Disclaimer: Los personajes y lugares que reconozcan son propiedad de Jane Austen y sus descendientes.

Sí, ya estoy de vuelta con una nueva historia, que espero les guste.

Bueno, esta es una idea que venía dando vueltas por mi cabeza hace un tiempo. Se trata de la hija de los Darcy, que es fría y orgullosa. ¿Qué pasará cuando un joven haga una apuesta para conquistarla? ¿Qué gana aquí, el juego o el sentimiento? Espero poder actualizar con la misma regularidad de siempre: martes, jueves y sábados.

¡Bienvenidos!

Juego y sentimiento

Capítulo 1

La verde campiña inglesa había empezado a aparecer fuera de las ventanas del carruaje, demostrando que ya se habían alejado de la ruidosa Londres. Era un agradable día de comienzos del verano y los jóvenes que iban dentro del carruaje se dirigían a pasar sus vacaciones al campo. Más específicamente, a Derbyshire. Seguramente serían un par de meses muy entretenidos. El lugar al que se dirigían era agradable y sus cuerpos jóvenes agradecerían algo de ejercicio al aire libre.

Los señores Darcy —tíos de dos de los tres jóvenes que ocupan el vehículo—habían invitado a sus sobrinos, los Bingley, a pasar parte del verano con ellos. Los señores Darcy querían mucho a sus sobrinos y estaban seguros de que su presencia sería agradable para sus dos hijos, por lo que la invitación había sido hecha con gusto. Y con el mismo gusto fue aceptada por sus sobrinos, que amaban a su familia y disfrutaban de las maravillas que les otorgaba el condado.

Apenas perdieron Londres de vista, los tres jóvenes del interior del carruaje se relajaron. Sólo la expectativa de pasar unos días en el campo era suficiente como para alegrarlos considerablemente. Les esperaban unos largos cuatro días de viaje. Edward Allesbury examinó a sus dos compañeros de viaje.

Para empezar, estaba su amigo William Bingley. Él era un joven tímido y sencillo, a diferencia de muchos de sus compañeros de la Universidad de Cambridge. Mientras ellos no tenían problemas en hablar acerca de su dinero y las propiedades de su familia, William solía mantenerse callado en ese aspecto. En un principio, Allesbury pensaba que eso era porque el joven era pobre, pero luego supo que él era el heredero a una gran fortuna. Eso lo sorprendió bastante y lo hizo apreciar aún más al tímido joven. No cualquiera podía demostrar esa humildad y calma en el ambiente de la Universidad, donde importabas más por cuánto tenías que por quién fueras.

Al parecer, Bingley también apreciaba mucho a su amigo Allesbury, ya que lo había invitado a pasar las vacaciones con él en la mansión de sus tíos. La verdad, es que a William el joven Allesbury le divertía bastante y lo consideraba un gran compañero.

A pesar de que ambos jóvenes eran radicalmente diferentes, a lo largo de sus estudios se habían hecho grandes amigos. Mientras William prefería los libros y sus estudios, Edward era más dado a los deportes y a los juegos. Los dos se complementaban muy bien en varios aspectos —William siendo el más calmado de ambos, y Allesbury siendo alegre y pícaro —, y eso los hacía tener una amistad muy sólida.

Su otro compañero era Robert, el hermano de Bingley, dos años menor que ellos. Edward lo había conocido la primera vez que había visitado a la familia de William y la amistad entre ellos había sido inmediata. Robert tenía mucho en común con él, ya que era más alegre que su hermano mayor. Ese verano habían compartido muchas horas de deportes, mientras William los seguía a regañadientes. Robert, además, compartía su sentido del humor y el talante bromista y relajado de Allesbury.

Nadie en la Universidad se habría esperado la amistad que había surgido entre William Bingley y Edward Allesbury. Mientras William era un joven tranquilo y reflexivo, Edward era enérgico e impulsivo. Más de una vez Bingley había tenido que sacar a su amigo de los problemas en los que se metía por su falta de razonamiento. El asunto en que ambos diferían más era en su vida social, mientras William Bingley era conocido por ser tímido y reservado, la personalidad abierta y entusiasta de Allesbury lo hacía ser el centro de cualquier reunión social. Además, su alta posición social conllevaba la atención de las señoritas de la alta sociedad y la envidia de sus compañeros. Más de una vez, Edward había sido el objeto de las atenciones de alguna señorita deseosa de convertirse en Lady Allesbury. Pero Edward no tenía ningún interés en casarse en ese momento, por no mencionar que la gran mayoría de esas señoritas lo aburría profundamente.

