Disclaimer: Yo lo sé y usted lo sabe: los personajes del manga/anime InuYasha no son de mi autoría (sino que de la Rumiko) y blah. Digamos que todo lo demás, sí.

Summary: Sé que te conozco. Quizás desde hace cien o mil años...

Kagome sabía que muchas personas tenían un propósito en esta vida. Menos ella. También sabía que sin mamá la vida se volvía un poco negra o macabra. Sin brillo. Pero cuando Sesshômaru la miró con esos ojos refulgentes de algo que para ella se estaba volviendo ajeno, supo de manera inequívoca, que nunca podría dejarlo ir.

Aunque el irse o borrarse del mapa fuera la primera cosa en la que pensara todos los días al despertar.

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Soireé

By Aithra

Prólogo

Él tenía muchas cosas claras en su vida. De hecho, parado sobre la orilla de aquel acantilado pensó bastante orgulloso de sí mismo que nunca había experimentado tal claridad como en ese momento. Jamás, en sus treinta y cinco años de existencia.

―Dijiste una vez, ya hace tanto tiempo, que hacer tal cosa resultaría estúpida e insana ―le dijo la niña de ojitos tiernos parada justo tres pasos tras de él.

―No te acerques más ―dijo él con voz neutra, sin necesidad de voltearse para notar que la distancia entre ellos había disminuido drásticamente.

La niña empuñó con fuerza sus manos y estuvo a punto de gritar algo francamente estúpido, pero se contuvo. Retrocedió medio metro, más por rabia consigo misma que por obedecerle realmente, y observó resignada la ancha espalda del ―ahora, en ese instante― estúpido tío.

―Oye ―dijo él, con su voz apagada por el molesto ruido de las olas, metros más abajo― prométeme…

―¡No! ―gritó ella, interrumpiéndolo―. No lo hagas, no lo hagas ―sollozó, secándose furiosamente las lágrimas.

Él giró levemente la cabeza y la miró, inexpresivo, hasta que el llanto repentino de la chica sólo fue un hipo algo ridículo y levantó la cabeza hacia él con los ojos enrojecidos.

―Prométeme que no vas a saltar después de esto―murmuró el hombre lo suficientemente fuerte para que ella lo escuchara.

La mandíbula le temblaba por la rotunda negativa, pero se mordió los labios y asintió sin mirarlo.

―Bien ―dijo él entonces y giró de cara hacia al acantilado otra vez―. Bien ―volvió a repetir, y le sorprendió lo maravillosamente dulces que sonaba la palabra en su boca.

Dio un paso. Firme. Otro más, sin vacilar. El último…

―¿Crees que la vas a encontrar?

E increíblemente vaciló. Hasta abrió un poco los ojos, como si las olas lo desconcertaran; como si jamás las hubiera visto antes.

―En serio, ¿crees que la encontrarás? ―preguntó de nuevo la niña en un tono chillón.

―Sí ―respondió con su voz grave, mirándose las botas de montar―. Nunca lo he dudado. Ni por un segundo.

―¡Mientes! ―gritó.

Él simplemente la ignoró. Casi armando una sonrisa dio el último paso.

―Y nosotros, ¿nos vamos a encontrar otra vez?―susurró ella con la voz cortada justo cuando él se sintió engañosamente suspendido en el aire.

Y, evidentemente, no le respondió.

¿Y si logro alcanzarte después de cien vidas y más?


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Todos buscamos algo.

Kagome siempre pensó que había nacido para un para encontrar algo o para un propósito en particular. No es que en esos momentos lo tuviera claro, por supuesto, porque lo único que tenía claro a su edad de diecisiete y casi dieciocho años era que nada en absoluto estaba claro para ella.

Se mordió nerviosamente el labio inferior mientras respondía el test vocacional.

Como era costumbre, marcó lo que creyó, se consideraría correcto, y luego se levantó un tanto (quizás demasiado) precipitadamente de su silla, entregó la hoja al profesor de mirada aburrida y se dirigió rápido (definitivamente rápido) a su casa.

Dos veces cruzó el semáforo en rojo.

Cinco veces casi la atropellan.

A veces sentía que tenía demasiada suerte.


Era absurdo.

No, se corrigió, era infinitamente más que absurdo: era ridículo.

