CAPITULO I

El gran día había llegado para una joven que antiguamente su profesión era actriz de teatro clásico; después de ocho años de una larga, pero muuuuy larga espera. Su nada sonriente prometido, por fin dio indicios de haber aceptado que no había nada mejor que realizar su vida feliz con ella, o al menos eso era lo que ella insistía y se aferraba a creer para engañarse. Sin imaginarse el trasfondo que él en realidad tenía, estaba harto del calvario que era su vida con ella y también de los reclamos de su querida y dulce madre.

1 SEMANA ANTES

Sentada al pie de la escalera de caracol de madera simple, construida de forma muy rudimentaria y que llevaba al segundo nivel de la casa, se encontraba la joven rubia, tranquila y abnegada bordando en un fino lienzo de algodón en su habitual silla de ruedas. Al fondo podía escuchar con desagrado frunciendo el ceño por el martirio; la desafinada tonada en la voz de la doncella que la asistía en sus diarios menesteres, cantaba en un idioma que no conocía y agradecía grandemente, no poder hacerlo por los berridos que soltaba a gritos como lamentos de ultratumba.

La doncella, una joven de ojos verdes e inmigrante procedente de Europa, no comprendía el idioma del país que en la actualidad vivía, y por tales razones no era exigente ni en la paga, ni en la vivienda y realmente en nada. Por lo mismo, hacía caso omiso de las regañizas por equivocaciones torpes que le brindaba la dueña de la propiedad, así como los múltiples ataques y escandalosos berrinches que montaba su caprichosa joven ama, y que se encargaba de armarle diariamente, cuando no eran satisfechos todos sus deseos como eran requeridos. Los insultos y las cosas que le arrojaba la ojiazul a la cabeza, la habían vuelto ahora muy hábil en el arte de esquivarlos, claro que al inicio no fue nada sencillo, se ganó un buen golpe con el cepillo para peinarla que la dejó viendo fuegos artificiales por toda la habitación. Pero en la actualidad ya no podía quejarse, había aprendido duramente que su ama era una condenada desalmada, y también a evitar ser golpeada con los objetos hábilmente, eso enfurecía más a la rubia malvada en silla de ruedas y a ella, satisfacción de ya no ser más golpeada al tomarla desprevenida.

Para la rubia de ojos azules, se volvió un martirio constante tenerla de empleada, su clara y verde mirada le recordaba a otra muy parecida, dueña de la cual insistía en llamar, "la causante" de lo que ella decía: "todas sus desgracias y sus sufrimientos". Su condena había empezado desde que su madre tres días antes la había contratado seguramente en un ataque de locura de la vieja. La hizo trabajar hasta altas horas de la noche por el simple capricho de castigarla sin merecerlo, sólo por el aire físico de parecido con cierta vieja rival a la que detestaba abiertamente. Sin embargo, la amable y muy sonriente "Kanduca", —Quien realmente se llamaba "Kunigunde"—, como solía llamarla su ama con tanto desprecio, no se quejaba ni renegaba de su mala suerte, pues no sabía cómo rayos hacerlo y tampoco tenía a dónde ir si se largaba de aquel lugar. Por lo que mendrugos, regaños y quejas era lo único a lo que podía aspirar todos los días.

La puerta de la entrada principal tronó repentinamente en unos golpes sin mucha educación. La joven doncella pegó un respingo al escuchar los fuertes sonidos en la madera, con el movimiento terminó golpeándose la cabeza en la orilla de cemento donde estaba metida, lanzó una queja de dolor en su idioma natal y luego, con una carrera nada elegante por el largo del vestido, llegó trastumbando hasta la puerta. Llevaba el cabello amarrado como un turbante para evitar que salieran los mechones de pelo que tanto irritaban a su empleadora, un vestido demasiado grande, sucio y raído que le cubría el cuerpo como una sotana —Que muy gentilmente le había proporcionado su joven ama como uniforme—, las manos negras y el rostro con manchas de hollín que lo cubrían por completo ya que se encontraba limpiando la chimenea. Aunque siempre lo mantenía de esa manera desde que había llegado, pesé a los regaños insistentes de la dueña de la casa para que lo limpiara.

Al abrir el tablero de madera se encontró con la agradable y buena presencia de un joven caballero, muy gallardo y distinguido, alto, buen mozo, y vaya que en verdad lo era —Pensó pícaramente casi sonrojándose, aunque si lo hacía no se le vería entre tanta mugre—, al cual vio con mucho asombro y nerviosismo. Aun así no perdió la oportunidad de sonreírle con coquetería, dejando ver sus nada elegantes espacios de los dientes que le faltaban, agitando sus pestañas llenas de polvo e indicándole con su mano que podía pasar sin siquiera ser anunciado. Esa visión de él, había sido su pago de ese día en recompensa por trabajar con esas insoportables mujeres —Había pensado satisfecha y con el rubor encendiéndole las mejillas mugrosas.

