Por un momento de insensatez
— «¡Cretino!» — era el mejor adjetivo para describirme. — peor aún, era un maldito rabo verde.
Con cada calada que expiraba una marea de pensamientos, inundaban mi mente.
— Tiré la colilla cayendo por cualquier lugar y me presté a sacar un nuevo cigarrillo, —¡Demonios!, me había acabado la cajetilla por completo en cuestión de horas.
—¿Ahora como la veré a los ojos? —Conociéndola como lo hago me tachará de gallina o hasta de gay.
¿Qué irónica es la vida?, ¿no? — Yo, todo un hombre hecho y derecho, temeroso de una colegiala.
«Pero esa colegiala era muy especial para mí.»— Más de lo que yo mismo estaba dispuesto a admitir.
Detrás de esa careta de chica ruda, cruel, rebelde y malvada; se escondía una chiquilla que muy a su estilo era dulce e inocente. — Un ángel haciéndose pasar por diablillo.
¡Mi ángel! ¡Mía!
«A estas alturas del partido no sé quién salvó a quién.»
Pueda que para los demás, yo fuese su redentor. Esa tabla de salvación que tanto necesitaba. Sin embargo, creo que sucedió al revés. Yo era el mayor, el pasota que lo mismo le daba ir o venir, el amargado, el intelectual que prefería un buen escocés, un habano, la música clásica y la literatura de renombre, que salir a parrandear durante toda la noche con sus amigos.
Un haragán que solo fue capaz de estar en una relación seria por un año y duró todo ese tiempo porque no tuve la oportunidad de terminar con el noviazgo cara a cara mucho antes, debido a que ella era de otro país.
— Un vago sin remedio que le daba tedio incluso respirar. — ese fue el calificativo que me dio aquel ser que, sin saber, hace que mi vida sea más placentera y quiera mejorar día con día.
Por ella. Por mí. Por los dos.
En cambio, ella estaba llena de vitalidad, era como un pequeño y rubio huracán devastando con su energía y orgullo todo aquello que se atravesase en su camino.
Ella es como la gravedad… o la amas o la odias, pero nunca pasaba desapercibida. — Y por regla general, terminabas amándola. Bueno… a excepción de mi colega Tayuya, a quién le pegó el cabello con una goma de mascar.
Tal vez es su originalidad innata, la que la hacía tan envidiada por las otras chicas y tan apetecible por los estúpidos, jala pollas pubertos del instituto.
La brisa nocturna comenzó a calar mis huesos. —exhalé por última vez, me puse de pie y con mi típica parsimonia, me adentré a mi apartamento.
Me giré de un lado al otro por la cama, por ratos sentía un poco de frío y por otro calor. Dormí con solo el pantalón pijama. Me estorbaba hasta el roce de mi cabello suelto en la nuca.
Sabía que mi inquietud, tenía nombre y apellido. —Pero no era su culpa. Era mía. Total, y absolutamente mía.
—Me he preguntado una y otra y otra vez, ¿cómo fui capaz de hacerle eso?
«merezco no dormir por otros cien años»
—Era lo que tenía que hacer.
Por ella.
Por mí.
Por los dos.
Giro la cabeza para ver la hora en el despertador, son las dos de la mañana, me levanto y me dirijo al patio trasero para contemplar las escasas estrellas que cubren la bóveda celeste.
De nuevo la incertidumbre y el cargo de conciencia invaden mi ser.
— «Debo pensar en el bienestar de ambos.»
Estaba bien los besos robados, las caricias a escondidas, pero subir a la siguiente base… ¡No!, era ir demasiado lejos. Podría ir a la cárcel y ella acabaría con el corazón destrozado—Y yo sería el único culpable. —Lo mejor fue matarle toda ilusión ahora y que ella mantuviese su pureza intacta a que después llorara por un maldito hijo de puta que no pudo controlar sus bajos instintos.
—Definitivamente no quería ser ese maldito hijo de puta.
Ella me admira, me considera un ser querido, confía en mí y yo estuve a punto de destruir todos aquellos sentimientos tan bonitos.
A pesar de todo reconozco, al menos para mí mismo, que quiero hacerlo. Más que querer hacerlo, quiero hacérselo. —Muero por ello…
Por ser el primero.
El último.
El único.
Inhalo profundamente, pretendiendo con ello limpiar un poco mi alma.