—¿Dónde queda Pemberley, exactamente? —preguntó Allesbury luego de un rato. William ya había sacado uno de sus libros y Robert jugueteaba distraídamente con su sombrero, mirando por la ventana.

—A unas ciento sesenta millas de Londres —contestó el menor de los Bingley, antes de que su hermano pudiera contestar —. ¿Ya te aburriste, Allesbury? Acabamos de empezar el viaje, aún nos faltan cinco días completos. Aún tienes muchas horas por delante para disfrutar de nuestra agradable compañía.

—La verdad, serán unos tres días —señaló William, levantando la vista del libro que sostenía entre sus manos —. Nos detendremos a cambiar los caballos y alojaremos ahí. Eso acortará un poco nuestro viaje.

—Bien pensado, William —señaló Robert, dejando su sombrero en el asiento del carruaje. Era un carruaje bastante amplio, que la familia Bingley usaba para los viajes largos. Era lo suficientemente amplio como para que a ninguno de los tres le importara mucho el tener que viajar ese largo trecho en él. —Por cierto, ¿creen que tía Elizabeth organice algún baile en nuestro honor? No creo que las jóvenes de Derbyshire hayan cambiado mucho, pero siempre es divertido bailar.

—Seguro que lo hará, Rob —le contestó su hermano, mirándolo por encima de su libro. William siempre estaba leyendo, cosa que sorprendía sobremanera a su amigo. ¿Qué tan interesante podrían ser esos libros? A Edward le gustaba leer de vez en cuando, pero lo de su amigo era excesivo.

—En vista de que este aburrido no piensa despegarse de su libro, ¿qué te parece si jugamos un poco a las cartas? —le ofreció a Robert. El otro joven asintió y Allesbury sacó un mazo de naipes.

-o-

Por suerte para los tres jóvenes, el viaje no se les hizo demasiado largo; las conversaciones y los juegos los ayudaron a pasar el tiempo con más facilidad y el cambio de caballos había sido eficiente. Durante dos noches pararon en posadas para descansar y cambiar de caballos. En ambas habían conseguido comida caliente y camas cómodas, lo que había sido mucho mejor que la alternativa de dormir en el coche. Y no tenían apuro en llegar a Pemberley, el viaje estaba resultando de lo más agradable.

—Y bien, William, ¿qué puedes decirme acerca de la familia de tus tíos? —preguntó Allesbury, cuando les faltaba poco para llegar a Pemberley. Según lo que había dicho William, esa misma tarde estarían ahí.

—Mis tíos son muy amables, no tienes nada de qué preocuparte con ellos —respondió William, sonriendo alegremente, algo bastante raro en él. La idea de pasar unas semanas en Pemberley lo hacía muy feliz. Seis semanas jugando cricket, cabalgando y remando eran justo lo que necesitaba después de aprobar sus exámenes.

Su madre insistía en que él leía mucho y no pasaba el suficiente tiempo al aire libre. Le preocupaba mucho la salud de su primogénito, que siempre había sido más enfermizo que los demás. Su tez pálida y constitución delgada no le ayudaban mucho en ese aspecto, y su madre siempre se preocupaba al verlo llegar a casa después del semestre académico. El aire libre le haría mucho bien.

—De la que sí deberías preocuparte es de Emily —lo interrumpió Robert con una mueca burlona —. Ella tiene un carácter de los mil demonios, no quieres encontrártela cuando está de mal humor. O eso dicen sus muchos pretendientes —añadió, con otra mueca divertida —. Con nosotros nunca ha sido arisca, a decir verdad. Pero Charlie es muy simpático. Y un gran jugador de cricket, si me lo preguntas.

—Ajá —asintió Allesbury, mirando por la ventana. Él había oído hablar mucho acerca de la señorita Emily Darcy. La verdad, todos los hombres de Londres habían oído hablar de ella. Emily Darcy era casi una leyenda.

