Disclaimer: Yowamushi Pedal no me pertenece, es de Wataru Watanabe.
Hoy es el cumpleaños de Onoda (¡7 de marzo, yeah!) y estoy feliz por él. Vengo aquí a dejar esto para celebrar el día especial del princeso del fandom. Creo que Manami sería una persona muy preocupada en este ámbito. Como sea.
¡Feliz cumpleaños, Onoda Sakamichi (pequeño bebé)!
Advertencias: Pues nada, fluff, mucho fluff. O eso creo.
Velitas de cumpleaños.
Tras muchas peticiones y promesas, además de energía de su parte, Manami había conseguido que el siete de marzo exactamente, los amigos de Sakamichi no se aparecieran por su departamento. Noes que quisiera ser egoísta o cobrar venganza de las muchas indirectas que le lanzaban acerca de que sería mejor que se alejara de su novio y por las incontables citas arruinadas por su interrupción. Claro que no (aunque debería). Simplemente que fuera especial en otro sentido, ambos solos, era un momento importante en su vida y él quería festejarlo de la mejor manera. Realmente Manami no era una persona muy preocupada en ese sentido pero no quería pasar por alto el gran acontecimiento. Sakamichi de verdad le importaba y quería hacer lo mejor para él. Cumpliría la mayoría de edad antes, aunque no lo aparentaba, así que quería que se sintiera bien.
—¿Qué? ¿Realmente piensas que dejaremos a Onoda-kun solo en su cumpleaños? —exclamó el más bajo de sus amigos. Ese sprinter tan hiperactivo que no le tenía ni un poco de respeto en nada y parecía que lo odiaba. Manami no estaba seguro si alguna vez lo ofendió (lo cierto era que a veces podía llegar a ofender a mucha gente, pero no lo hacía a propósito, simplemente no tenía un filtro entre lo que pensaba y decía). Daba la impresión que cualquiera cosa que sugiriera que estuviera relacionada con Sakamichi se encontraba absolutamente prohibida—¡Estás loco! Somos sus amigos, no lo dejaremos solo.
Manami sonrió con naturalidad, intentando no explotar de enfado por haber escuchado lo mismo un millón de veces.
—Bueno, no estará solo —técnicamente hablando—. Estará conmigo. Eso es estar acompañado, ¿no?
—¡Y una basura! Somos sus mejores amigos, no lo dejaremos en su día —debatió el colorín sin dejar dar su brazo a torcer. Parecía perfectamente convencido de su punto. Su postura era de alguien en estado defensivo; con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada fulminante, ambas cejas fruncidas. Giró el rostro unos segundos para ver a su acompañante, el otro amigo de Sakamichi y más silencioso—¿No es cierto?
El mencionado se encogió de hombros pero tampoco le lanzaba una mirada de mucha simpatía, simplemente estaba manteniendo la calma que al más bajo le faltaba por mucho.
—Pues sí —fue lo único que dijo.
—¡Además! —volvió a decir Naruko—Pensábamos celebrarlo como club, ¿sabes? O bueno, amigos cercanos que alguna vez fueron un club.
—Solo les estoy pidiendo que ese día nos dejen solos, pero pueden celebrarlo ustedes el siguiente —Manami tampoco daría su brazo a torcer, no importaba lo mucho que le repitieran lo mismo pues él también diría exactamente lo mismo, hasta que aceptaran. No estaba pidiendo un favor del otro mundo. Ellos podían ser sus mejores amigos pero él era su novio, tenía prioridad (o al menos en el universo de Manami así era). El único problema es que no tenía ganas de soltar esas palabras frente a esos dos porque nunca olvidaría la mirada que le lanzaron cuando Sakamichi lo presentó formalmente no como su rival o compañero, sino como su pareja. Ese día casi ardió Troya—. Solo es una vez. No es mucho pedir. Así tienen más tiempo para organizarse mejor.
—¡Estamos super organizados!
—Según lo que he escuchado tú tampoco eres la persona más organizada, ¿no?
