Iskander
Alexander se removía inquieto entre las sábanas pero las pesadillas no tenían fin y apenas abría los ojos éstas no hacían más que empezar para proseguir apenas los cerraba.
Gruesas lágrimas brotaban de sus ojos pero apagaba los sollozos con las cobijas, extrañaba a Hephaistión, su presencia siempre cálida y atenta, día a día soñaba con su muerte y creía que era presagio de los dioses por amarlo tanto y que sus sueños representaban su mas grande temor: Perderlo. ¿En qué momento lo había dejado marchar para combatir por su cuenta? Si desde niños que no se separaban, incluso apodaban "la sombra" a su fiel amigo, apodo puesto por el propio Filipo que parecía alegrarse de las debilidades de su hijo y por el cual Alexander siempre buscaba su aprobación.
Olimpia era menos tolerante y para nadie era desconocido que odiaba al joven por haberle robado el amor de Alejandro que ella deseaba todo para sí, ya no había amor en la mirada del príncipe para ella y ya no tenía oídos para oír sus conspiraciones, era un ente lejano y absorto en contemplar a otro y no a ella que había sacrificado sus mejores años, que le había entregado hasta su alma. Como leona herida atosigaba a Cleopatra más de la cuenta pero nadie podía estar a la altura de su hijo al que veneraba y le dolía inmensamente que por ese muchacho no buscara una esposa macedonia ni fuera su confidente.
Cada vez que cruzaba miradas con el apuesto hijo de Menoitios el Grande, le decía que iba a morir: por Heracles que ella acabaría un día con él. Aquél odio era recíproco, en su fuero interno Hephaistión la consideraba una bruja artera y venenosa como una serpiente que deseaba dominar al hijo para derrocar al padre. Sin embargo esos odios no hacían mella en Alexander que sólo pensaba en el gran amigo que había encontrado y creía que los enojos de su madre eran pasajeros, así, seguía paseándose con él por los jardines bajo la mirada de su maestro que sabía que nada podía hacer para separarlos.
El destino y los deseos de los Dioses eran algo que lo inquietaba particularmente, en ocasiones se debatía entre tantos intereses distintos y su madre no le hacía la vida fácil; pero siempre tenía a su amigo, excepto ahora ¿y cómo podía reprochárselo? Era general y el mejor soldado, los hombres lo admiraban y querían a pesar de la envidia que algunos sentían por ser el preferido y por estar tan cerca de él. La respuesta era simple: sólo él lo conocía con virtudes y defectos y lo aceptaba así, por ser Alexander a secas.
Alexander estaba en su tienda de campaña y mientras se mesaba los rubios cabellos se sentía solo y cansado, ni la presencia de Tolomeo era mucha ayuda y aunque nunca se negaba a nada, ya se murmuraba que su desasosiego era evidente para todos. Extrañaba las noches de conversación y sus atinados consejos pero sobretodo extrañaba su presencia y ver sus hermosos ojos azules.
Un criado se abrió paso entre las colgaduras de la tienda con timidez, Alexander fijó sus ojos en él y el muchacho exclamó:
Iskander, hay noticias de tus hombres un mensajero acaba de llegar – el muchacho bajó los ojos con servilismo e iba a inclinarse cuando el Rey macedonio pasó por su lado a grandes zancadas.
El mensajero lo aguardaba aún sobre su caballo y se hallaba bebiendo agua cuando se atoró al ver aparecer al Rey con tanta prontitud.
Majestad…ya están cerca de Bactria.- se apresuró a decir.
¿Quién los dirige? – murmuró éste.
Hephaistión Majestad, Cleitus va a la retaguardia.
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Alexander, estaban cerca de Bactria y si se ponían en camino los alcanzarían pronto. Sin darle las gracias al mensajero se marchó a su tienda y sacando un mapa se dispuso a estudiarlo; en Bactria se encontrarían y de ahí se dirigirían a la hermosa Babilonia. No podía esperar y lo poseía una extraña agitación, era injusto con su General y a menudo se conformaba con tenerlo a su lado y simplemente con eso, sin tomar en cuenta el deseo que notaba en los ojos de Hephaistión, sí, él lo obligaba a enfrentar al hombre que había en su interior y lo hacía olvidar tantas cosas.
