Rated: Explicit

Género: Drama, Romance, Casefic, Zombies, Post-Apocalipsis.

Capítulos: 11 + Epílogo

Palabras: 40000 aprox.

Beta-reader: Mundo Crayzer

Aclaratoria: AU - Universo "In The Flesh" pero con ligeros cambios. Mundo post apocalipsis zombie. Según yo, no necesitan haber visto ITF para poder leer el fic.

Advertencias: Referencias de suicidio, muerte y afines. Mención de uso de drogas. Descripciones de sangre y otros fluidos corporales. Ciencia forense y ciencia ciencia inexactas (probablemente). Procedimientos policíacos inexactos (seguramente).

Sinopsis: Sherlock murió realmente al lanzarse de la azotea del Barts, pero medio año después se desató el Levantamiento zombie que le hizo volver. John se unió al grupo de voluntarios para erradicar la amenaza, consciente de que en cualquier momento podría encontrar a su ex-compañero de aventuras entre los atacantes. Dos años más tarde y con la amenaza controlada, Sherlock regresa a casa como paciente del Síndrome de Fallecimiento Parcial, medicado y listo para reintegrarse a la sociedad. ¿Podrán las cosas entre ellos volver a ser cómo antes?

Disclaimer: Los personajes del canon holmesiano pertenecen a Sir Arthur Conan Doyle. La versión moderna de los personajes pertenece a la BBC, Mark Gatiss y Steven Moffat. In The Flesh pertenece a Dominic Mitchell y a la BBC. La historia me pertenece a mí y no gano nada más que paz mental por publicarla.


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Parcialmente Vivo

Maye Malfter

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Capítulo I

Los pasos de Sherlock resonaban en la reducida habitación, mientas el detective caminaba de un lado a otro, las manos en la espalda y la mirada en todos lados y en ninguno al mismo tiempo. Mycroft simplemente le observaba, más que acostumbrado al comportamiento de su hermano menor, aunque secretamente complacido de notar cómo era que algunas cosas jamás cambiaban.

El político estaba sentado en una butaca, con una pierna cruzada sobre la otra y con la paciencia llegando a su límite. Consultó su reloj y se reclinó contra el espaldar, sin despegar la vista del otro.

—Puedes pasearte todo lo que quieras pero eso no cambia el hecho de que necesitas tomar una decisión —dijo en un tono calmado, provocando que Sherlock se detuviera en seco—. Sabías que este momento llegaría tarde o temprano.

Sherlock se giró para mirarle y Mycroft tuvo que hacer un gran esfuerzo para no demostrar emoción alguna. Sus ojos —otrora de un etéreo azul claro— ahora eran de un pálido color amarillo, con pupilas oscuras de bordes irregulares. Su piel era de color gris tenue, con finas venas oscuras surcando el lado derecho de su rostro desde las sienes hasta la mitad de la mejilla y con los labios de un tono purpureo bastante antinatural.

La criatura frente a él se asemejaba más a un fantasma que a lo que realmente era, pero si de algo estaba seguro Mycroft era que, fantasma o no, el hombre frente a él seguía siendo Sherlock Holmes.

—Necesito más tiempo —explicó, desplomándose en una butaca de cara a Mycroft.

—Han pasado seis meses —le recordó Mycroft, en tono casual—. Completaste el tratamiento, pasaste todas las pruebas y ya estás listo para… reintegrarte a la sociedad.

—No es la sociedad la que me preocupa —objetó Sherlock, desviando la mirada.

—Pues debería. Sobre todo ahora.

—En vida nunca aprendí. ¿Qué más da si no lo aprendo en la muerte?

—Esto no es un juego, Sherlock, y lo sabes perfectamente. Necesitas adaptarte a esta nueva vida. A este nuevo mundo. Pero más que nada necesitas aprender a integrarte y a coexistir con el nuevo orden de las cosas.

—Entonces voy a necesitar un milagro —se quejó Sherlock, con desgana.

—No, querido hermano —contradijo Mycroft, inclinándose hacia adelante—. Necesitas a John Watson.

...

