Crecer

Un paso. Otro paso. Se tropieza, no importa, lo intenta nuevamente. Finalmente logra llegar hasta su peluche Moony, al que toma con fuerza. Se sienta, por no decir cae, en el frío piso de mármol; sus piernitas se veían incapaces de aguantar otra caminata más.

Decide esperar a que su abuelita aparezca, pero su hiperactividad no permite que se quede quieto. Aburrido de no hacer nada, decide ir en busca de su chupete. ¿Donde estará? Mientras gatea (ya sin ganas de experimentar nuevamente) se coloca el dedo pulgar en la boca para no sentir tanto la falta del deseado objeto. Moony, su fiel lobito, lo acompaña en todo momento.

Tras unos minutos, se olvida completamente del chupete para reemplazarlo por la necesidad de comer. Pero no cualquier cosa, no. El es un bebé que sabe lo que quiere. Chocolate. Su pelo, que minutos antes era de un verde loro es ahora marrón intenso. Desea entonces con todas sus fuerzas que aparezca su padrino con la acostumbrada bolsita repleta de golosinas. De chocolate. Pero él no aparece. No esta allí para malcriarlo como todas las tardes. Siente como sus ojos se llenan de lágrimas ante tal perspectiva, y no tarda en arrancar en llanto.

Despertada por los gritos, Andrómeda Black apura su paso hacia la habitación del infante. Éste la mira de reojo y, con una gran sonrisa, camina hasta su abuela, quien lo mira asombrada e increíblemente emocionada. Ella lo alza en brazos y le canta con suavidad. Los ojos del niño se cierran lentamente, luego de una noche muy atareada.

Porque esa noche, Teddy había descubierto el mundo.