La tristeza otra vez se apoderaba de él, al caer la noche recibió una invitación de sus camaradas y asistió con la esperanza de olvidarlo, se embriagó como nunca y en cada mujer veía un rasgo de su amante. Se retiró temprano y rechazó a Bagoas que estaba ahí siempre servil, sólo deseaba ver un rostro.
El criado se alejó y sin notar sus lágrimas Alexander lo llamó a su lecho.
Alexander…-susurró Bagoas.
Éste sonrió y limpiándole las lágrimas, lo miró unos instantes.
Bagoas…¿me amas? – preguntó lentamente.
El criado volvió a llorar y asintiendo con fuerza le respondió mientras se abrazaba sin pudor a su pecho, sin ver la mirada ausente del otro.
Sí, si si Iskander todos te amamos y en especial yo, te amo, te amo – repitió como enloquecido.
Tu cabello es tan suave – sonrió el Rey y tomándole el rostro lo acercó hasta sus labios, Bagoas vio que las pestañas de Alexander eran largas y sedosas y sus ojos junto con su sonrisa lo hacían ser más bello – Si me amas tanto te gustaría complacerme, Bagoas…- le dijo con suavidad y ante la atenta mirada del criado agregó apartándole suavemente las manos de su túnica - Quiero que montes un caballo y le des un recado a Hephaistión, según el mensajero ya deben estar cerca de Bactria así que le dirás que nos encontraremos en los montículos cerca de la región de Zaraspia al amanecer.
Alexander sonrió, aquel pedido le parecía habitual, Bagoas era hermoso y conocía el arte amatorio que lo había hecho famoso como el preferido de Darío, pero no se comparaba con Hephaistión ni por lo que sentía por su amigo de la infancia.
Solo a ti puedo pedírtelo – susurró mirándolo con una mezcla de amor y de orden, era una súplica pero también un mandato.
La palidez cubrió al muchacho y comprendiendo se puso de pie y salió como un autómata a cumplir la orden de su Rey. El mensajero partió con él, todos en el campamento dormían, Bagoas sabía que Alexander saldría en otro caballo rumbo a ese lugar que sólo él y Hephaistión conocían. Ni siquiera iría en Bucéfalo para no despertar sospechas, nuevamente odiaba al favorito de Iskander.
La noche estaba avanzada cuando divisaron el campamento, estaba varios kilómetros antes de Bactria, el criado ya tenía un plan, seguiría a Hephaistión y así protegería a Alexander de la locura que cometía, los hombres también dormían pero en algunas tiendas parecían divertirse, los macedonios eran así y les encantaba embriagarse, buscó la más grande: temblaba de pies a cabeza al entrar.
"Lo detesto pero no puedo negar que es un gran hombre" .pensó.
Hephaistión dormía, solo, y eso acabó con las esperanzas del muchacho de que le fuera infiel a Alexander, sin saber que más hacer se agachó e iba a tocarlo por el hombro cuando, los ojos del durmiente se abrieron y tomándolo del cuello lo arrojó al suelo mientras que con la diestra libre le ponía una daga en la garganta. Así que ahí estaba el único que vencía al Rey en lucha griega y ahora iba a cortarle el cuello.
Bagoas vio como la mirada clara del otro se endurecía y una luz de reconocimiento y rencor aparecía en sus ojos, a regañadientes lo soltó.
¿Qué haces aquí tú? – exclamó guardando la daga y con evidente malestar.
Tengo un mensaje de Alexander…-el chico lo observó y vio como el rostro del Comandante se suavizó al oír ese nombre – Dijo que te espera en los montículos cerca de Zaraspia.
¿Eso es todo?-.
Si, eso es todo – replicó el criado refrenando su insolencia al ver que esos ojos no se apartaban de los suyos.
Vete entonces.
Hephaistión se vistió y salió por la parte de atrás con una sonrisa de esperanza y de amor, pero fue la mirada de infinita superioridad lo que a Bagoas le dolió en el alma.
Alexander se hallaba sentado en una roca que dominaba todo el lugar, a su lado pastaba el caballo que había traído y miraba anhelante hacia el norte y el sur esperando con ansiedad. Desde niño que era impredecible y reía cada vez que su amigo lo denominaba como un cachorro de León, los minutos se le antojaban largos y abrumadores, estaba tan confiado en la victoria que podía darse el lujo de hacer estas escapadas.
