Vivir en cadenas

Prólogo

Había llegado a pensar que podría ganar. Desde 1793 llevaban en guerra. Ya hacía dos años. Aún podía recordar el día que fue a Gran Bretaña para decir que se unía a la Primera Coalición. Todo había empezado bien, pero se había llevado un fuerte desengaño. Francia, a pesar de estar en plena revolución, no era tan débil como hubiera imaginado en un principio.

La gente parecía contenta. No habría más conflicto y Godoy había obtenido el título del príncipe de la paz. Él había perdido definitivamente la isla de La Española. El nombre ahora quedaba hasta irónico.

La Guerra del Rosellón había terminado. Prusia había firmado la paz con Francia un poco antes que él. Ahora era su turno. Aunque no acabara de verlo con buenos ojos, reconocería la República francesa. Su mirada se quedó clavada en su vecino galo. Parecía estar divirtiéndose con aquello. Bueno, no podía negar que salía muy beneficiado.

- Supongo que ya volveremos a hablar de comercio con normalidad, España. Me gusta hacer tratos contigo.

- Como hemos acordado, -empezó España- no perseguiré a los afrancesados. Además liberaré a la hija del rey Luis XVI.

- No esperaba menos. -dijo el francés- No deberías juntarte con Inglaterra. Ya ves el trato que te ha ido dando por el Caribe. Es mezquino y traidor. Pensaba que ya lo tenías claro.

- Créeme, hablaremos de este tema pronto, Francia... -murmuró el hispano.

- Estoy deseando que ese momento llegue. Estoy seguro de que va a ser muy interesante.


"Vamos de camino a San Ildefonso y no puedo dejar de pensar una y otra vez en lo que estoy haciendo. Debo tener las ideas claras desde un principio. Sé que una de las cosas que primero me preguntará el francés será: ¿Estás seguro? Una alianza no es como comprarte un traje de gala. No puedes tirarla a la basura si ves que no te gusta "como queda".

Aún viéndolo con buenos ojos, hay algunos reticentes a admitir la alianza. Nosotros tenemos una monarquía absoluta. Nuestros valores difieren mucho de los republicanos franceses. Pero, de nuevo, ¿por qué no?

Es uno de los mejores aliados que me podía buscar contra Inglaterra. Francia siempre ha ido teniendo sus más y menos con él. Además, aún lucha en su contra en la Primera Coalición. Yo necesito patear su trasero para que deje de molestarme por elCaribe. Francia me necesita para tener más poder y así poder aplastarlo. Ambos vamos a salir beneficiados de esto.

Ya no dudo más, no encuentro más motivos. Conozco a Francia desde hace mucho tiempo, ambos sabemos cómo tratarnos y podemos llegar a formar un buen dúo en la batalla.

Esto va ser positivo.

Estoy seguro."

Había pasado tan sólo un año desde su último encuentro. Godoy y Catherine-Dominique se habían saludado y habían predispuesto que ellos se irían a hablar a otra sala y dejarían que las dos naciones conversaran tranquilamente de lo que gustasen. Se habían quedado unos segundos en silencio. Francia le observaba con cierto aire divertido. España no pudo evitar sonreír medio resignado ante el divertimiento de su amigo.

- ¿Así que realmente quieres una alianza? Por muchas veces que me lo han dicho, no he podido dar crédito a mis oídos.

- ¿Por qué no te lo crees? Tú mismo me lo dijiste, ¿no es así? Que Inglaterra era mezquino y traidor. ¿Acaso piensas que dejaría pasar una oportunidad como esta? Sé que tienes problemas con él.

- ¡Cómo no saberlo! ¡No he dejado de pelearme con él día tras día! Es tan pesado... -murmuró a disgusto el francés. Se dejó caer en el primer sillón que encontró. Sabía que no hacía falta que pidiera permiso.

- ¿Has leído el borrador de lo que se firmará?

- Sí. He de decir que me parece estupendo. No es la primera vez que nos aliamos y tengo la creencia de que cuando hemos estado unidos hemos sido bastante implacables.

