Capítulo 1
Hinata detuvo el automóvil, para mirar con la escasa luz del crepúsculo, los números que se encontraban sobre el pilar de piedra situado junto a la puerta de hierro forjado de la exclusiva residencia de Uchiha Sasuke. Durante dos semanas se había dedicado a localizarlo, sin éxito. El solo pensamiento de que iba al encuentro del jefe de la compañía Construcciones Uchiha, le provocó tal ira que necesitó reunir valor o pensar en lo que intentaba decir. Las palabras estaban impresas en su mente, y no necesitaba ensayarlas. Hinata abandonó el automóvil y se dirigió a la entrada. Al parecer, ninguna cerradura detenía su avance, de manera que abrió la puerta y se dirigió aprisa por el sendero hacia la sólida mansión de dos pisos, semioculta entre los enormes árboles. Un ligero temblor la invadió, a medida que subía la escalinata de la entrada, donde unos segundos después de presionar el timbre de la puerta, ésta se abrió y apareció un hombre de edad, mediana, vestido de negro. ¡Cielos, un sirviente!
—Buenas noches —la voz era amable. Hinata dejó escapar un suspiro, y sonrió.
—Creo que el señor Uchiha me espera. Si he llegado temprano, ¿puedo pasar y esperarlo adentro? El sirviente frunció ligeramente el ceño, y ella se alarmó ante la incertidumbre del hombre.
—¡Qué pena! ¿No le mencionó él que iba yo a venir? El hombre se mostraba confundido, y ella quedó sin aliento, ante la idea de que su plan no diera resultado, después de todo era posible que el arrogante Sasuke Uchiha no estuviese en su casa, y le dieran con la puerta en la nariz.
—El señor Uchiha está cenando, y después tengo entendido que
tenía un compromiso. Tenga la amabilidad de esperar. ¿Me da su nombre?
—Hyuga, señorita Hinata Hyuga —le dijo la joven con tranquilidad. Tan pronto como el hombre desapareció, no pudo reprimir el deseo de pasear la mirada por todas las pinturas de valor que se hallaban colgadas en las paredes, después, observó con admiración el piso de mármol con diseños octagonales de color crema. El punto del vestíbulo que atraía la atención era la majestuosa escalera de mármol que daba al piso superior.
En vano, Hinata trató de recordar alguna información acerca de
el Uchiha. En una revista semanal, se acababa de publicar un artículo del magnate Japones en una boda de sociedad. Inmensamente rico, había emigrado de Okinawa, hacía diez años, para establecer una sucursal de la constructora Uchiha, en Seul. Su éxito social era indiscutible, estaba considerado como uno de los solteros más codiciados de Corea del sur, y su ya famoso éxito entre las mujeres, le había hecho ganarse una reputación de donjuán.
Los suaves pasos, después del rechinar de la puerta, le anunciaron el
regreso del sirviente.
—El señor Uchiha no puede verla, señorita Hyuga —le comunicó. Hinata sintió que la ira comenzaba a dominarla, y los ojos le brillaron cuando miró al hombre que tenía enfrente con gesto de frustración
fingida.
—… Oiga usted… como se llame —hizo una pausa inquisitiva.
—Dante.
—Dante —repitió, molesta—. ¡Váyase por donde vino, y dígale al poderoso señor, que me niego a irme hasta que lo vea!
—El señor Uchiha ha sido explícito…
Los ojos de Hinata estaban llenos de decisión, cuando alzó la cabeza.
—Así que Dante, ¡aquí estoy!
—Señorita Hyuga, debo pedirle que no cause ningún problema.
—No tengo intención de causar ningún problema. Sin embargo, puede asegurarle a su señor Uchiha que no me moveré de esta casa hasta…
—¿Hasta que qué, jovencita? —una voz fría preguntó desde atrás, y Hinata se volvió para encontrarse con la figura del hombre que debía ser Sasuke Uchiha. Con todo y lo que ya sabía de él, nada la hubiera preparado lo suficiente, para encontrarse con la arrogancia de aquel hombre. Alto, fornido, tenía una figura formidable, con aquella ropa negra que llevaba puesta.
—Está bien, Dante —lo despidió con brusquedad—. Yo me las arreglaré con la señorita Hyuga —esperó que el sirviente se marchara para dirigirse a Hinata—. Espero que sepa la considero una joven impertinente, con la cual no quiero tratar —le dijo, recorriéndola con la mirada, apreciando el abundante cabello negro azulado, los ojos color blanco perla, y la esbelta figura envuelta en un abrigo adornado con piel en el cuello. Hinata reprimió el deseo de darle una bofetada.
