Summary: ¿Cuál había sido su pecado? ¿Ser rica? ¿Estar en el lugar y momento equivocado? Como fuera, ahora vivía un infierno ¿Cómo el dinero podría ser capaz de ponerle precio a una vida? —Universo alterno—

Disclaimer: Los personajes de Bleach son enteramente propiedad de Tite Kubo. Yo soy tan sólo una fanática loca que intenta emparejar por todos los medios a Ichigo y Rukia para su satisfacción.

Notas de la autora:

+ Esta historia nació en un momento de ocio. Creo que influyó mucho las constantes noticias acerca de la violencia que, lamentablemente, sufre mi país y ciertas experiencias cercanas que he vivido.

+ El título de la historia lo elegí por una canción de un grupo con el cual estaba traumada hace varios años.

Edito:

Luego de pensarlo mucho, decidí cambiar radicalmente la estructura que manejaba anteriormente. El argumento, en esencia, es el mismo. Estuve a punto de borrarlo, pero decidí que simplemente debía organizar bien mis ideas. Siento la tardanza y espero que los cambios sean para bien. Cualquier duda, detalle o simple mentada de madre, no duden en manifestármelo.


-Y de la gasolina renació el amor-

Prólogo:

Para ella, simplemente era un día más. El sol brilló de nuevo, el aire continuó llenando sus pulmones y todo el orden cósmico permaneció intacto. No existía el menor indicio que su rutina cotidiana cambiaría. Esa tarde pensaba ir a cotillear un rato con el nido de víboras, perdón, sus amigas —a las cuales odiaba en secreto— y quizá salir un rato con Renji, que estaba más que enamorado de ella. Y no lo culpaba, si ella fuera chico, también se enamoraría de sí misma. Cualquier persona que conociera a Rukia Kuchiki, adivinaba tras unos segundos su severo narcicismo.

—Buenos días, señorita Kuchiki —retumbó la dulce voz de Kiyone en sus oídos.

Odió intensamente a su doncella.

De hecho, odiaba a cualquier persona que osara sacarla del mundo de Morfeo, pero ella tenía mucha suerte. Le simpatizaba y por ese simple hecho, pasaba directamente a su círculo de protegidos. Por supuesto que esto no había sido cosa sencilla. Primero tuvo que pasar por un sinfín de pruebas, antes de considerarla una persona de confianza. La sumisión era una de las cosas que más valoraba de ella. Cumplía todos sus caprichos, no le importaba si se le hablaba groseramente y dejaba su vida personal por el trabajo.

—¡Demonios! —Vociferó incorporándose de la cama— ¿Qué tienen de buenos, Kiyone?

Como de costumbre, la chica empezó a temblar de pies a cabeza.

¿Desactivar bombas? ¿Ser soldado en alguna guerra sangrienta? Despertar al pequeño "león" de la familia Kuchiki, era todavía más peligroso.

Ninguna empleada con dicho encargo duraba más de una semana. Todas se iban ofendidas y juraban no volver jamás. Era por eso que cuando mencionaban «Familia Kuchiki» y «Rukia», todas las agencias de empleadas domésticas dudaban en prestar sus servicios a esta noble familia, sin importar las fuertes cantidades que se ofrecían y el prestigio que se ganaría en automático.

Sin embargo, Kiyone estaba rompiendo récords: cinco meses sin ser, aún, despedida.

—S-se… S-seguimos con vida, se-señorita —tartamudeó asustada la muchacha de cabellos grises— El sol resplandece allá afuera… —expresó con un poco más de confianza, abriendo las cortinas— Mire allá, los pájaros cantan y el sol brilla para las personas como usted… Pareciera que su tarea fuera iluminarla todavía más, señorita Kuchiki.

La ojiazul suavizó sus facciones.

¿Cómo podríamos describir a Las noches? Fácil, un lugar de mala muerte.

El sitio donde se reúne lo más bajo de la sociedad, el sitio predilecto para formar acuerdos entre delincuentes y el gran distribuidor, por excelencia, de sexo, alcohol y drogas. En el exterior casi podría pasar por, irónicamente, algún centro religioso. Tenía una estructura inmensa, con varias secciones independientes para diversos fines, hermosos vitrales como ventanas y pintado con un reluciente blanco perlado.

Por las mañanas tan sólo era un gran edificio, por las noches un centro de perdición.

En el apartado más importante, alejado y elegante, se encontraba un escaso grupo de seis hombres: el más importante, atrás de un elaborado escritorio de caoba, un par cuidándole celosamente sus espaldas, un mesero listo para servir cualquier bebida y los últimos dos, resaltando por sus singulares cabelleras, sentados enfrente de éste.

