Levantó la cabeza por sobre el agua, el frío estaba haciendo efecto en el lugar… Los otros entrenadores ya habían pasado a despedirse. Era sábado, ya demasiado tarde, pero se acercaban las olimpiadas y él no podía perder cualquier tiempo útil para entrenar por más frío que hiciera. Debía romper su record, era promesa en su país.
Podía llegar a ganar y no debía darse el lujo de decepcionar a nadie.
Creo que ya fue suficiente por hoy. El lunes seguimos. – escuchó que dijo Katherine del otro lado; la miró a través de las antiparras. El no iba a irse hasta no romper su record o igualarlo, estaba cerca.
Vos si queres andate, yo me quedo hasta romperlo. – le contestó enojado.
Damon… - no podía esforzarse más de lo permitido y lo sabía, pero una vuelta más… ¡Una sola! No podía ser muy mala.
¡No Katherine! Estoy a un segundo de romperlo, necesito concentrarme. – gritó y concentró su respiración. Salió del agua y aunque el frío lo estuviese matando, se preparó para lanzarse. – El cronómetro. – dijo.
Sí… - lo puso en cero y lo miró – Tres, dos, uno… ¡Ya! – le gritó emocionada por el perfecto clavado que había dado al meterse al agua y como, a la velocidad máxima que un nadador podía tener, llegaba a la otra punta… ¡Sí, iba a lograr romperlo! ¡Y por cinco segundos!
Llegó a la otra punta agotado, sus pulmones ardían y se ahogaban al mismo tiempo, necesitaba agua fría y algo para comer porque tres horas de entrenamiento en el agua lo estaban matando. Notó la cara de felicidad de Katherine y supo que lo había hecho, que había podido ganar esta vez, que podría ganar en Londres éste año y que sería el primer nadador de su país en ganar el oro en las olimpiadas. O por lo menos en nado. Sí iba a poder porque se tenía la fe suficiente como para hacer realidad la esperanza de todos – o tal vez de los pocos – que lo conocían.
Su sueño hecho realidad.
Desde pequeño, quería ser nadador profesional y empezó desde lo más bajo siendo nadie y sin el respeto de ninguna persona. Un niño pobre de cariño, falta de afecto pero con dinero por todos lados para comprar la felicidad y comprarse la vida y eso, seguramente, le habría ayudado a cumplir su sueño el doble de rápido y ahora ser un deportista retirado, famoso, mujeriego. Lo que todavía no era. En parte.
Creció teniendo todo y no queriendo nada, lo más simple era lo que le faltaba… El cariño ajeno, ese que jamás tendría porque nadie tenía tiempo en su familia para dárselo. Después de todo, los negocios eran más importantes y sus sueños serían machacados tarde o temprano; tan sólo era un simple niño de siete años que vivía en todas las partes del mundo y en todas exigía una pileta para poder nadar y estar todo el día allí hasta que lo obligaran a salir y a madurar.
Porque lo obligaron a madurar y a estudiar una carrera. Ser abogado era el sueño de su familia y en parte el suyo porque complacer a su familia para que ellos se enorgullecieran de él era algo demasiado importante para alguien que nunca fue nadie, siempre una persona aspirante a fracaso que no pertenecía en el ambiente familiar en el que le tocó nacer por causas de un destino caprichoso que quería jugar con él y con su futuro amargo y de lo más triste.
Entonces ¿qué era ahora? Simple.
Un nadador aspirante a mejor deportista en las olimpiadas y un abogado millonario con una fortuna familiar detrás de él que no dejaba de atormentarlo todo el tiempo recordándole quién era, a dónde pertenecía y a quién tenía que hacer sentir orgullosos. Aunque ya no tuviese ningún contacto con nadie.
Se sacó las antiparras y las dejó al borde de la pileta mientras se frotaba los ojos esperando quitarse el cloro acumulado por años para que éste lo dejase en paz, igual que sus recuerdos.
¿Entonces? – preguntó inocentemente conociendo a la perfección que había roto por mucho su tiempo anterior.
Cinco segundos. Todo un logro considerando que entrenaste tres horas sin descansar y el frío que no deja respirar. Te felicito, me enorgullece ser tu entrenadora. – la miró con esa sonrisa fría en el rostro que siempre tenía ante todos para ocultar todo lo que nadie debía ver. Era igual que él. Quizás por eso era su entrenadora, por eso discutían tanto y por eso era que sólo había dos tipos de relaciones entre ellos: entrenadora y deportista, amantes de las noches solamente.
¿Cuánto falta para las olimpiadas?
Cuatro meses. – contestó mirándolo y rompiéndole el rostro con esos ojos llenos de preocupación.
¿Qué necesitamos?
Más entrenamiento y volverte famoso de alguna manera… Rápido. – seguía mirándolo sin que ningún sentimiento saliera de ella.
¿Hay alguna manera de conseguirlo? – tampoco era tan fácil ser deportista estrella, debía conseguir más fama de la que tenía. Nadie le tenía fe a los nadadores o no por lo menos a los de su país… Siempre a los jugadores de tenis, las chicas de hockey, handball y basketball. Nada más. El resto de los deportistas eran nadie.
Tengo varias propuestas… Hay patrocinadores que quieren encontrar la manera de que nades el río Támesis y que sea transmitido por televisión, pero todavía no hay nada seguro. Después de todo que un norteamericano haga eso en territorio inglés no va a ser muy bien recibido y menos sabiendo que podes ganarles a todos en las olimpiadas. Así que si no podemos hacer eso, vamos a necesitar algo más.
Vamos a necesitar algo más de todas formas…- no la miraba a ella, se perdía jugando con sus manos en el agua. La vio levantarse y dirigirse hacia la pared donde estaban sus cosas y buscar una toalla; siempre después de cada entrenamiento nadaba un poco sola en la pileta. Se sacó la remera y él se perdió en su delgada espalda y en su bikini atada allí en un fino nudo que podría desatar con un dedo solo y hacerla suya como cientos de noches que quedarían sólo en eso, en una noche. Luego se sacó el short y ella ya era cociente de que la estaba mirando y se aprovechaba de eso, meneó sus caderas hasta llegar a su lado y se zambulló en el agua sin consuelo buscando que la siguiera hasta el fondo para comenzar un juego agotador de vaivenes en el que nadie ganaba sólo el placer de satisfacer las necesidades que los consumían todos los días al encontrarse solos en la vida sin tener a nadie a quién observar. Sólo ellos dos. La siguió hasta el fondo, ella estaba apoyada de espaldas a la pared y sin su consentimiento le desanudó la parte superior de su traje de baño y lo arrojó al borde de la pileta mientras depositaba suaves besos por su hombro, cuello y espalda, metiéndose bajo del agua para llegar hasta su cintura y volver a subir para seguir besándola mientras oía esos susurros que matarían a cualquier otro hombre, menos a él que estaba acostumbrado a vivir con miles de mujeres para emborracharse de ellas y luego sacarlas de su vida, tan sólo por un día eran parte de él, luego pasaban a ser desconocidas que vagaban por la ciudad sin que llegara a reconocerlas porque simplemente ni siquiera se aprendía sus nombres. Se apegó más a ella y la despojó de la última prenda de ropa que poseía, aún de espaldas sabiendo perfectamente que ella tenía los ojos cerrados por la excitación que esto le estaba produciendo. La recorrió con sus manos a la perfección porque era con la única con la que tenía más de una noche. Y se lo permitía porque ambos entendían que jamás iban a llegar a algo más, ya que ella no podía encontrar en él lo que necesitaba y él, se negaba a dejarse amar o a intentar hacerlo.