Me acuesto en la hamaca, cierro mis ojos y una imagen aparece a hurtadillas en mis pensamientos. Hasta que finalmente el sueño se apiadó de mí.
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Tenía días tratándola como una estudiante más, la había encerrado en el laboratorio de biología para poder charlar a solas. Sin tapujos y sin apariencias. Necesito que comprenda que lo nuestro aún sin iniciar… debe acabar.
Ella era mi estudiante, me habían asignado hace tres años atrás como su tutor. Incluso con tan corta edad, poseía un IQ alto y la increíble capacidad de leer mis pensamientos como un libro abierto. — Tenía la misma cantidad de inteligencia y altanería.
Estoy a su lado desde sus tiernos catorce años, cuando era una pequeña rubia, de coletas, con falda corta de pliegues, camisa blanca con el escudo del instituto, con los ojos grandes verdes y pícaros que la asemejan a una muñeca Lolita y me derretía cada vez que los veía.
Se sus más recónditos secretos, desde que guardaba una toalla sanitaria en su neceser para que sus compañeras creyeran que —como a ellas—ya le bajaba el periodo, aunque no fuese así, hasta que le resolvió la prueba al compañero de al lado.
La había visto crecer desde cuando su pecho era casi tan plano como el mío hasta que se convirtieran en dos simétricas colinas, las cuales añoraba explorar —de nuevo— y que me fascinaba ver rebotar si correteaba.
La conozco como la palma de mi mano tanto como ella a mí.
He sido su confidente, el paño de lágrimas de su primer corazón roto. «Ahora era yo el verdugo de ese órgano vital»
La hice sentarse en uno de los pupitres, como autómata hizo lo que le pedí y se sentó, mirando hacia la ventana, con los mofletes un poco inflados y tirando su mochila al suelo.
Comencé a hablar, pero deseaba reventar el puño en el escritorio o la silla con rodines al pizarrón, cualquier cosa que me ayudase a calmar la ira que me producía el notar que aquellos hermosos ojos no me viesen y su dueña me ignorase.
«Nadie tenía unos ojos como los suyos.»
—Temari. ¡Mírame! —Le pedí.
Le dije que no mirar a una persona mientras esta hablaba era descortés. El mismo resultado hubiese tenido si se lo dijera a la pared.
Entonces, si Mahoma no va a la montaña…
Arrastré la silla hasta su pupitre y ya enfadado de su actitud tan infantil, la obligué a mirarme, sosteniendo su cabeza en mis manos.
—Temari… debemos manejar esta situación de la manera más ética posible.
—…..
—Problema… «me auto corregí mentalmente»—Temari— deja de comportarte como una pequeña.
—¡No soy una niña!
—¡Estás actuando como tal!
Y si algo daña el ego de un adolescente, era que lo comparasen con un niño.
—Te traje acá para hablar como dos personas civilizadas. —Quiero dejar todo en santa paz, que continúes tu vida y yo la mía, sobre todo, no ver involucrada mi profesión y tus estudios. Estás en el último año de secundaria, para el próximo verano serás toda una universitaria y…
—Podemos seguir como estábamos. Viéndonos a escondidas.
—Te mereces algo mejor que ser el secreto de alguien.
—No me importa ser tu secreto.
—A mí sí.
— Tú me amas, Shikamaru.
— Aunque ese fuese el caso… lo nuestro es imposible.
—¿Me amas? —esta vez lo preguntó.
Permanecí en silencio. Tragándome el enorme, ¡Sí! que oprimía mi pecho y que amenazaba con escaparse de mi boca en cualquier momento. —¡No!
La vi abrir sus ya de por sí grandes ojos.
—¡Mientes!
—No seas vanidosa, mujer.
—No es vanidad. Es realidad.
—¿Quieres saber la verdad?,—Te lo repetiré una vez más. ¡No! No te amo, te tengo un cariño, como de hermanos.
—¿Hermanos? Los hermanos no besan a sus hermanas como tú me besas. Créeme tengo dos hermanos mayores, se perfectamente de lo que hablo.
—Pues bien seré sincero contigo. —Los docentes tenemos esa manía de meternos con un estudiante, es algo así como un ritual de iniciación. Tu ponle el nombre que quieras. No voy a negar que te aprecio, han sido tres años a tu lado. Te he visto crecer física y emocionalmente, llevamos un buen tiempo trabajando en tu proyecto así que me dejé llevar por ese cliché de profesor y alumna.
