Un juego de mesa (Lynncoln +18)

Advertencia previa:

Este relato que van a leer ES PURO LEMON DE ALTO PODER, DE PRINCIPIO A FIN.

A quienes no gusten del lemon, le suplico por favor que no sigan adelante. Busquen otro relato, más afín a sus gustos y sensibilidad.

Los que se animen a leer, se darán cuenta enseguida de que Lynn y Lincoln son ya adultos en esta historia. Pero para los que sean un poco despistados, aclaro de entrada que ellos tienen ya 32 y 30 años, respectivamente.

Quedan todos debidamente advertidos.

Octware.


Lincoln sentía que no podría resistir más. Su esposa le estaba haciendo una de las mejores felaciones de su vida. La sensación de la diestra boca de Lynn, cálida y humedecida, lo tenía al borde del abismo.

Con los ojos entrecerrados por el placer, volteó ver el reloj. Faltaban quince segundos.

- Por dios -pensó-. ¿Cómo voy a resistir tanto tiempo?

Lynn aplicaba todo su arte en el más que respetable miembro de su esposo. Sus suaves labios torturaban la cabeza y el frenillo, mientras sus hábiles manos le hacían una firme y deliciosa masturbación. Los años de práctica la habían convertido en una verdadera experta.

Lincoln estaba a punto de verter su cálida emisión en la boca de su mujer. Aquello hubiera sido sensacional, si no fuera porque en realidad estaban enfrascados en una muy difícil competición con un jugoso premio en disputa: el ganador tendría derecho a hacer lo que quisiera con el perdedor. Y el perdedor sería el primero en tener un orgasmo, o que suplicara la penetración hasta el final por cualquier vía.

Los segundos se arrastraban lentamente. No es que estuviera mal perder, porque de todos modos quedarían satisfechos los dos. Pero es que también estaba en juego el enorme placer y la excitación adicional de imponerle la voluntad al perdedor, que no podría oponerse. Y él ya tenía grandes planes para Lynn, en caso de que le ganara.

Difícil empeño, porque ella casi siempre ganaba en todo.

- 10... 9... 8... ¡Aaahh!

Imposible. No resistiría más tiempo. Lynn aceleraba la velocidad y la intensidad. Empezó a mordisquear y succionar la cabeza del pene justo como sabía que a él más le gustaba.

- 5... 4... ¡Mff!

Lincoln se mordió los labios, en un último intento por evitar la eyaculación. Cuando el timbre del pequeño reloj sonó, y Lynn tuvo que detener de inmediato su trabajo bucal. Las reglas indicaban claramente que al sonar la campana, debía cesar la estimulación. O se perdía de manera instantánea.

La hermosa y voluptuosa castaña se limpió sensualmente la boca con el dorso de la mano, a la vez que hacía un mohín de contrariedad.

- ¡Aguantaste! ¡Pensé que ya eras mío, hermanito!

Lincoln aún intentaba recuperar el aliento. En el último momento, logró retener la eyaculación. Y en cuanto Lynn se apartó, presionó con fuerza la cabeza de su pene para eliminar cualquier posibilidad de eyacular por accidente.

- Por poco y no resisto, preciosa -dijo Lincoln, premiando a su hermana y esposa con un beso en los labios-. Me toca tirar.

- Estas demasiado cerca -dijo Lynn, preocupada-. A ver si no me adelantas en esta tirada.

Lincoln sonrió y tomó los dados. Ambos estaban sentados frente a un tablero serigrafiado, con muchas fotos de parejas disfrutando de juegos eróticos o haciendo el amor en diferentes estilos y posiciones. Un matrimonio amigo de ellos les había recomendado ese juego de parejas, y de verdad había sido una experiencia estimulante. Demasiado excitante. Ya estaban cerca de la meta, y en el transcurso del juego habían quedado completamente desnudos.

Estaban tranquilos, porque los abuelos se habían llevado ese fin de semana a sus pequeños Lacy y Chadwick. No había motivo para apresurarse: nadie los interrumpiría en los dos días siguientes.

Iban en la casilla 90 de un recorrido de 128. Se sentían muy alegres y sumamente excitados, pues el juego les exigía tomar tragos de diferentes licores cuando caían en ciertas casillas de castigo. La recompensa era tan jugosa, porque les permitía ejercitar libremente su imaginación con el perdedor durante 30 minutos. Sin lastimar... Mucho; y sin derecho a quejas ni réplica. Y ganaba aquel que llegara primero a la casilla final, o que hiciera venirse a su pareja durante alguno de los retos.

