"Esta mañana cuando he despertado, no te he visto. Te habías ido. Ni siquiera dejaste tu teléfono, menos mal que te lo cogí mientras dormías. Quiero volver a verte, Seb. Te quiero"

-Y yo. –Dijo Sebastian Smythe soltando una carcajada irónica al leer el mensaje de texto que el chico de anoche le había enviado. Cuando acabó de reírse, eliminó el mensaje y bloqueó todas las llamadas entrantes y mensajes de ese número.

-¿De qué te ríes? –Preguntó Adrian Smythe, en la cama de al lado, dejando caer el libro que leía sobre su regazo.

-De nada, enano, sigue durmiendo. –Bufó Sebastian sin dejar de mirar la pantalla del móvil.

Adrian se levantó de su cama, retirando las mantas y se acercó a la de su hermano mayor. Si Sebastian era un chico promiscuo, al que no le importaba con quien irse a la cama cada noche, Adrian era todo lo contrario: tímido, cohibido, respetuoso. Palabras que hacían escalofríos en Sebastian.

-¿Puedo preguntarte algo, Seb? –Preguntó el menor pasándose una mano por su corto pelo rubio. Sebastian asintió esbozando una pequeña sonrisa y dio una palmada en el pequeño hueco que quedaba libre en su cama.

A pesar de lo repipi e infantil que su hermano pudiese llegar a ser, Sebastian quería con locura a su hermano pequeño.

Adrian se sentó donde su hermano mayor le había indicado y lo miró:

-No sé qué me pasa, Seb… -Dijo el rubio mientras sus labios, y el resto de su cuerpo, temblaban. Su cuerpo se tensó por completo.

-¿Qué te pasa? –Sebastian incorporó su espalda y puso un brazo alrededor del cuello de su hermano para darle tranquilidad.

-Esta mañana, en clase, hemos tenido Gimnasia, con el entrenador Roberts. Y hemos acabado todos agotados. –Adrian iba intercalando miradas al suelo con miradas a su hermano- Entonces, fuimos a los vestuarios a cambiarnos y… Ashton Fleming estaba a mí lado, el…

-El repetidor de tu clase, sí. –Afirmó Sebastian.

-Pues… al verlo desnudo y… y… todo… sudado, tuve… -Adrian se tapó el rostro con las manos, enrojecido de vergüenza. Sebastian comprendió al momento el temor de su hermano y lo abrazó contra él con más fuerza.

-Es normal, Adrian. Tienes 14 años, estás entrando en la adolescencia. Es normal que no sepas todavía controlar tu cuerpo. –Susurró Sebastian acariciando el cabello de su hermano.

-¡No! ¡A mí me gustan las chicas! …Creo… No lo sé… -Adrian lo miró con un gesto de tristeza. -¿Tú que crees?

-Creo que no lo sabe ni tu cuerpo mismo, Adri. Tú deja pasar el tiempo, y verás como, finalmente, tú mismo sabrás que es lo que te gusta.

-¡Pero yo no quiero dejar pasar un tiempo! –Protestó el menor separándose del abrazo de su hermano- ¡Necesito saberlo ya!

Sebastian se incorporó, bajando los pies de la cama y se sentó al lado de su hermano. Sin que su hermano pequeño lo esperara, el mayor llevó su mano hasta su cuello para sujetarlo y unió sus labios dándole un corto beso.

Cuando se separó, Adrian lo miró desconcertado, y con un gesto de terror en sus ojos. Al verlo Sebastian, se separó dejando más distancia y se levantó.

-¡Mierda! ¡Lo siento! No tendría que haberlo hecho. ¡Joder! ¡Lo siento, Adrian!

El rubio se levantó y rodeó su rostro con las manos sin poder mantenerlas firmes, hasta que una mirada del mayor, reflejando culpabilidad, le dio confianza para acariciarlo.

-No pasa nada, Seb… ¿Eh? Sólo querías que aclara mis dudas… -Susurró Adrian, en una posición demasiado cercana para dos hermanos.

Separó una mano de su mejilla y la llevó a su cabello, dándole suaves caricias. Sebastian lo miraba desconcertado. En eso, los dedos de Adrian bajaron hasta los labios de su hermano mayor y los rodeó suavemente, provocando un movimiento reflejo de Sebastian ante tal cosquilleo.

En ese instante, Adrian volvió a acercar su rostro al de su hermano. Sus labios se tocaron, un suave roce que los humedeció, sus ojos se cerraron y todo, a su alrededor desapareció.

Sólo eran Sebastian y Adrian Smythe en un tierno e intenso beso.

Los labios del pequeño, torpes al principio, forzaron al mayor a que abriera los suyos para que le permitiera entrar en su boca.

Perdieron la noción del tiempo, hasta que la puerta del dormitorio de los hermanos Smythe se abrió, y un gran grito sonó.

Estella Jeggins, la asistenta de los Smythe, vio a los hermanos besándose, con los torsos desnudos, tumbados en la cama.

El resto es historia. La historia que está a punto de comenzar.