N/A: ¡NUEVO FIC! Este promete ser largo, otro Johnlock que tenía guardado por ahí y que no me atrevía a publicar porque necesitaba verificarlo. Ya tengo cuatro capítulos escritos pero... no, esto no se soluciona en cuatro capítulos. Sólo diré que esto fue lo que salió de mi cabeza cuando las famosas palabras de Moffat, así que sólo expondré lo que pienso que sería un interesante giro a la historia. Damas, caballeros y caballos, bienvenidos a mi cabeza. No saque piernas ni brazos durante el recorrido.
Disclaimer: Los personajes aquí usados no me pertenecen, son de Sir Arthur Conan Doyle con la bella ambientación de Mark Gatiss y Steven Moffat (MOFFAT!).
Prologo
Idiota
La palabra resonó con fuerza a través de la delgada pared que dividía ambos cuartos. John solía repetir constantemente esa palabra, cada que tenía oportunidad, como si esperará algo, como si esa simple palabra le regresará las cosas que había perdido.
Pero no era así.
Por más que lo intentaba, la voz se le rompía, el idiota se transformaba en un dolor agobiante, y su propio esfuerzo por no romper en llanto, lo cegaba por completo, dejándolo insensible por horas, hasta que la necesidad de volver a verlo se desvanecía. A veces se veía a sí mismo intentando reconstruir su rostro de nuevo, pero ya se volvía difícil…
Cada vez era más rápido.
Oh, se odiaba, definitivamente se odiaba. Cada día que pasaba era una tortura, era como regresar a esos fatigosos meses tras su regreso de Afganistán. Era el horrible recordatorio de que, sin importar nada, su vida era aburrida y que la única dosis de adrenalina que le quedaba, se había ido con Sherlock, hacía dieciocho meses. Los dieciocho meses más frustrantes aburridos, consumibles y agobiantes meses de su vida. Todo se lo recordaba, cada pequeña cosa le recordaba su monótona vida, y ahora, estando ahí, de pie en el 221B de Baker St. le sentaba como una bofetada con guante blanco.
La señora Hudson le había prometido disminuirle un poco la renta, pero quería que estuviera allí. Aparentemente, él no era el único que se sentía tan solo. Apretó la mano izquierda, que volvía a ponerse temblorosa, como tanto tiempo atrás… suspiró y abrió la puerta, entrar le cegó por completo. La cabeza le dolía horriblemente y por más que se esforzaba en ser él mismo, estar sereno y por encima de la situación, los recuerdos le golpeaban con más y más fuerza.
Pronto comenzó a acostumbrarse.
Extrañaba los ruidos, el ser ignorado por el parloteó incesante de Sherlock y sentarse a su lado, escribiendo cada uno en su computadora. Hasta extrañaba que le 'confiscarán' su portátil. Cada día transcurría con una extraña monotonía que el mismo John intentaba rellenar con fragmentos perdidos de su propia memoria sobre Sherlock. A veces miraba sus cosas, como si lo estuviera viendo. Cuando le comentó a su psicóloga, esta se preocupó mucho, pero no dijo nada. Un simple: 'caso de duelo. Nada negativo. Aún', John sólo apretó la mandíbula cuando lo leyó.
Solía preparar dos tazas de té por la noche, más por costumbre que por otra cosa, y solía sentarse y se imaginaba que Sherlock estaba ahí, sentado e ignorándole como de costumbre. Extrañaba esa sensación de ser ignorado, pero a la vez, siendo el centro de atención todo el tiempo. Cerraba los ojos y dejaba que el aire se le escapará de los pulmones, antes de regresar a su alcoba y quedarse dormido entre pensamientos dolorosos de las últimas palabras de Sherlock, cada vez más y más lejanas.
Entre sus días, mientras buscaba aliviar su soledad, decidió entrar al cuarto de Sherlock. Estaba intacto, la señora Hudson no había vuelto a poner un pie allí, ni siquiera para limpiar y eso se notaba por la gruesa capa de polvo que cubría las cosas, a pesar de ello, la mujer había insistido varias veces en entrar y limpiar, deshacerse de las cosas de Sherlock, pero las discusiones terminaban con una firme negación por parte de John, y era imposible sacarlo de ello. Era su amigo, eran las cosas de su amigo y no iba a permitir que nadie más que él las tuviera. Porque él se enfadaría si alguien tomaba sus cosas, porque no quería que Sherlock se quejara por perder sus preciadas cosas. Y porque no quería verse a sí mismo extrañando sus cosas.
Suspiró, mientras se recargaba en el marco de la puerta, mirando en silencio el sencillo cuarto de su antiguo compañero. Pocas veces había prestado tanta atención y por un momento, creyó escuchar la voz de Sherlock diciendo: 'Ves, pero no observas'.
Le hizo caso.
Ahí, en su buro, descansaba una cajita sencilla, sin muchos adornos más que un simple cordón purpura, con un color que le recordaba a la camisa favorita de Sherlock. Se acercó, dudoso hasta la pequeña cajita, la alzó. Pesaba levemente, debía contener algún artículo especial, se debatió entre abrirlo o no (pues aún conservaba la esperanza de que un día apareciera en la puerta, con su abrigo y el cuello de este alzado, remarcando sus pómulos), una sonrisa casi triste le respondió que no perdiera el tiempo pensando en eso, y que viera el contenido de la caja.
Deslizó con suavidad el cordón, y abrió la caja. Dentro, cubierto por celofán dorado, había un pequeño celular. Un iPhone para ser más preciso. Era de diseño sencillo, parecía usado y tenía una simple nota: 'enciéndeme'. Aquello le supo mal, como si fuera una trampa, algo en lo que no debía confiar y por un instante recordó a Alicia y los dulces que sugerían ser comidos. Se sentó en el borde de la cama de Sherlock, considerando varias veces entre encenderlo o dejarlo donde debía estar. Finalmente, mando al carajo a su propia consciencia, a la vez que encendía el celular. Justo cuando se encendió, sonó la alerta de un mensaje, parecido al ruido molesto que hacia el celular de Sherlock.
Su corazón se detuvo. La boca se le seco y se quedo largo rato mirando la alerta de mensaje.
Finalmente, un dedo tembloroso dio click y lo abrió:
'Te estabas tomando tu tiempo. –SH'.
Arrojó el celular como si estuviera en llamas, se paró y no volvió a poner un pie en esa habitación por la semana siguiente. Ni siquiera le mencionó lo acontecido a la señora Hudson, y hacia lo imposible por alejar sus pensamientos de eso pero, cada vez que intentaba hacerlo, sus ojos regresaban hasta el cuarto vació y preguntándose si, tal vez, ese podría ser el rayito de esperanza que tanto esperaba.
Continuará...