La tirada fue muy buena, y Lincoln avanzó hasta la casilla 98. Lynn leyó en voz alta el reto, y se quedó helada.

- Oh, dios... Chupa el ano de tu pareja durante 30 segundos.

Lincoln sonrió como un lobo. Justo aquel era uno de los puntos más sensibles de la anatomía de su mujercita.

- Me las vas a pagar todas juntas, amor -dijo, a la vez que se levantaba.

Lynn suspiró resignada, haciendo acopio de fuerza de voluntad. Lincoln le iba a estimular una parte muy sensible; y aunque fuera por poco tiempo, corría muchísimo riesgo de perder.

- ¿Cómo quieres que me ponga?

- A cuatro patitas sobre la cama. Para estar bien cómodos.

- ¡Maldito! -dijo entre dientes; pero adoptó la posición.

Lincoln se acercó a su mujer, muy feliz por la oportunidad que tenía de ganar el juego. A Lynn le encantaba ese tipo de estimulación, pero generalmente tenía más tiempo para hacerla llegar al éxtasis. Treinta segundos eran muy poco tiempo. Tenía que hacer que contaran.

Ella movía sus caderas con gran sensualidad, tratando de incitarlo para que la penetrara. El maravilloso trasero de Lynn, moldeado por los años de intenso ejercicio, era sin duda muy tentador; pero Lincoln no cayó en la trampa. Separó firmemente las nalgas de su mujer y comenzó a lengüetear suavemente el esfínter, haciéndola gemir y suspirar en seguida. Pasó la lengua como un delicado pincel sobre los bordes del ano; y luego la movió en círculos más pequeños justo hacia el centro, utilizando abundante saliva para lubricar y hacer más intenso el contacto. Entonces se abalanzó a morder el ano por sus bordes exteriores, haciendo un firme movimiento de succión.

Aquello fue demasiado para Lynn. La joven dio un profundo grito de deleite; y más aún cuando la lengua de su marido se le introdujo muy levemente por aquella estrecha compuerta. Estaba tan excitada que a punto estuvo de suplicar que la penetrara por completo, que la poseyera y se vaciara en su interior, justo en el sitio donde estaba su lengua; aunque tuviera que perder el juego. Pero al ver el reloj, se dio cuenta de que faltaban muy pocos segundos. Así que resistió aquel delicioso castigo, hasta que la alarma del reloj hizo que él se detuviera.

- Yo sé lo que hubieras querido... -dijo Lincoln con aire pícaro, mientras acariciaba el voluminoso trasero de su mujer.

- Igual que tú hace rato -contestó ella, levantándose de la cama y lamiendo sensualmente la punta de su dedo.

- Bueno, es hora de seguir -dijo Lincoln en un suspiro-. Te toca tirar, hermanita.

La castaña se estremeció. Después de tantos años, todavía le excitaba que Lincoln le recordara su parentesco. Tomó los dados, tiró, y movió su ficha hasta la casilla 107.

- ¡Oh, Oh! Empieza lo bueno –dijo Lincoln, con un destello de lujuria en la mirada...

- ¿De qué se trata? –preguntó la castaña con curiosidad.

- Hazlo en la pose del tornillo durante 30 segundos -leyó Lincoln-. Y adelantándose a la pregunta, le señaló a Lynn la ilustración correspondiente.

- ¡Oh, esa! ¿Treinta segundos, nada más? -dijo, mordiéndose los labios sensualmente.

El joven asintió. Solo de pensar en lo que sentía cuando su mujer podía cerrar las piernas de aquella manera, le producía una erección prodigiosa.

Lynn se acostó boca arriba y recogió sus piernas sobre su vientre. Lincoln se colocó sobre ella, listo para penetrarla. Su mujer se veía tan hermosa que no pudo evitar la tentación de besarla. Ella lo recibió, encantada de la vida; y lo abrazó mientras se deleitaban en un delicioso intercambio de lenguas y saliva.

La penetró con suavidad. Estaba tan lubricada que el poderoso miembro se introdujo sin ninguna dificultad. La joven gimió al sentirse tan profundamente empalada.

Lincoln tomó sus piernas, las juntó, y así juntas las colocó al lado derecho de su cuerpo; descansando sobre la cama. La joven le sonreía, mientras activaba el reloj y Lincoln comenzaba a bombear con fuerza. Tal como lo esperaba, Lynn apretó las piernas, incrementando la presión y las sensaciones sobre su pene. Las caderas y los senos de la joven destacaban deliciosamente, y Lincoln no resistió la tentación de acercarse para llevarse los pechos de su mujer a la boca.

