Aquí estamos de nuevo con otra actividad propuesta desde mi querido amigo, el LJ (comunidad Spanishfemslash, concretamente).

Lo típico: Glee no me pertenece y blablabla.

Advertencia: La historia se sitúa antes del episodio 2x10

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1. Muérdago.

Falta una semana para Navidad.

Santana se apartó en una esquina de la habitación y se llevó el vaso de ron a los labios con parsimonia.

"No tendría que haber venido" pensó, echándole un rápido vistazo al comedor de Puck, invadido en ese momento por doce cafres semi-borrachos a los que Santana seguía empeñada en llamar amigos.

Las fiestas de Puck eran siempre míticas, pero en aquella ocasión no se lo estaba pasando nada bien. Quizás fuera el motivo de la celebración (la Navidad nunca había sido Santo de su devoción) o el hecho de que Brittany llevase más de diez minutos jugando con la lengua de Artie, no lo sabía. El caso era que le estaban entrando unas ganas tremendas de largarse de allí.

Miró su vaso de ron a contraluz y frunció un poco los labios. Tal vez un par de copas más la ayudasen a hacer la situación más soportable.

Treinta minutos. Treinta minutos fue lo que tardó aquello en desmadrarse del todo. El alcohol corría en abundancia por las venas de todos y la habitación quedó rápidamente inundada de risas borrachas y estupideces varias, desde Mercedes tratando en vano de bailar ballet hasta Sam haciendo el pino con una mano (con su consiguiente hostia monumental y bronca de Quinn).

Santana permaneció en su rincón sin moverse. El cuarto vaso de ron estaba empezando a hacerle efecto y la risa floja comenzó a apoderarse de ella.

-¡Eh, eh! –exclamó Puck, subiéndose de un salto a uno de los sillones. Con las manos ocultas tras la espalda, los miró a todos con una expresión de malicia dibujada en su cara de mohicano-. ¡Hora de los besos! –gritó, mostrando lo que parecían ser lo menos una decena de ramilletes de muérdago.

Santana puso los ojos en blanco mientras veía como Puck empezaba a colgar aquellas hojas verdes por toda la casa, coreado por las risas y los vítores del resto de miembros del Glee Club.

Mike fue el primero en arrastrar a Tina bajo el muérdago de la puerta para darle el morreo del siglo. Santana arqueó una ceja y comenzó a carcajearse sin poder evitarlo (bendito ron). Y parecían tontos los chinitos.

Sam fue el siguiente. Cogió directamente un ramillete y tras agitarlo poéticamente sobre la cabeza de Quinn, le dio un suave beso en los labios que dejó de ser suave en el instante en el que la rubia abrió la boca.

En menos de un minuto, todo el mundo se encontraba con la lengua perdida en bocas ajenas y Santana se llevó dio un trago a su vaso sólo para tener algo que hacer con los labios. Brittany seguía sentada sobre el regazo de Artie y la latina tuvo que ladear el cuerpo para no verlos expresarse amor con tanto ímpetu. A este paso, terminaría la fiesta vomitando (y no necesariamente a causa del alcohol). Sólo entonces vio que no era la única que no se había unido al putiferio de besos. Rachel estaba también en una esquina de la habitación, con la espalda apoyada en la pared, y distraídamente jugueteando con su vaso. Santana se preguntó por qué no estaba metiéndole mano a su novio-morsa, pero entonces recordó que hacía menos de una semana que el fortachón había roto con ella. Por un pequeño instante (y seguramente más por efecto del alcohol que otra cosa), sintió algo de lástima.

Rachel giró un poco el rostro y la miró. A juzgar por el modo en el que entrecerraba los ojos, apostaba a que su copa no llevaba agua precisamente. Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Blaine y Kurt, que acababan de sentarse en el sofá con las caras tan juntas que apenas se distinguía cuándo terminaba una y empezaba la otra, y empezó a reírse como una posesa. No, definitivamente no estaba bebiendo H2O.

Santana señaló con los ojos a Puck y Lauren y tras comprobar que Rachel la miraba, se llevó los dedos a la boca, fingiendo provocarse una arcada. Las risas de la muchacha resonaron por todo el comedor. Cuando quiso darse cuenta, Rachel había abandonado su esquina y se aproximaba hacia ella dando peligrosos tumbos. Fue un auténtico milagro navideño que no se cayera.

-Me encanta la Navidad –dijo, una vez hubo llegado a su lado. Tenía la voz pastosa a causa del alcohol.

-Pero si eres judía –observó Santana, extrañamente divertida ante la visión de una Berry completamente borracha. Eso sí que era algo nuevo.

-Ya, pero me gusta –dijo la muchacha, apoyando una mano contra el dintel de la puerta de la cocina. Acto seguido, volvió a reírse.

Santana sonrió por inercia y apuró el último trago de ron.

-Voy a por otro. ¿Quieres uno? –dijo, en un arranque de amabilidad.

Pero Rachel no la miraba a ella, sino a un punto indefinido por encima de su cabeza. Cuando la muchacha volvió a verse atacada por nuevos espasmos de risa, Santana alzó los ojos y vio que sobre ellas, colgando del marco de la puerta, descansaba un pequeño ramillete de muérdago. Terminó por estallar en carcajadas ella también (vete tú a saber por qué).

-¿Se supone que éste es el momento en el que debemos darnos un romántico beso y desearnos Feliz Navidad mientras de fondo suenan tiernos villancicos y caen estrellitas de purpurina?

No terminó de decir la frase que la judía ya se estaba riendo otra vez. Su risa era contagiosa, Santana acababa de comprobarlo.

-Primero, aún falta una semana para Navidad –se burló Santana-. Y segundo, yo a ti no te toco ni con un palo, hobbit.

Los ojos de Rachel se clavaron en los de Santana. Le sorprendió encontrar en ellos algo extrañamente parecido a la picardía. Le aguantó le sostuvo la mirada unos instantes hasta que un espasmo involuntario de risa sacudió a Rachel. No tardaron en volver a estallar en carcajadas al unísono.

-Lástima –comentó la morena, dándole otro trago a lo que quiera que fuera que estaba bebiendo-. Esto supone un año entero de mala suerte, que lo sepas.

Santana bufó.

-¿Más, aún? –sus ojos se desviaron por un momento hacia Artie y Brittany, que seguían haciendo gimnasia de lengua.

Rachel se encogió de hombros y esbozó una media sonrisilla.

-Seguro que te rompes una pierna antes del campeonato de animadoras y te quedas sin participar –la picó.

Santana la miró sombríamente. Sabía dónde dar para que doliese.

-Pues tú seguro que te quedas afónica antes de las Regionales y no puedes participar –contraatacó la latina.

Rachel abrió la boca, escandalizada por la posibilidad de que tal aberración pudiese llegar a suceder. Antes de que Santana pudiese permitirse el lujo de echarse a reír de nuevo, Rachel le puso una mano en el cuello y la atrajo un poco hacia sí.

-No sé tú, pero yo no me arriesgo.

Y acto seguido, se puso de puntillas para unir sus labios a los de ella.

Santana no supo si fue el alcohol, la sorpresa o qué, pero ni siquiera trató de apartarse.