Disclaimer: Ningún personaje de Fairy Tail me pertenece.


Soy guerrera

[Dimaria-Larcade]

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Dos almas quedaron quietas.

Dos personas que se ven.

Dos caminos que se encuentran.

Y una mirada que dice mucho más que mil palabras.

Dimaria se encogió de hombros. No estaba lista para ser rescatada como la suave damisela en peligro. No. Eso era asunto de Brandish o quizás de Irene. Porque era claro que su orgullo de guerrera estaba por encima de cualquier cosa, desde lo más estúpido hasta lo intenso…, o eso era lo que ella siempre imaginó.

El campo de batalla se hallaba a unos kilómetros. Nadie estaba ya cerca de ellos.

Dos voces que no quieren salir.

Dos cuerpos que se inmutan en silencio.

Dos esencias que se aclaman.

Y dos compañeros que no quieren confesar más de lo debido. O era quizás el temor de que Zeref supiera que las cosas cúrsiles y románticas estaban corrompiendo a su elite de guerreros; fuera cual fuese el problema, Dimaria solo cogió el traje que Larcade le regaló como muestra de que aún iba a persistir con el tema de ser más que simples amigos.

Después de salvarla sobre el puente de una cascada, ambos se habían detenido a una cabaña que estaba en medio camino hacia el gremio de Fairy Tail.

— ¿Su majestad está en peligro? —preguntó con incomodad en la voz la rubia chica. Le era difícil todavía ver los ojos esmeraldas. No era miedo. Su único problema era exponer muchas cosas ante el hombre.

— Relativamente sin Acnología puede marchar en paz—contestó con solemnidad aunque la chispa de cariño en su tono puso colorada a la chica—; antes de asistir a su llamado tenía que asegurarme de que estuvieras con bien.

— Soy una guerrera. No necesito ayuda.

— Desde luego, pequeña.

Sonrió. Movió la cabeza hacia atrás solo para buscar esos tímidos ojos marrones. Casi podía determinar que ella no cambió en nada, ni el cabello, ni la estatura, ni la contextura…, bueno, solo un poco, pero nada distinto a lo que ya conoció con anterioridad.

— Estamos en guerra, Larcade.

— Entonces que acabando de esto cumplirás tu palabra.

— ¿No te darás por vencido?

— Solo si tu corazón deja de latir—estiró la mano llegando a la altura de los cabellos rubios de la chica—. Ese día, dejaré de servir al emperador.

Y Dimaria ocultó la mirada odiando por la debilidad de exponerse más de lo debido. Pero era difícil, imposible y casi suicida evadir a Larcade Dragneel, porque aunque quería evadirlo por otro tiempo…, él siempre regresaría.

Y siempre estaría protegiéndola hasta del más débil humano. Su propio ser. Su corazón.