John revisó su reloj de pulsera por enésima vez en lo que iba de tarde, notando como el minutero apenas y se había movido desde la última vez que lo viera.

Caminó de un lado a otro en la sala de estar del 221b, se sentó en el sofá de tres plazas por aproximadamente treinta segundos y volvió a levantarse para caminar, chequeándose en el espejo de encima de la chimenea y arreglando el doblez del cuello de su camisa por cuarta vez.

Estaba nervioso, más que nervioso, estaba aterrado. Y con mucha razón.

Hacía pocos meses que la vida en Londres había comenzado a volver a la normalidad, con el «Ejército de Voluntarios Humanos» prácticamente desintegrado y con las hordas de no-muertos erradicadas. Todo cuanto habían vivido durante el año posterior al Levantamiento siendo olvidado poco a poco, los rábidos pasando a ser denominados «pacientes del Síndrome de Fallecimiento Parcial» y la neurotriptilina haciéndose droga indispensable en cualquier establecimiento de salud.

John había comenzado a ejercer de nuevo la medicina, dejando atrás sus días en el EVH. Siempre teniendo en mente la fecha del Levantamiento y la fecha de la muerte de Sherlock, siempre temiendo el día en el que cruzara alguna esquina y en vez de cualquier zombie desconocido fuera su fallecido compañero de piso el que corriera hacia él para atacarle. Pero eso nunca pasó, ni durante la gran aniquilación ni durante la gran recolección, por lo que John decidió hacerse a la idea de que ya jamás sabría qué le había ocurrido a su mejor amigo.

Regresar al 221b después de tantos años de ausencia no había sido fácil para John, pero tras reencontrarse con la señora Hudson y luego de las correspondientes actualizaciones, el doctor decidió que si había un lugar desde el que quería comenzar de nuevo, ese era su antiguo departamento.

Se mudó de inmediato y comenzó a trabajar, siendo uno de los primeros doctores de su clínica en ofrecerse como voluntario para aprender todo lo que había que saber de la neurotriptilina. Cuando comenzaron a reintegrar pacientes de SFP a la sociedad, John fue uno de los encargados en atenderlos, orientarlos y evaluarlos. Y cuando la reintegración de pacientes de SFP se volvió cosa de cada día, John decidió que era el momento de tomarse un tiempo para descansar.

Dejó la clínica en la que trabajaba y se dedicó a escribir sus memorias, recopilando la vieja información de su blog e integrando otras de sus tantas aventuras con el único detective consultor del mundo. Un par de meses de ardua labor y el primer borrador estaba prácticamente terminado, pero apenas días después de que Mike, Greg y Molly lo convencieran de buscar alguna casa editorial dispuesta a publicarlo, una llamada en medio de la madrugada cambió su mundo por completo.

Y así, tras una semana y un par de tragos de su mejor escocés, John ahora miraba ausentemente por la ventana que daba a la calle, esperando que fuera la hora indicada para salir y tomar un taxi hasta el Centro de Tratamiento de Pacientes de SFP ubicado en Norfolk.

Un auto negro de vidrios polarizados entró en su campo de visión, estacionándose justo en frente de su edificio. John consultó el reloj en su muñeca y luego volvió a ver el auto, sonriendo para sí mismo al tiempo que se alejaba de la ventana para tomar su abrigo y salir del departamento.

Bajó las escaleras con tranquilidad, chequeando mentalmente que tenía todo lo que necesitaba. Abrió la puerta de la calle y caminó hacia el auto con paso firme, entrando por la puerta de atrás sin mayor ceremonia. Se sentó y cerró la puerta, mientras el auto arrancaba. Mycroft Holmes estaba frente a él.

—Debí suponer que me honrarías con tu presencia —dijo, como si estuviera comentando el clima—. Dos años sin saber nada de nada pero en cuanto Sherlock aparece también lo hace su niñera.

Mycroft le miró con una pequeña sonrisa autosuficiente, entrelazando las manos y colocándolas sobre su regazo.

