Sanguinem Hereditatem
Capítulo I: Soledad , Incertidumbre y Responsabilidad.
Agosto 1974
Soledad, única y fiel compañera de mis penas, refugio de mi desastrosa juventud, testigo solemne de mis horas de angustia y desesperación. ¡Oh¡ soledad, si pudieras aconsejarme de la misma forma en que me escuchas, si pudieras opinar, pero hasta tú me has dejado, abandonado en el limbo de lo que debo llamar vida.
El tapiz del salón de dibujo, donde las generaciones de la "Noble y Ancestral Casa de los Black" fueran bordadas en hilos de oro, hoy sufre lo que mi madre elocuentemente ha llamado "La mancha de la deshonra", muy cerca de mi nombre, lo que fuera la imagen de mi querida prima ahora no es más que una silueta chamuscada, recuerdo fiel de la importancia de la pureza de nuestra sangre y el precio de la traición a nuestra casta.
-Tojours pur- dice Madre, con esos ojos cautelosos que me recuerdan a los de una pantera en plena cacería.
Sirius continua despotricando maldiciones y amenazas, blandiendo el reluciente anillo de la familia en su dedo, inflado por ese orgullo Gryffindor que estoy seguro será su fin, asegurando que cuando asuma el mando de la familia el restaurara a la pobre Andrómeda.
¡Oh!, pero que tonto, cada día se supera más a sí mismo, es que… ¿No entiende que no se avisa al enemigo la estrategia de batalla?, su imprudencia se desborda en ataques de valentía que no hacen más que ganarle palizas cada vez más memorables.
-Tojours Pur Madre- Repito asintiendo solemnemente, ella sonríe y acaricia mi cabello de forma que entienda que es una amenaza.
Está claro, tanto como el olor de la tela quemada aun en el aire, quizás no sea valiente como Sirius, pero yo prefiero seguir mis instintos de auto preservación, los mismos que me llevaron a sentarme en la mesa de las serpientes, los mismos que me hacen erguir la espalda y destilar galantería ante los amigos de mis padres y aplaudir como una foca todas sus absurdas ideas puristas de sangre.
Algo dentro de mí se retuerce, pero entonces me recuerdo que si doy un paso en falso seré castigado. Vivo en mi propio infierno, como lacayo solicito que se viste de príncipe pero que padece las desventajas de todo prisionero.
-Ese es mi niño- Dice Madre y lanza una mirada de desprecio a su primogénito que se ha encaminado escaleras arriba, mirándome a mí de la misma forma que ella lo ha hecho con él, "Traidor" escrito en las pupilas negras como la noche.
No me extraña, ha sido así desde que entre a Hogwarts, un año detrás de él, él, valiente y tonto, profirió la peor de las deshonras consideradas por nuestra madre, saltando siglos de tradición, desprecio la casa de Salazar, hogar de los Black desde que el primero de nuestra línea ingreso a aquel castillo, aun me estremezco al recordar aquel Septiembre, una semana había pasado desde que mi hermano mayor hubiese partido, cinco lechuzas habían vuelto a casa sin respuesta, entonces una mañana, un pequeño cárabo gris atravesó la ventana trayendo consigo un paquete.
¡Merlín!, mis oídos jamás habían escuchado tal sonido pavoroso, Walburga Black gritaba desenfrenadamente, jurando y perjurando mil castigos y maldiciones ante la simple nota de Sirius, "Siéntete orgullosa Madre, he sido sorteado en Gryffindor" , acompañando una corbata de líneas rojas y doradas, que termino quemada sobre una bandeja de plata en el comedor.
Escucho a Madre subir las escaleras, pero mi vista sigue fija en el Tapiz, mi padre se mantiene encerrado en su estudio, dispuesto a ahogar los gritos en su colección de whisky de fuego y bourbon, escucho una discusión acerca de lealtad, sumisión y expectativas, el claro y potente grito de Sirius resuena a través de los pasillos... "jamás seré un sirviente de ese bastardo, te has vuelto totalmente loca si crees que seguiré su decrepito juego."
El silencio inunda el número doce de Grimaud Place y yo me obligo a no mover un musculo, se de sobra lo que ocurre tras la puerta de la habitación de Sirius, ruego a los cielos que no muera, ruego a Merlín que lo proteja, yo no puedo hacerlo, no es que no quiera, pero uno de los dos debe ser sensato.
Una hora más tarde, mis padres salen de casa, espero, cuento mentalmente hasta cincuenta, han desaparecido.
-Kreacher!- grito por instinto y el viejo elfo corre escaleras arriba tras de mí.