Una vez le había dicho que sería el primero y el último y ni el esclavo persa lo reemplazaba, nadie jamás podría hacerlo. A lo lejos se observaban las primeras luces del amanecer y empezó a intranquilizarse ¿Bagoas habría cumplido? Tal vez Hephaistión se hallaba herido, Alexander se tapó el rostro con inquietud y estirándose en la roca contempló las últimas estrellas.
De pronto se incorporó y aguzó el oído, el trote de un caballo que ascendía llegaba hasta él y reconoció la manera de cabalgar de su amigo.
"Bagoas cumplió eso quiere decir que de verdad ama a su Rey o le teme tanto" – pensó bajando a saludar al recién llegado.
Hephaistión se apeó y se hallaba dejando su caballo para que pastase junto al del Rey cuando éste salió de entre las rocas y acercándose lo abrazó con fuerza, tanta que le cortó la respiración.
El general sonrió y mirándolo a los ojos, lleno de gratitud exclamó con dificultad.
Alexander… ¿ha pasado algo¿Tal vez tu madre…?-. Susurró.
No, mi madre no ha escrito, simplemente no podía pasar otra noche sin ti ¿tú duermes tranquilo, Hephaistión?- le preguntó impetuosamente.
Su hermoso rostro se turbó, no entendía que quería decir con esa pregunta y separándose caminó a grandes trancos por la hierba y sentándose en ella, se rascó la barbilla antes de replicar:
Me duermo cansado, no concilio el sueño hasta hallarme exhausto a causa de las batallas¿por qué lo preguntas?-.
Alexander se sentó a su lado y dedicándole una de esas miradas únicas le acarició el rostro, y con voz profunda explicó:
Porque yo no duermo tranquilo sin ti, por esa razón te mandé a buscar…-
Con tu amante Persa deberías dormir bien – interrumpió Hephaistión sintiendo una punzada de celos y mirándolo con fijeza.
Alexander rió y tomándole el rostro entre las manos lo besó apasionadamente, y separándose exclamó jadeante:
Mi amante persa que envío en búsqueda tuya ¿nada te dice eso¿Aún crees que te cambio por él?.
Multitud de pensamientos pasaron por la mente de Hephaistión y pensaba responder pero el súbito beso de Alexander lo desarmó y mirándole lo besó de regreso empujando su cuerpo sobre la hierba, él le demostraba su amor en medio de la conquista ¿cómo podía estar celoso de un simple persa, Alexander era suyo tal como Aquiles de Patroclo; ninguno advirtió la presencia de Bagoas que los miraba con el corazón completamente destrozado parcialmente oculto cerca de los caballos.
Tanto Alexander como Hephaistión se miraron sorprendidos por ese empuje repentino que los llevó a caer el uno en brazos del otro, por primera vez las palabras habían huido de sus labios y sólo se contemplaban en silencio hasta que el Rey nuevamente lo besó en un arranque de pasión y acarició sus costados, lo había extrañado tanto.
Tuve que enviar a buscarte – musitó como disculpándose – Nadie sabe que estamos aquí.
Su amigo sólo se limitó a mirarlo, estaba indeciso y no osaba acosarlo haciendo que se enfrentara con su deseo carnal, pero pensaba en Bagoas, por él sentía una parte de sí excluida y debía hacer lo que su corazón le dictaba. Se sentía como un ladrón con un lingote de oro.
Te veo dubitativo – Alexander lo miró a los ojos - ¿Acaso temes por tus hombres en el Campamento?-.
Cuando callaba su rostro se veía hermoso y sereno y lo contemplaba con agrado.
No, Alexander – reflexionó unos instantes y prosiguió:- ¿No temes tú, tu ausencia en el campamento?-.
Tan serio y magistral, éste rió y negó con la cabeza el aire del amanecer aun no despejaba del todo su cabeza.
Deben estar tan ebrios que solo deben pensar en seguir fundando ciudades y ganando batallas, No, no temo mi ausencia nadie iría a buscarme hasta el mediodía.- Estaba seguro de ello, además era el Rey.