Estuvo toda una tarde, hasta que quizás por alguna bendición divina ambos simplemente se resignaron a lo inevitable, pero la única condición fue:
—Que Onoda-kun este intacto al día siguiente, ¿escuchaste? Me daré cuenta si camina raro o algo, queremos festejar, no servirá de nada que el cumpleañero se encuentre en tan pocas óptimas condiciones.
…
Se encargó de hablar con Toudou-san para que le ayudara a escoger un buen pastel de cumpleaños de algún saber que fuera normal y bueno (porque Manami tenía gustos raros, mucha gente se lo había dicho, y tampoco era muy fanático de los dulces), y aunque su antiguo sempai solía ser tan estricto con las dietas sanas y balanceadas, fue una sorpresa darse cuenta que él realmente sabía mucho del tema. El problema recaí en que cada cosa que él ofrecía era demasiado cara para su sueldo normal de estudiante. Había intentado comprar un buen regalo, además de la decoración y comida necesaria, así que en eso se le había ido la mayoría del dinero. No podía pedirle prestado a nadie (porque las personas ya sabían que él no iba a devolverlo), así que se encontró en un dilema enorme aquel día que había salido de compras al centro de Hakone con Toudou-san.
Habían estado dando vueltas por cinco pastelerías diferentes y Manami ya se encontraba mareado de tanto dulce. Además que tanta gente los observara (en especial mujeres) le ponía un poco nervioso en ese momento en que ya se encontraba con la paciencia al límite, pero Toudou-san no se daba cuenta de eso y saludaba a toda chica que le sonriera.
Era irónico pensar que ese chico que se veía tan irónico era, efectivamente, uno de los más fieles de todo Hakone. No es que sus demás antiguos compañeros fueran infieles hacia sus parejas, pero lo cierto era que Toudou-san era quien tenía más oportunidades para ser infiel. Le caían mujeres del cielo y más de alguna se le insinuaba de momento a momento, pero él siempre pensaba en su Maki-chan. La mayoría de sus conversaciones eran de él y todas sus atenciones especiales eran hacia esa persona. Toudou-san había tenido oportunidades de oro con chicas muy guapas que a poco utilizaban tops escotados y muy apretados para hacer notar más sus atributos, pero él lo único que hacía era ofrecerles su abrigo para que se cubriera, porque hacía frío.
—Bueno, Manami, entonces no tienes más opción que buscar una forma más económica —dijo Toudou-san mientras dejaban la tienda número seis. Su rostro no mostraba tanto cansancio como el propio, pero efectivamente estaba cansado. La travesía la habían partido a las doce de la tarde y ya eran las seis, poco faltaba para que comenzara a oscurecer.
—¿Cuál sería, Toudou-san? —inquirió él mientras lo seguía por las calles concurridas, evitaba gente e intentaba mantenerle el paso.
Su sempai lo volteó a ver con esa clase de mirada que un estudiante mayor le dirige a su kohai. Le sonrió con prepotencia y dijo:
—¡Hacerlo tú mismo!
El resto de la tarde estuvieron debatiendo acerca de los ingredientes (bueno, más él que Manami) y cuál sería la mejor opción. Toudou-san parecía tener un poco de experiencia respecto a la repostería pero en el caso de Manami era un cero a la izquierda. No tenía ni una absoluta idea y lo único dulce que podía hacer era congelar los yogurts que Sakamichi compraba para luego decir que era un nuevo tipo de helado frutal casero. Él no cocinaba porque 1) Le daba pereza 2) Dejaba un desastre cada vez que se metía a la cocina y 3) No sabía cocinar. Quizás si no fuera tan disperso las cosas funcionaría mejor pero hasta las cucharas de palos se le quemaban. Manami tenía la mala costumbre de ir a ver otra cosa mientras cocinaba, por ejemplo, una vez intentó cocinar arroz y lo dejó en la olla mientras se cocía para ir a ver algo al computador (que pocas veces usaba, la verdad no tenía uno propio, ese era de Sakamichi). Cuando su novio volvió diciendo que había olor a quemado ahí recién se acordó del arroz.
