Disclaimer: Los personajes de la saga de Sally Lockhart pertenecen a Phillip Pullman (aunque hay dos o tres que son míos).

Siempre he imaginado que la hija de Sally y Fred es tan aventurera como sus padres, esta es su historia (o una de las muchas aventuras que seguramente tuvo). Cuando un viejo enemigo vuelve a las andadas, es responsabilidad de Harriet y sus amigos detenerlo y averiguar cuál es su plan. Aunque seguramente será más peligroso de lo que imaginan.

El secreto en el humo

Capítulo 1

Oxford. Septiembre, 1902.

Era una típica noche de principios de trimestre en una pub universitario en la ciudad de Oxford; nada fuera de lo usual, mucho ruido, gente hablando a todo volumen, jóvenes borrachos cantando canciones de ebrios en las mesas de las esquinas y cerveza siendo generosamente repartida en las mesas. No se veían mujeres, aparte de seis o siete chicas de mala reputación que se sentaban en las rodillas de los parroquianos, haciéndolos reír y permitiéndoles pellizcarles los muslos regordetes. Otras se paseaban entre las mesas repartiendo bebida en los vasos vacíos. Dos jóvenes estaban sentados a una mesa, riendo estruendosamente, cerca de la pared del bar. Las chaquetas de ambos reposaban sobre los respaldos de sus sillas, y ambos tenían las mangas de sus camisas arremangadas bajo el codo. Uno de ellos se dirigió a su compañero con una sonrisa.

—Bedwell, ¿qué me dices de otra cerveza? —Sugirió, apoyando la mano sobre la mesa.

—Sólo si tú pagas, Hodwell —contestó el otro, riendo. Cualquiera que lo viera, habría visto a un joven de aspecto alegre, parecido a cualquier otro estudiante de Oxford. Su amigo le devolvió una sonrisa de superioridad. Él era un joven de apariencia aristocrática, cuyo aspecto contrastaba con la sencilla imagen de Bedwell.

—Por supuesto —declaró, alzando la mano para llamar la atención del mozo —. ¡Mozo! ¡Un par más por aquí! No queremos quedarnos secos esta noche —agregó, con una mueca divertida.

El mozo se acercó a ellos y retiró las jarras vacías, dirigiéndose a la barra. Ahí estaba instalado un joven delgado, que miraba atentamente un sucio vaso de whisky que estaba ante él. Si uno se acercaba a él lo suficiente, podía notar sus ojos rojos y su mirada huidiza, que lo delataban como a un adicto. Tenía el mismo aspecto de los hombres que pululaban por los tugurios del opio. Y acercándose aún más, se podía sentir el olor a opio en su ropa, que estaba descuidada y raída y le daba un aspecto patético y desolado. Un auténtico desdichado, como los que pululaban en ese tipo de lugares. Cada cierto rato miraba por sobre su hombro y volvía la mirada hacia su vaso. Parecía estar nervioso o asustado por algo. Un joven de su misma edad, aproximadamente, se acercó a él por la espalda.

—¡Foster! —exclamó el segundo, golpeando al de la mirada huidiza en el hombro. El aludido saltó en su asiento y se quedó mirándolo fulminantemente, como si quisiera asesinarlo lentamente. —¿Qué ha sido de tu vida?

—Nada especial, Collins. ¿Qué te importa a ti? —replicó Foster, hoscamente. Su amigo le devolvió una mirada extrañada. No se esperaba una reacción tan violenta.

— ¿Estás bien? Con algunos de los chicos pensábamos ir donde Madame Girard, dicen que trajo chicas nuevas, francesas… —dijo, con un tono conciliador, que el tal Foster pareció ignorar por completo.

—No me interesa —replicó el joven, rehuyendo la mirada de su amigo —. En todo caso, estoy bien. No es que sea asunto tuyo, de cualquier forma.

—Como tú digas —dijo Collins y se encogió de hombros, dándole la espalda a su amigo. Foster siguió mirando su vaso, como si de pronto fuera a salir el mismo monstruo del lago Ness de su vaso. Miró su viejo reloj de pulsera y suspiró hondamente. Si nada había pasado hasta entonces, seguramente todo estaría bien. Terminó de beber el vaso de whiskey de un sorbo y se limpió los labios con la manga de su camisa, sin demasiada delicadeza. Con movimientos lentos y pesados, se puso su chaqueta de tweed, que ostentaba sendos parches en los codos, demasiado desgastados por el uso. Tras dejar unas monedas junto al sucio vaso de vidrio, se dirigió hacia la puerta del pub, empujando en su camino a un joven rubio y menudo.

—¡Oye! —Protestó el joven menudo frente al atropello al que había sido sometido.