Hephaistión esbozó una sonrisa y musitó:
Es verdad que así son ellos…- Deslizó con tranquilidad su mano entre la de su amigo y miró al firmamento – Volvemos a estar frente al designio de las estrellas¿Aún consideras el miedo como una fuerza impulsora?.
Miró su mano y desvió la vista hasta las estrellas que se veían apenas, opacadas por las luces del alba:
– Si, aún creo que el miedo o cualquier sentimiento poderoso puede impulsarnos, todo sea por la conquista y la gloria así los dioses estarán alegres.
¿Y tú Alexander? Tú que has sido proclamado dios¿estás alegre? – Sus ojos dejaron de ver el firmamento y se clavaron en los del Rey de Macedonia.
El monarca frunció el ceño, aquella era una pregunta que lo ponía nervioso, desde niño había tenido conflictos con sus sentimientos y estos variaban como el viento. Soltó la mano de Hephaistión y poniéndose de pie replicó:
¿Por qué me preguntas eso? – sus ojos grises eran duros.
El General se puso de pie con tranquilidad tras de él, estaba acostumbrado a los caprichos de su amigo y con acento persuasivo le dijo:
Mira este Reino¿ves hasta dónde cubren las estrellas? Todo esto y más es tuyo, tu obra y tu gloria, y sin embargo ¿Posees lo que en verdad deseas? De no ser así iré tras tus pasos y conmoveré hasta los cimientos de la tierra misma con tal de que lo tengas.
Su mirada de suavizó y tras suspirar se acercó a él y le puso las manos sobre los hombros con afecto.
El maestro decía que todo es relativo y la felicidad del pueblo es también la del Rey, estoy conforme Hephaistión con lo que tengo, no puedo pedir más Macedonia es grande y estamos cerca de Darío - lo miró a los ojos y se quedó en silencio mirándolo.
Mi Rey está conforme - asintió y después acariciando su rostro, añadió - pero mi amigo, el hombre, el que no es dios¿lo está?-.
Alexander bajó la cabeza y la tristeza se apoderó de él.
El rey vale más que el hombre. – Pensaba en todos los conflictos que se urdían por su causa, en la desdicha de sus padres que, a pesar de todo, habían sido reyes pero más que nada pensaba que sus ansias de conquista no estaban saciadas del todo.
De pronto sintió que levantaban su barbilla.
Jamás olvides Alexander que el corazón del hombre alimenta el poder del rey, pide amigo, e iré contigo a buscar tu felicidad.
Sé que lo harías pero amigo mío, ya no somos unos niños contando las historias de Aquiles.
No, no lo somos más, pero tus acciones están escribiendo la historia y hoy mismo ya eres una leyenda como Aquiles
Y tú eres como Patroclo ¿recuerdas las ofrendas? tal vez podamos superarlos - su rostro se animó -.
Las recuerdo - sonrió al ver su rostro animado - es nuestra obligación superar siempre a nuestros Antepasados.
Lo miró con gratitud y volvió a sentarse sobre la hierba - ya amanece - se recostó en ella - otro día de
Grandeza, otro día de batallas.
Hephaistión lo observó un instante: - La más grande batalla se libra en el interior - se tendió a su lado y cerró los ojos. El rostro de Alexander otra vez era triste y sombrío, pronto tendrían que regresar a sus respectivos campamentos, miró a su entrañable amigo y acercándose a él acarició su rostro, en respuesta el General acercó el suyo y lo besó en silencio.
Sus labios sabían a gloria y recordó la primera vez que se atrevieron a besarse, y al contrario de lo que todos pensaban, había sido absolutamente casual. Con sus brazos rodeó la cintura de su amigo y cerró los ojos. No solo él era consciente de la cercanía del alba, con reverencia y fuego en la mirada Hephaistión acarició el suave rostro de Alexander, parecía cincelado por los dioses y le sonrió mientras volvía a besarlo con intensidad como deseando que la noche cayera nuevamente sobre Zaraspia.
Bagoas reflexionaba dolido sobre lo lejos que estaba de Alexander y mirando al cielo se alejó dejándolos solos, merecían estarlo y debía estar en el campamento por si iban a buscar a Alexander, si no lo encontraban y tampoco a Hephaistión en el suyo se armaría un escándalo y las murmuraciones crecerían más.