—No lo dudo en lo más mínimo, señor.
—Y ahora tiene la osadía de presentarse en mi casa —le dijo burlón—. De invadir mi intimidad, interrumpir mi cena, sin mencionar que me está haciendo perder mi valioso tiempo.
—Si hubiera tenido la cortesía de contestar mis cartas, y de aceptar
alguna de mis múltiples llamadas telefónicas, no me hubiera visto en la necesidad de invadir su casa —contestó ella—. ¡Créame que no me agrada estar aquí!
Se quedó mirándola durante varios segundos y ella se vio obligada a
sostenerle la mirada.
—Le voy a dar cinco minutos para que me diga eso que usted
considera tan vital, y después se marche —le dijo con dureza, al mismo
tiempo que con un movimiento del brazo le indicaba una puerta a su
izquierda.
Hinata hizo una mueca, le dirigió una mirada fría y comentó:
—Sin duda, es usted el hombre más generoso del mundo, señor Uchiha.
—Señorita Hyuga, le pido que no me haga perder la paciencia — abrió la puerta del espacioso estudio. Hinata entró en la habitación y rehusó sentarse. De pie se sentía más segura para entablar una batalla verbal con aquel hombre de corazón duro que ahora se dirigía hacia el escritorio para después volverse hacia ella y preguntarle implacable:
—¿En qué puedo servirle?
—Hay una razón por la cual no debe usted continuar el proceso legal contra mi padrastro —comenzó a decir, calmada.
—¿Razón? —la voz se hizo más profunda—. ¿Es posible que exista algún motivo, para exonerar a un conductor ebrio que sin la menor precaución y con absoluta imprudencia priva de la vida a dos personas?
Pensó que no era difícil amar a su padrastro. ¿Con qué palabras podría describir el amor y la comprensión que Marco le había prodigado a la joven viuda y a su pequeña hija de seis años de edad, durante los últimos diecisiete años? ¿Cómo explicar las alegrías y felicidades compartidas? El cariño que se profesaban ambos desde que el trágico accidente los dejara a uno sin esposa y a ella sin madre, hacía menos de dos años, era infinito. Hinata apartó aquellos pensamientos con la certeza de que haría cualquier cosa para disipar la ansiedad de Marco, ¡así tuviera que rogarle al duro y cínico Japones!
Sasuke Uchiha se sentó en el borde del escritorio.
—Pero vamos, ¿cuál es la razón? ¡Será de mucho peso! Soy… ¿cómo dicen ustedes…? "todo oídos".
—Su descortesía y arrogancia son increíbles, y tiene menos compasión que… que… ¡Es usted despreciable!
Él levantó una ceja, pero no dio la menor señal de incomodidad ante el exabrupto de ella. Con ademán estudiado, encendió un cigarro y exhaló el humo con satisfacción.
—Señorita Hinata Hyuga —dijo con voz suave—, apenas califica para pasar un juicio.
Había algo en él que comenzaba a inquietarla más de lo debido. El instinto le dijo que era un tipo de cuidado. Tenía atractivo y una fuerza vital lo envolvía; con razón se había ganado la fama de conquistador, pensó divertida. Proyectaba una personalidad carismática, que sugería al mismo tiempo ternura ardiente y pasión salvaje, un hombre al que cualquier mujer sensitiva se rendiría.
—Marco Mogdielf era el conductor del auto que mató a mi único hermano y a su hijo —dijo Sasuke—. Pruebas realizadas por la policía, después del accidente, revelaron un alto nivel de alcohol en la sangre de él. Su padrastro es culpable de homicidio por imprudencia y pretendo que sea inculpado por ello a pesar de todos sus ruegos.
Hinata apretó los puños, y los ojos le brillaron de indignación.
—Los frenos le fallaron, eso se comprobó durante la investigación — lloró angustiada—. Estoy consciente de que no debió manejar desde la taberna esa noche, pero existían motivos poderosos que lo indujeron a
beber tanto esa noche —se apresuró a continuar, antes que él hiciera algún comentario sarcástico—: Marco no se ha sentido bien últimamente, y ya estaba programada su entrada al hospital, el día posterior al accidente. Tiene un tumor maligno en el hígado, sólo le quedan unas cuántas semanas de vida —hizo una pausa muy significativa, y su voz se quebró—. Supongo que ahora podrá comprender, por qué resulta inhumano continuar con ese procedimiento en estas circunstancias. Era evidente que en los oscuros ojos había una chispa de simpatía hacia ella, cuando la miró con intensidad. Hinata se puso en pie y alzó la barbilla.
