Días de lluvia
Los días de lluvia eran sus favoritos. No importaba dónde estuviese, ni cuándo, el ruido que hacían las gotas al caer era música para sus oídos. Cada vez que veía el cielo gris, una sonrisa se dibujaba en su cara, y era muy difícil que algo la borrara. ¿La razón? La rutina que seguía cuando llovía.
Todos aquellos días – que eran bastantes, para su suerte – se dirigía a la cafetería de siempre y pedía su café de siempre, acompañado normalmente por un donut o cualquier otro dulce. Esa cafetería era su favorita. La había descubierto meses atrás, pocos días después de mudarse y empezar su nuevo trabajo. Siempre iba sola y podía concentrarse y trabajar allí, lo que normalmente la llevaba a quedarse casi la tarde completa. Oh, y por supuesto, también existía la llamada mesa de siempre. Nadie más se sentaba allí, como si estuviera reservada para ella. Barajaba la posibilidad de pedir que le pusieran un cartel de reservado. La mesa de Emma Swan. Sí, sonaba bien.
Pero no era la tranquilidad que le proporcionaba ir sola, o las vistas que podía tener desde la ventana, ni incluso la calefacción y el ambiente hogareño lo que la hacía amar tanto ese lugar, no. El verdadero motivo que la arrastraba a entrar cada día de lluvia, era ella. Regina.
Regina. Regina. Regina. Estaba allí cada día de lluvia, nunca fallaba. Y solo los días de lluvia. Emma había ido un día soleado para comprobar si ella estaba allí, pero no, lo que consideró una divertida coincidencia. Desde entonces, cada lluvioso día ambas se encontraban sin encontrarse realmente. Regina atendía en la barra, casualmente en la misma cola en la que se ponía Emma cada vez que iba. No importaba que hubiera alguien delante y en la otra no, lo importante era que Regina le sirviese su café.
Regina era morena, más baja que ella e increíblemente preciosa. Al menos, a ojos de Emma. Y si quería que la morena no la denunciara por acoso, quizás debería dejar de mirarla tanto. Pero no podía. Había algo en ella que le impedía dejar de observarla. Y ese día tenía un motivo más para no dejar de hacerlo. Regina lucía triste, sin la bonita sonrisa que la caracterizaba. Le había servido su café con desgana, se lo había entregado con una sonrisa triste y un "Gracias por venir."
Emma sacó su bloc de dibujo – que siempre la acompañaba – y cuidadosamente continuó el dibujo que estaba a punto de terminar, mientras se preguntaba si ese día al fin se animaría a hablarle a la morena. Tenía que hacerlo, algo le decía que tenía que hacerla sonreír de verdad, pues no soportaba verla tan decaída.
Entre pensamiento y pensamiento perdió la noción del tiempo, y no se dio cuenta de cuánto tiempo llevaba allí sentada, concentrada en su dibujo, hasta que una voz se dirigió hacia ella. Al levantar la cabeza se fijó en que se trataba de Regina.
- Disculpa, pero vamos a cerrar ya.
- Oh. Yo…sí…ah… - balbuceó Emma torpemente. – Lo siento, no me había dado cuenta de que era tan tarde.
- No importa. – dijo la morena, sonriendo débilmente. - ¿Me permites limpiar tu mesa?
- Sí, claro.
Emma se dedicó a recoger sus cosas en silencio y se levantó para dirigirse a la salida, no sin dirigirle una última mirada a Regina y arrepintiéndose de no haber continuado la conversación con ella, aunque hubiera sido con alguna tontería. Solo había dado solo un par de pasos fuera cuando se dio la vuelta y decidió volver a entrar.
- Disculpa. – llamó la atención de la morena, que la miró con una mezcla de curiosidad y confusión. – Yo…sólo quería darte esto. – dijo arrancando una página de su bloc y entregándosela a ella.
Regina se limpió las manos en el delantal antes de coger el dibujo y observarlo detenidamente durante unos segundos que a Emma se le hicieron eternos. ¿Y si no le gustaba? ¿Y si se asustaba? Al fin y al cabo, lo que había dibujado allí era un retrato de Regina. Una Regina sonriente, la misma Regina que siempre le servía el café.
- Dibujas muy bien. – dijo la morena al fin. – Muchas gracias. – Por primera vez en todo el día, sonrió sinceramente. – Pero… ¿por qué me has dibujado a mí?
- Yo…no lo sé, supongo que porque siempre te veo aquí y me pareciste una persona interesante. Solo soy dibujante, no quiero que pienses que soy una acosadora o algo así.
Eso consiguió arrancarle una carcajada a Regina, lo que tranquilizó a Emma, quien soltó un suspiro.
- No pienso que seas una acosadora, puedes estar tranquila. Llevo meses viéndote por aquí. Soy Regina. – se presentó.
- Lo sé. – dijo Emma, antes de darse cuenta de lo rápido que había respondido – Quiero decir, porque llevas el nombre en tu uniforme. – se explicó. – Yo soy Emma.
- Encantada de conocerte, Emma. Y gracias por el dibujo. – agradeció Regina con otra sonrisa. – Tengo que terminar de recoger…no es que quiera echarte.
Emma sonrió, pero en lugar de irse, una idea cruzó por su mente. No podía dejarlo terminar todo allí ahora que había conseguido hablar con ella.
- Te ayudo, así terminas más rápido. Luego podemos dar un paseo…si quieres.
Regina se sorprendió ante la invitación de la rubia, pero asintió y se dejó ayudar. En menos de media hora habían recogido todo y la morena apagaba las luces y comprobaba que la cafetería estuviese bien cerrada.
- ¿Por qué solo vienes los días en los que llueve? – preguntó Regina de repente, tomando completamente por sorpresa a Emma.
- ¿Cómo sabes que solo vengo cuando llueve?
La morena se encogió de hombros, sin darle una respuesta, por lo que Emma hizo su confesión.
- En realidad vengo porque estás tú. – dijo, como si aquello fuese lo más normal del mundo. - ¿Por qué solo trabajas cuando llueve?
- ¿Cómo…? – suspiró – En fin, da igual. Porque vienes tú. – se rió. – Sabes, esto es algo muy raro…
- Sí, puede ser algo muy raro. – la interrumpió la rubia. – O puede ser el comienzo de algo.
Simplemente se miraron y sonrieron, continuando con su paseo. La rubia había conseguido su objetivo, hacer reír a Regina. Sí, definitivamente los días de lluvia eran sus favoritos, y siempre lo serían. Ahora lo sabía.