- Al menos en el ochenta por ciento de las ocasiones, ¿verdad? -dijo España sentándose no muy lejos del galo. El susodicho rió.

- Has echado a perder toda la magia del momento. Deberías ir proclamando por ahí que siempre venciste, mon ami.

- Me gustaría, pero sería negar lo evidente.

Se hizo un silencio incómodo. El español se había visto melancólico por un momento. Seguramente hacía cuentas de todos los territorios que había ido perdiendo. De repente levantó la vista, recuperando la energía habitual en su mirada.

- ¡De cualquier modo! Vamos a patear el trasero de Inglaterra. -sonrió socarronamente- ¡Cuento contigo!


1807, Fontainebleau.

- Como bien creo que sabes, Napoleón ha decidido invadir Portugal. Está ayudando al idiota de cejas grandes. Si le sigue dando apoyo, el bloqueo no estará sirviendo para nada.

- Lo sé... Nunca elige bien las compañías. Creo que lo hace puramente por fastidiarme. -dijo España con aire resentido. Francis agarró sus manos y eso hizo que saliera de su ensoñación.

- Escucha, España. No puedo hacer esto solo. Transportar a mis hombres en barco sería un trabajo imposible. Es impracticable llevar todo en botes. Por eso, por nuestra amistad y nuestra alianza, te pido que dejes que mis tropas crucen la península hasta llegar a Portugal. Me ayudarás con esto, ¿verdad?

- Claro, Francia. Te dije que te echaría una mano contra Inglaterra hará años. Mi posición no ha cambiado. -respondió el español de manera sonriente.

- Está bien. Como se ha hablado, dividiremos Portugal en tres. Con un poco de suerte, haremos buenos tratos. El norte para el sobrino de Fernando.

- Estupendo, estará contento.

- La parte central... Creo que podremos intercambiarla en un futuro. Podríamos recuperar Trinidad y Gibraltar. Quizás haremos que Inglaterra ceda lo que robó.

- ... No sabes cuánto me gustaría eso. -Ahora el español estaba rematadamente serio.

- La última parte se la cederé a Godoy. Así que, técnicamente, será territorio español. -finalizó Francia. Se produjo un silencio largo. Antonio le miraba como si hubiese dicho algo absolutamente fuera de tono. Arqueó una ceja- ¿Qué ocurre?

- ¿Me vas a dar la mitad de Portugal? Pensaba que te quedarías prácticamente con todo y que me tocaría suplicarte por algún trozo como si fuera un mendigo.

- ¿Quién mejor para controlarlo que su propio hermano? -dijo el francés después de un silencio enrarecido- A mí me vale con conseguir que deje de ayudar a Inglaterra.

- ¿En serio? -volvió a insistir Antonio.

- En serio. -rió- No entiendo por qué te parece tan extraño.

- ¡Es estupendo, Francia! -tendió su mano hacia el galo como un gesto para firmar el acuerdo- Tenemos un trato, entonces.

El francés sonrió con cierta maldad. Estrechó la mano, de un tirón lo atrajo hacia él y se levantó y le besó. Cuando se separó, España le miraba con el ceño ligeramente fruncido.

- Tenías que hacerlo de esta forma, ¿verdad?

- Es mi sello personal cuando firmo tratados contigo. -dijo el galo soltando la mano de su vecino. Esa sonrisilla de "niño que ha hecho una travesura" no le había desaparecido del rostro aún.

- A ver si yo firmaré mis tratados contigo con un puñetazo. Ya verás como no te gustará.

- Qué cruel... No puedes comparar mi forma con la que tú planteas. La mía no duele. Además, soy bueno besando. No puedes negarlo.

El español se quedó como si fuera a exponer algún argumento que no le venía a la mente en ese instante. A medida que los segundos iban pasando, Francis empezó a dibujar una sonrisa juguetona. Aquel hecho puso más nervioso al hispano, el cual empezó a sonrojarse ligeramente.