Le siguió besando el cuello, internándose en ella con sus manos mientras la oía gritarle al mundo en susurros, su nombre, que todos lo conocieran por lo perfecta que se le podía dar esa acción de amante nocturno de todos los días de entrenamiento.
Tocó ese punto en ella que la hizo estremecer y sentir que el agua ardía bajo su vientre, sentir que todo podía llegar a incinerarla viva y que ni siquiera estar metida en una pileta podría salvarla del tornado arrasador que tenía a sus espaldas, a la espera de que ella se diese vuelta para complacerse a si mismo en esa necesidad demasiada humana que podía consumirlos poco a poco si no encontraban rápidamente eso que tanto estaban ansiando desde que se vieron en la puerta de la pileta para comenzar el entrenamiento. Sabiendo que si querían llegar a eso tendrían que ser los últimos en irse ya que los sábados era cuando más concurrido estaba el lugar… Todos debían entrenar y esforzarse, cuatro meses era demasiado poco para ellos que venían desde toda la vida preparándose para esto.
Volvió a marcarla como suya una noche más, una más, de tantas por ese instinto animal que lo marcaba a él desde toda la vida. Dar amor jamás iba a ser lo suyo porque nunca lo había recibido, no comprendía qué era el amor ¿o sí? Había que comprenderlo primero, esa era la ley de la vida. Comprender para accionar.
¿No?
Toda la vida había sido educado así, leyendo, entrenando su mente y por su propia cuenta, su cuerpo.
Y luego de hacer eso, sin necesitar ningún reclamo de su parte como cualquier otra mujer si le hubiese dado, se marchó de la pileta casi corriendo para subirse a su auto e ir a su departamento.
Hoy se encontraba con los únicos dos amigos que logró hacer en toda su vida. Claramente, en las olimpiadas, un tenista y una jugadora de hockey… Las únicas dos personas en las que confiaba plenamente y que jamás le fallarían. Sus mejores amigos, sus hermanos del alma, esos con los que compartió decenas de viajes con miles de anécdotas que seguirían sumándose.
Casi sentía a sus pies correr entre el acelerador y el freno, queriendo adelantar el tiempo para que llegar no se le hiciese tan lento, para que abrazar a sus amigos no fuese tan doloroso porque sería muy poco el tiempo que tendrían para verse. Al otro día era domingo, el descanso, y el lunes nuevamente con su rutina agotadora.
Trabajo por la mañana, papeles, juicios, etcétera. Y por la tarde, entrenamiento desde las dos hasta las siete… Sí, doloroso. Pero su motivación estaba en dejarse llevar por lo único puro que seguía manteniendo en su vida, el agua.
Se metió en la ducha rociándose con el agua caliente para relajar sus músculos y bajar la tensión contenida durante todo el día, dejando de lado los nervios, las preocupaciones, la vida. Pertenecía al agua y no se imaginaba otro lugar que no fuese fuera de allí, era su lugar, su bendición natural que le brindó la vida al nacer quitándole otras cosas, pero dejándole esa sola, la que lo haría sobrevivir.
También salió casi corriendo de allí para meterse en el vestidor y quedarse tildado intentando saber qué ponerse para la ocasión. Le dijeron que iban a un restaurante en el que se podía bailar y quién sabe cuántas estupideces más que no le importaban si tan sólo veía a sus amigos. Entonces agarró un jean gris apegado a sus largas piernas, una camisa blanca que parecía relucientemente nueva, como si jamás la hubiese usado y un suéter gris.
De un estante sacó unas Vans negras y de otro tomó una campera de cuero porque de verdad sentía este frío más que otros, caía aguanieve en la realidad y eso era algo que debía tomar en cuenta.
Enfermarse ahora no era una opción.
Miró una última vez por el balcón y verdaderamente las luces de la ciudad pudieron llegar a perderlo y hacer que cayera desde el tercer piso, muerto, en la vereda. Sin vida, inerte, frío, un elemento más del paisaje contemporáneo que proponía la ciudad, su edificio detrás, fotógrafos, periodistas, el mundo entero allí, riéndose de su fracaso.
Cerró rápidamente la ventana y apagando todas las luces a su paso bajó hasta la cochera, se subió a su auto y se marchó lo más veloz que pudo de allí para llegar a ese restaurante en el que acordaron encontrarse, ellos tres, las parejas de los dos y unas amigas en común de ambos y entendió que pretendían presentarle a alguien porque sino, siempre eran ellos tres. Nadie más que tuviese que presenciar sus bromas sin comprensión de la vida o de la ciencia.
Estacionó a unas cuadras y llegó a la puerta del lugar, ingresando, sobrio, educado, la música estaba a un volumen agradable, todavía no todas las mesas estaban llenas, pero en la que estaban sus amigos la pudo divisar a lo lejos perdida en el fondo del lugar, escondida del barullo barato, de las personas que pudiesen molestarlos.
En una punta, Ric, tenista, campeón, ídolo, romántico, sincero, su mejor amigo, veintinueve años, una novia, mujeres en su lista demasiadas. A su lado, su novia Jenna… jugadora de hockey, mejor amiga, hermana, quien le ponía los peores castigos para que aprendiera. A quien no le gustaba su estilo de vida tipo de vida, salidas en Europa, América, mujeres de todos los continentes, edades y países…
Se quedó parado mientras los veía levantarse e ir casi corriendo hasta donde él estaba para abrazarse entre tres, el mejor trío, distintos deportes, distintos viajes, torneos, esfuerzos, técnicas, vidas, elementos, pero cuando se juntaban… Cuando volvían a ese ambiente de compañerismo. Ahí era cuando comprendían lo valiosa que podía ser la vida si se la compartía con la gente adecuada.
¿Preparados para Londres? – preguntó apenas lo soltaron, haciéndolos reír. – Porque yo pienso ganar éste año.
Yo también. – contestó Ric.
Lo mío depende del equipo… Yo sé trabajar en equipo, no como ustedes dos. – comentó ella y se marchó nuevamente a la mesa.
¿Cómo van esos planes de casamiento? – le preguntó a su amigo quedándose un rato más allí en el medio del pasillo.
Después de las olimpiadas por iglesia, un mes antes, por civil. En poco tiempo te van a llegar las invitaciones, te quiero ahí de padrino ¿escuchaste? – sonrió como nunca… Su hermano, su amigo lo quería de padrino de su boda sabiendo lo mucho que odiaba esa clase de compromisos y aún así no podía hacer más que alegrarse eternamente de eso.
Prometo hacer todo lo posible por estar ahí. – contestó suspirando mientras reían y volvían a la mesa.
Tres chicas más los esperaban en la mesa, dos a las que no les prestó atención porque veía muchas como ellas, falsas, modelos, rubias, despampanantes, a una creía conocerla. A la otra quizás también pero esa noche seguramente tenía mucho alcohol encima como para recordarla… Luego una tercera, morocha que se giró a mirarlo mientras lo saludaba. Ojos marrones, preciosa, infinitamente preciosa.
Con una sonrisa radiante se presentó ante él, mirándolo como si fuese alguien común y corriente como todos los que estaban en esa mesa esperando a que él se sentara para comenzar con una noche inigualable.
Hola, soy Elena. – le dijo ella depositando un suave beso en su mejilla.
Damon, un gusto. – contestó alagado, sentándose frente a ella y sintiendo su cuerpo pesado caer con fuerza en la silla… Involuntariamente quiso desmayarse en ese mismo momento por el fuerte latido que sintió en su corazón al verla.