Los primeros rayos de sol asomaron entre las nubes Alexander fue el primero en despertarse y moviendo a su compañero silbó para llamar al joven potrillo que había sacado del campamento, sonrió al ver la luz reflejarse en los azules ojos de Hephaistión, que se puso de pie con rapidez sacudiéndose la hierba de las ropas.
Ambos montaron y mientras Hephaistión se cernía la capucha su compañero no lo hacía, lo que le sorprendió.
¿Qué sucede? – susurró Alexander.
Hephaistión iba a responder cuando vio que el polvo del desierto se movía en el horizonte.
La avanzada, vete Alexander debes regresar y proseguir a Bactria, Vete.
Alexander hizo ademán de seguirlo pero su amigo se lo impidió y no le quedó más remedio que regresar al campamento, los dioses protegerían a Hephaistión, conocía su orgullo y su valor en la lucha, no por nada era Quiliarca y si él muriera su amigo se convertiría en el Líder del ejército y de Macedonia siempre que pudiera vencer a Olimpia, en Bactria haría el anuncio oficial.
Echó una última mirada por encima de su hombro, la capa de Hephaistión ondeaba y ya estaba acercándose al campamento, yéndose por las dunas y entre los montes logró llegar a su campamento encontrando gran agitación en el lugar.
Alexander por Zeus ¿por qué no avisaste que saldrías a cabalgar? – exclamó Tolomeo con gran aspaviento. – Te esperábamos para partir, Cleitus ya debe estar avanzando a Bactria.
El emperador se limitó a sonreir, Bagoas lo había salvado y tendría que agradecérselo pero ya lo haría después, le pasó el caballo a un criado y ordenó que se reunieran sus generales dándoles órdenes precisas de levantar el campamento y seguir el rumbo hasta llegar a Bactria. Una luz nueva brillaba en su rostro y sentía las energías renovadas, con su ejemplo exhortaba a sus hombres a seguirlos; sabía que estaban descontentos y que algunos deseaban volver a Macedonia, sabía que Darío iba sembrando de rumores por cada pueblo que pasaba diciendo que era un tirano y dueño de una ambición monstruosa pero sus Generales lo seguían y sus hombres a éstos.
Durante sus conquistas iba dejando en algunas ciudades a sus generales así se aseguraba que mantendrían el orden y siempre respetaba a los cautivos por lo que su fama crecía y mas que un invasor lo veían como un libertador.
"Hephaistión…" – pensó evocando su nombre con dulzura. Se encontrarían en Bactria, estaba dispuesto a ir allí y con esos pensamientos se dirigió a su tienda, que ya estaba siendo levantada. Contemplarían juntos los muros de Babilonia y con la idea en mente se dirigió junto a sus generales para apoyar a la campaña de su Quiliarca.
Hephaistión espoleaba a su caballo conforme avanzaban los minutos. La premura por llegar a su campamento era evidente, no preguntarían dónde había estado, pero la batalla estaba planeada para ese día y esperaban su orden para partir.
Llegó jadeante hasta su tienda y desmontó dándole las riendas al muchacho encargado de atenderle, mismo que había estado oteando expectante hasta su llegada.
Señor... lo espera, lo espera para comenzar...
¿Quién me espera? -preguntó Hephaistión con impaciencia. Cuando partiera en la noche no había imaginado que nadie corriera en su búsqueda y ahora esa inesperada visita lo pondría en un aprieto si preguntaba su paradero nocturno. -¿A qué hora ha llegado el visitante?
Cleitus... el comandante Cleitus -se corrigió el muchacho -llegó antes del amanecer con sus tropas y espera en su tienda desde entonces señor.
Atiende a mi caballo para que reponga fuerzas, saldremos en menos de dos horas y lo quiero listo.
Al entrar en la plácida frescura de su tienda pudo observar el súbito despertar del comandante más fiel de Alexandros, un hombre de gestos firmes y reacciones prontas, que le dirigía en esos momentos una mirada interrogante.
Inesperada es tu visita, Cleitus, pero no malvenida.
Inesperada tu desaparición Hephaistión¿con frecuencia pernoctas lejos de tu tienda en tiempos de guerra?
El preferido del rey lo miró airado y después una sonrisa tranquila apareció en sus labios.