—Entonces por qué no me hiciste el amor aquella ocasión, en este mismo lugar y…
—¿El amor? —¿Escuchaste bien lo que dijiste? — Puedes entender con esa frase el enorme error que hubiera sido llevarte a la cama. Tu muy aniñada cabecita hubiera tergiversado todo. Lo nuestro iba ser sexo. —Nada más. — Fue por eso que me detuve antes de cometer la mayor tontería de mi vida.
Lo que pasó a continuación fue realmente ver para creer. Una lágrima bajó por la mejilla de aquella fierecilla, — la cual dispersó rápidamente con su mano, para que yo no la viese, pero fue inútil.
—¡Entendí! —No volveré a ser un estorbo para usted Profesor Nara.
Me sentí el peor de los miserables, deseaba abrazarla fuertemente, besarla hasta dejarla con los labios hinchados y sin respiración; sumergirme en su delicado ser y formarme uno solo con ella. — Pero yo era el causante de su dolor.
—Perdóname si fui muy grosero contigo, pero debía hacerte entender que…
—No me crea tan torpe, Sr. Nara. Ya se lo dije—¡Entendí!
—Jamás podría pensar que eres torpe.
—¿Puedo marcharme?, mi padre debe estar por llegar.
«Asentí»— Entonces, ¿Estamos bien?
—¿Qué quiere decir con eso?
—Que puedo continuar ayudándote a acabar tu proyecto.
—Eso lo sabrá mañana.
—¿Y nuestra amistad? ¿Seguimos siendo amigos?
—Que tenga una excelente tarde, sensei.
La vi tomar su mochila y colocarla en uno de sus hombros, caminar hacia la puerta con altivez y desaparecer por el pasillo.
No ocupaba más respuestas. Lo había dicho todo de manera muy sutil. —Raro en ella. ¡Me odiaba!
A la semana siguiente la esperé para ayudarla con su proyecto en el lugar de siempre; empero lo que recibí fue un memorándum donde me notificaron mi baja en el proyecto de la estudiante del 5-A y el aval como nuevo tutor de Neji Hyūga.
Quería torcer unas cuantas cabezas. Ambos llevábamos años trabajando en una hipótesis para mejorar la calidad educativa de los estudiantes con discapacidades. La idea fue suya, así que la directora me seleccionó como el tutor de dicha investigación y ahora fui botado a la basura como un calcetín viejo. — Lo mismo que hice con ella siete días antes.
Las tardes se me hacen eternas. Las tenía libre, pero debía cumplir con el horario lectivo hasta las cinco. Más difícil aún era verla trabajar con Hyūga y no a mi lado. No miento cuando digo que deseo de todo corazón que le vaya bien con el proyecto, sé lo mucho que se ha esforzado, además del valor y el prestigio que esto le daría a su currículo escolar como carta de presentación para la universidad que tanto anhela ingresar.
Fui a mi coche, saqué mi paquete de cigarrillos y me caminé a la zona verde del colegio. Busqué el árbol que más sombra daba, me acosté bajo su copa, saqué un cigarrillo, lo encendí, lo inhalé y dejé volar mis pensamientos…
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Flashback
Estábamos los dos solos. El laboratorio de biología era el último del pabellón, así que ese era nuestro punto de reunión semanal para trabajar en su propuesta y para uno que otro toqueteo. Le puse cerrojo a la puerta y ella giró a verme con su sonrisa traviesa. —Era la hora de los besos y arrumacos.
Me le acerqué, tomándola de sus mejillas para besarla con ansías locas. Ella me correspondía con vigorosidad y eso me causaba gracia— el saber que soy el provocador de todo ese ímpetu me excitaba.
Llevábamos año y tres meses, en esa pecaminosa relación, no pasábamos de las caricias por aquí y por allá. La respetaba mucho y quería hacerle el amor cuando ella estuviese preparada para ese gran salto. Más no voy a negar que las he visto negras por no acabar llevándola a mi apartamento para saciarme de su cuerpo y su corazón.
«El deseo es más grande que la sensatez», Olvidé el momento y lugar donde nos encontrábamos. — No pensé, solo me dejé llevar.
La besé rápido. Un trasiego de saliva ocurría en nuestras bocas. —Mataría por intercambiar otro tipo de fluidos con ella.
