Señor de Andley

¡Oh valiente guardián de la frontera!
La oscura venganza y el peligro
Os acechan sin descanso
Entre Jedburgh y Stark.

Pasarán los ríos
Los astutos ladrones del sur.
Aclamad a los soldados de Ashblane,
Luchad hasta el final.

Capitulo 1

Castillo de Heathwater, noroeste de Inglaterra, 30 de septiembre de 1358

Existen unas tierras llamadas las Tierras Discutidas, que están entre los reinos de Inglaterra y Escocia…

-¡Ian!

La angustia del grito viajo con el viento por las tierras de Heathwater mientras Anthony Andley se quitaba la chaqueta y miraba fuera de sí, el cuerpo muerto de su compañero de clan.
Llovía a raudales y Lady Candice Randwick, que lo observaba todo desde el bosque, no podía creer que tanta emoción saliera de ese hombre.}

Porque el jefe del clan de Andley, nacido y criado en las tierras altas de Escocia e hijo ilegitimo de un miembro de la realeza que nunca lo había reconocido como tal, era conocido sobre todo por su crueldad.
Y podía entender perfectamente porque era así.

Se fijo en la cara de ese hombre, parecía haber sido esculpida en el más duro y frio de los mármoles. No era un rostro agradable.
No reflejaba los sueños de los jóvenes, si no que parecía estar curtido por la tragedia y marcado por el peligro constante que rodeaba su existencia.

Podía ver desde donde estaba la cicatriz que cortaba en dos su mejilla derecha y se extendía hasta su cabello rubio oscuro. Tenía belleza, pero era un belleza dura y salvaje que la dejaba sin respiración. Se dio cuenta de que el que había curado aquella herida no había merecido ser pagado por su nefasto trabajo.

Estremecida se cubrió mejor con la capa mientras contemplaba la afilada espada del hombre.
Sabia que estaría perdida si él la veía.
Se agacho un poco mas mientras contemplaba las heridas que tenía en el brazo y en la espalda. Se dio cuenta de que podían llegar a infectarse y envenenar su sangre. Pensó en las posibilidades que tenia. Si ese hombre moría su hermano podía llegar a relajar un poco la guardia alrededor de Heathwater, dándole asi la oportunidad que necesitaba para escapar.

Porque solo podía pensar en escapar de Neal , Liam y de ese lugar, Heathwater. Llevaba mucho tiempo soñando con algo así. Estaba a punto de girarse cuando vio que los hombros del hombre comenzaban a temblar.

Esta llorando, se dijo.

El odiado señor de Andley, azote de esas tierras e instigador de cientos de sangrientas batallas, estaba llorando mientras acercaba la mano del hombre caído a sus labios en gesto de ultima despedida.
Se quedo inmóvil. Le desconcertaba ver a alguien tan fuerte e invencible mostrando tal aflicción. Notó entonces cómo el señor de Andley tensaba su cuerpo al escuchar algún sonido procedente del otro lado del valle. Se limpio los ojos ensuciando de tierra su cara y se puso en pie con gesto despiadado. No tardo ni un segundo en sacar la espada de doble filo y empuñarla con fuerza.

Ese era su enemigo. El hombre cuyas tierras iban desde el norte de las de Candice a los largo de la frontera escocesa y llegaban hasta las de su hermano, al oeste del río Esk.

Le dio la impresión de que el señor de Andley se sabía observado. Vio como escrutaba con sus ojos la vegetación que crecía en el montículo donde ella se hallaba escondida, pero la llegada de un grupo de hombres de Andley lo distrajo. Podía oír ordenes. Los recién llegados fueron separando los cuerpos de su gente de los de sus enemigos. Los subieron con esfuerzo a un carro tirado por dos caballos.
Se preguntó dónde estaría el caballo del señor de Andley, pero vio pronto satisfecha su curiosidad. El guerrero silbó y un bello corcel apareció de repente a su lado. Era grande y negro como la noche.

Cada vez tenia más miedo. Se encogió aun más en su escondite entre las raíces de un árbol e intentó recordar todo lo que le habían contado sobre el clan de Andley.

El torreón de Ashblane era un inmenso castillo de piedra, alto y sin ventanas. Apenas entraba la luz en aquel sitio y estaba siempre sucio y lleno de pieles de ganado. Thomas, el criado de su hermano, le había contado todo eso poco después de que muriera su madre. Se había imaginado entonces que se lo contaba para que le sirviera de advertencia y para contrarrestar las historias que le decían otros. En lo que todo el mundo parecía estar de acuerdo era en lo poderoso y arrogante que era Anthony, el jefe del clan de Andley.