Abro la puerta, ¡Mierda!, pienso, la sangre baña la alfombra y Sirius esta enroscado boca abajo sobre ella, ¡Mierda, mierda, mierda!, no se mueve, me acerco y lo giro, esta helado, pálido, golpeado, una serie de cortes le desgarran el cuerpo, lloro, fuera de todo control.
- ¡Maldito imbécil!, ¡Te lo dije ¡!Maldición¡ ¡Sirius respóndeme!, ¡Demonios!- insisto pero el apenas mueve los ojos en mi dirección, un par de desorbitados ojos opacos, la vida se le escapa en pequeños suspiros cada vez más débiles.
Kreacher está parado cerca retuerce sus nudosas manos a la altura del pecho, sabe bien que no debe ayudarle, la desesperación se apodera de mi como la muerte de mi hermano, esta vez Madre ha perdido los estribos, sus intenciones eran claras, borrarlo del panorama, ¡Oh Mierda¡, se lo dije, le advertí tantas veces.
-Reg...- murmura y su vista se pierde en la distancia, ¡Mierda, mierda, mierda!
-Kreacher- llamo en el tono de voz autoritario que le indica que más le vale obedecer- Llévanos con los Potter- Los azules ojos se dilatan desaforadamente, su boca deforme se abre y deja ver una hilera de dientes putrefactos, lo que le pido es un sacrilegio, lo sé, pero Sirius ya no tiene opciones, tampoco tiempo, la sangre fluye llevándose con su cauce raudo los últimos vestigios de color de su piel ahora pétrea y fría.
-¡Es una orden, Maldición! ¡No me retes! - continuo gritando tanto como mi entrecortada voz me lo permite- Las escorias como el deben estar con su misma clase, su sangre está contaminando la pureza de esta casa- mi comentario despectivo parce funcionar, el elfo aplaude, sonríe con gesticulaciones maniacas, se acerca a nosotros y clava sus manos en la ropa ensangrentada de Sirius.
-Kreacher se encargara Amo, Kreacher no debe permitir que el Amo se contamine con esa escoria traidores de la sangre de mi Amo- murmura con ojos brillantes- Kreacher solo vive para servir a la Noble Casa de los Black-
-Asegúrate de que lo encuentren- le espeto, desaparece con un sonoro "Plop".
Rebusco en su habitación, aun temblando, tomo su mochila, deslizo dentro la varita que he descubierto desterrada bajo la cama, algo de ropa que tomo descuidadamente del armario y su adorada escoba.
-Llévale esto- digo al elfo que ha vuelto después de varios eternos minutos- ese traidor, no merece nuestro apellido, sus cosas aquí son malos recuerdos que solo opacaran la felicidad de esta familia por librarse de el- intento sonar convincente, parezco lograrlo, sus ojos azules se dilatan aún más y asiente- Mis padres, nadie debe saber que sacamos a esa basura de aquí, ¿Has comprendido?- inquiero.
-Kreacher solo vive para servirle al amo Regulus y a la Noble Casa de los Black- repite como oración fervorosa y desaparece con ese semblante complacido, eufórico y retorcido que sin duda aprendió de mi madre.
Me levanto del suelo, empapado en la sangre de mi hermano, es roja, como su querida insignia, roja como la mía, roja como la que una vez vi salir del labio de Ted Tonks; cuando en medio de una tonta discusión hubiese caído al suelo, tropezando con sus propios pies y se rompiera el labio, roja, viscosa, tibia. Sangres pura como los Black, traidores de la sangre como Sirius, mestizos como Severus, hijos de Muggles como el nuevo esposo de Dromeda, todos portamos el mismo liquido en las venas.
Entro a mi habitación, incapaz de hacer otra cosa que lanzarme al piso a llorar, el ya no puede volver, estoy solo, empapado en su sangre, solo con una carga que no quiero llevar, solo ante las demandas de una familia para la que no soy más que una propiedad, ruego a todo lo que me escuche, ¡que viva, por favor Merlín déjalo vivir¡, al menos permite que uno de nosotros goce del paraíso de la libertad que ni las antiguas paredes de Hogwarts pueden brindarme ahora.
Agosto 1991
Desde el alfeizar de la ventana, con la frente nívea contra el frio cristal sus ojos barrían la calle una y otra vez, no es que hubiera nada emocionante que ver, ni nada que no hubiera visto antes, de hecho parecía que toda la calle Nenúfar, cerca de King Hills, hubiera sido planeada para que cada casa luciera como espejo de la otra, todas estaban estrictamente pintadas de blanco, todas poseían un jardín con seis rosales en el frente, un idéntico pórtico y una chimenea de ladrillos, sus habitantes no discordaban mucho los unos de los otros, cada mañana en punto de las ocho, los autos dejaban sus garajes y partían en dirección al centro de Kent, donde los señores trajeados acudían a trabajar en elegantes oficinas, mientras sus esposas permanecían en casa, salvo algunas excepciones, los niños, como era de esperarse durante el verano, pasaban el día correteando entre aspersores en el jardín, montando sus bicicletas de último modelo y riendo a carcajadas. Todas las tardes cerca de las cinco, los autos regresaban y las madres asomaban a cabeza por la puerta llamando con gritos insistentes a sus hijos, que marcharían en tropel de regreso a sus casas para cenar.