Comencé a acariciar sus largas piernas, subiendo mi mano cada vez un poco más hasta topar con el borde de su falda, mientras ella se aferraba a mi espalda, rozando con la yema de sus dedos mis omóplatos; luego las condujo a mi pecho, tocándolo suavemente de arriba hacia abajo.
Nos separamos unos instantes, mirándonos directamente. —Mis ojos rasgados y cafés, contrastan con sus grandes esmeraldas oculares.
En esos enormes pozos logré percibir su deseo, su miedo, su amor. Mordió su labio inferior, sentí como deslizaba su mano hasta mi bragueta. Se sonrojó ante su impúdico acto y eso disparó mi flujo sanguíneo unos centímetros más abajo del Ecuador de mi cuerpo. —rozó mi pene aún sobre el pantalón, yo solo cerré mis ojos en delicia.
La aupé para trasladarla al escritorio, le dejé sobre él mientras sus manos y las mías se hacían insuficientes. Bajé mi rostro para mordisquear su cuello, rocé sus pezones y percibí cómo se tensaban bajo mi tacto. Asalté más profundamente sus labios.
—¡Tócame!,— le suplique como un mendigo.
Nuevamente se sonrojó y tragó saliva duramente. Tocó mi miembro con más ganas y yo la besé para demostrarle mi deseo y darle confianza. Hacerle entender que me gustaba lo que hacía. —¡Más fuerte! ¡Así!
La sensación se me hacía vana. Estimulante, pero superficial. Requería de contacto directo de su mano, su boca, su intimidad.
De nueva cuenta acaricio sus pechos. —Claman por atención, me tientan a entretenerme con ellos. No los hago esperar y los amaso como a las bolitas anti estrés. Besé cadenciosamente la V de su escote, mientras ella respiraba con dificultad y soltaba pequeños gemidos que me volvían loco.
—¿Puedo? —le pregunté para seguir adelante.
Asintió en aprobación.
Desabroché uno a uno los botones, cuando acabé con la causa, abrí su camisa para dejar expuesto un sujetador de corazoncitos celestes, que me resultó muy sexy. Volví a mirarla acercando mi cara al valle entre sus senos, besé la carne saliente del sujetador͢͢͢. Estaba hambriento de ella.
Quería más
Quiero más.
Quiero todo de ella. Todo.
El abrasador impulso de hacerle el amor por primera vez, me invitó a abrir el cierre frontal de su sostén; al hacerlo salieron a la luz ese par de mamas que por fin tenía el gusto de conocer.
Eran del tamaño de mi mano. ¡Perfectas!
Kami en definitiva se acordó de mí el día que los moldeó. Los creo para mi deleite. —blancos, firmes y decorados cada uno por unos pezones en rosa pálido.
No lo pude resistir— Con una mano apreté suavemente a uno y al otro lo preparaba oralmente y viceversa. Los acaricié, los lamí, los chupé hasta dejar sus pezones como un par de púas.
Me erigí en toda mi longitud, profundicé un beso en su boca hasta que ambos quedamos sin aliento. —Deseaba que ese momento perdurara por la eternidad.
Recorrí ese inmaculado cuerpo femenino con mis manos, con mis labios, con mis ojos - sin piedad alguna.
Ahora era ella quien tomaba mi rostro es sus delicadas manos. Mordiendo su labio y mirándome con nervios. Retomamos el camino de los besos lánguidos y las caricias flameantes.
La hice recostar su espalda en el escritorio, me trepé sobre ella, apoyándome con mis antes brazos para no aplastarla, nos besamos con más pasión, a tientas y con solo una mano tomé mi cinturón para desabrocharlo, mientras la rubia debajo de mí, desabotonaba mi camisa.
No había marcha atrás.
Hoy le haría el amor.
Hoy sería mía. ¡Mía!
—¿Nerviosa?
—Nerviosa y apenada.
—¿Por?
—por qué me veas así… desnuda.
Me enterneció su sinceridad. Su preocupación por que la viese en su santa gloria.
«Como si fuese la primera vez en que yo apreciara la desnudez de una mujer. »
Aunque reconozco que me da un poco de pudor el que una chiquilla me vea sin ropa. Es una adolescente curiosa de la sexualidad. Virgen. y yo pretendía despojarla de su pureza, nunca había estado con un hombre, nadie había mancillado su cuerpo, por mi parte no era casto desde mis dieciséis, pero en mi adultez, solo había practicado el sexo con mujeres de mi misma edad, mayores o incluso pocos años menores que yo. Sería la primera vez en que a mi veintitantos estuviese con una menor de edad.
