Traidores. Porque a nuestra manera, alguna vez, todos hemos cometido una traición. Tenían sueños e ilusiones. Estaban equivocados o no. Pero tuvieron que elegir. Fueron los traidores de la saga. Viñetas.

Disclaimer. No sólo no soy J.K., sino que esta vez estoy publicando algo que me ha pasado por la cabeza unos minutos atrás. No es gran cosa. Pero me apetecía empezar por Peter Pettigrew.


Peter era un merodeador. Un Gryffindor. Un chico pequeño y asustadizo. Pero suficientemente valiente para travesar pasadizos de noche, o jugar con un hombre lobo, con Remus y su pequeño problema peludo, a la luz de la luna. Alguien que soñaba en destacar. Que quería recibir las risas y los aplausos de sus compañeros.

Cómo James cuando se despeinaba y sonreía con intención, atrayendo con ello todo tipo de miradas. Los suspiros de alguna de sus compañeras y la admiración de los alumnos de cursos inferiores.

Cómo Sirius cuando llegaba a altas horas a su habitación, con la corbata en la mano y la camisa medio abierta, impregnado en perfume femenino.

Incluso cómo Remus, cuando recibía una felicitación de Minerva McGonagall y les enseñaba, casi tímidamente, la nota de un examen. Alta. Muy alta. Cómo si no creyera merecerla.

Pero Peter no era James, ni Sirius. Ni siquiera Remus. A Peter las chicas le aterraban. No porque no quisiera besarlas y probar algo de esas mieles de las que tanto hablaban James y Sirius. Le aterraban porque eran inalcanzables. Porque ellas no parecían verle. Y cuando lo hacían no era para pedirle una cita a él. Sino para acercarse a ellos. Sus amigos.

En el mejor de los casos…

Siempre había quien reparaba en Peter, claro, para reírse de él por parecer, y ser, un poco torpe en clase. Por no responder la pregunta adecuada en el momento oportuno. Por hacer volar un caldero, con un mal ingrediente en pociones, o por convertir esa pluma que tendría que ser ave, en un horrible cactus con alas.

Las chicas no existían para Peter. Porque Peter sabía que para ellas él tampoco existía.

Porque ni siquiera estaba seguro de existir para sus amigos…

Gryffindors. Divertidos. Valientes sin complejos. Capaces de crear el caos más absoluto y conseguir, con cara de niños buenos y una mirada fingidamente arrepentida, una media sonrisa de Dumbledore, un casi severo gesto de Minerva McGonagall, y un castigo que, finalmente, cumplirían juntos y entre risas.

Pero Peter había crecido. Al Peter de 15, casi 16 años, ya no le parecía bien que su única función en las noches de luna llena fuera conseguir parar ese maldito árbol, y recargarse en el hombro de James para poder ver algo más allá del suelo. Ya no le gustaba esperar en esas malditas escaleras y vigilar, mientras ellos asaltaban las cocinas o molestaban a Quejicus. Aunque fuera convertido en rata. Aunque fuera para evitar un castigo más.

Y ahora Peter, a sus veinte años, tenía miedo. Y echaba de menos esas bromas tan propias de Sirius, llamándole, entre risas, pequeña rata asustada al entrar el último por un nuevo pasadizo; o pegándole con suavidad en el cogote, al verlo enrojecer y tropezar, en una de sus ya míticas escapadas adolecentes. Entre las paredes de ese castillo mágico al que ya no volverían. Con Filch y su gata sólo unos metros por detrás.

Esas bromas que tiempo atrás le habían dolido más de lo que nunca habría podido reconocer a sus amigos, y que ahora le parecían casi celestiales. Casi. Al menos si pensaba en Lucius Malfoy esperándole en la puerta de casa. Con esa carta. Con la promesa de sobrevivir.

Con Bellatrix Lestrange a su izquierda en ese maldito y oscuro lugar. Con esa risa extraña y la mirada fija en su señor.

Era su vida o la de James. Su vida o la de Lily. Y Peter no quería morir.


Nota: El rating T es por precaución. Por lo que me pueda pasar por la cabeza con Severus, Regulus, Narcisa o alguno de los otros personajes de esta colección de viñetas. Porque sí. Ellos tambien apareceran.