Aviso: Este fic forma parte del Reto Fanfic 2018: 12 meses, 12 fanfics escritos.

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AGOSTO: Un fanfic inspirado en un poema o canción.

Yo elegí el poema "No me pregunten" de Pablo Neruda.

Advertencias: Ubicado en el mundo ninja, durante la época de la Niebla Sangrienta, el mandato de Yagura y la persecución de los clanes con Kekei Genkai.

Cantidad de palabras: 553.


No hace falta preguntar.


Ella lo sabe.

Lo sabe con la certeza de que la lluvia que cae del cielo la moja, o de que el líquido que corre por sus venas es la sangre más roja.

Aunque ella no lo diga, y el resto del mundo tampoco se lo cuestione, en el fondo de su alma ella lo sabe: sabe que las palabras dulces, todos esos preciosos halagos hacia ella no son, no fueron y nunca serían verdad.

No importa qué tanto ella lo quisiera ignorar; no importa qué tanto ella creía que lo que Yagura le decía era sincero.

A veces creía que los otros tampoco lo sabían y también le creían sincero, confiando en él y su buen juicio, en su respeto y confianza hacia la mujer en que ella se iba a convertir. Y así anduvo ella por la vida día tras día, semana tras semana, confiando plenamente en él; confiando incluso en todo el resto, pensando que nada malo pasaba, que nada se le ocultaba y que todo se le confiaba.

Y al final resultó ser que no.

Los rumores en las calles a veces llegaban a sus oídos: las risas, las burlas de aquellos que la creían todavía ingenua e inocente cada día le dolían más… porque ellos creían, y tal vez no sin cierta razón, que a ella la habían embaucado, que a ella la habían engañado y usado…

Y tal vez era cierto. Tal vez era verdad.

Tal vez Yagura la había engañado por completo haciéndole creer que la apreciaba, que en realidad confiaba en ella y le permitía actuar a sus anchas en cada misión que se le asignaba, justo cuando era otra la realidad.

Resultó que un buen día cuatro ANBU aparecieron frente a ella sin avisar. Aquello no era un trabajo en conjunto, ni siquiera era un mensaje que se tuviera que entregar: durante aquella noche tranquila en que sola, tranquilamente bebía, Mei Terumi terminó con sus manos manchadas de sangre al tratar de defenderse, dándose cuenta de lo equivocada que estaba su lealtad al haberla puesto de forma absoluta y sin dudar sobre el cuarto Mizukage, dándose cuenta del peligro que su vida corría en su propia ciudad y en su propio hogar… y sin embargo ella, manteniendo su fachada, tranquila todavía le sonreía.

Así son las cosas y así también no lo son, se repitió una y mil veces a sí misma cada vez que en su lecho lo veía; manteniendo a cada instante y cada momento la compostura, mostrándose serena, altiva y orgullosa, mirándole siempre con la frente bien en alto y esbozando su sonrisa cada vez que se encontraban, ocultando detrás de su sonrisa y a todos su tristeza, su llanto que ellos mismos noche a noche le habían provocado.

Porque ella lo sabe.

Ella sabe que después de tantos atentados, tantos intentos que han resultado uno tras otro en fracasos, él sabe que ella lo sabe… y la mirada que él le devuelve cada vez que ve su sonrisa le dice, le advierte, que poco a poco se le ha ido terminando la paciencia y uno de estos días, uno de los dos no se va a librar del destino fatal y nunca jamás va a volver a despertar.

Eso es algo que no hace falta decir ni hace falta preguntar.