―Hola ―atinó a decir en un murmullo algo ininteligible mientras pasaba al lado del hombre que le abría la puerta.

―Hola ―susurró él con su acostumbrado tono calmo.

Y a pesar de que ya estaba acostumbrada en todos los sentidos a él, no pudo evitar el escalofrío increíblemente molesto que le recorrió la espina dorsal.

―¿Cómo va…eh, todo? ―se obligó a preguntar, aunque no quería saber la respuesta en verdad.

Él arqueó una ceja de un modo que a Kagome le pareció bastante casual, mientras cerraba lentamente la puerta.

―Bien, en casi todos los sentidos ―respondió él, dando un pequeño y casi imperceptible suspiro al tiempo que hacía un ademán para que se moviera y lo dejara pasar. El movimiento era tan absurdamente educado, que a nadie se le hubiera ocurrido pensar que manifestaba algún tipo de hastío.

Excepto Kagome, claro.

Copiado, se dijo. Al hombre en cuestión nunca había parecido caerle bien.

Intentando disimular el repentino sentimiento de desazón, miró hacia el suelo y se hizo a un lado. Se distrajo observando una pelusa roja sobre el suelo. Le pareció demasiado roja para ser una pelusa y para estar en ese piso alfombrado y plomo.

Iba a agacharse para recogerla cuando se percató, no sin avergonzarse antes, de que él aún estaba ahí frente a la puerta.

―Uh… ―murmuró, mirándolo con una mueca de pregunta.

Él se encogió levemente de hombros antes de endurecer sus rasgos y preguntar:

―Y tú, ¿cómo estás?

La pregunta fue hecha con el tono suave de siempre y aun así, aun así…

Yo sé quién eres. Ése fue el primer pensamiento que cruzó por su mente cuando el hombre le había abierto la puerta. Lo cual en definitiva era estúpido por varios motivos: a pesar de que llevaba dos años casado con su madre, no lo conocía en absoluto. Apenas sí recordaba alguna charla corta e insustancial.

Ahora bien, el otro motivo resultaba algo contradictorio. Pero como nada era absoluto para ella, no le importó: era obvio que lo conocía. Era su padrastro, señor, evidentemente sabía muy bien que se llamaba Sesshômaru, que tenía treinta y seis(o siete, no estaba segura si el cumpleaños había sido la semana pasada o sería la siguiente) años. Trabajaba en…

―Kagome ―le escuchó decir, insistente.

―Yo…―balbuceó automáticamente. Intentó modular una respuesta adecuada, como siempre se esperaba de ella. Hasta planeó sonreír en el proceso.

No obstante ―y como nunca―, falló de manera brutal. Todos los planes de la pequeña farsa se vinieron abajo cuando sus ojos repentinamente opacos se encontraron con los repentinamente brillosos de él. El mundo literalmente se vino abajo.

¿Uno podía aferrarse con brazos y piernas a alguien por una eternidad con tal de estar a salvo sin importar nada, nada más? ¿Uno podía esconder el rostro en algún hombro hasta que todo por fin pasara y ya no doliera?

Kagome pensó que sí, que indudablemente sí, mientras el hombre caminaba hacia ella a paso firme, la tomaba con mano sorprendentemente delicada de la cabeza y la acercaba a su propio hombro. No dijo nada y ella no lo esperaba de todos modos.

Lloró. Fuerte, duramente, sin preocuparse por mojar la camisa beige. Lo necesitaba y hasta ese momento no había sabido cuánto. Dios, tenía que botarlo todo, todo; necesitaba, con extrema urgencia, dejar de cargar tanto peso en su inútil y frágil espalda para sentirse liviana, como hacía un año o diez.

Porque las cosas no estaban bien. Ni por asomo.

Él acarició su coronilla lentamente y ella sintió su aliento chocar repentinamente contra su oído. Tembló. Entonces, el nudo que hacía tanto tiempo tenía en la garganta se desató de tal modo que se vio incapaz negarse a rodearlo con sus brazos por el cuello y con sus piernas por la cintura, mientras se deshacía rápidamente en un montón de pedazos.

Y de repente, experimentó algo crudo; un conocimiento oculto en algún de su mente la golpeó y aturdió. Así fue como supo, con una certeza que la tomó por sorpresa, que cuando sonara ese teléfono todo el mundo fríamente calculado por su mente racional se iba a ir a la mierda. Nada de sonrisas, sino caos y esa pena infinita.