Ambos hubieran querido suspender el juego, continuar hasta el final. Aquella no era su pose favorita, pero estaban tan excitados que sabían que era perfectamente posible que pudieran terminar. Pero pronto escucharon la campana del reloj, y recordaron que la estimulante competencia seguía. Así que solo suspiraron, se abrazaron y se besaron una vez más; antes de separarse y sentarse otra vez a un lado del tablero.

- Casilla 108. ¿Qué dice, mi vida?

- ¡Uy! Esta me encanta, mi amor -respondió, temblando de excitación.

- ¿De verdad? -dijo Lincoln, feliz de verla tan excitada -. ¿Cuál es?

Lynn hizo una mueca significativa, y Lincoln comprendió de inmediato.


Siguieron practicando las excitantes posiciones que solicitaba el juego. En una oportunidad, Lincoln tuvo que penetrar a Lynn de pie, mientras ella le ofrecía su voluminoso y redondeado trasero. En otra, Lynn tuvo que sentarse sobre el poderoso miembro de su esposo durante treinta segundos. Estuvo cerca de hacerlo eyacular, y quizá lo hubiera logrado si Lincoln no hubiera cerrado los ojos para evitar ver la manera en que el trasero de su hermana parecía devorar su pene.

Se acercaban a las casillas finales, en las que tenían que practicar las posiciones más excitantes y satisfactorias. La última tirada de dados de Lincoln fue desafortunada, y cayó en la casilla 118. Lynn leyó la tarjeta loca de alegría.

- ¡Dos turnos sin tirar por inmoralidad en la vía pública! -dijo aplaudiendo-. ¡Vas a ser mío! ¡Vas a ser mío!

- Oug... -murmuró Lincoln. Dos turnos eran más que suficientes para que Lynn llegara a la casilla de meta. Sería una verdadera fortuna si no perdía de inmediato.

Lynn notó su mirada de tristeza y le dio un beso en la boca.

- No te preocupes, mi vida. Te trataré bien. Prometo que no te dolerá... mucho.

Lincoln se estremeció. ¿Qué perversidades podría estar urdiendo la mente de su hermana?

Lynn tiró. Y cuando Lincoln leyó la tarjeta, la sonrisa se le borró de la cara.

- 122. ¡Enfermedad de Transmisión Sexual! ¡Retrocede a la casilla 95! -exclamó el joven, sin poder creer cómo se había transformado su suerte.

- ¡Aaaghhh! -gritó ella contrariada, cubriéndose el rostro con una mano.

- Y tu castigo es... ¡Chupito de Vodka sin respirar!

- ¡Ufff! Y ya me siento más que alegre -dijo Lynn, mientras empinaba el caballito que Lincoln le servía. La castaña sintió inmediatamente los efectos de la fuerte bebida. Se sonrojó por completo, y emitió una risita.

- Si ganas... me vas a agarrar borracha -dijo entre suaves risas-. Vuelvo a tirar y... casilla 99.

- Tengo que masturbarte con los pies por treinta segundos.

- No vas a hacer que me vengaaaa... -dijo Lynn, arrastrando la voz.

- Me basta con que te calientes, preciosa -dijo Lincoln pícaramente, a la vez que se colocaba para utilizar el dedo gordo de su pie en la húmeda vulva de su mujer.

Lynn sufrió y gozó, porque no contaba con que el alcohol estaba exacerbando su sensibilidad. Lincoln le hizo un trabajo verdaderamente maravilloso. El dedo acarició delicadamente y con rapidez su clítoris, sus labios, y terminó metiéndose casi por completo en su vagina antes de que sonara la campana.

- ¡Aghhh! ¡Tramposo! ¡Eres un tramposo! ¡La tarjeta decía "masturba", no "penetra"!

Lincoln la ayudó a incorporarse. La abrazó y le dio un beso profundo en la boca. Las manos de los dos se perdieron entre sus espaldas y sus nalgas. De buena gana hubieran hecho el amor ahí mismo. Pero en el último momento, su espíritu competitivo y el recuerdo de la recompensa prevalecieron.

- Ya falta poco -dijo Lincoln, a la vez que tiraba-. Cayó en el 124. ¿Qué dice?

Cuando leyó la tarjeta, Lynn abrió los ojos como platos y soltó una risita.

- Dice que tengo una última oportunidad de ganar.

- ¿Eh? ¿Por qué? -dijo Lincoln, sorprendido.

- Tienes que penetrarme en posición de perrito. Durante un minuto.