- Bueno… Quizás no lo haces tan mal. Tampoco te lo creas mucho. -el rubio estalló en una carcajada. España se enfurruñó ligeramente- ¿De qué te ríes?

- Es sólo que me parecías bastante mono. Lo siento, mon ami. -le contestó con aire aún risueño.

- Qué idiota eres a veces. -España giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta. Se quedó en el marco y ladeó el rostro para poder ver a su amigo- Puedes quedarte más rato aquí si quieres, Francis. Después de todo, somos aliados, ¿no?

- Gracias por tu hospitalidad.

- ¿Por qué de repente tan formal? -dijo el de pelo castaño después de reír brevemente- No hay de qué.

Francis se quedó mirando con aire pensativo la puerta. ¿Qué había hecho? Le acababa de ceder más de la mitad de Portugal al hispano. Había cedido la oportunidad de poseer más territorios. Pero ¿y la alegría que había demostrado el otro? Ese momento en el que su rostro se iluminaba y se le dibujaba esa sonrisa... Pero no lo había hecho por ese motivo, no. No... Aún observando la puerta, sonrió enternecido al recordar la reacción del español a lo de que besaba bien.


Frotaba su mano repetidamente contra el pantalón, intentando que de ese modo se calentara un poco. El frío de diciembre hacía que a ratos sus manos estuvieran heladas. Su jefe, el emperador, se encontraba mirando unos papeles fijamente. Cuando escuchó de sus labios el vigésimo quinto suspiro, Francis levantó la mirada interrogante.

- ¿Qué ocurre?

- Francis, llevo unos días pensando en algo y no sabía cómo abordar el tema. Decidí dejarlo correr por el momento, pero esto ya se ha convertido en un tema insostenible. Hay que tomar una decisión y para eso tengo que explicártelo.

El rubio se incorporó del sillón en el que estaba sentado y se acercó hasta el escritorio tras el que se encontraba Napoleón.

- España es un lastre. -Francis no pudo evitar abrir ligeramente los ojos, con sorpresa, ante esta afirmación- En otras épocas había sido el mejor, pero ahora está de capa caída. Y, desde Trafalgar, aún ha ido a peor.

- Se ha estado esforzando. -dijo Francis con aire serio.

- Lo sé, pero el esfuerzo no es suficiente. No logra demasiado y encima tenemos que ir a ayudarlo porque tenemos ese tratado. Sería más útil si España pasara a ser un estado satélite francés. Creo que sería ideal que lo invadiéramos y que pasara a estar bajo tu tutela.

- Pero es nuestro aliado. No puedo hacer eso. -se quejó el rubio solemnemente- Definitivamente no.

- Tú piénsalo seriamente. No te estoy proponiendo ninguna locura, Francis. -sentenció el emperador.


No he podido dejar de darle vueltas al asunto. Apenas he podido dormir mientras mi cabeza intentaba pensar en todas las posibilidades. ¿Invadirle? ¿Se había vuelto Napoleón loco? Y entonces escucho esa voz tan familiar llamarme en su idioma. Me gusta como suena mi nombre en español pronunciado por sus labios.

España llegó al lado del francés después de una breve carrera. La comparsa de soldados franceses que desfilaba camino a Portugal se había detenido. Antonio los había divisado y había decidido ir a echar un vistazo. Quizás el galo se encontraba entre sus tropas. Había sido así.

- No sabía si ibas a estar. -dijo respirando agitadamente. Inspiró hondo para así lograr normalizar su respiración. Levantó la mano y sonrió- Hola, Francia.

¿Cómo puedo evitar sonreír cuando él sonríe así? Es tan patético no poder mantenerme serio cuando le veo sonreír de ese modo. Transmitía su felicidad. Siempre lo había hecho. Y yo nunca he podido evitar verme arrastrado por ella. Me gustaba verle sonreír. Por muy ñoño que pudiera sonar.

- No esperaba verte por aquí. -admitió el galo.