Foster lo ignoró. Quizás si no hubiera estado tan preocupado de sus propios asuntos se hubiera dado cuenta de que había algo femenino en la figura del joven menudo, o de los rizos rubios que se escapaban de la gorrita de muchacho que el joven llevaba encasquetado hasta las orejas. Y decididamente, no había nada masculino en la forma en la que el joven se acomodaba la chaqueta. Pero Foster no se preocupó de esos detalles, pensando en sus asuntos.

Foster salió del pub sin una mirada hacia atrás. El joven menudo bufó de exasperación y se apoyó en una pared, con la mirada atenta a todo lo que pasaba a su alrededor. Una chica se acercó a él, ofreciéndole una cerveza e insinuando algo más con su mirada, pero él la rechazó con un movimiento de la cabeza. Su mirada se paseó por sobre los chicos que bebían cerveza, quienes se había soltado las corbatas y abierto los cuellos de las camisas.

—Creo que debemos irnos, Hodwell —dijo uno de ellos, el de aspecto más relajado, Bedwell.

Su amigo asintió, dándole la razón, y sacó del bolsillo de su camisa un par de billetes, que dejó bajo una de las jarras. Ambos se pusieron las chaquetas y se colgaron las corbatas del cuello. Empezaron a caminar entre la multitud que llenaba el pub, en dirección a la puerta. Al tratar de avanzar entre la gente, empujaron al mismo joven delgado que Foster había empujado antes de salir.

—¡¿Qué rayos te pasa? —exclamó éste, con una voz que intentaba ser grave y aparentemente muy irritado. No había que ser muy hábil para notar que es voz no era verdaderamente masculina en lo absoluto y aunque Matthew Bedwell estaba ligeramente intoxicado, se dio cuenta de ello. El joven menudo levantó la mirada hacia el que lo había empujado, y entonces en su rostro se dibujó una sonrisa culpable, que Matthew reconoció en un segundo —. Matt… —susurró el "joven", con una voz súbitamente más suave. Una voz decididamente femenina.

El aludido se quedó sorprendido al verse reconocido, más aún porque no tenía ni idea de quién era la persona que lo interpelaba, aunque la voz se le hacía familiar. Pero no lograba encajar bien esa voz con lo que lo rodeaba. Entornando los ojos, lo miró de nuevo, y una mirada atónita se leyó instantáneamente en su rostro.

—¡Harriet! ¿Qué demonios haces aquí? —Exclamó, sinceramente sorprendido. ¿Qué hacía la pequeña Harriet Goldberg en ese sórdido lugar, a horas insólitas de la noche y vestida como muchacho? Ella tendría muchas explicaciones que dar, aparentemente.

—¿Harriet? —Preguntó Hodwell, el chico alto y aristocrático, quien no entendía nada. —Es un chico, Bedwell, no sé por quién lo estás to…

—La pensión es muy aburri… —empezó a decir Harriet, ignorando al aristocrático joven que la miraba sin entender nada. Pero no alcanzó a terminar, ya que Bedwell la arrastró por el brazo fuera del local, seguidos por Hodwell, quien seguía sin procesar lo que acaba de pasar. Quizás la cerveza se le había ido a la cabeza.

Cuando llegaron a la calle, Matthew soltó al muchacho y le quitó la gorrita que este tenía encajada, haciendo que un montón de rizos cortos cayeran sobre sus orejas. Ante la sorpresa de Nathan, era una joven, uno o dos años menor que él.

—¡Harriet Rose Goldberg! ¿Cómo se te puede haber pasado por la cabeza que venir a un pub de noche es buena idea? ¡Es peligroso! ¡Te pudo haber pasado…! —No alcanzó a terminar la oración, porque la muchacha (que claramente era una chica, a pesar de la primera impresión que Hodwell había tenido) le replicó indignada.

Nathan Hodwell miraba alternativamente a ambos, sin entender absolutamente nada. El que había pensado que era un muchacho común y corriente, había resultado ser una chica. Una chica muy enojada.

—¡Y claro, seguro que yo no puedo cuidarme por mi misma mucho mejor que dos idiotas medio-ebrios! Además no necesito que me cuides, ni tú, ni nadie —bufó ella, llevándose la manos a la cintura con un ademán muy femenino que se contradecía con su vestuario.

—¡Estoy casi seguro de que le prometiste a tu madre que no ibas a volver a hacer esto! —contestó furibundo Matthew, logrando que un rubor culpable iluminara la cara de la chica.

—No sabes lo aburrida que es esa pensión —empezó a explicar ella, intentando evitar el rubor culpable de sus mejillas —. Tenía que salir de ahí, antes de volverme loca. De todas formas, da lo mismo, ya me iba —añadió, quitándole la gorra a Matt de la mano bruscamente, antes de dar media vuelta y empezar a caminar alejándose de ellos, mientras se volvía a encasquetar la gorra decididamente.