A sus veintiún años era conocida como una de las jóvenes más bellas de la alta sociedad inglesa. Y la más orgullosa, también. Muchos habían intentado cortejarla y se habían encontrado con el más helado desprecio y desdén como respuesta. Frente a las declaraciones más apasionadas, ella se limitaba a responder con un comentario sarcástico o una mirada exasperada. Se decía que sus ojos azules habrían menospreciado incluso a un príncipe heredero (aunque probablemente se tratara de simples exageraciones). Por esas razones, la jovencita era apodada la "princesa de hielo" entre los jóvenes de Londres. Pero eso, lejos de hacerla repulsiva a los ojos masculinos, la había transformado en un objeto preciado. Cualquiera que lograra derretir la capa de hielo de la orgullosa señorita Darcy sería considerado una especie de héroe. Y él estaba decidido a serlo. Mientras sus amigos hablaban, su mente se perdió en el recuerdo de una de sus últimas noches en Londres antes de empezar el viaje.

En el salón de billar de los señores Carmichael, un grupo de jóvenes se entretenía jugando. Entre ellos destacaba la figura del joven señor Allesbury, quien era conocido como uno de los mejores partidos de Londres. Muchas jovencitas habían intentado cazarlo, pero él no parecía dispuesto a sentar cabeza por un largo tiempo.

—Veo que has logrado conquistar a la señorita Grammington —le dijo uno de sus compañeros de juego, después que Allesbury jugara su turno.

—La señorita Grammington no es un reto, Dornton. Está tan desesperada por casarse que se le arrojaría encima a cualquier hombre, si eso fuera decoroso, claro —fue la seca respuesta de Allesbury —. Y su madre no es de gran ayuda. Cada vez que hablaba conmigo parecía que estaba vendiéndomela.

—¿Y qué mujer se resiste a tus "encantos", estimado? —preguntó Dornton, burlón —. La única a la que no hemos visto caer a tus pies es a la señorita Darcy. Aunque creo que no la conoces.

—No, no he tenido el placer de conocer a esa señorita —replicó Allesbury, levantando las cejas. No sabía a dónde quería llegar su amigo.

—Es una belleza, eso no lo niega nadie, pero es orgullosa como el mismo diablo. Si la conocieras, estoy seguro de que sería la primera mujer en ignorarte —dijo el otro, como si nada. Allesbury levantó una ceja. Sinceramente, lo dudaba.

—No lo creo, amigo, ninguna mujer es capaz de resistirse a mis "encantos", ni siquiera la famosa "princesa de hielo" —respondió con la arrogancia de quien nunca se ha caído —. Y puedo probarlo. Los Bingley me invitaron a ir con ellos a Pemberley.

—¿Quieres apostar, Allesbury? —preguntó Dornton, con un brillo maquiavélico en los ojos —. Doscientas libras a que la señorita Darcy te manda a freír espárragos.

Allesbury dudó por unos segundos. Doscientas libras eran mucho dinero, pero él las tenía. Además, estaba seguro de que no iba a perder. Muy seguro.

—Trato hecho —aceptó, tendiéndole la mano a su amigo. Dornton se la estrechó con firmeza. Ése era un pacto entre caballeros.

La voz de su amigo William lo sacó de sus pensamientos con rapidez. Allesbury enderezó su postura y se acomodó junto a sus amigos, tratando de incorporarse a la conversación. Ellos no podían saber lo que estaba pensando. Sería su secreto durante la estancia en Pemberley. Estaba muy seguro de sus capacidades para conquistar, y sentía que la señorita Darcy usaba sólo una máscara de frialdad. Quizás una mujer apasionada se escondía tras esas miradas de desprecio y desdén.

—Lo siento, me perdí en mis pensamientos —se disculpó, volviendo la mirada hacia sus amigos —. ¿De qué hablaban?

—Pues, de… —empezó a contestarle William, que se vio interrumpido por un fuerte sacudón del carruaje seguido de un fuerte ruido. El vehículo quedó inclinado, haciendo que William cayera bruscamente sobre Robert —. ¿Qué demonios fue eso? —bufó el mayor de los Bingley, antes de asomarse por la pequeña ventana para preguntarle al cochero.

Los otros dos se quedaron expectantes, mientras él esperaba la respuesta del cochero. Unos segundos después William volvió a meter la cabeza en el carruaje. Su cara revelaba que no había oído buenas noticias.

—Malas noticias —dijo, arrugando el ceño —. Se rompió el eje delantero. Tendremos que esperar en el siguiente pueblo.

—¿Cuánto falta para eso? —preguntó Robert, levantando las cejas.

—Según el chofer, unas seis millas. Tomaremos los caballos e iremos a buscar a alguien que nos ayude a llevar esto allá —señaló William —. En cualquier caso, ese pueblo es Lambton, que queda junto a Pemberley.