—Quiero que se deshagan de Byakuya Kuchiki —mandó fríamente un hombre alto y de cabellos castaños— hoy es el día indicado. En la noche habrá una fiesta de beneficencia y todo está organizado: Soborné al tipo que le llevará al lugar, su seguridad es nula, no tiene ningún guardaespaldas, y ustedes aprovecharán para abordarlo en un punto de la ciudad que posteriormente les indicaré. Es una oportunidad irrepetible ¿Tienen alguna duda?

—Ninguna —expresaron al unísono.

—Quiero que tengan en claro, que no hay lugar para errores. Ese hijo de puta se interpone entre mis planes —guardó silencio por unos segundos— pero un terrible accidente podrá ayudarme ¿No lo creen? —luego soltó una risa punzante, correspondida por el resto de sus subordinados. Levantó una copa de vino y exclamó: ¡Larga vida al rey Byakuya!

Antes de bajar a desayunar, se había dirigido a su baño para lavarse la cara y los dientes. Se observó detenidamente y no pudo evitar esbozar una sonrisa por el reflejo que le ofrecía el espejo: no necesitaba ni una sola gota de maquillaje para verse hermosa, su cabello era lacio y negro como la noche, pero sobre todo, le encantaban sus enormes y violáceos ojos.

—Buenos días, Rukia —le saludó su hermano con voz a gripada, pero sin perder su fuerza, cuando se toparon por el gran pasillo.

Él continuaba ataviado con su fino pijama negro y una hermosa bata gris de seda. Era bastante extraño verle así y más a esa hora de la mañana. Su rostro se veía hecho un desastre, su nariz estaba irritada y sus mejillas incendiadas por la fiebre.

—Buenos días, Onni-sama (*) —respondió con sumo respeto. Su hermano era el único ser, aparte de ella, que considerase digno de respeto y devoción— ¿Por qué se ha levantado? —inquirió con verdadera preocupación. Todo el mundo podría asegurar que su cariño era solo una farsa, una herencia enorme era capaz de hacer fingir a cualquiera, pero Rukia amaba a su hermano. Quizá nunca había palabras de aprecio entre ellos y tenían una relación bastante templada, sin embargo el amor fraternal era recíproco— Creo que debe seguir descansando.

—No, estoy bien —aclaró inmediatamente, pero ambos sabían que no era cierto— Iré a cambiarme para ir a la oficina… además hoy es la cena de beneficencia —después empezó a estornudar sin parar.

—Renji puede hacerse cargo por hoy y yo iré a la cena en representación a la familia —sugirió la pelinegra— Si va en ese estado, tardará más en recuperarse y puede empeorar. Por favor, hágame caso.

El hombre de piel cremosa meditó un par de minutos, hasta que finalmente dijo:

—Tienes razón —se dio la media vuelta y tomó rumbo hacia su habitación. Rukia se sintió complacida, bajó a desayunar y empezó a hacer planes acerca de lo que vestiría en esa importante ocasión.

La noche llegó finalmente.

Luego de voltear su extenso guardarropa, la ojiazul no encontró nada que le agradase y compró un hermoso vestido negro en una exclusiva tienda que siempre tenía algo especial para ella. Decidió usar un antiguo collar de diamantes que estaba desde hace mucho tiempo en la colección de joyas de la familia y fue maquillada y peinada por una reconocida estilista, que también estaba siempre a su disposición. Rukia, con todo esto y principalmente con su belleza natural, quedó hecha una diosa. La joven heredera era acechada por muchos hombres, pero ninguno le había convencido siquiera un poco.

Su vida era casi perfecta.

—El chofer está listo para partir —indicó una de sus sirvientas antes de entrar a la habitación— Wao… —susurró sorprendida al verle— ¡Está especialmente hermosa esta noche!

—Lo sé —se limitó a decir y abandonó su enorme recámara, sin saber que pasarían bastantes días antes de volver ahí.

Una limusina le esperaba al exterior. Rukia notó algo raro al chofer, pero no le dio importancia. Después le diría a su hermano que lo despidiera. La cena se llevaría a cabo en una hacienda un poco retirada de la ciudad, así que tampoco le extrañó demasiado que tomara otro camino distinto al acostumbrado. Tantas y tantas señales de que las cosas no marchaban bien y ella simplemente las ignoró.

Rukia seguía en su burbuja de oro, hasta que el auto frenó repentinamente en un sitio desierto a pocos kilómetros de la carretera:

—¡Idiota! —Gritó enfurecida— ¡Ten cuidado, imbécil! Un solo cabello mío vale más que toda tu familia… —el chofer se bajó y fue directamente hacia donde la ojiazul se encontraba— ¿Qué piensas hacer, maldito? —exclamó aterrorizada, alejándosele. Velozmente él le cubrió la boca y la nariz con un pañuelo con cloroformo y la vista de la asustada mujer empezó a nublarse.


Nota:

(*): No se considera correcto usar términos en japonés, pero no se me ocurrió otra palabra adecuada para llamar a Byakuya y que mostrara el respeto y la admiración que Rukia siente por él.