—Debí suponer que para usted no existía la compasión —dijo con dignidad—. Las causas, señor Uchiha, fueron fallas mecánicas, no el alcohol.
—Si su padrastro acostumbrara darle servicio regular a su automóvil, la famosa falla mecánica no habría aparecido —contestó con voz fría.
—Marco lleva su auto a servicio con regularidad —asintió ella—. Pero si inculpar a un moribundo le da satisfacción, ¡cuánta pena siento por usted! Y si es su honor de familia, tan Japones, lo que lo empuja a hacer tal cosa, lo único que puedo decir es que gracias a Dios no es usted familiar mío, pues no me gustaría tener que considerarlo así. En mi código ético no es honesta la venganza inhumana.
-Komatta na (Que lio). ¡Ya basta! —exclamó con aspereza, y la tomó de los hombros para sacudirla—. ¡Nunca nadie se había atrevido a hablar del honor de un Uchiha! —con un movimiento colérico la hizo a un lado.
—¡Pues ya era tiempo de que alguien lo hiciera! —gritó Hinata, temblorosa, al mismo tiempo que observaba la furia de él reflejarse en sus ojos.
—Mi hermano Itachi y yo —comenzó a decir con voz débil—, éramos los únicos hijos de nuestro padre Fugaku. Itachi era el encargado de los negocios en Okinawa, donde su hijo de quince años de edad, Futo finalmente residiría para hacerse cargo de ellos —la miró con odio—. Por culpa de la imprudencia de su padrastro dos vidas de la familia Uchiha se han extinguido. Y por ser yo el único sobreviviente masculino en la familia, estoy obligado a casarme y traer al mundo herederos.
—No puedo creer que haya mujer alguna que quiera casarse con usted a pesar de toda su riqueza —le dijo Hinata, sonriendo con amargura.
—¿Eso cree? Tengo en mente hacerle pagar por eso que ha dicho. Una vida por otra —reflexionó él, sarcástico—. La vida de Marco Mogdielf por la de mi hermano, y la suya Hinata Hyuga, por la de mi
sobrino.
Los ojos de Hinata se abrieron incrédulos y se rió sin poder dar crédito a lo que acababa de escuchar.
—¡Créame, señor Uchiha, usted podrá ser muy influyente, pero no espere salirse con la suya!
La expresión de él se tornó cínica.
—Precíseme por qué no voy a salirme con la mía.
Enfadada con él, porque con toda intención la hizo morder el anzuelo, miró los objetos que estaban sobre el escritorio, estudiando con cuál de ellos podría causarle más daño, en caso de que necesitara defenderse.
—No le recomiendo que haga eso. Sería una tontería.
Ella vaciló ante la lenta mirada analítica.
—Para todo hay un precio, me pregunto ¿si estaría usted dispuesta a pagarlo? Cásese conmigo, deme todos los herederos que deseo, a cambio de la tranquilidad de su padrastro. ¿No cree que sería cuestión de lealtad?
—¡Usted debe estar loco! ¡No es posible que piense que yo acepte tal… sugerencia!
—No se equivoque, no es una sugerencia. Le he dado un ultimátum.
—¡Es usted el hombre más bárbaro y salvaje que he conocido! —se retorcía las manos, al mismo tiempo que sentía que lo odiaba con todo su corazón. Estar casada con un hombre como aquel, sería un infierno viviente. Pero no para siempre, le dijo una voz en la mente. Marco tendría cuando mucho ocho semanas de vida. Después que muriera el matrimonio no duraría, Sasuke no tendría por qué retenerla. ¿Podría sobrevivir ese tiempo? Pensó que le daría inmensa satisfacción hacerle la vida imposible durante el breve tiempo que hiciera el papel de la señora Uchiha. Sasuke se vengaría, ¡pero también ella!
—Bueno señorita Hinata Hyuga, ¿Ha tomado una decisión?
—Al parecer no tengo alternativa —dijo con descaro, y cerró los ojos en señal de derrota.
—¿Tiene algún prometido a quien deba abandonar?
No lo tenía, en realidad Hen ry, médico residente del hospital donde ella trabajaba, no era más que un amigo al que podía telefonear para que la llevara a bailar. El trato de él hacia ella era más de hermano que de amante, y nunca sus besos encendieron en la joven el deseo, sin embargo, no tenía por qué decirle al cínico Japonesl que no estaba comprometida.
—Sí, hay alguien —dijo por fin.
—Deshágase de él —le ordenó.
—¿Así tan fácilmente?
—Como lo haga no es de mi incumbencia —respondió, encogiéndose de hombros con impaciencia—. Pero hágalo, Hinata Hyuga, porque a fines de semana, el Hyuga será legalmente remplazado por el Uchiha.