Pero peor aún, supo ―y muy bien―, que aquel hombre se iba a ir.

Todos buscamos algo.

Y aunque ella seguía sin tener muy claro qué buscaba, sólo supo una cosa con certeza: no iba a dejarlo ir. No debía dejarlo ir.

Aunque el mundo continuara cayendo y cayendo y cayendo, aún después del teléfono y muchísimo después de eso.

Ella no recordaría mucho de las horas que vinieron después. Tan sólo que estuvo tomaba de su mano cuando el rostro pálido y sin vida; cuando el ataúd, un adiós mamá, pésames de gente que jamás había visto, de sus compañeros, profesores, de más gente desconocida, de que una lástima que el cáncer y la extrañaremos tanto, tanto. Y cuando por fin flores y tierra, polvo y una oración automática, ella entrelazó sus dedos con los de él y lo observó. Y sin saber por qué, le sorprendió ver absolutamente nada.


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París, Francia

Seis meses después.

Oui, oui ―decía una muchacha de pelo rizado mientras sonreía con malicia y miraba de reojo hacia su derecha―. Lo único que sabemos es que viene de Japón. Se llama Kagome y desde que llegó (hará unas tres semanas, no sé) no ha hablado con nadie.

Peut-être qu'elle ne parle pas le français ―murmuró su amiga, para luego dejar paso a una sonrisa sin ganas mientras se miraba las uñas.

―No, no lo creo. Lo único que pasa haciendo en las horas de recreo es leer libros. En francés ―se apuró a decir tras la mirada aburrida de su compañera.

Dejando de mirarse las uñas, la chica se sentó derecha y observó hacia el puesto cerca de la ventana, donde estaba la joven de pelo negrísimo mirando a través del vidrio como si nada más estuviera girando a su alrededor. Egocentrismo, sentenció, y chasqueó la lengua con hastío. Miró a su compañera.

―No es como si dieran ganas de hablarle tampoco, eh.

Su amiga ocultó una sonrisa burlona tras taparse con la mano. Luego suspiró, negando con la cabeza.

―Pero eso no es lo único ―prosiguió. Su amiga abrió los ojos, incitándola a continuar. Ella volvió a sonreír con malicia y le susurró―: Vive con un hombre.

La chica puso los ojos en blanco y dijo con una voz suave y recargada de ironía:

―Oh, mon Dieu, tenemos una pecadora entre nosotras ―dramatizó la muchacha de pelo liso poniendo el dorso de su mano sobre la frente. Luego miró a su interlocutora con una fingida mueca de regaño―: nunca se me ocurrió pensar que eras tan puritana, Julie.

Esta vez la aludida fue quien entornó los ojos.

―Te he dicho que vive con un hombre pero no con cuál hombre ―enfatizó.

La otra joven arqueó una ceja. Julie se acercó más a ella y cuando estuvo casi rozando su boca, murmuró:

―InuYasha Dómine ―dijo, y asintió satisfecha cuando vio la sutil pero clara sorpresa en el rostro de su amiga.

Je ne crois pas ―fue lo único que atinó a decir la joven después de un largo silencio.

Juelie bufó, un moco molesta. Le había costado horrores recordar quién era el hombre que recogía a Kagome todos los días después de clase como para que su amiga no le creyera.

―Allá tú, Kykiô; pero no digas que no te lo advertí.

La aludida mudó toda expresión y sacudió la cabeza.

―No tienes que advertirme de nada, Julie. Todo eso fue hace mucho tiempo, ¿recuerdas? Bueno ―dijo, antes de añadir―: aunque no éramos amigas todavía por esos tiempos ―habló ella con tono calmo―. Pero de todos modos siento lástima por ella, él es un voyeur. La va a herir ―susurró. A Julié no se le pasó la nota de dolor que cruzó por su voz, pero no dijo nada.

Porque, ¿qué más le podía decir? Ella, después de todo, tenía razón. Entonces fue cuando se arrepintió de haberle contado todo eso. A menudo olvidaba ese episodio en la vida de su amiga porque para ella, en esos tiempos, tan sólo fue como un comentario a la pasada en los pasillos de la escuela. Por lo mismo le había costado tanto reconocer al hombre.