No tenía comparación con ninguna otra mujer del lugar; era tan casual y eso quizás la hacía de ese modo único del cual la miraba. Como si fuese la mujer maravilla y él tuviese cinco años, él era Superman, ambos combatían el mal.
Y pensando así se sentía tan estúpido. Esto no era a lo que él acostumbraba a pensar cuando veía una mujer con la cual pasar la noche y listo.
Él pensamiento ese no era común y no le gustaba para nada, observarla sin su consentimiento y mirarla una y otra vez de forma furtiva, como un cazador, el mejor de los ladrones. El más inútil de tan sólo pensarlo.
Intentar reflexionar ahora porqué la veía así tal vez era de idiotas ¿qué tenía fuera de lo común? Quizás su sonrisa tan sincera o tal vez, que lo veía a él como a todos los demás. Una cena común entre seis personas que en la vida no esperaban llegar a lo que eran ahora, deportistas, modelos, empresarios. No estaban esperando encontrar al amor una noche en un bar cualquiera, bailar, entrelazarse. Sin duda eso no lo esperaban.
Ellos sí esperaban un avión en cuatro meses que los llevara a Londres, él alguna forma de hacerse más conocido en todo el país… Necesitaba ese apoyo y esas apuestas ilegales escondidas en las noches de las cuales supuestamente jamás se enteraría que se hacían. Pero si un deportista no tenía apuestas detrás de él era no tener el suficiente apoyo.
Una música leve comenzó a sonar después de que hubiesen terminado de comer y comenzó a subir mucho más su nivel de atención, su volumen y en menos de media hora casi todos los comensales estaban allí bailando con una pareja improvisada. Montones de hombres se acercaron a su mesa para sacar a bailar a la señorita frente a él y todos rechazados con la misma frase, un no rotundo escondido entre mentiras y excusas. Él la miraba con una sonrisa usando las mismas expresiones cuando alguna mujer lo miraba esperando a que se levantara para sacarla a bailar.
Jenna se sentó a su lado y se le acercó al oído, susurrándole palabras que intentó comprender.
Sácala a bailar. – ordenó callada. - ¿O tenes miedo?
¿Es una apuesta?
Desafío, diría yo. – volvió a mirarlo y notó lo indeciso y miedoso que estaba aunque nunca llegaría a aceptarlo. - ¿Ya tenes cómo pasar la noche?
Quizás pero ese no es tema tuyo. – contestó frío sabiendo que su amiga siempre se enojaba cuando le decía que ya tenía al juguete de la noche.
Mientras vos te debatís a disfrutar o no, yo me voy a bailar. – tomó la mano de su Ric y se levantaron dirigiéndose a la pista, dejándolos solos. Las otras dos chicas estaban pegadas a la barra del bar con dos hombres que no paraban de decirle ebriedades absurdas, depositando algo en sus bolsillos y pidiendo más copas para emborracharse y pasar la noche.
¿A mí también me vas a decir que no si te invito a bailar? – le dijo acercándose a la mesa y atrayéndola de la mano hacia él.
A vos te conozco… Hace tres horas, pero te conozco. – contestó con una sonrisa sincera.
¿Entonces? ¿Bailaría conmigo? – preguntó parándose y tomándole la mano.
Sí. – contestó algo tan común que le retorció las arterias coronarias.
La llevó a un lugar apartado de la pista, contra una de las paredes de vidrio del restaurante a través de la cual se podía ver el parque que estaba cruzando la calle.
Guiándola entre sus manos y sus pies, la encaminó hasta su cuerpo para abrazarla a él y fundirse en una sinfonía que ya no sabía de qué clase de música era, pero olerla junto a él moviendo sus cuerpos de izquierda a derecha lo aturdió. Escucharla hablarle al oído preguntándole por su carrera, oírla atentamente contarle a qué se dedicaba ella cuando él, en un gruñido disfrazado en un susurro se lo preguntó. Abrazarla más y ver que separaba su cabeza para sonreírle y mostrarle lo perfecta que era.
Creyó que su sonrisa había sido lo que lo aturdió de esa manera, pero fue un flash del lado de la calle, decenas de luces blancas que los alumbraban a ellos y no podían reaccionar a lo que estaba sucediendo. A lo que sucedería a la semana, a montones de fotógrafos intentando acceder al restaurante disfrazados de clientes que tan sólo buscaban una mesa, pero los querían encontrar a ellos y en lo que supuestamente era una velada bajo la suave música lenta que sonaba, bajos sus cuerpos moviéndose acompasados, él con sus manos en la delgada cintura de ella y ella con sus brazos a través de su cuello sonriéndole y hablando a su oído con su delicada voz de mujer con carácter.
Quizás lo más oportuno habría sido salir huyendo de allí y evitar las fotos o cualquier tipo de fotos que los delatara, evitar que se note el enojo porque cortaran ese momento tan íntimo e impersonal que habían tenido y que no tenían hace tanto tiempo porque no podían, porque él no se enamoraba y porque ella había sufrido demasiado y ahora necesitaba su tiempo.
Porque era algo único a lo que habían logrado llegar y que quizás jamás se repetiría porque sus carreras estaban predestinadas a no cruzarse nunca más. Él deportista y abogado, ella modelo famosa, respetada en su ambiente, a tres materias de recibirse de médica.
¿Qué hacemos? – cuestionó desesperado mirándola como si fuese conocedora de todas las respuestas.
Podemos irnos y darles para hablar de nosotros todo un año o podemos quedarnos y que hablen todo un año de nosotros. – respondió divertida.
La miró pensando qué hacer ¿irse o quedarse? Poner a sus mejores amigos en la misma situación que él, que el romance se viese descubierto o marcharse rápidamente.
Mejor nos vamos, si nos quedamos no sólo van a hablar de nosotros. – le dijo frío y tomándola de la mano la arrastró hasta la mesa para recoger sus cosas y marcharse rápidamente.
Bueno, yo por mí no hay problema. – contestó ella poniéndose su campera y tomando una cartera, lo esperó a él y vio que anotaba algo y lo dejaba dentro de una copa vacía para luego marcharse. - ¿Y si alguien más ve eso?
¿Quién lo va a ver? ¿Las otras dos chicas? Están demasiado borrachas como para notar un papel en una copa. – contestó frío y se marchó de allí con ella a sus espaldas para protegerla de todo tipo de cámaras que se pusieran en su camino y poder irse caminando hasta sus autos que, casualmente o no, estaban en las puntas opuestas del camino. - ¿Cómo hacemos para ir hasta tu auto? – preguntó ignorante a un plan que ella, seguramente, por tantas veces que le había sucedido eso tenía ya armado.
No sé… - contestó demasiado alegre… Él dudó entonces de su capacidad para responder bien, se acercó lentamente a su boca y notó que estaba ebria.
¡Genial! ¡Qué buen momento para que estés borracha! – gritó enojado y la abrazó por la cintura, poniéndose frente a ella para sacarla de allí lo más rápido posible. Apenas cruzó la puerta, todos los flashes eran dolorosos en sus ojos claros y lo dejaron bombeando sangre, derritiéndose por las preguntas que les decían a las que no podía responder con agilidad por estar refregándose los ojos. Su azul aguado por tantos años en la pileta se iba poniendo cada vez más claro hasta quedar en blanco, ciego, negro.