—Te acompañamos—decidió Matt, empezando a caminar tras ella, tras un par de segundos. Ella no hizo ningún gesto que delatara que había escuchado. Hodwell se encogió de hombros y empezó a caminar tras su amigo, que parecía estar verdaderamente enojado. ¿Quién sería esa chica?

—¡Como quieras! —gritó Harriet, caminando a grandes zancadas con las manos en los bolsillos. Decididamente era una chica muy extraña, o al menos eso le parecía a Nathan. No conocía a muchas chicas que se vistieran de hombre.

Sin estar muy seguro de lo que hacía, Nathan los siguió de todas formas. La calle brillaba por la lluvia que había caído durante la tarde. Los charcos reflejaban las luces de la calle, y ellos eran las únicas personas que circulaban por ella. Parecía una noche común y corriente, nada fuera de lo ordinario. El único sonido que se escuchaba eran sus pasos chapoteando en los charcos. De repente, un ruido los hizo detenerse. Ruido de botes de basura cayendo. Harriet, quien iba unos pasos frente a ellos, miró a Matt. Hodwell vio el intercambio de miradas, y cómo los músculos de ambos se tensaban, expectantes.

Un joven delgaducho apareció por el callejón que había tras el pub. Harriet se detuvo y Matt la alcanzó. El joven intentaba correr dando tropezones y mirando por sobre su hombro. Parecía verdaderamente aterrado, sus movimientos eran nerviosos, desordenados, como si fuera el terror quien lo hiciera moverse. No había alcanzado a avanzar mucho cuando un nuevo ruido los impactó. Un balazo.

Vieron como el joven caía de bruces. Harriet se quedó helada, pero Matthew se abalanzó sobre él. Harriet, sin embargo, se quedó mirando el callejón, donde vio una sombra que desparecía en la oscuridad, como una capa. Su instinto fue más fuerte que ella, ahí había pasado algo importante y ella lo sabía. Sin dudarlo dos segundos empezó a correr hacia ella, adentrándose en la oscuridad del callejón. Corrió tan rápido como pudo hasta el fondo del pasaje. Pero la sombra que había visto había desaparecido por completo. Y ella estaba segura de haberla visto. Maldijo entre dientes y pateó unas cajas de fruta que estaban en una esquina.

—¡Mierda! —maldijo la chica, antes de disponerse a volver donde Matt y su amigo, que estaban junto al cuerpo. Hodwell la miró con el ceño fruncido. Ése no era el vocabulario de una jovencita.

Matt se inclinó sobre el caído y lo dio vuelta. El joven había caído de bruces, sin siquiera alcanzar a reaccionar a apoyar sus manos en el suelo. Había sido un tiro certero, el trabajo de un experto. Matt no recordaba haber visto a ese joven antes, pero estaba casi seguro de que era alumno de la universidad. Quizás habían sido compañeros en algún curso. Tenía los ojos muy abiertos, con una expresión fija de horror. ¿Qué mierda lo había asustado tanto como para que tuviera esa cara de pánico? Abrió la chaqueta del muchacho, y vio una mancha roja extendiéndose por la camisa blanca. Recordando las lecciones de su hermana puso dos dedos en donde debería estar la arteria carótida. No había pulso.

—Nathan, ¡Ve a buscar ayuda! ¡Rápido! —le gritó Matt a su amigo, que se incorporó y corrió hacia el bar. Él volvió la mirada hacia el cuerpo caído.

Matt no sabía cómo estaba actuando tan claramente, parecía que el alcohol había desaparecido de su sangre. No sentía pulso en el cuello del joven. Mierda, estaba muerto. Seguramente el tiro había sido directo al corazón. No conocía a ningún tirador capaz de hacer algo así, y eso que Sally Lockhart era muy buena. Siguió examinando el cuerpo. Uno de sus puños estaba pegado al pecho de joven, firmemente cerrado. Con algo de esfuerzo la forzó a abrirse. Un pequeño objeto brillante cayó de la mano del joven y Matt se apresuró en recogerlo. Era una pequeña estrella plateada, con un engranaje de metal negro engastado sobre ella. Sin saber bien que pensar, se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta, y volvió a inclinarse sobre el joven. Le hubiera gustado saber quien carajo era. Sintió como alguien más se inclinaba sobre él, apoyándose con familiaridad en su hombro, era Harriet, que miraba al cuerpo con incredulidad.