―Lo siento ―atinó a murmurar. Kykiô sonrió a nadie en particular y continuó mirándose las uñas.

No volvieron a hablarse hasta que las clases terminaron.

Él le sonrió. Ella no pudo evitar hacer lo mismo.

―¿Y qué tan terrible estuvo el día? ―bromeó InuYasha mientras ella se acercaba hacia él con el ceño fruncido. Se detuvo a centímetros de tocarlo.

Él era ―si sólo buscaba las palabras más simples― hermoso. No había otra palabra que lo definiera mejor sin antes adularlo con excesos. Tenía un porte magnífico, de al menos veinte centímetros más que ella. Su piel estaba bronceada de manera exquisita, haciendo que sus ojos color miel resaltaran absurdamente bellos en su rostro anguloso, de mentón firme y nariz recta.

―Fatal. ¿Sabes? Creo que las clases ya deberían terminar, al menos por intervención divina. Es horrible no tener a nadie con quien hablar ―lo miró, manteniendo el entrecejo arrugado.

Él soltó una carcajada y besó la unión arrugada entre sus cejas.

―Ya vendrán días mejores, sweetie. Siempre vuelven ―dijo él, regalándole una sonrisa perfecta.

Ella suspiró y negó con la cabeza.

―A veces pienso que nunca volverán. En serio ―y aunque lo dijo en broma, al terminar no pudo evitar la horrible seriedad que envolvían inevitablemente sus palabras. De repente se sintió hastiada y fuera de lugar.

―Boba ―escuchó que decía él mientras la empujaba hacia la puerta del auto y la abría para ella. Cuando estuvo sentada, se arrodilló un poco para quedar a la altura de su rostro―: Las cosas buenas siempre vuelven, simplemente hay que obligarlas ―le dijo más serio de lo que pretendía.

Ella lo miró, un poco sorprendida y le sonrió.

―Entonces más le vale obligarlas, señor, porque o si no lo lamentará.

Inuyasha arqueó una ceja.

―Y yo no podría vivir con eso, claro.

―Por supuesto ―asintió ella, con un gesto grave.

El rió con fuerza.

― Será mejor que nos vayamos. Tengo el presentimiento de que hoy tendremos noticias ―dijo, mientras le cerraba la puerta.

Llegaron riendo como idiotas al departamento cerca de Motparnasse.

Voilá ―dijo InuYasha mientras la invitaba a entrar tras abrir la puerta―. Bienvenida a casa, sweetie.

Kagome arqueó una ceja y le hizo una reverencia burlona.

Merci, mon cavallier.

De rien, ma dame ―dijo con tono solemne, mientras se llevaba la mano a su pecho y le devolvía la reverencia.

Kagome rió sonoramente mientras entraba.

―¿Y qué cenaremos hoy? ―preguntó caminando hacia su cuarto para dejar el bolso.

―No sé, tú eres quien entiende de esos asuntos ―escuchó que decía InuYasha.

Ella volvió a sonreír. Acomodando su bolso en un rincón de la espaciosa pieza pensó que era urgente que él solucionara aquel problema. No es que todos los hombres del mundo supieran cocinar, pero ella temía que él era de esos de los que, incluso, se les quema el agua.

―Por suerte existen los hervidores ―suspiró.

―¿Dijiste algo? ―murmuró una voz justo en su oído.

Kagome soltó un grito. Lo miró, furiosa y le golpeó el pecho para que se alejara unos pasos.

―Bruto, odio que hagas eso ―recriminó.

―Eh… ¿mis disculpas? ―preguntó, levantando los brazos al cielo como si eso lo excusara.

Ella entornó los ojos y volvió a golpearlo para que la dejara pasar. Abrió la puerta de la cocina con un solo golpe y se dirigió a la nevera que estaba… ¿vacía?

―Hey, Kagome, lo de las disculpas iba…

Ella se volteó hacia él levantando la mano para que se callara. Él obedeció al instante.

―Tenemos un problema ―dijo ella con tono serio.

―Otro más ―masculló él, mirando al cielo como si este fuera capaz de darle las respuestas.

―No tenemos comida.

―¿Eh? Pero si esta mañana pasé de compras.

Esta vez fue el turno de Kagome para exigirle respuestas al cielo.

