Todos los días, Hera se levantaba de la cama y salía a un jardín que cultivaba en el mundo humano. Allí, plantaba varios tipos de flores. Sus favoritas eran las blancas porque representaban la pureza del amor, o al menos así lo creía ella. No estaba de acuerdo en que las rojas fueran las más apreciadas a nivel humano, pero tampoco podía culparlos. Los pobres no eran muy inteligentes.
Su `pasión por las flores era irritante para su hermano Zeus, quien deseaba que dejara a un lado esas tonterías y se centrara en casarse con él. Ella lo sabía, pero no estaba dispuesta a hacerlo. Y es que no había nada que odiara más que su personalidad.
Su hermano era un gran amante de las mujeres. A lo largo de su vida, se había casado con un número incontable de humanas, sin embargo, ninguna era lo bastante buena para él, debido a la rapidez con que envejecían y morían. Por ello, había decidido fijarse en su eternamente joven y bella hermana. Durante más de trescientos años estuvo detrás de ella, pidiéndole que se desposara con él, sin embargo, Hera no quería ser un instrumento más en sus manos.
Cuando acabó de podar el rosal, la diosa decidió volver al Olimpo para encerrarse en su habitación y allí practicar un poco las canciones para piano que estaba ensayando. Sin embargo, por el camino, se encontró con un pobre gorrión que parecía haberse perdido. Apenada, decidió agacharse a cogerlo y lo apretó contra su pecho mientras lo llevaba con ella a su cuarto.
Una vez allí, el gorrión se sacudió las alas. A Hera le hizo gracia este detalle, por lo que lo volvió a abrazar mientras le decía entre risas: pobre pajarito. Te amo.
Entonces y para su sorpresa, el ave comenzó a mudar de aspecto, hasta convertirse en su hermano.
Zeus sabía que no había nada más en la vida que le importara más a su hermana que la naturaleza y los animales, por lo que había decidido engañarla de esta forma para que, finalmente y pese a las difíciles circunstancias en que se hallaba, decidiera contraer matrimonio con él.
Por ello, la inocente diosa quiso ser un modelo a seguir para los demás dioses y mortales, y de esta forma, logró convertirse en la madre del cielo y en la diosa protectora de las mujeres casadas.
Gracias a esto, Hera pudo disfrutar de un trono de marfil que situó al lado del de su marido. El trono estaba decorado con pájaros de oro y ramas de sauce, lo que le haría recordar por siempre ese desgraciado día. También estaba cubierto por una piel de vaca blanca que utilizaba para hacer llover en tiempos de sequía, cuando Zeus estaba mosqueado y la tomaba con el mundo humano. Aparte, una luna blanca colgaba por encima del trono, balanceándose con la brisa.
_Blanca como la pureza de las rosas- pensaba ella cada vez que la miraba.