—¡Qué delicia! —exclamó con ironía.
Él frunció el ceño y se limitó a sacar un cigarrillo.
—Una advertencia, Hinata —le dijo con voz lenta—, lo mío, me pertenece.
Sin ponerse a pensar le preguntó:
—¿Y qué con sus amoríos, señor Uchiha? ¿Podrá deshacerse de ellos en cuestión de unos días con facilidad? ¿O es que son tantos que ya ni la cuenta lleva?
—No tengo por qué contestar esa pregunta a ninguna mujer — contestó con suavidad, y colocó el cigarrillo entre sus labios.
Hinata extendió una mano en el momento que él encendía su cigarrillo.
—¿Me da uno?
—¿Usted fuma? —le preguntó él con voz fría.
—Cuando se me antoja, sí.
Se guardó el encendedor deliberadamente y la miró con fijeza.
—Me disgusta que fume. Es un hábito que odio en las mujeres.
—Pues siento mucho tener que disgustarle, señor.
—Sinceramente, espero que no intente seguir desafiándome. Como esposa mía, tendrá mucha actividad social, y será esencial que aparentemos una armonía total, al menos en presencia de los demás. Insistiré en ello —terminó implacable.
—Podrá insistir todo lo que quiera —le aseguró ella con fuerza—. Pero me rehúso a convertirme en una esposa que obedece a ciegas cualquier mandato del esposo tirano.
—Entonces tendré que advertirle que mi paciencia tiene un límite —le amenazó con frialdad—. Si insiste en comportarse como una chiquilla, como tal será tratada.
—No me cuesta trabajo creerlo. Su secretaria me dio la impresión de ser muy servil. ¿Acostumbra usted guardar una regla en el cajón para pegarle de vez en cuando en los nudillos? Por un momento pensó que había ido demasiado lejos, y miró fascinada cómo él se dirigía con suavidad hacia la silla de cuero negro al otro lado del escritorio. Con un control de sí, admirable, aplastó el cigarrillo en el cenicero y movió hacia adelante un libro de notas y una pluma.
—Necesitaré algunos datos en particular para obtener una licencia especial. Deberá darme su nombre completo así como la fecha de nacimiento.
Hinata se dio cuenta que era todo un ejecutivo cuando le dio la información necesaria.
—¿Está consciente de que retiraré todos los cargos contra su padrastro hasta que el matrimonio se haya llevado a cabo? También tendrá que darme el nombre del médico.
"¿Qué le diré a Marco?". Líneas de preocupación surcaron su frente.
—Estoy seguro de que algo está tramando —dijo Sasuke con la intención de ser sarcástico—. No le ha faltado decisión para salvar el alma de su padrastro, y no veo el menor signo de arrepentimiento en su
actitud.
Hinata clavó la mirada en el hombre que tenía frente.
—Es usted el hombre más arrogante e insolente que jamás haya tenido la desgracia de conocer —le espetó con resentimiento.
—Y usted Hinata Hyuga, se ha tomado demasiadas libertades tanto con mi paciencia, como con mi carácter —se puso de pie y se dirigió a la puerta—. Dante la acompañará afuera.
Lo miró con incertidumbre y la duda apareció en su rostro.
—Me comunicaré con usted cuando se hayan llevado a cabo los arreglos necesarios. Adiós —la voz sonó calculadora, y Hinata comenzó a sentir cierta intranquilidad; en ese momento apareció el sirviente quien se quedó esperando en silencio. Sin pestañear, Dante la escoltó hasta la entrada principal y la puerta se cerró tras ella unos segundos después.
La noche había caído como manto sobre los prados, y Hinata se subió el cuello del abrigo, y metió las manos en los bolsillos del abrigo. Julio en Seul era húmedo y siempre soplaba la brisa fría, aquella noche no era la excepción. Caminó rumbo hacia el auto, y varias lámparas se encendieron iluminándole el camino hacia la salida. Sólo después que hubo manejado unos cuantos kilómetros pudo sobreponerse a la confusión provocada por la entrevista con Sasuke. De una cosa estaba segura: Marco nunca debería saber el enorme sacrificio que ella estaba haciendo por su bienestar. De alguna manera tendría que convencerlo para que creyera que el ingeniero Japones la había conquistado; por otro lado estaba el hospital, tenía guardia a la noche siguiente. Generalmente era un semillero de chismes, y cuando ella diera la noticia de su matrimonio se iban a levantar los más airados comentarios. ¿Cómo era posible que no tuviera unas semanas de compromiso formal para así resolver en forma satisfactoria todos los problemas?