- Mmm... Sí voy aguantar, amor. Tú lo sabes.

- Quizá no. Porque me lo tienes que meter por el...

Acabó la frase hablando al oído del muchacho.

- ¡¿Quéee?! –gritó Lincoln, sorprendido y excitado- ¡Se supone que esa debería que ser la cereza del pastel!

Lynn no respondió. Se fue hacia la mesa y tomó el frasco de lubricante a base de silicón. Su favorito, y el que le garantizaba una penetración más suave y placentera.

- Pues... Parece que tendrás que comerte de una vez la cereza y el pastel -dijo Lynn, moviendo seductoramente su trasero, mientras lubricaba con cuidado su estrecha entrada posterior-. Mucho cuidado, señor Loud. Este pastel te puede caer un poco pesado.

- Oh, cielos... Me encanta tu culito, mi amor -dijo Lincoln, y su pene se puso completamente erecto solo de ver el estrecho orificio que ya estaba listo para recibirlo.

El joven lubricó su pene a conciencia. Cuando hacían la penetración anal, generalmente iban despacio y con mucho cuidado. Pero esta vez, Lynn estaba demasiado alegre y desinhibida. Seguramente intentaría que la penetrara de golpe; pero aunque deseaba ganar el juego, tampoco se trataba de lastimar la parte más delicada de su hermana y esposa.

El trasero de Lynn lucía tan seductor... Se dispuso para penetrarla con suavidad, pero tal como lo esperaba, ella se hizo hacia atrás con fuerza, y el pene la empaló casi por completo de un solo golpe. La hermosa mujer emitió un quejido de dolor, pero aun así comenzó a moverse de inmediato, haciendo con cada movimiento que el pene entrara y saliera casi entero de su adorable conducto posterior.

Los gritos y la excitación de los amantes se hicieron extremos. Lincoln estaba al menos tan excitado como su mujer, y tuvo que cerrar los ojos para evitar que el maravilloso espectáculo que se presentaba ante sus ojos lo hiciera eyacular antes de tiempo. El contraste entre la fina cintura y la adorable redondez de aquel trasero glorioso lo volvía loco. La sensación cálida, la firme presión en su pene, y el contacto de las generosas nalgas golpeando contra en su vientre eran casi irresistibles. Y por si fuera poco, su hermanita gritaba toda clase palabrotas sobre la clase de puta que era para disfrutar que su hermano se la metiera completa por detrás.

Estuvo cerca. Realmente muy cerca. Pero el sonido de la campana vino a salvarlo de nuevo. Salió del interior de su esposa, echando una última mirada hacia su dilatado esfínter. Ella estaba al menos igual de excitada que él, porque lo abrazó y lo besó con furia, antes de que se acomodaran para la siguiente tirada.

- Casilla 101. ¿Y bien?

Lincoln la miró como un lobo hambriento.

- Perdiste, mi amor. Te voy a ganar. Léelo tú misma...

- Tu pareja te haga sexo oral durante dos minutos, mientras toma licor y café.

- Sabes bien que no vas a resistir -dijo Lincoln, riendo-. Dos minutos son demasiado para ti.

Lynn suspiró. Una parte de ella ya se había resignado a la idea de perder. Pero en fin... Al menos lo disfrutaría muchísimo.

- ¿Con qué vas a empezar? -dijo Lynn, mientras se acomodaba para recibir la lengua de su marido.

- Con el café. En cuanto tome el primer trago... pon el reloj.

- ¡¿Qué?! -eso no era lo que ella esperaba.

Lincoln bebió un buen sorbo de café muy caliente y enseguida empezó a comerse la adorable compuerta de su mujer. A ambos les gustaba jugar con cubos de hielo, y sabían que eso aumentaba el placer de Lynn. Pero Lincoln empezó con el café caliente para sensibilizarla más y que no pudiera contener el orgasmo. El calor de la boca y los labios de Lincoln se sentía delicioso, y la joven emitió un gemido que ya no se detendría. Porque su hermanito y esposo hizo uso de todo su arte, toda su experiencia. No solo se concentró en el clítoris y los labios, sino que utilizó sus dientes para provocarle un ligero dolor e incrementar todavía más el placer. Y luego, en el momento justo, se separó unos segundos para tomar un buen trago de licor helado y tomar un trozo de hielo entre sus labios.