—También me alegra verte, John. Veo que algunas cosas nunca cambian…

—Otras, en cambio, ya no son iguales —dejó escapar John, sintiendo un pequeño temblor en la mano izquierda que decidió ignorar. Movió los dedos y empuño la mano un par de veces—. ¿Por qué yo?

El político inclinó la cabeza apenas unos cuantos grados, aun mirándole.

—Me parece que esa pregunta no necesita una respuesta —dijo en tono controlado—. La verdadera interrogante aquí es ¿por qué no serías tú?

John resopló.

—Ah, no lo sé. Tal vez porque soy un ex miembro del EVH —explicó, como si fuera lo más obvio—. Por lo que sabes yo podría simplemente despertar un día creyendo que los muertos vivientes deben ser aniquilados. Podría ser un tipo peligroso. Podría ser incluso un criminal.

Mycroft se acomodó mejor en su asiento, jugando con el mango de su sombrilla del día.

—Te uniste al EVH para ser útil a la sociedad en tiempos de caos y los grupos comandados por ti resultaban ser los que recolectaban mayor cantidad de pacientes de SFP en estado no tratado. Y los recolectaban intactos. Cuando el EVH se desintegró comenzaste a ejercer de nuevo la medicina y a la primera oportunidad te especializaste en el tratamiento del SFP y en los efectos y alcances de la neurotriptilina, y luego entrenaste a otros en ese campo... Lo siento, John, pero como yo lo veo, en vez de ser alguien peligroso para la seguridad de mi hermano diría que te has estado preparando todo este tiempo para el momento en el que reapareciera.

John giró el rostro hacia la ventana, mirando como la ciudad pasaba frente a él. Había olvidado lo expuesto que era capaz de sentirse algunas veces en presencia del mayor de los hermanos Holmes.

Pasó bastante rato antes de que el doctor hablara de nuevo, tiempo durante el cual Mycroft no había hecho el mínimo esfuerzo por iniciar una nueva conversación. Londres había quedado detrás de ellos, siendo reemplazada por vastos campos abiertos.

—¿Hay alguna cosa que deba saber? —preguntó John, sin dejar de mirar por la ventana.

—Muchas —aseguró Mycroft de manera casual—. Pero de momento no creo que haya ninguna relevante.

—Bien.

Después de otro largo rato de paisajes verdes, el conductor viró el auto para tomar una ruta lateral sin nada de particular salvo el estar en medio de la nada. Aproximadamente un kilómetro más tarde la vista comenzó a cambiar, volviéndose más tupida en árboles y en cierta manera más acogedora.

La carretera dio paso a un camino y pronto John pudo vislumbrar una gran edificación con pinta de haber sido erigida uno o dos siglos atrás, hecha completamente de pequeños ladrillos y cubierta por musgo y enredaderas aquí y allá. El lugar daba la impresión de ser el sitio perfecto para una universidad o alguna clase de instituto, y John se preguntó si es que la gente común realmente se comía el cuento de que era allí donde los pacientes de SFP eran tratados en su estado rábido, pues el sitio claramente era una fachada.

Llegaron a una bifurcación en el camino, donde una joven oficial de aspecto afable y de no más de veintitantos años les indicó que siguieran por la izquierda. Cerca de ella había un letrero que rezaba «Centro de Tratamiento para Parcialmente Fallecidos», con una flecha apuntando en la dirección que acababan de tomar. Rodaron unos cien metros más hasta encontrar un estacionamiento.

—Henos aquí —expresó Mycroft tan pronto el auto se estacionó cerca de lo que parecía la entrada principal—. Dale mis saludos a Sherlock, ¿quieres?

John, quien acababa de desabrocharse el cinturón de seguridad y se disponía a salir, se detuvo para mirar al político.

—¿No vienes? —preguntó, sinceramente curioso.

—Cuando uno tiene tantos años lidiando con Sherlock Holmes uno aprende a identificar situaciones en las cuales es probable que uno no sea bienvenido. De igual forma tengo algunos… asuntos que atender, por lo que me parece más sabio dejarlos a sus anchas. Me aseguraré de que un auto los esté esperando para llevarlos a Londres, así que me temo que esta es una nueva despedida.