―¿Empanadas y papas fritas congeladas? ¿Helado? ¿Vino? ―sacudió frente a sus narices una bolsa de comida congelada. Luego, la tiró a la nevera y miró a InuYasha reprobatoriamente―. ¿Es que nunca has comido algo decente en tu vida?

InuYasha la miraba pasmado.

―Creí que eso es lo que come todo el mundo ―respondió ofendido.

―Sí, al menos que quieras morirte a tus veinte cinco de un infarto al miocardio.

―Hey, hey ―la detuvo él―, que actué de buena fe.

―A veces pienso que ni siquiera notaste esas tortas de verduras que te obligué a comer ―suspiró, cerrando la nevera―. ¿Y ahora?

―¿Papas con empanadas?

Ella lo miró con los ojos entrecerrado.

―¿Sabes, Inuyasha? Creo que eres demasiado americano como para ser descendiente de franceses.

―Eso ha dolido, ma dame.

―Sí, ya ―suspiró y se quedó mirándolo, como buscando respuesta a una pregunta de dimensiones guturales.

Él se encogió de hombros cuando supo que si lo seguía haciendo le sería inevitable reírse (y a carcajadas) en su cara. Ella se molestaría. Mucho. Y él odiaba (mentira, lo disfrutaba secretamente) cuando eso pasaba.

―¿Qué? ―le preguntó a cambio.

Ella volvió a suspirar.

―¿Te das cuenta que no pareces un hombre hecho y derecho?

Golpe bajo, pensó InuYasha un tanto taciturno.

―Si para ti no soy lo suficientemente hombre, ma petite, no significa que no lo sea.

―Ya ―. Kagome puso los ojos en blanco y prosiguió a volver a abrir la nevera.

Se consoló pensando que hacía ya mucho tiempo que no comía papas fritas.

"Play it, Sam. Play 'As Time Goes By"

You must remember this
A kiss is still a kiss
A sigh is still (just) a sigh
The fundamental things apply
As time goes by

"Of all the gin joints in all the towns in all the world, she walks into mine"

Moonlight and love songs - never out of date
Hearts full of passion - jealousy and hate
Woman needs man - and man must have his mate
That no one can deny

"We will always have Paris"

Y aunque ya había visto muchas veces aquella escena, le fue casi imposible contener las lágrimas. Al mismo tiempo fue consciente de que InuYasha tomaba aire, preocupado, a punto de decirle algo probablemente gracioso para evitar el desastre.

―Vale, Casablanca es mi punto débil ―se precipitó ella, sonriendo, mientras lo miraba con sus ojitos brillosos. InuYasha apagó el plasma perdiendo la imagen de Rick Blaine y suspiró.

Pasó un minuto de silencio en el cual Kagome pudo concentrarse en mantener los ojos relativamente secos hasta que él por fin habló.

―No sabía que caías tan fácilmente con este tipo de cursilerías. Te creía una mujer más íntegra. ―Ella le golpeó el brazo―. Hey, ¿para qué la violencia?

Kagome rió.

―Es que tú sacas lo peor de mí.

―Touché, sweetie.

Kagome volvió a reír. Le gustaba el juego de palabras que siempre utilizaba cuando estaba con ella. La hacía sentir viva. Entonces cayó repentinamente en la cuenta de que desde que se había mudado con InuYasha, había sonreído muchísimo más que en los dos meses anteriores a ese acontecimiento.

―Me gusta tu sonrisa. Es increíblemente infantil.

El comentario la pilló desprevenida. Lo miró, estupefacta. InuYasha fue el que esta vez rió.

―Hay que ver qué cara pones. Es como si en cada cosa que dijera pensaras que hay una trampa.

―Disculpa, mis antecedentes no hablan específicamente bien de ti.

InuYasha volvió a sonreír, pero esta vez no con tanto ánimo.

Porque ella tenía razón. De todos los encuentros, el producido entre InuYasha y Kagome debería catalogarse, al menos con las palabras más suaves, de estrellado.

"¿Así que tú eres la hija de esa puta caza fortunas?" había sido la primera frase entre ellos, ya hacía casi tres años. Y luego todos sus encuentros habían continuado con palabras filosas, que ojalá cada cual se fuera con una herida mental, al menos, cuando se despidieran con una mueca de mal actuada de tristeza. Por suerte no habían sido demasiados.

