MONÓLOGO DE ISAAC CLARKE

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Cual un incesante goteo de lágrimas

los recuerdos de la Ishimura

martillean en mi memoria con la crueldad

de una oscura sinfonía;

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¡Oh los días coronados de angustia

que aún mis sueños devoran!

Y la sangre, la sangre de mi amada Nicolle

suicidándose una y otra vez dentro de mí;

su sangre, su sangre convertida en un montón

de escarcha, en un remolino de frío

que solloza en mi interior con el infausto

y fosco tono de lo que es irremediable.

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Luciérnagas, miles de luciérnagas muertas

arden en el abismo de mis ojos destruidos

donde el amor no es más que el rostro

de una mujer que solloza en la penumbra

de una nave, que dice "I always love you"

mientras cae, lentamente cual piedra

hundiéndose en el mar,

allí en ese espacio informe y desconocido

donde los susurros se pierden

en un laberinto de ecos,

allí en esos brazos sin piel de los que nadie

nunca ha vuelto…

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Mas, ¿Qué quedó? ¿Qué pudo

haber sobrevivido de ella en el necromorfo

que intentó arrebatarme la vida

luego de que, bajo un cielo nublado,

cegara de una vez y para siempre

a aquella aberración conocida

como Gnosis Colectiva?:

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Nada, nada sino

el triunfante gusano de una vida

programada por los diabólicos

bio-algoritmos de la Efigie:

no otra cosa que un grotesco

cascarón ya vacío

de su presencia…

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Pero los cuerpos, ¡ay, los cuerpos mutilados!

Brazos, troncos, piernas, manos:

atroces escenas brillando

como cifras de sangre en la necrófila ecuación

del exterminio.

La estrella, el astro del desastre

fulgía y se reflejaba con

siniestro arte en cada una de esas extremidades

dispersas y regadas por el suelo;

en cada uno de esos pequeños riachuelos

de sangre silente cual manojo

de ángeles muertos cayendo

sin fin por una cascada oscura e infinita

como el absurdo de la vida.

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Mas…¿Fueron hombres los que cercené?

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…Oscuridad.

Solo negrura recuerdo en esos ojos brutales,

en esas esferas apagadas

donde ya hace mucho

que las almas partieron, donde ya el hombre

había desaparecido y todo cuanto quedaba

era una bestia, un engendro

hijo de los infestadores o del trastornado

Challus Mercer.

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¿Inmortalidad?...

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Jamás, nunca vislumbré

una chispa de vida humana en aquellos

monstruosos frutos de La Efigie:

solo la viscosa luz de Lucifer

era cuanto fluía por donde pasaban

los vástagos de ese maldito monolito

que los unitologistas veneraron.

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Y me pregunto,

aún me pregunto qué clase de vida

era la que aquellos demonios alados

inyectaban en los cuerpos

inanimados que luego,

cual sombras

pintadas por la mano de El Caído,

en humo de pesadillas

los pasillos envolvían…

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Mas estuve allí,

estuve y todavía estoy allí

cada vez que

mis parpados se cierran

y los cuadros del terror desfilan

cual esqueléticos soldados

bajo una noche

sin luna ni estrellas;

donde ni está Dios ni estoy yo,

donde solo está mi cráneo

asediado por moscas

que zumban y zumban en torno

al hombre que alguna vez fui

y que dejé allá en la Ishimura;

en los metálicos corredores

donde los necromorfos me mostraron

que quizá para el Cosmos la vida

de un hombre no significa nada y el alma,

¡oh, el alma!, es quizás solo un trágico

y sublime incidente de la biología…

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NOTA: También he publicado esto en pasarmiedo . com y en boostertower . blogspot . com