- ¿Acaso está mal venir a hablar contigo un rato? -preguntó el hispano observándole interrogantemente. El francés negó con la cabeza. El de pelo castaño dibujó una sonrisa deslumbrante- Perfecto entonces.

¿Cuántas veces me ha contado ya la historia que está explicando? Creo que han sido casi cinco veces. Además, es una historia larga y siempre se pierde en detalles. Básicamente, son los problemas que tiene con sus "niños" al otro lado del océano. Esa historia que siempre hago ver que me interesa cuando en realidad lo que hago es perderme en las expresiones que su rostro adopta y en los gestos que hace. Es muy expresivo. Siempre lo ha sido. Y eso siempre me ha gustado.

No, en serio. ¿Por qué no dejo de pensar en esto últimamente? Quizás paso demasiado tiempo con él.

- No dejan de decir cosas así. Yo ya no sé qué hacer para que dejen de pensar de este modo... -dijo el hispano. Suspiró pesadamente.

- Deberías dejar darle vueltas a la cabeza. Ya te he dicho otras veces que no es así.

- Ya, pero ellos... -respondió con aire triste su vecino.

"Ya, pero ellos…" Ellos, ellos, ellos. Siempre es igual. ¿Por qué no deja de buscar la aprobación de los demás? ¿Por qué mi opinión no le vale? Siempre es la voz alguien más la que le sirve. Por mucho que yo diga, es como si no me creyese.

Odio cuando dices: "pero ellos…" Me dan igual ellos. A ti debería darte igual también. Debería serte suficiente con mi opinión. Nos conocemos desde hace muchísimos años, ¿verdad? ¿Quién mejor que yo para decir lo que es cierto o no sobre ti? Ninguno de ellos te ha visto llorar tantas veces como yo. Ninguno de ellos ha visto esa faceta tuya cuando no tienes ganas de estar con nadie. Todos conocen a tu parte radiante.

Yo conozco todas tus facetas y, aún así, mi opinión no te es suficiente. Mi aprobación no te sirve...

A pesar de que le miro fijamente, no entiende ninguno de esos pensamientos que le acabo de dirigir. Es más, no se entera. Qué denso ha sido siempre… Aunque también sé que es menos espeso de lo que pretende. Sabe hacerse el tonto.

Antonio siguió explicándole cosas de poca importancia. Estallaron en una carcajada incluso cuando el español le contó la historia de un hombre borracho que había estado persiguiendo a señoritas yendo ligero de ropa. Después de estar bastante rato riendo, se formó un silencio extraño. Francis suspiró.

- Me siento raro bromeando cuando estoy apunto de ir a luchar para invadir un país.

- No es como si fuera un funeral. No es tan malo, supongo. A mí ya me va bien este ambiente distendido. Las cosas en casa están un poco extrañas.

No puedo hacerlo.

El galo abrazó repentinamente al español por la espalda. El susodicho se quedó un poco tenso pero no le rechazó.

- ¿Qué te pasa? ¿Te sientes solo?

- Algo así supongo…

- No es raro. Quizás deberías dejar de dar tantos tumbos y asentarte con alguna mujer.

- ¿Me estás diciendo eso a mí? -dijo Francis incrédulo.

- Perdona, perdona. -respondió Antonio riendo- Pero así se te pasaría esa soledad que te da a veces de repente.

- Podrías ser tú la persona con la que me asentara, ¿sabes? -susurró el francés cerca de su oído.

Qué bonito, España. Acabas de estallar en una enorme carcajada ante mi comentario.

- ¿Qué estás diciendo? Eso sí que es un buen chiste. -dijo aún risueño el español- ¿Tú y yo "asentados"?

- Puede que formáramos una bonita y disfuncional pareja. -murmuró el galo.

Me están dando ganas de patearle. ¿Podría dejar de reírse a cada cosa que digo? Estoy hablando en serio. En cambio, a veces, cuando hablo con él, me siento como si fuera el mejor humorista del mundo.