―Pero he madurado, ¿vale? ―dijo él, acariciándole fugazmente la coronilla.

―Es lo mínimo que se esperaba de ti. Porque ya sabemos que con eso de las comidas estás perdido.

Él puso su mejor cara de ofendido y le señaló el bol medio vacío con papas fritas a su lado.

―No puedes negar que te fue imposible negarte a ellas ―entrecerró los ojos―, admítelo.

Ella alzó una copa recién llenada con vino tinto y la levantó a la altura de su rostro.

―Salud por eso, mi estimado.

―Hay que ver lo marrana que eres ―masculló él mientras se volvía a llenar su propia copa con el Adobe Carmenère de la cosecha 2004.

―Ya, ¿y qué? ―murmuró ella observado el líquido púrpura, casi rojizo.

¿Y qué? Pensó entonces InuYasha. Después, ¿qué?

Se quedaron en silencio mientras cada uno bebía por su lado, perdido en sus propias cavilaciones por minutos o tal vez horas, ninguno estaba demasiado seguro.

A él le encantaba el sabor que dejaba el vino, sentía que era algo celestial. Aunque hay que ser un tanto imbécil para encontrar celestial algo tan frívolo. Pero él era así. ¿Y qué? Se preguntaba él también, porque ya no había mucho que poder explicar. Porque ya no quedaban explicaciones. Sacudió la cabeza. Estás alucinando, pensando estupideces, como cuando te emborrachas (lo que era bastante seguido), se dijo. No, tal vez ya lo estés. Y miró a Kagome, sentada en posición india sobre el sillón de cuero negro. Tenía la mirada perdida mientras jugueteaba con la copa y sus labios. Notó que tenía una gotita de vino por la comisura de éstos. Le ardió la garganta y sus propios labios parecieron quemarse en el proceso.

Ignorando la voz de alarma en su interior, dejó la copa en el suelo y se acercó lentamente a ella.

―Kagome ―susurró, cerca de su oído. Ella al instante dio un salto, como si cayera de nuevo a la Tierra y estuvo a punto de derramar el vino, pero InuYasha alcanzó a agarrar la copa, depositándola en el suelo, cerca de la suya.

Ella lo miró confundida, como si una neblina le empañara los ojos.

―¿Qué pasa? ―preguntó, esforzándose por enfocar la figura a veces borrosa de InuYasha.

Él no respondió. Y no fue porque no quisiera, sino porque de repente fue incapaz de hacerlo. Había algo apretándole el pecho. Algo, algo… "anhelo", pensó algún punto de su mente. Un anhelo que siempre había traído consigo y al que nadie prestó atención.

Menos tú, menos tú.

Aún sin decir palabra, se acercó aún más hacia su rostro. Vio cómo la gotita de vino se deslizaba a lo largo de su mentón. Tragó saliva.

―¿InuYasha? ―preguntó ella en un susurró. Aunque sentía que debía alejarse, sus músculos no respondieron.

Woman needs man - and man must have his mate
That no one can deny

La letra de la canción retumbaba en sus oídos.

Woman needs man

Él siguió absorto mirado su boca. Sus manos fueron lentamente hacia la cintura de la joven. Con miedo, como si fuera algo en extremo delicado, la apretó con suavidad. Soltó un gemido. Era increíblemente fina. Sus manos casi podían abarcarla por completo.

Se quedó quieto, con miedo de que ella se alejara, como siempre lo hacía. Pero milagrosamente, no lo hizo. Bajó la mirada hacia sus pechos turgentes escondidos bajo la blusa colegiala. Se movían a un ritmo acelerado. Lo comprendió entonces: estaba perdido.

En un abrir y cerrar de ojos ordenó a su lengua lamer el vino desde la punta del mentón de la joven hasta la comisura de sus labios. Eso sabía a gloria; eso sí era gloria.

Sintió cómo una pequeña mano se posaba, insegura contra su nuca, y cuando el terminó de lamer todo el vino, ésta lo instó a levantar su rostro hacia ella. Kagome.

―Y así, Kagome, ¿soy lo suficientemente hombre para ti? ―le preguntó en un susurro, soltando el aliento dulce sobre los labios femeninos, que dibujaron una tenue sonrisa.

―Usted, mon cavallier, es mucho más que suficiente ―le murmuró, combinando sus alientos entre los centímetros que los separaban.