Comencé a temblar, mis ojos se oscurecieron de deseo y satisfacción, al percibir el suave tacto de su mano en mi erecto miembro. Lo tocaba a viva piel. No lo hice esperar, con un suave movimiento pélvico la ayudé a masturbarme. Moví mis caderas simulando la penetración.
—Lame la palma de tu mano y llévala nuevamente a mi pene. —le susurré. Y con lo obediente que estaba conmigo en esos momentos, hizo todo lo que le pedí.
«Retome el movimiento de mi pelvis»
—Tócame así! … ¡Sí! —arriba y abajo.
Dejé que hiciese conmigo lo que le viniese en gana. Entretanto, me dediqué a besar sus labios, así como, lamer y amasar sus pechos en intervalos cortos. —No aguanté mucho tiempo y me encaminé más al sur, haciendo una parada estratégica para bordear con mi lengua la circunferencia de su ombligo.
La problemática llevó su cabeza hacia atrás en éxtasis. Adentre mi mano izquierda por la tersa parte interna de sus muslos hasta topar con sus braguitas. Me atreví a deslizar mi índice por la costura de su sexo, por encima de su ropa interior para notar cuan mojada estaba.
Por mí
Por el hecho de ser mía.
Completamente mía.
Mía.
Disfruté de todas y cada una de sus curvas, de su estremecimiento al rozar nuestras intimidades, de sus pequeños gemidos y de los gestos que hacía cada que murmuraba en su oído frases para alentarla a practicarme placer.
Bajé mis pantalones hasta mis rodillas. La vi otear hacia la parte baja de mi cuerpo y sonrojarse, para luego verme con los ojos más conmovedores que jamás he visto en mi vida. Aparté el estorboso triángulo de tela que obstruía el camino de mi mano rumbo al altar de mi gozo, debía palpar su necesidad.
Otra vez levanté mi cabeza para ver directamente su rostro que tenía decorado un hermoso color carmín en sus mejillas.
—Mírame Temari.
Detestaba cuando pretendía ocultar su hermosa mirada de mí. —«Acato mi orden»
—¿Quieres que esté unido a ti?
Asintió
—¿Me deseas dentro tuyo?
—Sí! —gimió.
—¿Donde?, ¿Aquí? — le pregunté mientras adentraba mi dígito en su intimidad.
Dio un respingo al sentir como mi dedo topó con su barrera virginal.
—Tranquila todo estará bien te lo prometo. ¿Confías en mí?
—Tu sabes que sí. —fue su respuesta.
La besé con devoción para calmar sus nervios.
—Tienes que estar tranquila, yo haré todo el trabajo. Tú solo dedícate a disfrutar. —¿Te dolió?
—Un poquito.
—¡Lo siento! —si te duele mucho solo dime que me detenga y lo haré. ¿De acuerdo?
Con mis dos expertos colaboradores, inicié una acompasada danza de dígitos en la intimidad de la jovencita. Por un lado, índice se encargaba de dilatar el interior entre tanto, pulgar infligía dolor y regocijo al mismo tiempo en su clítoris.
Esto le facilitaría lubricarse más.
Sus sollozos de placer comenzaban a ser más ruidosos.
—No debes hacer ruido. No queremos que nos cachen en tremendo espectáculo.
Asintió.
—¿Estás muy callada? ¿No te gusta lo que hago?
—¡No!, No es eso. Es solo que me encuentro aturdida.
—Entiendo. —Ahora nos vamos a dejar arrastrar por el deleite de sentirnos. —Temari. vuelve a tocarme ahí. Antes de que llevase su mano a mi entrepierna, se la tomé para besar su palma y sus nudillos delicadamente. —Vuelve a lamerla, —le pedí con desespero. Cuando acabó de trazar toda su palma con su lengua, agarré su mano para encaminarla hasta mi pene; hizo un círculo alrededor de él y lo masajeo. La ayudé con el proceso, le enseñé la forma en que me gusta que me masturben, sé lo ágil de mente que es, —tal y como lo deduje, fácilmente aprendió el movimiento envolvente que me hace perder la compostura.
—¡Más rápido! —supliqué. —¡Así!, exclamé mis ojos al presagiar mi monumental corrida.
