¡Hola! ¿Qué tal? Os traigo una historia de aventuras sobre la pareja Draco y Hermione :D
Ocurre tres años después del 7º libro (exceptuando el epílogo). Es decir, es Post-Hogwarts y EWE. Espero que me haya quedado bien. Lo he hecho lo mejor que he podido ^^
"Disclaimer: Casi todos los personajes y casi todos los lugares pertenecen a JKR, no son de mi invención"
Espero de corazón que os guste ^^
1
Comportamiento extraño
El Ministerio de Magia. El órgano político homónimo al gobierno muggle, tiene su sede en un estrecho callejón del centro de Londres. Cada mañana se aparece allí el personal del Ministerio, que empieza a trabajar a partir de las ocho. El Atrio siempre está absolutamente atestado de gente con prisas por llegar a algún lugar, generalmente cargados con montañas y montañas de pergaminos.
Genial, otra vez a subir por las escaleras… —pensó Ronald Weasley con fastidio al llegar a duras penas a los ascensores y leer el últimamente demasiado habitual cartel de "AVERIADO".
Subió las escaleras todo lo rápido que le permitían sus largas piernas, aunque tuvo que parar un par de veces para recoger los centenares de papeles que llevaba en las manos y que se le cayeron por el camino.
Séptima planta… sexta planta… —se decía el pelirrojo.
Al fin, jadeante, llegó al segundo piso. Se secó el sudor de su frente, apartándose el sudado cabello pelirrojo de los ojos y echó a andar por el interminable pasillo. Como de costumbre, los cientos de puertas que decoraban las paredes del corredor estaban abiertas. Tras ellas se distinguía a los aurores más destacables del Ministerio de Magia ejerciendo sus tareas; algunos leyendo o escribiendo con grandes plumas de águila, otros dictándoles mensajes a los memorándum interdepartamentales…
Finalmente llegó, casi al final del pasillo, al despacho que deseaba. Era la única puerta que permanecía cerrada a cal y canto. Una pequeña tarjetita dorada colgada de la puerta rezaba "H. J. POTTER, AUROR".
Ron golpeó la superficie de madera con los nudillos (se le cayeron un par de pergaminos por hacerlo) y una voz le indicó un débil «pase». El joven pelirrojo empujó la puerta con el hombro con dificultad y penetró en la luminosa estancia.
—Buenos días. Por fin viernes —saludó Ron a un joven de cabello negro azabache, brillantes ojos verdes con gafas y una curiosa cicatriz en la frente en forma de rayo, que estaba sentado tras un desordenado escritorio—. Te traigo los informes de la detención de ayer.
—Buenos días —le saludó Harry Potter poniéndose en pie sonriente y ayudando a su amigo a dejar sobre la mesa todos los pergaminos que éste le traía—. ¿Cómo es que has tardado tanto en venir? ¿Y por qué traes tantísimos papeles?
—Puf, no me lo recuerdes —bufó Ron, dejándose caer en la silla frente a la mesa de su compañero—. Los ascensores estaban estropeados…
—¿Otra vez? —inquirió su amigo, sentándose en el escritorio y examinando los papeles que le había traído.
—Otra vez —corroboró Ron, asintiendo con la cabeza.
—Avisaré a los del Servicio de Mantenimiento Mágico, no te preocupes… —aseguró su amigo, sonriéndole. Bajó la vista para hojear los pergaminos y repentinamente frunció el entrecejo—: Oye, ¿y estos otros informes? ¿De qué son?
—Ah, esos son los de Hermione. Me ha dicho que hoy no va a poder venir y me ha pedido que te los entregue.
—¿En serio? —el moreno parecía algo sorprendido—. ¿Y por qué no puede venir? ¿No le habrá pasado nada, no?
—Qué va —negó su amigo—. Al parecer se ha quedado sin libros para leer y ha tenido que ir urgentemente a "Flourish y Blotts".
—Me tomas el pelo. ¿Sólo eso? —Harry dejó escapar una carcajada.
—Sólo eso. Ya sabes que Hermione sin libros no es Hermione…
—En eso tienes razón, pero... ¡Caray! Es curioso que falte al trabajo por algo así. No es muy propio de ella.
—Ya. La verdad es que… —murmuró Ron, que de pronto parecía algo preocupado.
—¿La verdad es que? —repitió su amigo, mirándole fijamente al ver que no terminaba la frase.