Lo cuerpos de los muertos ya estaban todos en el carro y le llegaban retazos de la conversación de los hombres. Vio como Andley y los suyos cubrían las caras de los caídos con la tela escocesa de su clan. El tejido estaba teñido de rojo y se imaginó que era la sangre del brazola que lo había manchado. O quizá fuera la sangre de la nariz o la del terrible corte que tenía en la espalda. En todo su cuerpo se reflejaba la dureza de la batalla de ese día.

Sus hombres lo rodearon, le dio la impresión de que intentaban consolarlo de algún modo, pero no pudo evitar sonreír al pensar que algo así era absurdo. Creía que un hombre como Andley nunca necesitaría del consuelo de los demás. Había elegido su camino en la vida y se decía que no quería la compañía ni el consuelo de nadie. La soledad era su seña de identidad y su modo de vida. Y el odio era toda la inspiración que necesitaba para seguir luchando.

Miro hacia el cielo e intento calcular la hora del día. El grupo de hombres emprendió su camino atravesando el bosque y las colinas que llegaban hasta el rio. No pensaba salir de su escondite ni comenzar su camino hacia al castillo de Heathwater hasta que el sol estuviera algo mas bajo. Creía que así seria mas difícil que la vieran los exploradores y centinelas que sin duda vigilaban ese paraje hasta que los hombres de Andley se fueran de allí. Resistió la tentación de salir de allí para atender a alguno de los heridos del clan de su hermano. Se quedo donde estaba hasta estar bien segura de que Anthony y sus hombres ya no estaban en la zona.

Ya podía imaginarse el redoble de campanas en honor de los muertos que estarían teniendo lugar en el castillo de Neal y temía volver. Tampoco quería tener que ver a las madres cuyos hijos habían perecido en la batalla. Pensó en la tela de Andley cubriendo el rostro de sus muertos y en la destrucción que se extendía por esas tierras de Escocia.

Una hora después. Candice decidió que ya era seguro salir de su escondite, Se acerco a los arboles donde le había indicado a su hermana que la esperara, siempre vestida como si fuera su paje. Había creído que con ella estaría más segura que en Heathwater. Estaba a punto de llegar allí cuando un movimiento atrajo su atención. Uno de los soldados de Andley apareció de la nada gritando y con la espada en alto. El miedo se apodero de ella. Sabia que algo iba mal, muy mal.

-Jemmie! – gritó levantando su mano.

Pero, casi de forma inmediata, alguien bajo su brazo y la sujeto contra su espalda con fuerza.

-Silencio, muchacha- le dijo al oído una voz fuerte y grave.

Se giró hacia el y se quedo sin aliento.
Era él, el propio Anthony Andley. No podía entender como había conseguido llegar hasta ella sin que lo oyera.
Sus pálidos ojos y del color del intenso mar, la miraron de arriba abajo. Aprovechó la distracción para arañar su brazo herido.

-¡CESAD! – exclamó él mientras maldecía entre dientes.

La agarro con más fuerza y apretó contra su cuerpo. Todo su ser parecía hecho de duros huesos, músculos y tendones. Sintió su calor y el olor de su sudor. Un aroma puramente masculino. Durante un segundo, todo su mundo se detuvo.

Sintió la seguridad, la fuerza y la potencia que emanaba de ese hombre. Se dio cuenta de que nunca había tocado a un hombre que le transmitiera esas mismas sensaciones. No había conocido tampoco a nadie con su aspecto. Se fijó en la piel de su cuello y lo que la camisa dejaba entrever de su torso. No pudo evitar dejarse llevar por una ola de deseo.

Era un guerrero, un luchador, un jefe que conocía bien el valor de unas tierras que no le concedían una segunda oportunidad a los que no supieran apreciarlas. Deseó poder apoyar su mejilla contra ese fuerte torso y pedirle refugio. Quería abrazarlo como si fuera su escudo y protegerse así de un mundo que no podía entender que no quería llegar a entender.

-¿Quién sois?- Le preguntó furioso.

No era la voz de un ser angelical. La ira de su tono la devolvió a la realidad. No podía dejar de mirar su brazo sucio y ensangrentado. Sabía que la mataría si le decía su verdadero nombre. Sintió que se mareaba y el corazón le latía con más y más fuerza.

-¿Quién sois?- Repitió el hombre mientras la agarraba con firmeza por los hombros.

Le costaba respirar. Intentó girarse para ver donde estaba su hermana. Necesitaba ver que estaba bien, pero la oscuridad la rodeo en esos instantes, perdió el equilibrio y la conciencia.