—¿Quién es? —preguntó, con la voz agitada. Matt sólo sacudió la cabeza y Harriet abrió los ojos desmesuradamente. Nunca antes había visto un cadáver. Y era tan impactante como se lo había imaginado. Ante la respuesta negativa del muchacho, volvió a preguntar. —¿Está…?

—Eso creo —murmuró Matt, y Harriet le acarició el hombro con suavidad, impresionada por el aspecto de su amigo. Nunca lo había visto tan afectad por nada. —Esto es horrible, Harriet. Esto me trae recuerdos que hubiera preferido olvidar.

Harriet le sonrió, intentando animarlo. Matt había estado en la India como parte del ejército británico, y había regresado muy afectado por algunos incidentes que habían sucedido ahí. Harriet nunca le había preguntado, pero sabía que se había visto obligado a arremeter contra civiles en un alzamiento. Nunca había querido preguntarle por los detalles.

—Lo siento Matt, pero me tengo que ir. Pronto va a llegar la policía, y van a empezar a hacer preguntas. Más me vale no estar aquí —murmuró ella, luego de unos segundos.

—Corre —fue lo único que dijo Matt, sin despegar la vista del cuerpo que tenía ante sí. Parecía estar en tan impresionado como su amiga, aunque ella sabía que él había sido testigo de horrores peores. Harriet se paró y le lanzó una última mirada a su amigo antes de desaparecer en la oscuridad.

El ruido de sus pasos en los charcos se perdió en la lejanía, mientras empezaba a llover. La lluvia caía con suavidad, mojando lentamente la cara horrorizada del joven, mientras la sangre que salía de la herida en su pecho se mezclaba con el agua que poco a poco inundaba el suelo.

-o-

Harriet corrió por las calles de Oxford bajo la lluvia, con la mente inquieta. ¿Qué había pasado en ese callejón? ¿Por qué el tirador había esperado que el joven saliera del callejón para dispararle? Seguramente habría sido más fácil matarlo en el callejón, ¿por qué esperar a que se alejara? Sin que ella supiera por qué, un escalofrío recorrió su espalda. Ahí había algo raro, algo muy raro.

Al llegar a la calle donde estaba la pensión en la que vivía, Harriet se acercó a la valla de una de las casas y la saltó con agilidad. Todos esos pasos eran parte de su naturaleza, a esas alturas de la vida. Estaba acostumbrada a hacerlo. En esa casa solían dejar la puerta del jardín trasero abierta, y en la valla que separaba la casa de la pensión, había una tabla suelta. La familiaridad de esos objetos hizo que la muchacha sonriera ligeramente. Era bueno ver que el mundo seguía funcionando a pesar de lo que había visto.

Harriet se deslizó felinamente por las sombras y se acercó a la parte trasera de la casa. No se veía ni una luz en los tres pisos de la casona y ella respiró aliviada. La idea de la señora Auckley despertando y encontrándola en esa situación le daba terror. Seguramente a la bruja esa le faltaría tiempo para contarle todo a su madre. Una sonrisa burlona se asomó a sus labios imaginándose la reacción de su madre. Seguramente estaría muy enojada, pero el enfado se le pasaría en segundos. Harriet estaba segura de que su madre entendería la situación. Sally Lockhart seguramente habría hecho lo mismo. Diestramente, se encaramó en el árbol que estaba junto a la pared y escaló por el tronco.

En cosa de segundos estaba llegando a una rama a la altura del tercer piso. Con la habilidad de quien ha hecho algo muchas veces, Harriet se aferró al borde de una ventana y con un movimiento decidido se colgó de la ventana abierta y se impulsó dentro de la pieza.

Cayó con suavidad dentro de la pieza. Ya era experta en ese tipo de cosas, y lograba hacerlas en completo silencio. Se ejercitaba regularmente, como había aprendido en el colegio, y era extremadamente flexible y rápida. Le gustaba hacer deportes, y era especialmente hábil en tenis y esgrima. Su esbelta y delgada figura estaba lejos de la imagen de una chica Gibson, tan de moda en esos tiempos, pero a cambio, Harriet era una chica saludable y alegre.

La joven se quitó la ropa mojada y la colgó sobre el pequeño radiador que había en su pieza. Mientras se ponía el camisón, un bostezo sorpresivo la hizo notar lo cansada que estaba. No se había dado cuenta de lo agotada que estaba. Al día siguiente vería qué hacer con ese caso. Algo en lo que había visto le había llamado poderosamente la atención, y no podía decir exactamente qué era. Con un suspiro cansado, la chica se deslizó entre las sábanas y se quedó dormida en un instante.


¿Les gustó? Es mi primer intento de escribir una historia de aventuras de época. Espero que resulte bien.

¡Hasta el próximo capítulo!

Muselina