Elena… Elena ¿nueva pareja? ¿Quién es? - ¿quién es? ¿Preguntaban quién era? El nadador promesa mundial, era él y nadie lo conocía. Genial, algo para ponerlo de peor humor era ese comentario. - ¿Qué pasó con Stefan? ¿Ya olvidaste todo? ¡Elena! – gritaron pero ya era demasiado tarde, ella se apegaba a su espalda escondiendo su cabeza y tirando las pocas lágrimas que lograron salirle al piso para que nadie pudiese notarlas en la oscuridad de la noche, para que las pisaran al igual que sus tristes recuerdos de un pasado que nunca debió ser. Entrelazó sus dedos con los de él y sintió un flash quemarle las uñas justo en esa unión… El lunes todos los canales de televisión y revistas estarían inventando cientos de historias sobre ellos y, si tenía suerte, no habrían notado su ebriedad.
¿Dónde está tu camioneta? – le preguntó su acompañante a unas dos cuadras del restaurante, evidentemente nadie más los seguía porque podía abrir sus ojos con lucidez y notar dónde estaba.
A… cinco cuadras de acá. – contestó con la amabilidad reducida al cero por ciento. Estaba enojada por tener que salir a desmentir un romance inventado en su peor momento, salía a divertirse y estaba bailando tranquila y feliz, pero siempre alguien debe arruinar los momentos felices y si no era ella misma, tendría que ser otra persona.
Te llevo hasta allá en mi auto. – la metió en él y condujo hasta donde ella le indicó y, por puro caballerismo, la ayudó a bajar del auto y le abrió la puerta de ella para que subiera.
Gracias. – susurró en lo profundo de la noche.
De nada. – contestó con una sonrisa de medio lado y se metió a su Audi R8 gris, ella en su Audi Q7 – Entonces hay que esperar para ver qué inventan ¿no?
Sí, no van a tardar mucho, eso créelo. – le dijo irónica. - ¿Nunca estuviste metido en los medios?
No. No de ésta manera… Siempre fui deportista de nivel más bajo. – contestó. – Me tengo que ir, buenas noches. – le dijo subiéndose a su auto y vio que ella sonreía y encendía el motor.
Buenas noches. – contestó y se marchó de allí con las emociones a flor de piel.
Al otro día se despertó rápidamente, necesitaba bañarse de nuevo y salir corriendo de allí para que no se le terminara el horario de visita. Una ducha caliente, un jean apegado a sus piernas, camisa gris y su campera de cuero, se peinó ese remolino negro por todo lo que había sufrido que tenía en la cabeza y se miró a los ojos; aún colorados por haberse levantado tan rápido sin darse tiempo a nada. La tristeza del domingo en ellos.
La infelicidad de tener que ver esas paredes blancas por todos lados insinuándole lo que vendría a continuación, lo que no estaba dispuesto a ver pero que por ese amor madre e hijo tendría que hacerlo. Su mamá, allí, destruida de recuerdos y de memoria. Con él visitándola todo el tiempo que podía y todos los domingos de su vida.
Las enfermeras lo miraban con ternura y pena cuando lo veían pasar con un ramo de rosas rojas todas las semanas para ella, para su mamá, sabían a la perfección que amaba las rosas y más si se las daba su único hijo, su preferido, la luz de sus ojos.
La poca luz que le quedaba.
¿Cómo está hoy? – le preguntó a la enfermera de turno. Ella lo miró contenta.
Demasiado bien, está feliz. Habla de un cumpleaños y que falta poco ¿qué hay?
Su cumpleaños y mi cumpleaños. – contestó cortante y se metió en la habitación cerrando la puerta detrás de él. – Hola ¿cómo está la mujer más linda del mundo? – preguntó sonriente, fingiendo que estaba feliz sólo para hacerla feliz a ella.
Yo muy bien. – contestó mirándolo – Las rosas rojas son mis preferidas. – dijo perdiéndose en el mar de sangre más precioso del mundo.
¿En serio? Casualidad entonces. – contestó como siempre lo hacía. - ¿Cómo está hoy?
Bien, en dos meses es el cumpleaños de mi hijo y un día antes el mío… Pero mi hijo no viene mucho por acá. – finalizó triste – Después de las enfermeras, vos sos mi única compañía. – verla así, que no recordara que él era su hijo y que la iba a ver todo el tiempo que le era posible lo ponía demasiado mal, al punto de casi hacerlo llorar. Alzheimer, eso tenía, la única palabra que le había arruinado la vida completamente, le quitó a su mamá lo único lindo y hermoso que le quedaba. Pero lo bueno era que al final de cada domingo, ella lo miraba a los ojos y ver ese azul celeste cielo y mar, aguado en su mirada le hacía recordar que él era su hijo, por treinta minutos aunque sea, pero se acordaba.
¿Vamos a pasear afuera? El día es hermoso, igual hace frío, así que llévese algo para taparse. – agarró su silla de ruedas y la ayudó a sentarse mientras la conducía por los pasillos e iban jugando, riendo, como cuando él tenía seis años y todo estaba bien.
Terminó el día con su mamá, sentados ambos en un banco del patio mirando como atardecía, comentando estupideces porque ella al otro día no recordaría nada, ni siquiera quién era él y aunque lo miró a los ojos como siempre y le dijo que era su hijo, la alegría de él volvió a ser fingida sabiendo que en poco tiempo, dejaría de recordar eso completamente.
Volvió a su casa con la tristeza consumiéndolo por dentro y no tenía tiempo ni para encender la tele y saber qué sucedía a su alrededor… Ni siquiera para mirar el teléfono y saber qué era lo que sucedía a su alrededor. De nada le quedaban ganas los domingos por la tarde.
Katherine lo llamó y se vio obligado a atender, un poco de sexo no le vendría mal.
¿Qué queres? – contestó aburrido.
¿Se puede saber por qué estás en todos los canales de televisión? – preguntó molesta.
Ah sí… Pequeños… Inconvenientes. Ya va a pasar. – respondió quitándole importancia.
El manager de esa chica me llamó, dice que mañana a las siete y media quiere hablar con nosotros. Vos, él, la chica y yo ¿sabes por qué?
Ni idea, tampoco me interesa.
¿Qué te pasa?
Nada, es domingo, mi único día libre y quiero disfrutarlo… ¿Algo más?
No. Mañana, siente y media en sus oficinas… Te mando la dirección por mail. – y antes de colgar sintió un suspiro - ¿Qué haces hoy a la noche? – ahí entraba la diversión.
Nada ¿queres venir? – preguntó, le daba igual.
En diez minutos estoy ahí.
Y tal vez en quince llegó, el tráfico, el mal humor, la necesidad de dos cuerpos que se unían en una cama desprolija que olía a todo menos a amor, unas sábanas manchadas por un historial de arrebatos de pasión descontrolados entre mujeres sin experiencias que se entregaron por primera vez a él y él sin saberlo, quitándole esa primera vez a una niña que creció de una manera violenta en sus brazos. Una cama en la que casi no descansaba porque los problemas lo sobrepasaban y lo estaban consumiendo poco a poco en besos sin amor, en recorridos por un cuerpo que jamás tendría que recordar, en una rutina de alguien que odiaba las rutinas.
Sí, lo más hipócrita del mundo.
A las cinco horas, cuando ya era seguro salir, Katherine se marchó; la ley primera era jamás quedarse a dormir en la casa de alguno de los dos, no les agradaba esa idea de tener que levantarse con el sabor en la boca de los hechos y tener que mirarse a la cara.
Se preparó un café y se fue a dormir luego de un largo día con la sonrisa amarga, al igual que el gusto de la bebida, en su ser.