Si en un principio la vida simple de los muggles le había causado infinita fascinación, ahora no podía encontrarla más aburrida, asfixiante de hecho, la constante rutina estaba comenzando a enloquecerla, mientras sus ojos vagaban por los techos grises, su mente volaba de regreso a las verdes colinas que desde lo alto parecían un entramado, debido a los diversos tonos de verde del pasto que crecía rebelde, añoraba el ruidito de los narcisos pitantes del jardín de su tía, el constante borboteo que hacia el agua con el jabón al ser fregados los platos por si mismos en la cocina, el zumbido de los libros volando desde las estanterías de la biblioteca de su tío hasta su abarrotado escritorio. Hacía poco más de un mes que había sido llevada a vivir con esa agradable pareja de muggles, se había sorprendido mucho cuando oculta detrás de la puerta había observado como su memoria era modificada y frente a ella, cientos de fotografías suyas, aparecían en portarretratos, estáticas, como si hubiera sido cosa de ellos ponerlas allí, la casa era amplia, aunque no se comparaba con aquella en la que había crecido, su padrino había hecho aparecer sus pertenencias, o al menos aquellas que concordaban con su nuevo e impuesto hogar, en una de las habitaciones, como si hubiese vivido allí toda su vida, un disfraz, una medida extrema para su protección, se había sentido abandonada, excluida, no había posibilidad de enviar lechuzas, ni usar las chimeneas, después de todo, ¿Qué pensaría el ministerio si se conectara una casa muggle al sistema de red flu?, tampoco podía recibir diarios, estaba aislada por completo de su mundo, de su familia y de todo aquello que de una u otra forma siempre la había hecho sentir segura.
Con el paso de los días, mientras aminoraba su entusiasmo por lo desconocido y crecía su ansiedad, habiendo acabado con los libros de la biblioteca y algunos que había encontrado empacados en viejas cajas polvorientas, pasaba horas y horas allí, inmóvil, llevando la mirada arriba y debajo de la calle, esperando, como cada día algo inusual, un sonido, un murmullo, cualquier cosa que le permitiera una conexión, por mínima que esta fuera, con el mundo mágico.
Pero nada sucedía, se froto los brazos sobre el ligero sueter color rosa, al parecer, los muggles consideraban la seda poco apropiada, preferían, por o visto, materiales como el algodón y la lana y esos pantalones de tela gruesa y áspera, "jeans", les decían, que le resultaban en efecto cómodos, pero muy extraños, después de todo, a sus escasos once años, todo lo que había vestido eran vestidos y camisones de seda, satín, o cualquier otra tela que según la tía Dromeda, eran adecuadas para una señorita. ¡Oh Merlín! Como la extrañaba, incluso parecía escuchar su voz, sus constantes retahílas sobre modales y buenas maneras, ese grito insistente… "Espalda recta, cabeza erguida, frente en alto", tanto se quejaba de aquello como ahora lo echaba de menos, a su prima y sus constantes bromas, a su tío, con sus siempre interesantes historias, a la maravillosa gracia, que ahora valoraba más que nunca, de tener magia y, desde luego, poder usarla.
Se sentía fuera de lugar, estaba tan nerviosa por verse sola por primera vez, en un mundo opuesto al suyo, que durante la primera semana tuvo serios problemas para mantener sus "accidentes" bajo control, no había sabido cómo explicarle a los Sres. Granger como habían, de la nada, cambiado sus rosas de un prístino blanco a un brillante rojo, cuando en un ataque de frustración, causado por la monocromía y un antojo antinatural por tarta de calabaza, que al parecer no conocían en aquella casa receta alguna, había salido dando tumbos al jardín y recordando un reciente libro de cuentos muggle, había pensado en darle un giro a las cosas, nunca pensó que su deseo fuera tan fuerte como para cambiar las rosas de color, fue gracioso al principio, pero cuando se hubo dado cuenta de que no podría revertirlo entro el peor de los ataques de pánico, esa noche se había encerrado en su habitación y cuando le llamaron a cenar se había fingido enferma, no sabría si podría evitar confesar su papel ante lo que la Sra. Granger y el ama de llaves llamaron "Un evento de lo más extraño y un acto de barbarie".