Según Sakamichi había estado muy bueno, de hecho era una de las mejores cosas que sabía cocinar, pero no sabía qué tanto podía confiar en él si después de comer se encerraba en el baño y a través de la puerta podía oír arcadas.
Toudou-san se encargó de arrastrarlo a distintos supermercados para buscar los ingredientes y como era un buen sempai (además de que la táctica ojos de cachorro de Onoda y halagos hacia su persona todavía funcionaban un poco) logró que le comprara algunas cosas que él no podía. La mayoría era para decorar; el glaseado, las galletas que debía poner encima y algo muy parecido a unas frutillas pero más pequeñas.
Cuando se despidieron (Manami cargaba más bolsas que mula de carga) Toudou lo observó desde su altura y le sonrió con prepotencia.
—Te mandaré la receta por mensaje, ¿de acuerdo? Así que revísalo, ¡que te vaya bien con el Chico gafas-kun!
Así Toudou-san desapareció por la multitud de gente, para luego llamar a su benévolo Maki-chan y comentarle acerca del buen sempai que seguía siendo, porque había ayudado en algo de vida o muerte a su kohai.
…
Un día antes de la fecha Manami estuvo a punto de que su plan secreto fuera descubierto, o bueno, decir "ser descubierto" sería una exageración pero así lo sentía él. Era más emocionante de esa manera. La verdad es que el cuatro de ese mes Manami se encargó de ir a comprar unas últimas cosas que le faltaban (en secreto, por supuesto, no quería que Sakamichi se enterara) y mientras vagaba por los pasillos del mini market con lo que iba a comprar en la mano (algo super obvio y evidente que se usa para los cumpleaños), divisó a su novio acuclillado frente a una estantería olvidada del ojo de Dios. Nadie pasaba por ahí, de hecho hasta el pasillo estaba vacío. Parecía que el único ser viviente que entraba a ese lugar era un chico tan especial como Sakamichi.
Si él hubiera volteado Manami habría practicado una voltereta mortal hacia atrás muy parecida a las que hacía ese protagonista del anime que a su novio le gustaba tanto ver y se habría ocultado tras una estantería riendo ante el rostro confundido de él mientras que el sudor del suspenso corría por su rostro.
Por supuesto, eso no fue necesario porque Sakamichi estaba tan concentrado que ni si quiera volteó a verlo.
Lo observó unos cuantos segundos más, esperando que volteara a verlo para intentar hacer aquella técnica, pero estaba demasiado concentrado eligiendo qué sobre de las cartas de Love Hime que él coleccionaba se llevaría como para notarlo. Si no hubiera estado comprando un producto super secreto para su celebración super ultra secreta, se habría acercado sin problemas para acuclillarse a su lado y ayudarle a encontrar el sobre con las cartas más difíciles. Él le daría esa sonrisa extrañada que le daba (pero bonita), Manami le habría pasado el sobre y luego como paga le hubiera robado un beso en los labios mientras que el mayor se sonrojaba, completamente abochornado de tales muestras de cariño en público.
Manami llegó al departamento con cinco minutos de ventaja sobre Sakamichi. Ocultó el producto secreto y necesario debajo del colchón (dónde sabía que él no buscaría). Cuando entró por la puerta se encargó de tomarlo por la cintura, empujarlo contra la pared y besarlo como si la vida se le fuera en ello. Aprovechó de correrle mano más de lo necesario, le desordenó el cabello solo porque quería molestarlo, le mordisqueó el labio inferior hasta dejarlo rojo e hinchado y apretó su agarre en su cintura hasta llegar a su trasero. Le dio un apretón, Sakamichi soltó la bolsa de compras que tenía completamente confundido y con las palabras acerca de las cartas de colección que había conseguido arrebatadas de la boca por tal muestra de cariño que, poco a poco, comenzaba a hacer que su temperatura corporal se elevara.
Sangaku mordisqueó su cuello y lamió con la punta de su lengua un recorrido desde la clavícula hasta la barbilla.