Siendo obligado por Katherine se puso el despertador treinta minutos antes para ducharse, vestirse y llegar a la dirección que le había mandado, una oficina monótona de abogados y representantes legales. Él con Katherine, su representante desde toda la vida y Elena con un hombre que desconocía totalmente.
Un jean negro, camisa blanca y su característica campera de cuero negra que era parte de él, Vans negras, perfume y su cabello negro oscurecido por los años, despeinado, inusual, allí como marca registrada. Sus ojos azules escondidos bajo unos lentes negros, que dejaban atrás el cansancio de la noche anterior sabiendo que hoy sería un día demasiado difícil.
Llegó y ya todos estaban sentados esperándolos. La incomodidad se hizo presente por tener que ser el último en sentarse en esa mesa para más personas.
Perdón por llegar tarde. – se disculpó y se sentó al lado de Katherine que lucía tan profesional, muy distinta a la persona exhausta que se fue de su casa ayer.
Recién habíamos entrado a la oficina. – dijo un hombre con traje. – Mucho gusto Damon, soy Elijah Mikaelson. – le extendió la mano y con fiereza la aceptó.
Damon Salvatore. – miró a Elena y al resto de las personas en la habitación esperando una explicación al silencio – Entonces… ¿Estoy acá para? – preguntó cansado del misterio.
Bueno, sí, paso a explicar… Como Katherine me contó que te mencionó en reiteradas ocasiones y estoy al tanto de todo, necesitas ganar fama para las olimpiadas y, averiguando todo el domingo, ambos dos vimos que tu público creció al conocerse éste "romance" muy bien inventado entre Elena y vos. – miró a la mujer en cuestión y lo miraba ya sabiendo lo que se venía.
¿Es verdad esto? – le preguntó a Katherine que sólo se dignó a asentir. - ¿Entonces? – cuestionó.
Entonces, queremos… - lo miró desconfiado – seguir con éste romance que inventaron ya que a todos nos beneficia. Elena necesita éste golpe de fama para campañas, televisión y demás trabajos que seguro no te interesan y a vos te sirve muchísimo para las olimpiadas. – no, un romance no… Lo necesitaba pero… Rayos, lo necesitaba. Los miró a los tres con fiereza, Katherine sabía esto desde anoche y no se lo había querido decir.
¿Entonces? – volvió a decir con fiereza.
Planeamos seguir con esto, que ustedes se muestren en público juntos, vos acompañándola a campañas, ella yéndote a ver a competencias, conferencias de prensa e incluso a las olimpiadas. Tienen que ser una pareja que se viva demostrando amor en público. Sí, incluyendo besos y todo eso que hacen las parejas, salidas por las noches, viajes, etc. – la miró a Elena y se dio cuenta que ella también necesitaba esto para su trabajo, era un bien común. Debía aceptar, por el amor de la naturaleza, tenía que hacerlo.
¿Cuánto tiempo se supone que tiene que durar esto?
Pensábamos en decir que hace un mes están juntos en pareja, hace tres viéndose y bueno… Tiene que durar hasta tres meses después de las olimpiadas. Va a quedar todo escrito en un contrato de común acuerdo y de privacidad, tienen que verse la mayor parte del tiempo posible… Reitero, es por un bien común. ¿Qué dicen? – preguntó ahora sí.
Digo que parece que me estás vendiendo un producto. – comentó aburrido y miró a Katherine. - ¿Qué tengo que hacer?
Aceptar Damon, necesitas que todo el país te conozca y saliendo con una modelo a la que todo el mundo quiere es la mejor forma inventada hasta hoy en día… Sí, sé que no sos de tener pareja, pero es mentira. No tenes que hacerlo por mucho tiempo. – lo miró a los ojos y entendió perfectamente la pregunta que tenía que hacer - ¿Qué hay de las "necesidades" de ellos dos? Después de todo son humanos. Y si alguno de los dos se acuesta con algún "extraño" y la prensa se entera ¿qué pasa?
La idea es que no lo hagan y que si lo hacen, sea entre ellos, después de todos son adultos y el sexo no puede llevar a nada más grande… Pero, si verdaderamente hay una necesidad y alguno de los dos no está dispuesto a ceder, bueno entonces hay que encontrar la manera de esconderse lo suficientemente bien. Elena vos sabes lo que es estar expuesta, y Damon… Vas a ser perseguido por decenas de fotógrafos cuando confirmen que tienen un romance. Vas a tener que ser muy cauteloso y reitero, Elena te tiene que acompañar a todos lados. ¡Todos lados! – los domingos iban a ser compartidos entonces.
¿Qué hago? – volvió a preguntar perdido.
Acepta, otra opción mejor no encuentro. – contestó tendiéndole una birome para que firmara.
Acepto. – dijo firme y tomó los papeles para firmarlos sabiendo que Katherine ya los había leído por su parte y cambiado las partes en las que sabía que estaría disconforme. Se los pasó a Elena que estaba en diagonal a él y notó que también los firmaba sin leerlos y lo miraba agotada también, no había sido un buen día y lo notaba. - ¿A partir de cuándo comienza esto?
Hoy mismo, la prensa está afuera… Nadie sabe que nos reunimos acá y yo los llamé haciéndome pasar por otra persona para decirles que estaban acá. ¿Necesitan algo más?
Tiempo para asimilar todo esto. – contestó y se paró para tomar un vaso con agua. - ¿Qué vas a hacer vos? – miró a su representante, a esa traidora que no le comunicó nada.
Salir de acá cuando todos se hayan ido. – respondió mientras salía de la habitación perdiéndose en el resto del edificio.
Yo pienso hacer lo mismo, adiós. – dijo el representante de Elena dejándolos solos.
Necesito que después me pases todos los eventos que tenes y las fechas… - le dijo mirándola de reojo.
Sí, y necesito los tuyos. – respondió de la misma forma. - ¿Salimos?
Sí. – le tomó la mano entrelazando sus dedos y mirándola, pidió el ascensor para marcharse y enfrentar esa nueva vida que tenía por delante.
Apenas cruzaron las dos puertas, un nuevo sol tecnológico les iluminó el rostro dejándolos anonadados entre tantas luces y preguntas, queriendo saber si su romance era de verdad, hace cuánto estaban juntos, cámaras, videograbadoras, gente y más gente que quería sacarse una foto con ellos… Era increíble la fama que se podía ganar por un baile un sábado a la noche, entre una modelo y un nadador.
¿Otra vez en los deportes Elena? – preguntó uno riendo.
Sí y ésta vez va en serio. – contestó con una sonrisa en la cara y se abrazó a él, sintiendo lo mudo que estaba.
¿Hace cuánto están juntos?
Un mes, y hace dos que nos estamos viendo… Nos conocemos hace tres meses. ¿Es suficiente o no? – respondió en una risa haciéndolos reír a todos.
¿Es mudo? – preguntaron en el feliz ambiente comprado por una mentira.
Puedo hablar, pero me dejan en blanco tantos flashes. – respondió con una sonrisa de medio lado.
Entonces ¿confirman que están juntos? – ambos se miraron sonriendo y riendo como estúpidos.
Sí. – contestaron al unísono buscando marcharse.
Queremos un beso para que sepamos que sí están juntos… Para las revistas, uno sólo. – él posó ambas manos en su rostro y la atrajo lentamente hasta él para besarla con dulce suavidad en los labios y cerrar los ojos, acostumbrándose a la extrema oscuridad y aislarse de tanta gente.
