumpió en su intimidad.
Terry la tomó por la barbilla para que lo mirara.
- No pongas esa cara de miedo... se te ven más las pecas – él trató de sonreír y tranquilizarse, la verdad es que estaba feliz.
Candy reconoció en esa suave caricia la dulzura en el corazón del aristócrata y finalmente también sonrió.
- Que feos modales, señorita Andley, ¿es que no has aprendido nada en este "honorable" Colegio? se supone que para eso te enviaron a Londres.
- ¡Terry! Si hice esto es porque de pronto has desaparecido, las vacaciones están a la vuelta y yo...
- Y tú sencillamente no puedes vivir sin mí, ¿no es así, señorita Pecas? – la miró Terry sonriendo de lado con coquetería, bajando el rostro y provocando que uno de sus largos mechones cayera sobre sus ojos.
Verlo así era hechizante, Candy tragó con dificultad tratando de controlar las ganas que sentía de rozarlo con los dedos para apartar el largo cabello de su bello rostro.
- Terry, ¿qué harás en las vacaciones? – ella trató de salir de su encantamiento.
- Bueno, parece que no podré librarme de acudir a la cálida morada del Duque, siempre está plagada de gente del Parlamento, así que solo dejaré que me vea unos minutos cada día antes de escapar a algún bar – dijo él encogiéndose de hombros.
- ¡Terry, no busques problemas! – exclamó ella preocupada, si buscaba una pelea esta vez no tendría a Albert a su lado.
- ¿Qué pasa, Pecosa? ¿Estás preocupada por mí?
- ¡Cállate Terry! Solo quería saber, pero es mejor que me vaya – dijo levantándose de golpe y caminando hacia la ventana.
- Candy, espera... Mmm si no te marchas a América, ¿te gustaría...?... Ugggh...
¡Maldición, maldición, maldición!
Terry odiaba exponerse al rechazo, pero ya no habría otra oportunidad, era ahora o nunca.
- Pecas, si tú no tienes nada mejor que hacer, ¿te gustaría pasar el nuevo año juntos?
La rubia se detuvo de pronto con las manos recargadas sobre las puertas del balcón, sintiendo como un escalofrío recorría todo su cuerpo.
- Bueno... Yo no podré marcharme a América... Quiero decir, parece que la Tía Abuela ha ordenado que sus sobrinos pasen en su casa de Londres las vacaciones de invierno, en realidad es una mansión más que una casa, en la zona rica de la ciudad, claro está... – habló ella nerviosa, que cuando no sabía qué decir, simplemente hablaba sin control sin siquiera darse la vuelta para mirar a Terry. – Eso no me incluye evidentemente, pero el Abuelo William ha intervenido de nuevo, así que estaré en la residencia de Londres, al menos hasta que Eliza y Niel encuentre la manera de meterme en problemas.
- Bien, pero eso no contesta mi pregunta.
- Terry, pero tú estarás ocupado, podrías tener problemas si tú desapareces a mitad de la noche y quizás sea difícil que logres dejar los compromisos con tu padre, será un reto escaparte estando bajo vigilancia... – Murmuró Candy atreviéndose a dar la vuelta y levantar su mirada.
- Espero que así sea – aseguró Terrence – porque me encantan los retos.
La sonrisa desafiante que apareció en el rostro de Terry era imposible de ignorar. Candy se echó a reír alegremente.
- Eres un mocoso malcriado, ¿lo sabes?
- Seguro, no eres la primera ni la última que lo ha dicho, pero tú no te quedas atrás mona pecas, ¿cómo evitaras que tu guardia personal te permita salir de donde sea que planeen retenerte?
- ¿Guardia personal?
- Tu primo elegante...
- Terry, ellos no me encerrarán en ningún lugar, y aunque me escondieran en una cueva, encontrarías la manera de venir a molestarme.
- Ahh, ¿molestarte dices? Te recuerdo que estás en mi habitación – dijo Terry cruzado de brazos fingiendo indignación.
- Te veré el último día del año Terry – dijo ella mientras abría el balcón sin ganas de irse – ¿Dónde nos encontraremos?
- Donde todo comenzó – murmuró él.
- ¿Cómo dices?
- He escuchado decir que el mejor lugar para ver los fuegos artificiales es junto al océano.
- El océano está un poco lejos Terry, ¿a los chicos no les dan clases de geografía?
- Es una lástima que solo los nobles se marchen a sus propiedades fuera de Londres y los comunes, como tu pretensiosa Tía, a sus residencias adineradas dentro de la ciudad. Podríamos rentar una carreta cuatro días para llegar a Edimburgo, ¿qué tal te parecería eso, Pecas?
Seguramente, eso sí causaría que la echaran de la familia Andley sin remedio.
- ¿Qué te parece si por esta ocasión nos quedamos cerca de Londres?
- Me parece bien, aun no quisiera ser unido en matrimonio con alguien con tantas pecas solo para salvar su honor.
- ¿Cuántas veces has dicho pecas, mocoso insolente? – dijo ella mientras daba un paso hacia el balcón, tratando de ignorar la palabra "aun" en esa frase.
- Nos encontraremos en unos días Candy, en el jardín de la Torre Victoria, ese será nuestro punto de partida... Prepárate – sonrió él con malicia.
Haciendo caso omiso de esa provocación, Candy se despidió con una sonrisa y se lanzó hacia la rama más cercana para evitar que él viera lo sonrojada que estaba.
Los días siguientes le vendrían bien para, en efecto, ir preparado su necio corazón que parecía empeñado en descifrar todos los misterios que encerraba la presencia de Terry.
Continuará...
Notas:
Hola, hola, hola...
Esta media tarde de Navidad quise dejarles un pedacito de one shot que he dividido en dos partes, hoy publico, la primera y la segunda parte será para recibir el nuevo año y conmemorar cuando nuestros chicos se conocieron. No me pude aguantar a publicarlo todo el día 31 así que aquí viene el adelanto y luego lo re publicare completo, ¿cómo sería para ellos poder estar juntos en el mismo día en que todo comenzó?
No es en realidad lo que he venido pensando este año para regresar de mi ausencia del Candymundo y de Fanfiction peeeerooo es un regalito que ha organizado Canulita Pech para llenarnos de historias de Terry.
Las he echado mucho de menos.
¡Feliz Navidad!