—¿Q-Qué? ¿Ma-Manami-kun? —balbuceó su novio sin saber a qué agarrarse; si al pomo de la puerta, a la pared detrás de él o la espalda del chico que lo acorralaba sin razón aparente.
Dependiendo de dónde sus manos terminaran podrían acabar hechos un desastre en la cama, ahí mismo o conversando sobre Love Hime.
Una decisión difícil, sin duda.
—¿Qué p-pasa?
—Nada, solo quería cobrarte el beso que me debes —murmuró él contra su piel para luego besarlo de nuevo. Le dio tres besos que lo dejaron sin aliento antes de dejarlo preguntar de nuevo acerca de a qué cosa le debía porque no recordaba deberle nada. Sangaku no pudo hacer nada más que juntar sus frentes al verlo ahí de pie, tan lindo y sonrojado, absolutamente suyo para su disposición. Era tan adorable—: La carta de Love Hime super difícil que la próxima vez conseguirás gracias a mí —respondió para volver a besarlo y apresurarse para levantarle la playera que llevaba, liberando así su blanca piel.
Onoda quedó más confundido que al principio pero se dejó llevar al tiempo que sus manos caían entre los omoplatos del más alto. Un jadeo se escapó de sus labios y un gruñido de los de Sangaku.
Para Manami tenía mucha lógica, porque la imagen acerca de qué hubiera ocurrido si se hubiera acercado donde estaba su novio mientras se hallaba acuclillado frente a los sobres de Love Hime, quedó prendida a su mente y quedó con las ganas de ese beso robado. O algo más.
…
De esa manera el siete de marzo, Manami se hizo el dormido al momento en que Onoda se levantó temprano para ir a comprar la Jump. Esperó pacientemente a que cerrara la puerta del departamento y luego comenzó a hacer todo; se duchó más rápido que otras veces (era un tiempo record), sacó los ingredientes para hacer el pastel y en intervalos cuando dejó que se horneara se encargó de ordenar la casa. Fue un trabajo difícil y tedioso porque lo estaba haciendo solo, pero no podía evitar sonreír mientras imaginaba la cara de sorpresa que su compañero tendría al verlo. Intentaba calcular cuánto tiempo le quedaba. Sabía que para comprar la revista tenía que ir unas cuantas manzanas lejos de donde vivían y seguramente se distraería en el camino, además si llevaba su teléfono estaría muy entretenido contestando los mensajes y llamadas que le llegaban.
Colgó globos y serpentinas. Sacó unas cuantas chucherías para comer y buscó su supuesto regalo (nada muy emocionante, una versión limitada sobre una figura que había estado buscando desde hace tiempo). En el camino se cambió de ropa tres veces y se distrajo dos.
Cuando la llave de la puerta volvió a escucharse, Manami se encontraba levantando el colchón para sacar el objeto que había estado ocultando. El pánico hizo que se quedara quieto unos cuantos segundos, para luego levantarse de un salto y correr hacia la mesa central donde había dejado el intento de pastel (era una masa amorfa, quemada por un lado y poco cocida por el otro. Había intentado decorarlo pero no le salió muy bien pero seguramente estaba bueno. El aspecto no lo era todo en esta vida) pero no alcanzó a abrir el paquete del objeto para cuando Sakamichi entró por la puerta.
Ambos se quedaron estáticos en sus lugares. Manami con el sudor corriendo por el rostro y a centímetros de la mesa, mientras que Sakamichi con su bolsa de compras en un brazo y la mirada confundida.
El tic-tac del reloj sonaba de fondo.
—¿Manami-kun?
—¡Sakamichi-kun, feliz cumpleaños! —exclamó el menor de ambos sin saber qué decir a continuación. Se tropezó con una silla mientras hacía su camino en dirección al mayor y de manera torpe logró pasar los brazos por sus hombros para regalarle un abrazo, además de un beso en la frente luego en la nariz y al final en los labios. En el fondo se sentía decepcionado de sí mismo porque la sorpresa no había salido tan sorpresa, Sakamichi-kun lo encontró justo cuando se hallaba desprevenido y no había podido celebrar de buena manera—Lo siento, Sakamichi-kun, quería darte una sorpresa pero creo que no salió muy bien —se lamentó mientras bajaba la vista y sonreía de manera apenada. Sus manos todavía aferraban los hombros huesudos del más bajo.