Ahora sí tenemos que irnos. – dijo él y protegió, como hace dos días, a Elena con su cuerpo marchándose de allí con ella tomada de su mano, directo hasta su auto. - ¿Viniste en tu auto?
No, Elijah me pasó a buscar. – contestó ella indiferente.
Te llevo entonces. – le abrió la puerta de copiloto y esperó a que se sentara allí para subirse y comenzar a conducir en el más sumido silencio.
¿Entendes que tenemos que estar juntos en todo, no? – preguntó incrédula.
Estúpido no soy y tengo memoria… Por ahora. – ese comentario que él mismo se hizo le rompió el alma.
Tendríamos que ir a cenar toda ésta semana, para que la gente nos vea juntos… Hay que darles para hablar. – dijo mirando el paisaje.
Yo me encargo – le pasó el teléfono. – Guardá tu número ahí y te llamo para pasarte a buscar e informarte de lo que vamos a hacer. – la miró en un semáforo – A mí esto me molesta tanto como a vos, pero lo necesito y aparentemente vos también creo que… Habría que intentarlo, hasta las olimpiadas.
Ya sé que habría que intentarlo, yo también lo necesito… No te olvides. – contestó y entendió que no iban a llevarse de la mejor manera.
Condujo el resto de camino, sabiendo, que estos meses iban a ser una tortura porque por lo que veía, sus necesidades tendrían que esperar hasta liberarse de esa estupidez en la que se había metido por las malditas olimpiadas que lo estaban arrastrando a lo peor que pudo haberle pasado alguna vez, intentar comprometerse por "común acuerdo" con alguien porque eso jamás sería lo suyo.
Pensó también en que si buscaba alguna mujer siendo famoso, todas hablarían que tuvieron una noche con él y entonces sería insostenible.
Contame algo de vos. – le dijo cuando faltaba demasiado - ¿Qué haces en tus tiempos libres?
Algo para relajarme, me acuesto con mujeres generalmente… Paso noches con una mujer y luego, la saco de mi vida como si fuese un juguete; así pasé toda mi vida y así pienso pasarla. – contestó con fiereza mirándola. – No necesito comprometerme con nadie y por eso esto me pareció una mala idea al principio, pero como ya te dije, lo necesito…
Entonces ¿Cómo… - no pudo terminar la pregunta.
¿Cómo pienso "saciarme"? – ni él mismo sabía qué haría. – No sé porque ahora soy repentinamente famoso, todas las mujeres van a saber quién soy y darían cualquier cosa por pasar una noche conmigo y luego salir con cualquier cámara a contar lo que sucedió, grabarlo, buscar testigos, etc. Entonces no tengo ni idea de qué hacer, pero algo se me va a ocurrir. Tranquila, no pensaba meterte en mi cama. – le guiñó el ojo convencido de que no sería así, no pensaba tenerla a ella… Se privaría de una sola mujer.
¿Y vos y Elena tienen algo? – preguntó sin observarlo, indiferente a su rostro.
¿Algo cómo qué? No te confundas, ella es mi entrenadora, nos acostamos, no hay nada más entre nosotros que esos dos tipos de relaciones. Ella no nació para tener que soportar a un tipo como yo, nadie nació para eso y yo los libro de tener que hacerlo. – contestó. - ¿Esta es tu casa?
Sí, ¿queres pasar?
No puedo, tengo trabajo y que entrenar ¿me necesitas para algo? – cerró los ojos y después de un suspiro la miró. – Hay fotógrafos. – afirmó mirando para sus costados.
Acompáñame hasta la puerta.
Bajó con ella y le tomó la mano para acompañarla hasta la puerta de su edificio y luego ver como lo miraba, fingiendo un amor tan incondicional que jamás había visto en nadie… Después de todo a él nadie llegaba a amarlo porque los apartaba en el momento justo para que cambiaran ese amor por un odio profundo que los consumiese.
El camarógrafo ya era obvio, los estaba filmando, los periodistas no se acercaron pensando que estaban muy bien camuflados entre la ciudad y la poca naturaleza que había.
Ella lo abrazó por la cintura y él pasó sus brazos por encima de los de ella para mirarla y sonreír, acariciar su rostro, acomodar los mechones de pelo que invadían completamente desarmados el rostro de la mujer más hermosa que nunca hubiese visto. Se acercó lentamente a ella y un suave beso se escapó de sus fronteras para depositarse en la boca de una mujer prohibida, queriendo demostrar cosas que no estaba dispuesto a pensar de él mismo ni de nadie más en la vida. Queriendo actuar un amor que él no sentiría y se esforzaba en convencerse de eso.
No llegaría a amar jamás.
Ahora se acercó a su oído para susurrar algo:
Pensé que los periodistas eran más listos… - la hizo reír.
Eso les dejamos creer. – contestó y se le escapó una carcajada.
Nos vemos, si necesitas algo llámame. – dijo y se separó de ella para verla marcharse hacia el edificio que en poco tiempo conocería. La luz del sol lo iluminaba y apenas ella se marchó los fotógrafos no dudaron en abalanzarse sobre él, intentó esquivarlos al principio, pero fue imposible. - ¿Qué? – preguntó de mala gana. Pero ninguno preguntó nada, simplemente le tomaron más fotos y lo dejaron marcharse. Nunca fue de ese ambiente y no necesitaba todo ese circo profesional para darse cuenta que no soportaría tanta exposición, pero estaba obligado a hacerlo.
Más trabajo en su departamento encerrado entre paredes de papel que no lo dejaban moverse hasta que terminara esos pocos casos que tenía pendientes, y gracias a la gravedad, no tendría que terminarlos en un juzgado queriendo defender sus argumentos a muerte y ganarlos como siempre solía hacer. Por eso era tan buscado él y todos los que trabajaban con él por la excelencia que los había calificado durante toda la universidad. Ser los mejores no era una opción, era un deber en éste mundo de carreras para superarse en el que vivían.
Y luego, a las cuatro comenzó a preparar su bolso para entrenar, comiendo una fruta de camino. Haciéndose paso entre los pocos fotógrafos que aún seguían molestándolo, queriendo fingir una amabilidad que estaba demasiado sobreactuada y eso se notaba mucho; pero ¿qué más podía hacer? Era un deber que estaba obligado a cumplir hasta que pasaran un poco todo eso que lo estaba asfixiando.
Mil metros de entrada en calor, luego cuatro mil, después mil más, espalda, pecho, crol, mariposa, subacuatico, clavados, mariposa y más crol. Mil metros más, tres mil y cinco minutos de descanso. Hoy iba a ser un día pesado y al final del entrenamiento tener que bajar aún más su tiempo de lo que estaba acostumbrado, tener que exigirse el doble, gimnasio y salir a correr. Todo porque Katherine estaba teniendo un mal día luego de que los fotógrafos también la siguiesen a ella durante toda la tarde para preguntarle sobre el romance de su nadador estrella y una modelo a la que no soportaba solamente por su ambiente.
Pero no se quejaba porque nadar de esa manera era una terapia de lo más psicológica que pudo encontrar en todos sus años de vida, tranquilizarse sin tener que hablarlo con nadie, brazadas con toda su furia y patadas que lo impulsaban en la vida tanto como en el agua, respiraciones mal dadas que le quitaban medio pulmón, emociones encontradas en cada vista al techo del gimnasio en el que él entrenaba, él y una muchacha más que sí… Habían tenido varias noches, pero ella quiso ser algo más y ahí se terminó todo. Ella se casó y él siguió siendo el soltero codiciado de siempre.