Quité la mano de mi torturadora. No quería llenarla con el níveo y viscoso producto del escrutinio al que fui expuesto. Me separé de ella para agacharme un poco y alcanzar el pañuelo que siempre llevaba en la bolsa trasera de mi pantalón, me trasladé con dificultad a la esquina donde estaba la cesta con basura, para terminar de masturbarme, limpié cuanto pude el reguero de semen que quedó impregnado en mis testículos, en parte de mi vello púbico y en la base de mi miembro. Descargué mi semilla a borbotones, —natural cuando llevas tiempo de no echarte un polvo. —Recuperé un poco mi respiración, tiré el pañuelo a la canasta, moviéndola con fuerza para que el pedazo de algodón se hundiese hasta fondo de los desechos y no quedase evidencia de lo que está ocurriendo en este salón.
«pobre del conserje que le toque limpiar el basurero y sus alrededores. En la esquina de la pared se deslizaba unas cuantas gotas de esperma»
La dueña de mi desasosiego estaba apoyada en sus codos, con la falda subida hasta su cintura, el pelo revuelto y las mejillas sonrojadas; su entrepierna manifiesta ante mis ojos, y en su rostro se dibujaba la duda y la incertidumbre.
«Sé lo que esa problemática cabecita cavilaba»—Creía que eso iba a ser todo.
«Y tenía razón.»
Una vez la lujuria un tanto desacelerada, los engranajes de mi cabeza analizaban la situación desde la perspectiva del raciocinio.
¿Qué estaba haciendo?
«Aprovecharme de la ingenuidad de una chica que se creía hasta los cuentos de mía tía panchita.»
Pero, ¿Tampoco puedo dejarla desatendida?
«No. No puedo.»
Con la ayuda de mis propios pies, me quité las zapatillas, los pantalones y mi trusa. Me acerqué a ella, besando su frente, luego di un piquito en la punta de su nariz para luego chocar mi boca con la suya. Agarré su rostro entre mis manos y le hice una mueca de sonrisa.
Ella peló sus blancos dientes como una mazorca.
La posición en la que estamos, me resulta incómodo; la hago envolver sus piernas a mi cintura y la llevo conmigo hasta la fría base de acero inoxidable de la mesa de trabajo.
Caramba, no se me ocurrió un mejor lugar para lucrar el cuerpo de Temari, que no fuese un salón de clase donde diseccionan ranas para estudio.
Sentí los labios de la chica en cuestión hacer un trillo de besos por mi cuello.
Por unos instantes nos miramos a los ojos. Expresando en silencio lo que sentíamos el uno por el otro.
—¿Lista? —le pregunté.
—Como nunca en mi vida.
Una capa de sudor cubría su frente, parte de su cabello estaba pegado a sus sienes, pero eran ese par de mejillas ruborizadas las que me trastornaban. Volví a chupar cada seno hasta dejarlos húmedos y sus pezones como dos capullos.
Tracé una ruta de besos y mordiscos por su cuello, su abdomen y sobre los delicados rizos de su pubis.
No debería mantenerla a su lado como algo recóndito. No debería poseerla si lo suyo está prohibido.
Pero no podía evitarlo. La deseaba de sobremanera.
«Al menos podría hacer eso…»
Por ella.
Por mí.
Por los dos.
Y con ese pensamiento, le abrí las piernas, le subí la falda has su ombligo; me arrodillé quedando mi cara frente a su zona íntima. Haciendo prueba dactilar, verifiqué cuan húmeda estaba, llevé mi mirada hacia su rostro hasta hundirme en ese mar verdeazulado.
Di un lengüetazo por toda su abertura.
—¡Sabes muy bien! — murmuré haciéndola enrojecer completamente.
Extendí sus piernas al límite y proseguí a profundizar mi boca en su vagina.
La oí soltar un sonoro gemido y con la misma llevar una de sus manos para tapar su boca.
Me sumergí de nueva cuenta en su femineidad, me entretuve saboreándola a plenitud, conduje un dedo a su interior y mi lengua ultrajaba su brote sensible. Con cada lamida, ella presionaba y jalaba mi cabello hasta casi desprenderlo del cuero cabelludo.
Devoraba su vagina como si fuese un banquete, exclusivo para mí.
Mi cuerpo ardía de deseo, no separaba mi posesiva mirada de la suya, donde evidencié cada uno de sus gestos. Se estremecía y gimoteaba bajo mi jugosa caricia, deslicé mis dedos con el mayor de los cuidados en su interior adentrándolo hasta topar con su himen.