Y entonces se miraron, como sorprendidos. Pero ella entonces sonrió abiertamente y lo obligó a acercarse más hacia ella, hasta que por fin sintió el volumen carnoso de sus labios contra los suyos. Gimió otra vez. Sus manos se metieron bajo la blusa, subiendo lentamente hasta dar con sus pechos bajo el sujetador. Los apresó, suavemente, y comenzó a masajearlos.

And man must have his mate

El suave gemido de Kagome contra él no hizo nada más que ahondar el beso. Ella abrió más la boca y jugueteó con su lengua. Lo mordió. Volvió a jugar con él. La gloria, la gloria, se repetía al tiempo que sus manos subían el sujetador para poder apresar los duros pezones.

Mon dieu ―gimió ella entre besos cuando le pellizco los duros picos de sus pechos y se arqueó hacia él.

―¿Te gusta? ―le preguntó con un tono más grave de lo normal, tomando su mano y dirigiéndola hasta el bulto duro en sus pantalones. Hizo que la moviera de arriba abajo. Suspiró―: A mí me gusta que me hagas esto, Kagome…

Volvió a besarla, sólo para estar seguro de que ella era real. Para convencerse de que eran sus labios los que jugueteaban con los de él y no los de una puta barata comprada en esos tantos burdeles de la rue

Se escuchó un golpe. La puerta. Se quedaron fríos. Rápidamente se separaron he InuYasha le cubrió los pechos con su blusa. Hizo una seña para que se quedara en silencio mientras iba a buscar un viejo atizador.

Con decisión, avanzó lentamente hacia la entrada del living. No habían prendido las luces (exceptuando la luz de mesa, al lado de Kagome) así que tenía cierta ventaja sobre el extraño. Continuó avanzando. De repente vio una sombra moverse con tal rapidez que apenas tuvo tiempo de responder. Un golpe en el abdomen lo mandó directamente al piso. Las luces se encendieron abruptamente dejándolo ciego por segundos antes de reconocer el rostro del individuo.

―Sesshômaru ―jadeó Kagome, inmóvil en su asiento.

Será mejor que nos vayamos. Tengo el presentimiento de que hoy tendremos noticias. De pronto, las palabras de InuYasha cobraron un inesperado significado.

―Volviste ―fue lo único que pudo decir mientras una rabiosas lágrimas peleaban por salir de sus ojos.


Continuará


Notas de la autora:

Uf, tanto tiempo sin dar noticias de yo. Primero que todo, AllySan (que espero que estés leyendo esto), te cuento que planeé seriamente actualizar (Re)Viviendo en su fecha correspondiente. Pero a mi juicio, el capítulo estaba hecho un asco y he escrito ya demasiado mal como para seguir arruinándolo. Voy pegada a la mitad de la escena re-hecha (porque deseché varias páginas), sin saber muy bien que hacer aún, así que yo le doy fecha para al menos, un mes y un poco más, cuando pueda dedicarme mejor y dejar hecha mierda la historia. Pero te agradezco un montón por el apoyo de siempre. Besos!

Ah, y en cuanto a esta historia. La verdad es que la estaba pensada para un concurso donde no pude entregar (tiempo, tiempo) e iba a ser un oneshot, pero decidí dejarlo para un minific. Serán cinco capítulos. Y esto lo estoy haciendo no porque tengo tiempo, sino como experimento. Creo que como seudoescritora estoy en un proceso de retiro, donde necesito reorganizar mi estilo y el curso que voy a seguir. Digamos que esto es como una autoevaluación, porque de verdad, estoy bastante disconforme con lo que he hecho después de un año de poca productividad literaria (?).

Así pues, les estoy tirando varios temas que en algún punto del año quise tratar en alguna historia. A ver si los pillan, porque voy a dejar un desorden realmente. Todo sea por mejorar xD.

Soirée viene del francés. Se traduce como noche, y ya luego verán su significado a lo largo de la historia, como varias explicaciones de un par de cosas que ya mostré.

Cualquier duda (de cualquier cosa, ya sea palabra, argumento, etc) las pueden hacer. Si no... pues eehh, no x). Por cierto que si encuentran alguna similitud con alguna otra historia mía, no es coincidencia.

Ojalá le encuentren gracia.

Besos!