Para, para un poco… Yo también tuve un día difícil y me estoy esforzando más que nunca. Pero esperá a que me tranquilice y que pueda respirar un poco más de aire. – le pidió exhausto.
Yo te voy a explicar algo, necesitas esforzarte mucho más que nunca y que ahora tengas fama y tengamos mucha más gente siguiéndonos no significa nada. ¡Así que diez segundos y seguimos! – gritó y se marchó al banco para buscar las cosas y darle de tomar agua.
¿Por qué ese mal humor? – preguntó sonriente.
¡Todo el día me estuvieron molestando con preguntas acerca de vos y Elena! Y yo no tengo porqué contestarlas. ¡Me molesta! Soy tu entrenadora, no tu mejor amiga. ¿No tenes amigos a los que les puedan preguntar? – gritó exasperada.
Kath yo ya terminé – le dijo Caroline, la nadadora – Me voy yendo.
Sí, estuviste bien hoy. – le dijo y se acercó al borde para hablar mejor con Damon.
Yo también estuve todo el día así… Pero vos me buscaste esto ¿qué podemos hacer? Esperar a que pasen las olimpiadas. Ahora por ejemplo, cuando salga de acá tengo que acompañarla a una sesión de fotos… ¡En Nueva York!
Te escucho y sé que siempre hay algo peor. – comentó con una sonrisa. – Bueno dale, seguí nadando. – gritó y sopló el silbato para que volviera a sumergir la cabeza bajo el agua y de nuevo a los mil, los quinientos, mil quinientos, dos mil.
Pero el entrenamiento terminó y se metió a las duchas para poder, con el agua caliente, calmar sus nervios y pensar que manejar hasta Nueva York sería desastroso a esa hora y tener que quedarse allí hasta la madrugada por tener que cumplir un rol excesivamente compulsivo en el cual acompañar a su "novia" a todas partes era lo único que tenía que hacer. Besarla, abrazarla, mirarla con deseo.
Se colocó un jean negro ajustado a sus piernas, unas Vans del mismo color y una camisa celeste, su campera de cuero estaba en el auto así que tendría que salir así y morirse de frío hasta llegar al estacionamiento.
Caminó solitario por allí viendo como un montón de deportistas también se marchaban para descansar en sus casas, acompañados de una familia que los amaba y que los recibía siempre… ¿El qué tenía? Una novia falsa. Mujeres juguetes. Y la única mujer en su vida que no lo recordaba.
¡Qué hermosa vida! ¿Verdad? La única mujer que de verdad le importaba no podía ni recordarlo, no sabía ni que existía… Y él lo único que hacía era intentar recordárselo todos los días, contarle siempre lo mismo, era una película que se repetía siempre en el mismo instante para dejarlo traumado y triste cada vez que se marchaba a su casa despechado.
Y aún no lograba entender porqué justo a su mamá le tuvo que suceder eso o por qué a él… ¿Justo a él? Había sufrido más que nadie desde pequeño con un papá que no estaba jamás en su casa y una mamá que muy pocas veces lo estaba, había crecido con distintas mujeres que lo cuidaron en toda su infancia y pocos momentos con su mamá que podía calificarlos como los mejores porque aún con una edad demasiado corta sabía todo lo que sufría ella con un marido que no estaba cuando lo necesitaba ni su esposa ni su hijo y que prefería internarse con papeles, números y mujeres clandestinas que no lograrían sacarle nada.
¿Entonces con qué modelo de padre crecer y aprender a amar a las mujeres? ¿Crecer con una mamá que vivía sufriendo por un hombre?
Prefería dejar eso de lado, evitar un dolor que lo consumiera porque ese era el concepto de amor que había logrado tener con los años. El amor era proporcional al dolor y viceversa. Y ya tenía demasiado dolor como para preocuparse el de una mujer que jamás lo entendería como necesitaba y que sólo se interesaría en esa relación que tenían, en demostrar amor y listo.
Tal vez no todo pasaba por ese lado.
Se encontró con Elena en su casa y, habiendo observado más de diez veces si había algún fotógrafo se subieron a su auto y comenzó a manejar hasta llegar a Nueva York, tomar un avión sería estúpido considerando que en poco tiempo llegaban allí más rápido de lo que tomaba todo el trabajo de chequear valijas, pasajes y esperar a un montón de pasajeros que se demoraban comprando regalos en los free shop.
¿Cuánto demora generalmente una sesión de fotos?
Depende cuántos cambios de ropa haya, maquillaje, escenarios, etc. Pueden durar una hora como pueden durar siete… Es todo muy relativo. – por dentro se maldijo… Podría llegar a estar siete horas en un estudio mirando como todos liberaban excitación al ver a una modelo cambiarse de ropa constantemente y que todo lo que se pusiera le quedaría a la maravilla.
Va a ser largo entonces. – comentó en un gruñido seco y siguió conduciendo, metiéndose por calles por las que había pasado más de una vez pero que ahora no tenía porqué recordar. Vivía en otra parte, alejado de todos esos suburbios apestosos que aparecían en las películas más taquilleras de los cines.
Acá es. – le indicó y estacionaron dentro de la playa de estacionamiento habiendo sido controlados por un guardia de seguridad que evidentemente, por la revista que tenía en sus manos, estaba al tanto del amor instantáneo que ellos tenían. Un amor que había tenido la desgracia de ser revelado en todos lados y que ahora no los dejaba en paz ni siquiera para dormir porque estaban día y noche inventando cosas sobre ellos que jamás se les habría ocurrido.
Bajaron ambos del auto y automáticamente por el instinto de la corriente se tomaron de la mano y una carga eléctrica le quemó el brazo al sentir el calor que emanaba toda ella. La emoción se le notaba, la felicidad no tanto. Todos la recibieron con un cariño admirable por cualquier persona a la que eso le importase, a él sinceramente le dio lo mismo. La llevaron al camarín y él se quedó con el bolso de Elena en sus brazos, sentado detrás de las cámaras, observando todas las cosas, una mesa con comida, cámaras de fotos y videocámaras de la última generación, definición, luces, profesionalidad. Todo eso se notaba en el ambiente en el que estaba metido y del que le gustaría salir corriendo rápidamente. Pero, para su hermosa suerte, esos fotógrafos no le sacarían fotos a él sino que Elena cumpliría su trabajo y dejaría que él estuviese escondido con su mirada fría y misteriosa, mirándola a ella. Siguiendo el papel que tenía que interpretar a la perfección.
La vio que salió cambiada, semidesnuda. Sujetador negro de encaje y jeans, tacos, zapatos, vestidos, más ropa que se iba sacando de encima al igual que las horas ¡Y demonios que faltaban demasiados cambios de ropa para su gusto!
Su musculatura estaba dura en una silla que le habían ofrecido, comía para pasar el tiempo y en un momento tuvo que ponerse un alto porque se volvería obeso si comía durante todo lo que duraba la sesión de fotos. Entonces fue cuando se detuvo a observarla con la determinación de un escultor.
Unas piernas largas que lo maravillaron, eran como el más largo valle de montañas que jamás había visto en su vida. Una tez bronceada del verano californiano, cabello castaño que ahora tenía ondas al caer por su espalda, tapando la mitad de ella… Haciéndola sonreír y conectando, de vez en cuando, ese chocolate antiguo y determinado que tenía en los ojos y que lo bañaron en un completo mar de éxtasis.
Se detuvo entonces en sus labios, delgados, finos, rotundos y acaramelados, haciendo juego con toda ella, hermosos a su manera y dignos de una pintura o, tal vez, de toda una exposición de arte dedicados a ellos.