Onoda ladeó con confusión la cabeza y luego abrió los ojos al comprender sus palabras. Rápidamente empezó a mover las manos frente suyo pero no estaba seguro qué hacer a continuación. Dio unos cuantos pasos adelante y cerró la puerta tras él, Manami seguía aferrado a sus hombros y le lanzaba esa mirada apenada.
—No, no, ¿cómo dices? ¡Manami-kun esto es… es! —observó tras su espalda y tragó saliva mientras una oleada de ternura lo invadía. Podía observar el esfuerzo del chico ahí y el sudor que recorría su frente era la señal que notaba que se había esforzado mucho. Eso explicaba por qué había actuado tan extraño (más de lo normal) en los últimos días. No podía sentir más que amor por él y mucho agradecimiento. Le tomó las manos entre las suyas, dejando a un lado la bolsa de compras que había estado cargando, y se encargó de darle un apretón para demostrar lo que sentía—Es perfecto, Manami-kun, muchas gracias. Realmente no me esperaba que hicieras algo así y es lo más lindo que alguien podría ser. No te disculpes, no tienes por qué. En serio, muchas gracias.
Le sonrió y Manami no pudo controlar el rojo que se instaló en sus mejillas.
Sangaku correspondió su sonrisa mientras una ligera carcajada de nerviosismo escapaba de sus labios. Apretó más las manos de Sakamichi y entrelazó sus dedos. Le volvió a besar la frente y luego la junto con las suyas. Ambos intercambiaron esa clase de mirada que estaba repleta de amor y locura por el otro. Su corazón se aceleró, como siempre, al observar los rasgos pequeños y bonitos de Sakamichi. Aquella sensación de nerviosismo que lo invadía siempre que estaba junto a él se mezclaba con la emoción de tenerlo a su lado solo para él. Era egoísta en ese ámbito y cada vez que lo veía deseaba poseer a Sakamichi como algo que solo él podía utilizar y cuidar. Lo quería mucho, con locura, nunca creyó poder sentir tal intensidad de emociones por otra persona.
—Feliz cumpleaños dieciocho, Sakamichi-kun —murmuró contra su rostro mientras rozaba sus narices en un beso esquimal que los hizo reír a ambos por las cosquillas. Las mejillas blancas de su novio se colorearon—. Lo siento, no he podido poner las velas en el pastel porque justo has llegado. No calcule bien el tiempo.
—Podemos ponerlas ahora. Tranquilo —respondió Onoda con timidez.
Manami asintió y de la mano se encargaron de recoger el paquete que había estado oculto bajo el colchón. Posicionó las velas sobre el comestible en forma de círculo y luego soltó la mano de Onoda durante unos segundos para prender los fósforos. Se quemó la yema de los dedos, le dolió pero no es que le molestara realmente, pero se aprovechó del momento haciendo que Sakamichi-kun le diera un beso en la zona para apaciguar el dolor y eso fue lo suficientemente tierno para sacarle una carcajada.
Con las dieciocho velas de colores prendidas, Manami miró fijamente a Onoda. Ambos en la soledad del departamento y con todo un día por delante para festejar a su gusto.
—Debes pedir un deseo, Sakamichi-kun —musitó Sangaku, sujetando nuevamente su mano y volviendo a entrelazar sus dedos.
Su compañero lo miró unos segundos.
—No tengo nada que pedir, Manami-kun, porque soy feliz viviendo de esta manera —luego de decir eso se acercó lentamente para regalarle un beso dulce en los labios que logró hacer que el corazón de Sangaku se acelerara.
Luego de eso apagó las velitas y ambos se quedaron en silencio, disfrutando la compañía del otro. En el día especial de Onoda.