Cuando sentí que estaba por estallar en jubilo, succioné más rápido, con decadencia y devoción su clítoris.
Paladeé su sabor y juro que la ambrosía del olimpo griego no es competencia.
La sangre de Temari correteaba a lo loco por sus venas, lo comprobé en mis mejillas que rozaban la parte interna de sus muslos.
Ella se aferró a mí como naufrago a la boya, tiró su cabeza hacia atrás, dejando escapar un grito.
Obtuvo un orgasmo, quizás el primero en su vida, bajo mi tutela. «Proporcionar placer es lo mejor del mundo.»
Se recostó en la sobremesa. Me levanté mirando como su entrecortada respiración hacia que sus pechos bajaran y subieran descontrolados, me trasladé hasta donde estaba el montículo de mi ropa; fue en eso que capté que en ningún momento me quité la camisa. Solo estaba abierta y tres botones arrancados.
Me puse el bóxer, los pantalones…
—¿Y tú? —murmuró con preocupación.
—¿yo qué, mujer?
—¿No vamos a terminar?, ¿No iremos hacer el am…?
—¡Mira, Temari! Nos dejamos llevar por una imprudencia.
Los ojos de ella se pusieron acuosos. —¿Qué quieres decir? ¿Te arrepientes?
«Ahí estaba la interrogante que me temía» —¡No, por supuesto que no!
—Pero, ¿Y tú?
—Yo estoy bien. Sé manejarlo.
—¿Por qué no quieres hacerlo? —No comprendo, primero querías y ahora no.
—Es porque no es el momento ni el lugar para ello.
—Podemos ir a otra parte. ¡No lo sé! Tu apartamento, un motel, donde tú quieras.
—¡Hay más tiempo que vida, problemática! —¡Lo haremos!, pero no hoy.
—Pero…
—¡Shhhh! —te lo repito. Hay más tiempo que vida. No debemos apurar las cosas, solitas fluirán. ¿De acuerdo?
Su mirada reflejaba decepción y tristeza.
«Pero era lo mejor» —¿Temari?
Asintió con desgano —De acuerdo.
—Muy bien señorita, recoja sus pertenencias porque no queremos pruebas indebidas y nos marchamos, ya los guardias de seguridad están por pasar a vigilar. —le dije con mi habitual pereza y en guasa.
«En menos de lo que canta un gallo» Nos habíamos puesto nuestra ropa, nos la acomodamos y acicalado. Salimos al pabellón, encontrándonos con el primer vigilante, lo saludamos, proseguimos a caminar, platicando amenamente para disimular el susto y elevando plegarias a cuanto santo existiera en el cielo para que él no entrase al laboratorio.
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El último trayecto hacia la salida del instituto, lo hicimos en silencio. No fue hasta que arribamos la entrada del parqueo que Temari habló.
—¿Me llevarás a mi casa?
No podía con mi cargo de consciencia. «Si no fuese por ese lapso de lucidez, hubiese hecho una barbaridad.» —No puedo, debo reunirme con Chōji y los demás chicos para ver un aburrido partido de futbol. «Mentí»
«Si no fuese por ese milagro, hubiese acabado con una buena amistad.»
—De acuerdo, tomaré un taxi.
Le medio sonreí por su cometario. —Gracias por entender.
Rocé mis labios en los suyos para irme. —¡Adiós!, le dije para caminar hasta el parqueo sin mirar atrás. «Un adiós camuflado de una verdadera y acallada despedida.»
—Nos vemos la próxima semana. La escuché decir a lo lejos.
«Si no fuese por ese rayo de iluminación divina, me hubiese cagado todo.»
Todo por culpa de un maldito momento de insensatez.
Fin del flashback
Abrí mis ojos percibiendo que estaba por anochecer, me levanté del césped, sacudí mis ropas y lentamente caminé hasta el registro para firmar mi hora de salida.
Lo sarcástico de todo es que, aunque hice lo que la ley, las normas de sensatez y el buen juicio, inquieren. Si desean conocer el rostro de la escoria, es fácil solo tomen su tiempo y mírenme.
Hola guapos y guapas. Un placer volverlos a saludar. Les presento a mi nuevo bebé, espero que sea de su agrado e interés. Como siempre agradezco de antemano sus comentarios.
¡Paz y bendiciones!