—No sé… Hermione está algo rara últimamente… —reveló, vacilante.
—¿Rara? ¿En qué sentido?
—Bueno… —Ron se pasó una mano por la nuca—. Hace varios días que no sale de su habitación de la Madriguera. Ni siquiera baja a comer. Y casi no me habla… —su voz fue bajando hasta convertirse en un murmullo.
—Bah, no creo que sea nada —aseguró Harry, negando con la cabeza—. Lo más probable es que esté inmersa en una lectura fascinante o algo así… ¿No te acuerdas, cuando estábamos en tercero, la vez que estuvo una semana sin hablar con nosotros porque no podía dejar de leer "Runas antiguas hechas fáciles"?
—Sí, tienes razón —reconoció Ron más animado. Emitió un suave suspiro nostálgico—. Hace ya casi siete años de eso. Tres años sin pisar Hogwarts… ¿Sabes? Echo de menos la escuela.
—Yo también —coincidió el moreno—. Ser auror es genial pero… me gustaría poder volver allí. Después de todo, perdimos el último año para buscar esos dichosos Horrocruxes.
—Hermione no lo perdió, volvió para recuperarlo ¿Recuerdas? —Recordó Ron, apoyando los pies en la mesa de su amigo—. Nosotros también podíamos haber vuelto… Pero ahora ya no, sería un poco raro ver a dos tíos de veinte años entre adolescentes ¿no crees?
—Pues sí. Qué se le va a hacer, nos hemos hecho mayores —bromeó Harry.
—Hablas como mi madre —Ron fingió un escalofrío. Su amigo soltó una carcajada.
—Oye, y no le des vueltas a lo de Hermione —aconsejó Harry—. No puede ser nada grave. Ya verás cómo se le pasa enseguida.
—Sí —Ron sonrió aliviado—. Seguro que no es nada. Además, me alegro de que esté pasando una temporada en La Madriguera, es agradable tenerla en casa ¡A ver cuándo vienes tú!
—Me lo pensaré —sonrió su amigo y añadió, burlón—: Aunque supongo que sólo estorbaré… Vosotros dos querréis intimidad ¿no?
—¿Intimidad? —repitió el pelirrojo, incrédulo, con las orejas coloradas—. Sí, claro, como no vivimos con mis padres y Ginny tenemos mucha intimidad, no te digo… —ironizó. Harry se echó a reír—. Bueno, me voy —sentenció, poniéndose en pie y dirigiéndose a la puerta de su despacho. Hay que mencionar que ambos amigos tenían despachos contiguos por cortesía de Kingsley—. Voy a ver si trabajo un poco. Te dejo tranquilo.
—Nos vemos en la comida…
OOO
—¡Ginny, a cenar! —gritó Molly Weasley, asomando la cabeza por la puerta de la cocina y mirando las destartaladas escaleras que conducían al piso superior.
—¡Voy! —respondió una voz desde arriba.
—¡Hermione, a cenar! —aguardó un segundo, pero no obtuvo respuesta— ¡Hermione! —Repitió más fuerte— ¡Hermione, querida, baja o se enfriará la cena!
—No va a bajar —sentenció Ginny, entrando en la cocina y sentándose a la mesa—. Me ha dicho que tiene mucho trabajo.
—¿Trabajo? —Repitió su madre removiendo la olla con sopa de cebolla que había dejado sobre la larga mesa—. Pero si hoy no ha ido al Ministerio. ¿De qué tendrá tanto trabajo?
—¿No ha ido? —repitió Ginny, sorprendida, colocándose el largo cabello pelirrojo detrás de la oreja—. ¿Por qué no?
—Me ha dicho que tenía cosas que hacer —dijo la mujer encogiéndose de hombros.
—Qué extraño…
—¡Hola, familia! —Saludó de pronto Arthur Weasley apareciendo por la puerta que daba al jardín, seguido de Harry y Ron—. Ya estamos aquí.
—Hola, Arthur —saludó su mujer besándole la mejilla—. Hola, Ron, hijo. ¿Te quedas a cenar, Harry?
—Con mucho gusto, Sra. Weasley —aceptó el muchacho, acercándose a Ginny y saludándola con un beso.
—El gusto es mío, cielo —aseguró la mujer agitando la varita despreocupadamente y haciendo que un cuchillo comenzase a cortar pedazos de pan— ¿Qué tal el día?