John le miró de arriba a abajo una vez, notando cada detalle que sus ojos inexpertos y mortales eran capaces de absorber y analizar. Mycroft parecía más delgado, mucho más de lo que John lo hubiese visto nunca. También portaba unas oscuras bolsas bajo sus ojos que en otros tiempos habían sido apenas distinguibles. El castaño rojizo de su cabello tenía matices más claros en ciertas partes y algunas canas nacientes asomaban tímidamente en las sienes y en las patillas. Los años desde el Levantamiento definitivamente no habían pasado en vano para él.

El doctor extendió su mano hacia Mycroft y este la estrechó con premura. Salió del auto y se dirigió al oficial apostado en la entrada del lugar.

—Bienvenido al Centro de Tratamiento Norfolk —dijo éste sin quitar la mirada de la lista que traía en las manos—. ¿Nombre?

—John Watson —respondió John de manera automática—. Estoy aquí para recoger a Sherlock Holmes.

—Holmes… —repitió el hombre, buscando en la lista—. Sígame, por favor.

John caminó detrás del oficial por varios minutos, pasando pasillos y más pasillos y girando una innumerable cantidad de veces. Todos daban la impresión de ser iguales, con pisos de concreto, paredes en colores neutros y ventanas altas y numerosas. Un ambiente gris y sombrío a pesar de estar bastante iluminado; etéreo en el mejor de los casos y deprimente en el peor. De la nada, John sintió unos irracionales deseos de salir corriendo en la dirección contraria.

En lo que le pareció a John el quinto o sexto cambio de dirección el oficial se detuvo, indicándole que esperara frente a la segunda puerta. John asintió sin decir nada más, tomó un respiro y caminó con paso firme, incapaz de sentarse o dejar de moverse. El corazón le resonaba en los oídos tan fuerte que no le dejaba escuchar nada más, su pierna derecha repentinamente tensa bajo el peso de su cuerpo y su mano izquierda empuñándose y desempuñándose en un tic imposible de contener.

Un breve momento después, la puerta frente a él se abrió para revelar... algo para lo que no estaba realmente preparado:

Era Sherlock. Simplemente Sherlock. Tan Sherlock como la última vez que lo viera en persona antes de esa fatídica llamada desde la azotea del Barts, enfundado en un traje negro a medida, con el dramático sobretodo azul cubriendo su esbelta y familiar figura y con una bufanda azul naval cubriendo parte de su cuello; los mismos rasgos afilados y pómulos marcados, la misma mata de suaves e indomables rizos oscuros, la misma pálida piel que nada tenía que ver con el color grisáceo propio de los pacientes de SFP.

El único detalle que delataba el conjunto eran los ojos. Esos ojos que antes fueran de un mimético tono azul verdoso y que ahora eran simplemente azul cielo. Eso y el exceso casi imperceptible de maquillaje cobertor tanto en las pestañas como en las cejas y en el nacimiento del cabello. Del resto no había duda alguna de que el hombre frente a él era Sherlock Holmes en carne y hueso, tan magnífico e imponente como John lo recordaba.

John se había pasado los últimos días intentando imaginar ese momento y en ninguno de los escenarios había sido capaz de visualizar lo que pasaba después de verle otra vez, mucho menos había podido decidir cuál era la mejor manera de recibirle después de tanto tiempo. Por lo tanto, la mente de John estaba completamente en blanco, sin saber qué decir, ni qué hacer, ni cómo reaccionar.

Sherlock le observaba desde el umbral, con las manos enlazadas detrás de la espalda y expresión inescrutable. John se obligó a sostenerle la mirada a esos ojos que no conocía, pero que a la vez se le hacían tan familiares.

El detective se acercó a él con pasos lentos y firmes, avanzando hasta estar a apenas un par de palmos de distancia. John no habría podido moverse ni aunque lo hubiera querido.

—¿Afganistán o Iraq? —preguntó Sherlock sin el más mínimo de vacilación, y John pudo reconocer que el color de voz del detective era tan rico y profundo como lo recordaba. Lo siguiente que hizo fue otra de las cosas que jamás pensó hacer en un momento así: John comenzó a reír.