-¡Imagínese Sra. Newton!- había gritado la Sra. Granger- Cambiar mis rosas por estas tan comunes y de un tono tan vulgar-
Aquello había causado tal indignación en ella que no había vuelto a salir al jardín y se limitaba a sentarse a un lado de la ventana, observando y rezando en silencio para que de alguna forma el verano acabase rápidamente.
Su reloj de pulso marcaba las cinco en punto, volvió a barrer la calle con los ojos empañados en recuerdos, algo extraño parecía ocurrir puesto que no había niños jugando, ni autos volviendo, madres en las puertas, la cotidianidad estaba retrasada y eso, a decir verdad, la entusiasmo al extremo. Una figura se movió a contra luz calle arriba, con un contoneo constante, se cubrió de los rayos crepusculares que comenzaban a ceder paso a la noche para enfocar mejor, pero cuando la pequeña silueta de un gato rayado cruzo la calle hacia la acera donde se hallaba su casa, su desilusión fue tal que se alejó cerrando la ventana de un solo golpe y se precipito escaleras abajo, donde ya podía oírse el repiqueteo de tazas y cucharillas dispuestas para el té de la tarde.
La casa era grane, de paredes blancas, pisos de madera y alfombras pardas, las cortinas, manteles y todo aquello que se hubiese dispuesto como adorno poseía el mismo tono, uno que otro cuenco de cristal esparcido por aquí y por allá, siempre lleno de rosas blancas frescas, que ahora eran rojas, los muebles de madera blanca, ni una nota de color más que las que daban las fotografías apiladas sobre las cómodas y la chimenea de la sala de estar.
El sonido del televisor le llego claro cuando alcanzo el rellano, el Sr. Granger veía las noticias mientras un ejemplar del Times de Londres descansaba sobre el posa brazos del sofá de cuero negro, perfectamente doblado, la Sra. Granger estaba sentada cerca de una mesa repleta de pastas y sobre la cual una tetera humeante y tres tazas habían sido dispuestas. La Sra. Newton, el ama de llaves que, convenientemente, se les había ocurrido contratar hacia un mes, le sonrió con servil gesto, aparto la silla y ella se sentó sin decir palabra.
Estaba de más decir que se encontraba molesta, su rostro se crispaba ante el esfuerzo de no demostrar sus emociones, un mes sin noticias, un mes que avanzaba tempestuosamente hacia un fin que se demoraba demasiado. ¿En que estaban pensando cuando se les ocurrió que era esta la mejor forma de mantenerla a salvo?, ¿Acaso aquellos que desconocían su existencia buscarían los registros de alguien que no existía?, ¡No!, su respuesta siempre seria no, pero ellos habían pensado que lo mejor era no correr riesgos.
La Sra. Granger se giró para dirigirse a ella, pero justo entonces el timbre sonó, sobresaltando a todos en la sala. En todo el mes, las únicas visitas que habían recibido consistían en el cartero, el chico que repartía el periódico y el repartidor de leche y no es que ellos se pudieran catalogar como tal, pues nunca tocaban el timbre y jamás usaban la puerta principal.
Su estómago se contrajo, temiendo, como solía hacerlo desde que había llegado, que alguien le hubiera descubierto, pero de ser así, se recordó, no tocarían amablemente el timbre, se obligó a respirar y volver el rostro hacia la Sra. Granger, tenía el ceño fruncido y las manos en la cintura.
-¡Que imprudencia!- Reclamo- ¿Pero quién hace visitas a la hora de te sin haber sido invitado?- con una mirada furiosa hacia la Sra. Newton, le indico que abriera la puerta.
Se escucharon pasos, voces apagadas y entonces una mujer de túnica verde olivo y sombrero negro de ala ancha entro a la sala, su piel clara estaba marcada por la edad y sus ojos verdes inmediatamente se fijaron en la pequeña de rizos castaños.
-Buenas tardes- Dijo la mujer con voz suave- Me disculpo por la intromisión, me llamo Minerva Mcgonagall, enseño en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería- El silencio rotundo se apodero de la sala, tres pares de ojos la miraban perplejos.- He traído una Carta, para la Srta. ¿Hermione Granger?- Dijo, sacando un sobre de los pliegues de su túnica.
Cuando aquella noche, observaba desde el alfeizar de su ventana la figura del gato rayado desaparecer entre las sombras, con su pase de regreso firmemente abrazado contra el pecho, Hermione sintió el peso de la realidad caer sobre ella, volvería a casa, no como ella, si no como una persona diferente, una persona que serviría de escudo, de mascara, de disfraz. Estaba sola, sola con una responsabilidad enorme que no había solicitado, sola con un destino incierto, sola ante un mundo del que siempre la habían escondido y al que ahora Hogwarts le abría las puertas.