Aquello fue el fin. La mezcla de dolor y placer que le producían los dientes de su marido, y el tremendo frio del hielo incendiaron todos sus nervios. Lincoln colocaba el hielo en diferentes sitios para impedir que se hicieran insensibles. Luego chupó y sopló, chupó y sopló por toda la zona. Toda ella se contrajo y apretó con todas sus fuerzas la cabeza de su marido, en un gesto de rendición total. El orgasmo avasallador la hizo gritar y emitir fluidos que llenaron la boca del muchacho. Era del todo imposible que negara su derrota.

Lynn quedó completamente lacia sobre la cama. Por unos instantes, apenas se percató de que Lincoln subía con sus besos por su vientre, sus senos y su cuello; culminando con un suave beso en los labios y la frente.

Lincoln se levantó de la cama. Ella quiso preguntar a dónde iba, pero seguía sin poder reaccionar. Tan solo lo escuchó abrir y cerrar cajones, deshacer envolturas, utilizar llaves...

Pero no tardó mucho en regresar, y se acostó a su lado. Lincoln comenzó a acariciar suavemente todo su cuerpo, de la manera que a ella le gustaba para relajarse y disponerse al amor.

- Descansa un poco, mi vida -dijo Lincoln, sonriente-. No hay ninguna prisa. Quiero que estés bien para que pueda cobrar mi premio.

Ella se volteó para mirarlo.

- ¿Qué es lo que estás tramando, Lincoln? Recuerda que soy tu hermana mayor...

- Sí, y mi esposa también –completó Lincoln, con una sonrisa taimada-. Ya lo veras. No creo que sea nada peor que lo que tú tenías en mente.

A pesar de su cansancio, Lynn sonrió. Lincoln la conocía muy bien. Demasiado bien.


Al fin, Lynn se sintió suficientemente recuperada y lista para sufrir (o disfrutar) su castigo. Lincoln la sentó en el borde de la cama, y pronto fue evidente que el joven estaba bien estimulado por la fantasía que había construido en su cabeza: su pene estaba completamente erecto.

- Cierra los ojos y no veas nada -le ordenó.

Lynn lo hizo a medias, pero Lincoln de inmediato le vendó los ojos con un paño de seda. Después la ayudó a pararse y la guio para que permaneciera de pie en cierto lugar; con sus brazos juntos y extendidos hacia el frente. Escuchó un sonido de metales tintineando, y lo siguiente que supo es que Lincoln le colocaba un par de esposas hechas de cuero suave y metal. Las mismas que utilizaban de vez en cuando para sujetarse a la cama.

Sin darle tiempo a reaccionar, Lincoln tiró suave, pero rápidamente de una cuerda unida a las esposas; y la obligó a subir los brazos bien por arriba de su cabeza. La posición no era incómoda, pero ya no tendría ninguna posibilidad de meter las manos.

- Lincoln... hermanito... -dijo, sintiéndose inquieta-. ¿Qué me vas a ha...

No pudo seguir hablando. Lincoln le metió una bolita de goma suave en la boca, y la amarró con firmeza por detrás de su cabeza.

Entonces, sintió que él se le acercaba por detrás, y le hablaba sensualmente en el oído.

- Shh... Parte de tu castigo es que no podrás hablar en todo este tiempo, mi vida. Así que relájate... Y goza de todo lo que te voy a hacer.

Lynn se estremeció, y más aún cuando sintió que las manos y la lengua de su hermano recorrían todo su cuerpo. La expectativa y la indefensión la hicieron sentirse más excitada todavía. Su vagina estaba lubricada como nunca antes. Creyó que ya no podía excitarse más. Casi le urgía que Lincoln la penetrara. En ese momento, sintió un dolor repentino y moderado en sus pezones.

Le había colocado unas pinzas de presión.

- Relájate, hermanita preciosa. -dijo Lincoln, a la vez que metía la lengua en su oído y le mordisqueaba los lóbulos de las orejas. La lujuria contenida hacía que su voz enronqueciera-. Te daré la dosis justa de dolor para que los dos disfrutemos como nunca.

Sintió que un objeto grande, liso y plano se deslizaba por su espalda hasta llegar a su trasero. El objeto se despegó por un instante, y Lynn sintió claramente cuando la tabla de madera le dio un fuerte azote en las nalgas.

La joven Intentó jadear por la excitación y el ligero dolor; pero la bolita de goma se lo impedía. Una lengua la acariciaba allí donde la tabla había pegado. Una mano diestra comenzó a manipular su clítoris.

Sintió que le quitaban las pinzas con un leve tirón, y creyó morirse de excitación. Luego, el filo de los dientes que comenzaron a mordisquear sus pezones. La tabla se preparaba para golpear de nuevo...

El tormento más placentero de su vida acababa de comenzar.

FIN.