Nunca es tarde para recrear los sentidos Cleitus, sobre todo en tiempo de guerra... ¿estás de acuerdo conmigo? -comentó confidencial con el fin de eliminar más preguntas.
El comandante sonrió, Hephaistión era capaz de sacudirse con ingenio el interrogatorio más demandante; sin embargo, su inteligencia no le permitía creerle aunque tampoco enviaba ninguna posible suposición acerca de su paradero. Pese a todo, no desconfiaba de él, lo sabía el más cercano a Alexander y por ende jamás un traidor.
Sonrió con petulancia y asintió con la cabeza: -En efecto, los sentidos jamás deben verse privados de sosiego Hephaistión, complaciente pues hay que ser; sin embargo ya es de mañana y tu ejercito partirá a menos que me hayan informado erróneamente.
No te han informado erróneamente, marcharemos pronto, Bactria será nuestra antes del atardecer.
Te veo muy seguro de ello¿no prevees una batalla difícil y muy pocos hombres a tu mando?
Pocos es verdad, pero bien organizados, una multitud que poco se puede controlar no me ayudaría en absoluto -replicó con firmeza mientras servía vino fuerte para ambos y tomaba una fruta como desayuno.
Y bien, entonces ¿en dónde de tu perfecta organización introducirás a mis hombres?
El chico de ojos claros enarcó una ceja y recordó el plan tal como lo diseñara la tarde previa, luego cató la determinación de aquel que estaba frente a él y asintió. Sabía de antemano que la batalla sería cruenta y se alegro de tener a aquel comandante tan esforzado entre los suyos.
Tu lugar estará en...
Parmenion irás por la derecha – exclamó Alexander apartándose con impaciencia la capa de los hombros. La tienda real era la única que quedaba y los criados se apresuraban empacando todo en aquel reino ambulante, como el de los zíngaros que Alexander llevaba consigo.
El viejo amigo de Filipo asintió, había marchado al lado de un grande pero reconocía que su hijo era aún mas estratega y ambicioso que su Padre, en cierta forma se sentía confiado a su lado, prefería estar aquí escribiendo su nombre en la historia que en Macedonia convirtiéndose en otro enemigo de Olimpia, sabía que la perversa madre seguía cada uno de los pasos de su hijo, se estremeció al recordarla rodeada de serpientes como siempre estaba.
Perdiccas tu irás por la izquierda y Philotas te seguirá, esto no es una batalla y solo ayudaremos en caso de que Cleitus y Hephaistion tengan problemas al entrar a Bactria.
Alexander repasó una vez mas a sus macedonios, Hephaistión, Ptolomeo, Parmenion, Cassandro, Perdiccas y Philotas eran su caballería mientras que la infantería estaba conformada por Cleitus, Crateros, Antigonus, Leonnatus y Nearchus. Muchos eran hombres de su Padre y los alababa por ello, internamente quería ser como Filipo pero al mismo tiempo estaba consciente que no lo era y su madre tenía razón en algunas cosas, debía aprovechar las ventajas de su educación y sostenerse en el pilar que para él significaba Hephaistión.
Cleitus debe estar enviándolos a todos al Hades – exclamó Parmenion con socarronería, Alexander no sabía si lo decía simplemente por menospreciar las habilidades de su amigo, menospreciarlo a él por ser hijo de… o era un comentario hecho al azar.
"Nunca creas en el Azar, la naturaleza tienes una forma de poner orden en todo y cada cosa que pasa es por alguna razón"
Olimpia se lo decía a menudo quizás para justificar el asesinato de su Padre o para justificarse a ella misma, el Rey se apartó los cabellos de la frente, estaban largos y no eran ni lisos ni rizados, sus ojos grises se apartaron de todo y sintió pánico de no poder separarse jamás del recuerdo de su madre y de sus actos aún estando a miles de kilómetros.
¿Alexander? – Cassandro lo miró con sus inmensos ojos azules.
Éste le palmoteó la espalda, siempre le recordaba a su amigo pero por las insinuaciones veladas que hacía ante Aristóteles acerca de su amistad y de su deseo de emular a Aquiles, era como si él quisiese ser Patroclo y destronar a Hephaistión.