Porque lo lindo era merecedor del arte profesional.
Y si su instinto no desarrollado del conocimiento de los sentimientos, no le fallaba, creyó que ella lo miraba con especulación y cariño. Pero no debía ser así… Esta relación que mantenían debía ser fría y sin cariño de por medio porque sino saldría lastimado. Sería herido de la peor manera y no habría nadie para curarlo porque ya no era un niño pequeño que tiene a su mamá cuando lo necesita o un papá con el que pueda hablar de mujeres. Ahora estaba solo en la vida con dos amigos que luego de la cena se habían marchado por diferentes rumbos a seguir con sus carreras y prepararse para las olimpiadas y él allí, entrenando a más no poder con una novia comercializada por televisión, una mamá que no lo recordaba y una cama por la que habían pasado más de cuatrocientas mujeres en toda su vida de las cuales no recordaba nada, sólo su nombre dicho y bañado de éxtasis.
Miró el reloj Rolex que tenía, aún faltaba demasiado, se perdió en el oro de su muñeca y recordó a sus patrocinadores, porqué hacía todo esto, porqué aún seguía esforzándose: porque tenía gente detrás de él que aún sabían que podría hacerlo, después de todo era la promesa en todos los canales deportivos, en el mundo olímpico… Era un norteamericano que quería demostrarle a todos lo lejos que había llegado con el peor pasado de todos y el peor futuro. Que lo único bueno que tenía, y que todos conocían, era el deporte.
Nada más.
Ah sí, una novia que lo amaba con todo su ser… O por lo menos por los próximos meses en los que serían la pareja enamorada del mundo y de la vida, con la claridad en la mirada de un amor que nacía a la vez que nacía el sol pero con la diferencia de que jamás oscurecía. Siempre quedaba encendido a todas horas…
Encendido en la televisión de miles de norteamericanos sonámbulos que no encuentran nada más interesante para observar a las cinco de la madrugada; ellos dos en las televisiones de todo el mundo, a todas horas, en distintos programas.
Increíble a donde había llegado por un simple baile y querer conocer a una mujer para intentar tener una ocupación esa noche; y ahora estaba negado a llevársela a la cama.
Por fin terminó esa tortura imponente de fotos y Elena volvió cambiada con decenas de bolsas bajo su brazo que él, como buen caballero y no por obligación, tomó y se las cargó como pudo para tener una mano disponible y abrazarla a ella.
¿Nos vamos? – preguntó estúpidamente.
Sí, ya terminé por fin…
¿Queres ir a comer algo a algún restaurante? – cuestionó sintiendo como ella moría de hambre por no haber comido nada en horas.
Sí, me parece perfecto. – respondió con una sonrisa y siguiéndole el paso rápido a él hasta su auto donde podrían esconderse y volver al silencio acordado entre ambos por la incomodidad de no saber qué decir o preguntar para no causar una crisis que tendría que ser escondida para seguir con lo suyo. La actuación.
Llegaron a un restaurante famoso, caro, vacío de gente a esa hora… Había muy poca gente y eso era lo más agradable en esos dos días. Por fin podían estar a solas sin nadie que les preguntara la vida y no los dejara disfrutar de una cena única entre dos personas que se "aman" de una forma tan imposible pero real.
Se la quedó mirando luego de que la moza se fuera con sus pedidos… Ella aún no creía que cualquier mujer que viese a Damon intentaría, con todo su arsenal de armas, abalanzarse sobre él y aún viendo que tenía compañía.
Es increíble el efecto que causas en las personas. – le dijo riendo. – En las mujeres en realidad.
¿Por qué? – preguntó contento de tener algo que hablar que los hiciera sentir cómodos.
¿De verdad me lo preguntas? ¡Todas las mujeres de éste lugar no dejan de mirarte desde que entramos! Y la camarera no solamente te miró, intentó seducirte… - comentó con una furia feliz. – De verdad que es increíble. – él sólo escondió su cabeza levantando sus hombros y dejó que la risa lo consumiera.
A vos también te miran… - comentó – No las mujeres, sino los hombres. Aunque las mujeres también, con envidia supongo.
¿No estás contento con esto no? – le preguntó. La miró cuestionándose a qué se refería.
Me da igual, después de todo sé que es lo mejor y lo más cercano que voy a tener a una relación en mucho tiempo. Digo, yo… Yo no nací para las relaciones y que la gente crea por primera vez en toda mi vida que no soy homosexual por no tener novia, me alegra en cierto punto. Y… También es un bien común por lo que siento que estoy dejando de lado todo lo malo que tengo para pensar y hacerle bien a alguien más. Así que, no es que no esté contento sino que no me molesta. – susurró sabiendo que sólo ella lo escucharía. - ¿Y vos cómo te sentís respecto a esto?
Es la primera vez que hago una cosa así y me siento demasiado mentirosa, no me gusta… Tengo "seguidoras" que están demasiado emocionadas con éste romance para tener que defraudarlas si en algún momento se llegan a enterar de la verdad. Entonces… No es lo más cómodo que hice en mi vida. Pero sí, es un bien común después de todo y mientras ninguno de los dos sienta algo más, todo va a salir bien ¿no?
Sí. – contestó terminando la conversación al ver que la camarera se acercaba con una sonrisa seductora en su rostro mirándolo solamente a él y sintiéndose muy incómodo para ser verdad.
La ruidosa noche de Nueva York los envolvía en el camino de regreso a casa, debatiéndose si dejarla a ella allí o quedarse en su casa ya que un montón de fotógrafos los seguían devuelta creyéndose reyes del silencio y de la invisibilidad.
Lo mejor era que no, no forzar las cosas a un punto que de verdad resultara actuado para todos… Porque eso era, muchos besos para que todas las cámaras los estuviesen viendo. Muchos más de los que cualquier otra pareja se da cuando los observan.
Volvió a acompañarla como tenía la costumbre y se quedó parado allí mientras la veía entrar con un casto beso que había depositado en sus labios y que, aceptara o no, lo había hecho sonreír de una manera tan hermosa como nunca lo había hecho y también, a pesar de haber sido la noche más larga de su vida, una luz lo estaba iluminando sabiendo que verdaderamente la había pasado bien. Riendo y acompañándola a hacer cosas que jamás había pensado. Era genial tener alguien que lo acompañara también a él y que lo apoyara…
Porque tal vez no era mentira todo lo que creía acerca de Elena.
Tal vez esto pudiese llegar a involucrarlo más de lo que se había permitido.
Paró en seco sus movimientos ¿involucrarse más? Era la primera ley prohibida en su vida. Jamás involucrarse de más porque podía llegar a doler y a defraudar.
Condujo hasta llegar a su casa y se tumbó en la cama a dormir cansado, sin pensar en nada con una manzana en la mano y la melancolía en la otra ¿alguna vez había tenido una novia?
Nunca.
Recordó toda su secundaria y las ofertas de todas las chicas para ser sus novias habían llovido… ¡Ellas le preguntaban a él! Pero ese no rotundo siempre estaba presente y luego se besaba con cualquiera para demostrarles a todos que no era homosexual, que le gustaban las mujeres porque esos rumores constantes de él lo tenían cansado.
Así se durmió, melancólico de la universidad y la secundaria que jamás pudo disfrutar y una carrera que estaba viviendo ahora. Una mamá con alzhéimer, una vida catastrófica y una novia demasiado hermosa.
Lo bueno y lo malo.