—Bueno, estos días hay bastante trabajo, la verdad, pero hoy ha sido un día muy tranquilo —comentó Harry sentándose a la mesa—. Mucho papeleo pero pocas redadas…
—Es cierto —corroboró Ron, sentándose a su lado—. Aunque tengo un hambre horrible, ¿cenamos ya?
—Claro, os estábamos esperando —comentó su madre sirviendo la sopa con un gran cazo.
—¿Y Hermione? —Inquirió Arthur mirando alrededor, sentado a la cabecera de la mesa—. ¿No baja?
—No, parece ser que tiene cosas que hacer —contestó su mujer con un asomo de preocupación en el rostro.
—¿Qué es más importante que cenar con nosotros? —se preguntó en voz alta el Sr. Weasley, mirando a su hija menor.
—A mí no me mires —Ginny se encogió de hombros—. Es lo que me acaba de decir, que tiene mucho trabajo. Yo he estado todo el día entrenando con el equipo, así que no sé lo que puede ser.
—Es extraño —musitó su padre, sirviéndose un poco de sopa humeante—. Espero que no le pase nada...
Harry y Ron intercambiaron una fugaz mirada de inquietud. La cena transcurrió con total tranquilidad y los Weasley convencieron a Harry de que se quedase a pasar la noche en la Madriguera aprovechando que era viernes. Desde que había dejado Hogwarts, Harry vivía solo en Grimmauld Place pero se pasaba de vez en cuando por casa de los Weasley.
Antes de ir a acostarse, Harry y Ron fueron a la habitación de Hermione. Tocaron la puerta con los nudillos y, tras unos segundos, la chica abrió. La joven parecía verdaderamente agotada y unas marcadas ojeras enmarcaban sus ojos. Su cabello castaño estaba aún más enmarañado que de costumbre y llevaba puesto el mismo pijama que la noche anterior.
—Ah, hola chicos —saludó la joven castaña, sonriéndoles a pesar de su aspecto.
—Hola, ¿cómo estás? —inquirió Harry, observándola con preocupación.
—Mmm… Perfectamente —dijo con algo de vacilación, apartándose del marco de la puerta para dejarles pasar—. Aunque me gustaría hablar con vosotros un momento.
—Claro —aceptaron con inquietud.
Ambos muchachos entraron en la habitación y se quedaron inmóviles a unos pocos pasos de la puerta, perplejos:
Absolutamente toda la estancia estaba atestada de montañas y montañas de libros de todos los tamaños que se amontonaban sobre la cama, el suelo y el escritorio de la joven. De hecho, uno de los libros (del grosor de dos Biblias) estaba abierto sobre el escritorio junto a una vela encendida. Parecía que habían interrumpido la lectura de la muchacha.
—Sentaos aquí —aconsejó Hermione dejando espacio sobre la cama apartando un par de montañas de libros.
—Hermione —empezó Ron con un tono suave gracias al cual se adivinaba que pensaba que su novia y amiga estaba loca—, ¿Has comprado todos estos libros en el Callejón Diagon?
—Oh, no, todos no. Algunos son míos —contestó la chica con tranquilidad sentándose en la silla del escritorio de cara a sus amigos.
—Ya —murmuró el pelirrojo, incrédulo, echando otro vistazo alrededor.
—Bueno, antes que nada —comenzó Hermione inhalando profundamente—, os pido disculpas a ambos por no haber podido ir hoy al Ministerio. Ya sabéis que no suelo descuidar así mis obligaciones, y menos cuando hay tanto trabajo estos días…
—No pasa nada, no te preocupes —aseguró Harry, quitándole importancia con un gesto.
—… pero es que tenía cosas muy importantes que hacer. Harry, supongo que Ron ya te habrá dicho que he ido a "Flourish y Blotts" a comprar libros —ambos chicos asintieron con la cabeza—. Bien. Pues he tenido que ir porque, el otro día, estaba leyendo un libro cuando… creí descubrir algo… algo horrible y… bueno… he ido a comprar más libros para verificar lo que acababa de descubrir… y… bueno…
—Hermione, por Merlín, ve al grano —suplicó Ron con el entrecejo fruncido al ver los torpes balbuceos de la chica, como si no supiese si decir la verdad o cómo decirla.
La chica cerró los ojos volviendo a respirar hondo. Le temblaban las manos.
—Creo… creo que he descubierto que… —hizo una pausa y abrió los ojos para mirarlos con firmeza a pesar del temblor de su voz—, Voldemort no murió en realidad.
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