- Eres divertido, Francia.

Ahora te voy a meter mano. Por burlarte de mí.

- ¿Has perdido peso? -preguntó de repente el galo. Sus manos habían empezado a abrirse camino por la ropa del español y fue justo en ese momento cuando se dio cuenta.

- Serán imaginaciones tuyas.

- Te noto más delgado. En serio, ¿has perdido peso?

- ¿Tengo que responder de nuevo? -preguntó con tono ligeramente molesto el español- Te he dicho que no he perdido peso. Estoy bien.

Mentiroso.

Sin poder hacer nada al respecto, España puso distancia. Casi le dio la impresión de que se había dado cuenta de que el francés tenía intención de retomar su ataque y le iba a meter mano. Lo siguió con la mirada. De repente el español empezó a toser violentamente. Francis se acercó rápidamente a él. Al poco, aunque España había logrado dejar de toser, aún respiraba de manera agitada.

- ¿Estás bien?

- Ah, sí. No te preocupes. No me pasa nada. -dijo Antonio sonriendo débilmente.

Mentiroso y mil veces mentiroso.

- ¡¿Qué tonterías estás diciendo? ¿Esperas que me lo crea? -replicó el galo molesto.

- Es que no es algo tan extraño. Últimamente estoy un poco afectado por todos los problemas que hay en casa.

El niñato con demasiadas ansias de poder. Había escuchado que Fernando gritaba a sus padres y se decían cosas bastante gordas. Había inestabilidad en España y eso le afectaba físicamente. Y, ahora que lo miraba con más detenimiento, se veía bastante mal.

Francia intentó tocar el rostro del español. El susodicho lo vio venir y retrocedió un par de pasos, alejándose de él. El galo frunció un poco el ceño ante esa acción y Antonio sonrió nervioso.

- Te he dicho que estoy bien. No te preocupes.

- Si estás bien, déjame comprobarlo.

- ¡Estoy bien!

Aprovechó que el español había hecho un gesto con el brazo para apartarle. Le sujetó la muñeca y tiró de él para tenerlo cerca. Francia besó la frente del hispano y confirmó lo que ya venía pensando desde hacía unos minutos. El gesto de Antonio era igual que el de un niño pequeño que ha sido descubierto cometiendo una "travesura"

- Eres imbécil, estás ardiendo.

- ... Digamos que quizás tengo un poco de fiebre.

- ¿Un poco dices? -preguntó el francés. Puso los brazos en jarra y le miró inflexible.

- Bastante... -admitió España.

- Vamos. Ahora mismo quiero que te vayas y descanses. No podrás ayudarme si estás medio muerto. -hizo un gesto con la mano como si estuviese ahuyentando a algún bicho.

- Está bien. Lo siento, Francia. -dijo el hispano con una sonrisa forzada.

Me acabo de dar cuenta de lo mal que está. De cómo su propia gente no le está haciendo bien. Nadie parece estar preocupándose por él. A este paso, desaparecerá. Sus mandatarios, sedientos de poder, le empujarán al abismo. No quiero que desaparezca. No quiero que sufra. No quiero que esté en esta penosa condición física. ¿Cómo protegerle? Tengo que pensar en algo.

No puedo dejar que esto termine así. ¡Es España! Ahora mismo no puedo pretender que no veo lo que ocurre.

- ¿Francia? -llamó el de ojos verdes.

Porque el rubio no apartaba la mirada de él. No había dicho ni una sola palabra. Su rostro estaba bañado en una aparente indiferencia. Como si le hubiese ocurrido algo. Estaba tenso, además. De repente reaccionó e hizo un amago de decir algo. Al segundo siguiente, Francis se había acercado a él y le besó una mejilla de un modo que se le antojó hasta cariñoso.

- No sé ni por qué has salido por ahí con esta fiebre. Ahora a descansar, ¿vale?

- Es que... Me apetecía charlar un poco contigo. Tenía que aprovechar que estabas cerca.

A cada palabra que dice, creo que lo tengo más claro. No.