Partamos y agreguemos otro día de gloria en nuestras vidas, escribiremos un capítulo en la historia amigos míos – Susurró saliendo.
El ejército estaba listo y esperaba que en Bactria se les uniese Leonnatus, así con distintas partes de su grupo diseminados por el área aprovechaba para sofocar ocasionales revueltas y asegurarse que Darío no se le escapara de las manos ni reorganizara su reino ¿Qué imagen daba un Rey que huye frente a otro ante su imperio?.
En el campamento reinaba la agitación. Por todos lados corrían hombres llevando lanzas mientras que otros se ajustaban las protecciones de metal a las pantorrillas y afirmaban las gruesas tiras de cuero rojo que sostenían en su sitio los pectorales de su armadura.
Las fogatas llevaban ya tiempo extintas, a su alrededor habían cantado y comido carne salada los hombres que componían el ejercito con el que Hephaistión pensaba dominar Bactria.
El sol ascendía sobre las tiendas que un centenar de esclavos se esforzaban en desarmar; el constante relinchar y piafar de los caballos demostraba su impaciencia y mientras unos eran ensillados y otros alimentados las sombras matutinas comenzaban a desdibujarse sobre el árido suelo.
Un rumor silencioso se expandió por el campamento, los hombres giraban su rostro y observaban, lentamente parecían alinearse esperando; los esclavos cesaron en sus afanes y sólo se escuchó el ligero resoplar de las monturas.
El ceño fruncido de algunos hombres, el gesto perplejo de otros; sus hombros girados hacia la única tienda que aún se tenía en píe totalmente al final del campamento y hacia la silueta perfilada en ese instante a contraluz.
Un paso más y el silencio denso de la mañana marcada como un día especial lo envolvería; un paso más hacia la multitud de rostros, nombres, vidas, cuerpos, que esperaban sus palabras antes de marchar.
Hephaistión notó la reverencia en los rostros de aquellos bajo su mando y notó también la fuerza que tenía su ejercito. Con él conquistaría Bactria sin duda alguna, aunque la batalla fuera cruenta, puesto que confiaba en su estrategia y en sus hombres.
He luchado... -comenzó y un silencio sepulcral cubrió el campo, parecía incluso que los caballos le escuchaban.
He luchado en distintas batallas, junto a muchos de ustedes he visto la muerte a los ojos y en incontables ocasiones quise darle la bienvenida.
Un murmullo se esparció ligeramente entre los hombres que con sus cascos bajo el brazo esperaban la palabra final que los llevaría a marchar.
Quise darle la bienvenida, -continuó el bravo general -pero no lo hice, no lo he hecho y no lo haré. -La decisión vibraba en sus palabras y en la mirada firme y reluciente que le dirigía a sus hombres, a los hombres de Alejandro. -Porque en nuestras manos se encuentra el futuro y la forma del pueblo macedonio, porque nacimos libres y hemos de llevar esa libertad a los vastos rincones del mundo y porque nuestros días de gloria apenas comienzan.
La luz del día cayó plenamente sobre los pocos restos que aún quedaban del campamento y que rápidamente desaparecían. Todo estaba listo y ahora partirían hacia los muros de Bactria, donde no cesarían hasta hacerla caer y entregarla a Alejandro.
Un rayo brillante cayó sobre los cabellos de bronce e hizo resplandecer los ojos claros con fuego de batalla del comandante en jefe de aquella misión. Hephaistión podía parecer en ocasiones un dios mismo debido a sus facciones perfectas y equilibradas y en ese momento, con su capa ondeando suavemente y con el casco bajo el brazo pareció invencible a todos y cada uno de los soldados que le secundarían.
En el campo de batalla se forma la historia -prosiguió con firmeza -en el campo de batalla conquistaremos nuestro lugar en la historia y Bactria... -un murmullo y varios asentimientos barrieron con el silencio por lo que se detuvo y los observó -y Bactria -elevó la voz sobre el propio tumulto -será para los macedonios.
Un grito potente surgió de las gargantas de toda la tropa y se perdió en los confines del lugar. Rápidamente la columna que avanzaría sobre Bactria tomaba forma: largas lanzas fueron tomadas del suelo y enarboladas formando una línea horizontal erizada y mortífera; en los costados diversas cuadrillas de hombres a caballo se alistaban entre resoplidos y relinchos; y la fuerza principal cerraba dos diagonales en una perfecta V y que era una escudería basta.
