Le había girado el rostro. ¡A él! Realmente lo había hecho, con total conciencia y alevosía, y mientras lo veía alejarse por el estrecho pasillo que conducía a las mazmorras, James Potter volvió a preguntarse cómo era posible que un idiota tan grande hubiera podido atravesar el cuadro-entrada de la Dama Gorda sin protesta alguna.

Que un Black abandonara Slytherin ya era algo bastante increíble de por sí.

"Algo bueno debe tener", se había dicho, pero conforme estiraba la mano para sujetar las cuerdas de su mochila, se dio cuenta de que tal vez estaba cometiendo un error.

Las cintas resbalaron estrepitosamente entre sus dedos, y con un sonido sordo cayó el contenido entero de la bolsa al piso, desperdigando los rollos de pergaminos y tinteros vacíos por el piso, encima de una pila de libros gastados y plumas manchadas de negro. En medio de la mochila de tela que le habían comprado sus padres en Diagon días antes de que comenzara su primer año en Hogwarts, se había abierto una gran tajada dentada de hilos que se balanceaban con el viento mohoso del corredor.

Se había puesto de cuclillas, maldiciendo en voz baja, cuando el sonido alegre de una risita le hizo levantar la mirada.

Por entre la abertura que cubría el retrato, apenas disimuladamente, un par de ojos grises le observaban. La mano de dedos pálidos sostenía una varita mágica que se sacudía en movimientos oscilantes, como un péndulo, y sin dejar de reír, Sirius Black le lanzó una mirada autosuficiente.

"Idiota."

Una lengua pequeña y rosada se abrió paso por entre los labios curveados en una sonrisa, y sin descargo alguno volvió a sumergirse dentro de la entrada a la sala de Gryffindor, de donde no volvió a salir aquella noche.

James inclinó la cabeza. Una larga tira de tinta se deslizaba por las pastas gruesas de su libro de Pociones.

"Idiota." Volvió a repetir dentro de su cabeza, pero por alguna razón que no identificó se encontró a sí mismo sonriendo conforme tomaba cada una de sus cosas con las manos. "Idiota, idiota."

Pero, ¿Sabes qué? A sus once años, James Potter era un niño bastante precoz que no podía resistirse a los idiotas.