Le volvió a dar otro beso en la mejilla. Las susodichas estaban ligeramente ruborizadas (aunque posiblemente se debiese tan sólo a la fiebre). A Antonio le empezaba a dar vergüenza la situación.

- Vamos, tienes que echarte a descansar ya. Te acompaño. -dijo el galo empujando ligeramente su espalda.

- ¿Pero no debes escoltar a tus tropas hasta Portugal? -inquirió el de ojos verdes con preocupación.

- Son mayorcitos, saben hacia dónde deben ir. Además, luego les alcanzaré. Te haré compañía hasta que te baje la fiebre. -respondió mientras seguía empujándole hacia el campamento que sabía que había cercano.

- ¿Y si no me baja pronto? No quiero retenerte demasiado tiempo...

- Tranquilo. Conseguiré que te baje.

- Pero no uses ningún método pervertido, están prohibidos. -el francés se rió ante el comentario de su vecino.

- No te preocupes, no haré nada raro.

No puedo permitir que desaparezca.


El silencio de la habitación se hacía hasta incómodo. Por suerte, Francis estaba demasiado concentrado en sus pensamientos mientras miraba por la ventana. No podía dejar de pensar en el rostro febril del español, sufriendo. En eso y en mil y una cosas más. La puerta de la estancia se abrió. Napoleón echó un ojo a su nación, la cual no se molestó ni en mirarlo.

- Te hacía en Portugal. -dijo el emperador.

El rubio le prestó atención entonces. Lo siguió con mirada durante su paseo hasta un sillón.

- Me surgió un imprevisto y decidí que lo mejor era regresar. Ellos ya sabían a dónde tenían que ir.

- Un imprevisto... Claro. Un imprevisto español, he oído decir.

Se hizo un silencio largo. Francia había vuelto a mirar por la ventana, pensativo. Estaba muy abstraído. Napoleón creía que era porque le había pillado haciendo algo que no debería haber hecho. Francia se cruzó de piernas y se acomodó en el sofá, apoyando los brazos en el respaldo de éste.

- Emperador, he estado pensando... Lo he hecho muy seriamente. Ya he tomado una decisión.

- ¿Sobre qué?

Otra vez se hizo el silencio. Francis miró a Napoleón.

- Quiero que España sea mío.

Prólogo. Fin.


¡Bueno, bueno! ¡Después de un montón de tiempo, por fin me dedico a publicar este fanfic.

Primero os quiero contar de dónde sale el título ya que no es tan simple como parece. La frase "Vivir en cadenas" es una que se repite bastante en el cancionero de la Guerra de la Independencia Española. Eran canciones dedicadas a la patria oprimida y curiosamente en más de una aparece esa misma frase o una variante. Así pues, me parecía buen título ya que, como el fic será de toda la guerra y no sólo de un periodo concreto, quería que no fuera muy específico.

Lo segundo es que este fic será larguito. Lo tengo bastante avanzado, de hecho lo tengo casi terminado, y hay chicha xD Espero que os guste. Va a ser FranciaxEspaña básicamente pero también aparecerán más personajes que, dado el contexto, era obligatorio que salieran.

Empecé a planear este fic hace cosa de dos años. Me tiré más de medio leyendo cosas sobre el tema ya que muchos hechos que aparecen son referencias históricas adaptadas para que aparezcan los personajes de Hetalia.

Es un fic al que le tengo mucho cariño y os quería mostrar un Francia que yo creo que entonces existió. Ese momento en el que estuvo en la cúspide del poder y se creía que se podía comer al mundo con patatas.

Los reviews son tremendamente apreciados. Pensad que yo he hecho un enorme esfuerzo leyendo historia por todas partes para que los hechos me cuadraran por fechas o por lo que ocurrió en realidad. Dedicarme entre 1-5 minutos para decirme si os gustó, qué os gustó o algo así, no es mucho, ¿no? ;_; Lo agradecería sinceramente.

Un saludo,

Miruru.