La pregunta era un eco de la primera conversación que mantuvieran ambos aquel día de enero en el laboratorio del Barts y por alguna razón John lo encontraba por demás hilarante. Toda la situación era bastante extraña, bordeando en lo ridículo: Sherlock, no-muerto y resucitado, preguntándole por una guerra en la cual John había servido casi cinco años atrás y que no había sido ni la mitad de brutal o importante que la guerra zombie que se había desatado poco después del suicidio del detective. Si a su yo de antes de la invalidación del ejército le hubieran dicho que en menos de una década estaría en esa situación, seguramente también se habría echado a reír con ganas.

La risa llegaba a él en oleadas incontenibles, de las cuales John apenas pudo escapar lo suficiente como para darse cuenta de que Sherlock también estaba riendo. Al cabo de unos minutos la hilaridad del asunto pareció al fin remitir, dejándole exhausto y con la caja torácica un tanto adolorida. Se obligó a enderezarse y a ver a Sherlock a los ojos, notando como la aprensión anterior se había desvanecido para dar paso a una inexplicable calma.

—Es bueno tenerte de vuelta, Sherlock —dijo honestamente.

—Es bueno estar de vuelta.

...

El auto se detuvo frente al 221b y ambos bajaron de inmediato, mientras John se adelantaba para abrir la puerta y dejarlos pasar.

—La señora Hudson ahora vive con su hermana —explicó John mientras cerraba la puerta y encendía la luz del pasillo—. Aún es mi casera, pero sólo viene una vez al mes para cobrar la renta.

—¿Algún inquilino nuevo? —preguntó Sherlock, mirando alrededor y tratando de absorber cada nuevo detalle. Le estaba costando acostumbrarse a ver el mundo a través de esas molestas lentillas azules.

—Sólo yo —respondió John, dirigiéndose a las escaleras—. Le he asegurado innumerables veces a la señora Hudson que puede arrendar los otros dos departamentos cuando quiera, pero siempre se niega en redondo. Dice que no le hace falta el dinero y que es feliz sabiendo que yo estoy aquí para cuidar su casa. ¿Subimos?

Sherlock siguió a John por las escaleras hasta el primer piso, sintiendo una repentina aprensión que intentó disimular lo mejor que pudo. El doctor abrió la puerta y pasó primero, con Sherlock detrás de él.

Todo era básicamente como Sherlock lo recordaba, quizás con un poco menos de polvo y alguna que otra cosa movida de lugar, pero la esencia era la misma; los mismos colores, las mismas formas, un lugar detenido en el tiempo, en el cual esos dos años parecían no haber pasado.

Caminó lentamente por el perímetro de la sala de estar, registrando cada cambio y recolectando piezas de información de la vida de John durante el tiempo que estuvieron separados. A juzgar por el estado de las teclas de la laptop, abierta sobre el escritorio frente a la ventana, John había estado escribiendo bastante, quizás más que en todo el tiempo que vivieron juntos.

La ausencia de las usuales revistas médicas y la fecha de las pocas encontradas aquí y allá sobre superficies varias hacía evidente que John llevaba varios meses sin ejercer la medicina. De los pocos ensayos médicos sobre el escritorio se encontraba un ensayo del tan llamado Síndrome de Fallecimiento Parcial —del cual Sherlock tenía la desventura de llamarse paciente— bastante desgastado por el uso a pesar de ser la pieza más nueva de todo lo esparcido sobre la mesa. Y junto a eso, un kit de neurotriptilina sin usar, con dos aplicadores y varios frascos de la droga color verde claro.

Sobre la repisa de la chimenea aún permanecía su calavera y la navaja para sostener el correo, pero también había un reloj antiguo y un par de portarretratos nuevos: uno de ellos mostrando a un Sherlock bastantes años más joven, mirando a través de un microscopio y completamente ajeno a la cámara dirigida hacia él; la otra era de una mujer rubia y menuda a la que Sherlock no conocía y que a juzgar por su ropa era enfermera, o al menos lo había sido uno o dos años antes del Levantamiento, fecha de la cual databa la fotografía según el calendario colgado en la pared tras ella.