Hephaistión a la cabeza de aquel ejercito y con el estandarte de Alexander a su lado se preparaba para asaltar la línea enemiga que se había formado frente a las murallas de la poderosa ciudad.
Bactria era una Ciudad situada entre el Hindú Kush y el río Oxo, Alexander cabalgaba hacia allá cuando le informaron que por ahí había pasado Darío III y lleno de frustración e ira sintió que debía seguirlo pero no para matarlo con sus propias manos sino que para completamente vencido lo proclamara como el único Rey a él.
Alexander es necesario alcanzar pronto la ciudad – susurró Ptolomeo espoleando su caballo junto al suyo.
No hay prisa estoy seguro que ya debe ser nuestra ciudad Ptolomeo – Le respondió Alexander confiado, como única respuesta éste lo miró sorprendido, la confianza que el otro tenía era algo que siempre había admirado junto con el valor y la locura de montar semejantes empresas. – Debemos averiguar cual es el posible destino que Darío seguirá llama a Bagoas, como su sirviente tiene que conocerlo a fondo.
Tu obsesión con Darío nos llevará a la ruina – exclamó Parmenion molesto.
Alexander lo miró en silencio y se limitó a interrogar a Bagoas con aire autoritario, el criado respondió con evasivas e ignoraba a qué lugar podía haberse dirigido su Rey en busca de protección, los persas amaban a Alexander y nadie querría atraer su cólera cobijando a un caído en deshonra. Al ver que no conseguía nada, con indefinible arrogancia el hijo de Filipo ordenó refrenar la marcha y, para consternación de sus generales se dedicó a interrogar a sus guías persas sobre Bactria.
Pero ¿Qué hace? – Siseó Philotas a su Padre – Debemos tomar la ciudad y prefiere conocer sus bondades antes de forzar la marcha, Cleitus podría estar en problemas.
Le da tiempo a Hephaistión, todos sabemos que es su preferido y que ni siquiera ese niño persa ha logrado sacárselo de la cabeza. Quiere que ese logro sea sólo de él y para eso es capaz de arriesgar el Imperio y el Reino enteros, Filipo jamás habría hecho eso y debe estar revolcándose en la tumba – respondió Parmenion con acritud.
Ajeno a todos estos comentarios Alexander seguía oyendo interesado el comentario que una sencilla mujer le hacía sobre la espléndida Bactria y, solo en su fuero interno, sabía que Parmenion tenía toda la razón: confiaba ciegamente en su amigo y estaba seguro que al llegar a la Ciudad ésta sería otro escalón más del Imperio de Alexandros. Aún tenía en su memoria sus besos y caricias prodigados en Zaraspia y sólo el deseo lo impulsaría a llegar más rápido.
Las mujeres mas hermosas están en Bactria – proseguía la mujer con voz cantarina – Y sus festividades son muy populares el Rey Darío siempre pedía mujeres de allí para su harem…- Un silencio total prosiguió tras las palabras de la mujer y mirando azorada a todas partes vio los ojos grises del joven macedonio que la miraban con algo de severidad y comprendiendo se inclinó hasta la exasperación y corrigió, mientras un suspiro se escapaba de las gargantas de los mas cercanos: - El ex Rey Darío, vos sois nuestro salvador ahora.
Éste ni se inmutó, pensaba en todas las discusiones mantenidas con su madre Olimpia sobre lo de escoger una esposa y tal vez este era el momento adecuado el gran problema radicaba en que la mujer le conmoviese y gustase lo suficiente como para desear que tuviera a su heredero, llevaba muchos kilómetros de conquista y necesitaba tener un hijo para dejarle su legado si algo le sucedía. Su madre no podría reprocharle nada ni sus generales pero debía consultarlo con su entrañable amigo y con éste propósito en mente forzó la marcha a la Ciudad ante el alivio de todos ascendiendo por entre las montañas e imaginando ya a su heredero ¿Qué dirían de él en las generaciones futuras, Era hijo de Zeus y así lo había reconocido el oráculo de Amón, era amado y su ambición y ansías de conquista eran ilimitadas.