Los tres se bajaron del coche. El vehículo ofrecía una imagen patética, arrumbado a un lado del camino. El eje de la rueda estaba completamente quebrado y según el cochero tendrían que reemplazarlo completamente. Eso seguramente sería un proceso lento, cómo le explicaba a los jóvenes, y tendrían que encontrar alguna forma de llevar el carruaje al pueblo.

—Jones podría quedarse aquí —apuntó Robert, refiriéndose al cochero —. Necesitamos que alguien cuide el equipaje. Nosotros podemos tomar los caballos e ir a Lambton a buscar a alguien que pueda arreglar esto.

—Los Darcy nos están esperando esta tarde —dijo su hermano, arrugando el ceño —. Podríamos mandar a alguien que recoja todo esto y nosotros dirigirnos inmediatamente a Pemberley.

—Es un buen plan —accedió Allesbury, mientras el chofer soltaba los caballos. Robert subió a uno de ellos con un ágil salto, y sus amigos lo imitaron.

Tanto Robert como Edward eran grandes jinetes, y pronto se adelantaron a William, que iba unos metros más atrás, aferrado con todas sus fuerzas al cuello del caballo. Estaban usando unas riendas viejas que estaban en el carruaje y no le parecían muy seguras; y ni siquiera tenían monturas. William no era un gran fanático de la equitación.

—¡Vamos, William! —gritó Allesbury, mientras galopaba tratando de alcanzar a Robert —. ¡No seas cobarde!

—Prefiero ser cobarde y lento que romperme el cuello —se dijo William, aferrándose aún más al caballo. Su seguridad iba primero.

-o-

Allesbury respiró hondo. El aire del campo era tan distinto al de la ciudad, y lo tranquilizaba mucho. Le recordaba a su infancia en la finca de sus padres. Lamentablemente, la enfermedad de su madre los había obligado a vivir en Londres, más cerca de su tratamiento. Pero le gustaba estar de nuevo en el campo, se sentía diferente. Había logrado sobrepasar a Robert y se encontraba sólo en la mitad del camino; no parecía que los Bingley fueran a aparecer de un segundo a otro. Hizo que el caballo disminuyera el paso, para esperar al resto. Al menos podría disfrutar de algo de paz antes de que sus amigos aparecieran.

A lo lejos vio una figura femenina, que usaba un vestido celeste. Seguramente una señorita del sector que había decidido aprovechar el bello día para salir a caminar por los campos. Al acercarse vio que la jovencita tenía un libro entre las manos y estaba muy abstraída en su lectura. Sin embargo, al oír los cascos del caballo acercarse a ella, bajó el libro.

—Buenas tardes, señorita —dijo él, deteniendo el caballo junto a ella. Ella lo miró con los labios apretados, como si no se decidiera a ignorarlo o a prestarle atención.

—Buenas tardes, caballero —dijo ella, luego de unos instantes. Parecía sentirse incómoda por la forma en la que el joven la estaba mirando. Aunque Edward no podía decir qué era lo que la hacía sentirse tan incómoda. Él no estaba haciendo nada incorrecto.

—Siento molestarla, señorita, ¿podría decirme si este es el camino para Lambton? —preguntó él, educadamente.

—Sí, este es —dijo ella, bruscamente. Al parecer, no quería hablar con él. Quizás era muy tímida, o se sentía incómoda ante la situación. Lo mejor sería irse rápidamente, para evitar esa situación que se tornaba más engorrosa.

—Bueno, muchas gracias, señorita —le agradeció él, quitándose su sombrero. Ella no hizo ningún gesto. —¿Puedo acompañarla a alguna parte, señorita? —inquirió él, luego de decirse que no estaba actuando como un caballero.

Al oír eso, ella alzó la cabeza y le dirigió una mirada que él no supo interpretar.

—No gracias, señor. Puedo seguir paseando sola —fue la seca respuesta de la joven, quien aferró su libro y se adentró en el terreno más cercano.


¿Y? ¿Qué les pareció? Ya tenemos aquí a los Bingley: William Steven y Robert Phillip Bingley. Y con ellos a su amigo que (como habrán adivinado) será nuestro protagonista, el señor Edward James Allesbury. Y supongo que ya se han imaginado quién es la chica a la que se encontró en el camino a Lambton.

¡Hasta la próxima!

Muselina