—Esa es Mary —dijo John a su lado, también mirando las fotos—. Nos conocimos en el EVH. Salimos por varios meses, incluso viví con ella durante un par. Le iba a pedir que fuera mi esposa.

—¿Ibas?

—Murió antes de poder hacerlo. Ataque sorpresa durante una inspección de rutina.

Sherlock deseó no haber preguntado, pues no se le ocurría absolutamente nada apropiado que decir ante lo que John le estaba contando. Se aclaró la garganta como un reflejo de algo que ya no le era necesario debido a su nueva condición.

—John, yo… Lo lamento —dijo al final, esperando que eso fuera suficiente.

—No tienes por qué. No fuiste tú, ¿o sí? —Sherlock no dijo nada—. De igual manera pasó hace casi un año así que… ¿Reconoces a ese flacucho de allí?

John estaba claramente desviando la conversación y Sherlock concluyó que por ahora eso era lo mejor. Decidió seguirle la corriente.

—Apenas —dijo con fingido desdén—. Creí haberme desecho efectivamente de todas las fotos tomadas durante mi periodo universitario. Esta atrocidad es obra de Mycroft, sin duda.

—De hecho me la dio tu mamá, el día de tu… —John se aclaró la garganta—. Dijo que tu papá la tomó el día antes de que te fueras a la universidad.

—No sabía que existiera esa foto.

—Y he allí la razón de que ésta en particular sobreviviera a la gran masacre.

El doctor se volteó a mirarle con una pequeña sonrisa en los labios y Sherlock se giró para sonreírle de vuelta. John tenía toda la razón, pues de haber sabido de su existencia, la foto en cuestión habría acabado chamuscada o rasgada en pedacitos durante ese invierno en particular.

El invierno de su última estadía en el centro de rehabilitación para adictos, del cual sólo le dejaran salir las últimas dos semanas de diciembre para ir a pasar las festividades con su familia. El último invierno antes de conocer a John Watson.

Repentinamente se alegró de que su madre hubiera ocultado la existencia de esa foto de manera tan efectiva.

—Me da gusto que sobreviviera. —Fue todo lo que se le ocurrió decir, mientras miraba directamente a los ojos de John. Esos ojos de un azul profundo y reservado, y con la capacidad de expresar tanto y a la vez tan poco.

—Ya somos dos —respondió John, sin apartar la mirada.

El doctor le miraba tan intensamente como le mirara en el pasillo de Norfolk, durante aquellos nefastos segundos en los que Sherlock temió que John decidiera dejarle allí después de todo; como si quisiera ver a través de él, como si quisiera leerle la mente o explorar en su alma. Si tan sólo todo pudiera solucionarse con un breve instante de telepatía.

—John… —comenzó, decidido a que este momento era igual de bueno que cualquiera para hablar del tema que tanto había querido evadir—. Hay algo que necesito decirte.

La expresión de John cambió por completo tras esas palabras, haciéndole echar el cuerpo ligeramente hacia atrás y parpadear varias veces. El doctor tomó un respiro rápido, adoptó una postura erguida y rompió el contacto visual, girando el cuerpo y caminando hacia el perchero cerca de la puerta mientras hablaba.

—Necesito salir ahora —dijo, tomando su chaqueta y colocándosela de nuevo—. Mycroft hizo traer ropa y algunas otras cosas que podrían serte útiles. Están todas en tu antigua habitación, por si les quieres echar un vistazo. No sé a qué hora regrese, pero no creo que sea tarde. Nos vemos. —Y sin verle ni una vez más, John salió por la puerta del departamento.

Sherlock suspiró de manera refleja y negó con la cabeza, completamente consciente de lo que acababa de pasar y concluyendo que tal vez las cosas serían un poco más difíciles de lo que había imaginado que serían.

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Meta notas:

*Neurotriptilina: Droga desarrollada luego del Levantamiento que sirve para el tratamiento de la condición de zombie en los pacientes de Síndrome de Fallecimiento Parcial. De color verde claro y consistencia líquida.