—Dobranoc, pan (Buenas noches, señor) —Saludó la chica, sin perder su bonita sonrisa y con una voz chillona.

—Gracias, pero no —respondió el joven, frunciendo el ceño muy serio y contrariado por el ofrecimiento.

"Qué mujer tan extraña", pensó con un escalofrío. Al verla con el cabello envuelto en un rodete amarrado con una larga tela de colores que le caía en puntas sobre el rostro. Así como las partículas y manchas de ceniza negra en exceso que la cubrían por completo, una pequeña joroba que la hacía inclinarse levemente y quedar un poco agachada. El hombre se encogió de hombros haciendo caso omiso de su repentino y raro pensamiento, y prosiguió su camino internándose en el lugar extrañándose de no haber sido anunciado. Aunque últimamente ya nada le sorprendía en esa casa.

La joven doncella cerró la puerta sin delicadeza aventándola con el pie y dejó escuchar el largo suspiro que le provocó la visita. Sonrió de nuevo y muy agradecida de alimentarse la pupila con el guapo caballero, regresó saltando de alegría y tarareando hacia el lugar donde antes estaba.

La rubia de ojos azules, escuchó la voz de su visita a la distancia y se apresuró a pellizcarse las mejillas y peinarse las pestañas con la punta de los dedos. Se acomodó el cabello y estiró su vestido para no dejar ver el solitario zapato, que se encontraba sustituyendo el lugar donde debía encontrarse un pie. Lista para recibir a su amado, tiró hacia la parte de atrás de la silla de ruedas, el bordado que sin ningún éxito intentaba realizar, pues de bordar no sabía nada. Su trabajo había sido de actriz y era lo único que sabía hacer. Pero era bien sabido que todas las jóvenes casaderas y de alcurnia, bordaban. Y ella, no quería ser la excepción aunque se quedara sin dedos.

El gallardo joven hizo su aparición traspasando el umbral con su habitual…¡No!...no llevaba su habitual rostro malhumorado. Tampoco iba sonriendo, era una apariencia que a la rubia le pareció inexplicable, por lo que por esa ocasión, no se ruborizó como siempre fingía hacerlo. Por el contrario, frunció el ceño sin poder aguantar su curiosidad.

—¿Qué? —preguntó la visita, un tanto confundido y con tono seco. Por primera vez no la había visto sonrojarse y tampoco sonreírle. Y no era que le interesa mucho, pero al final ya era un hábito en ella y eso si eso si le sorprendía.

—Te ves extraño, Terry —comentó ella. Escudriñando toda su apariencia.

Lucía igual de elegante que siempre, con su traje de tono café oscuro y su corto cabello castaño un tanto alborotado, parecía recién bañado. Todavía podía percibir con gran nitidez el aroma de su colonia, que al aspirarla más cerca le provocó un sonoro estornudo.

—¡Achú! —Se escuchó con fuerza y los habitantes de su nariz salieron disparados directo a su prometido—. Lo siento, Terry —Se excusó la joven, muy avergonzada llevándose la mano a la nariz y absorbiendo los que aún le quedaban. El castaño sacó su pañuelo del bolsillo pequeño del saco y procedió a limpiarse los intrusos que cayeron sobre la fina tela de su pantalón. Acto siguiente, le pasó el lienzo a la rubia y ella lo tomó muy ruborizada retirándolos sin gracia de su nariz, haciendo un gran ruido como trompeta desafinada para luego arrojarlo al suelo.

—Ese pañuelo fue un obsequio de mi madre, tiene bordado mi nombre —Le indicó Terry, nada sonriente.

—¡Oh, lo siento! —Se disculpó de nuevo ella, ruborizándose por completo y hasta las orejas grandes ardiendo de vergüenza. Esa noche no estaba siendo la mejor de sus últimos días.

Al tiempo que la joven en silla de ruedas se disculpaba, la joven mucama había entrado a la habitación para saber si se ofrecía algo —Aunque no le entendieran, había aprendido duramente con los regaños de la señora Marlowe que era la cortesía hacerlo—. Al ver el blanco pañuelo en el suelo, procedió muy educadamente a recogerlo con las manos obscurecidas por el hollín. Se lo extendió al castaño que lo observó arruinado con decepción, ya que sabía que las manchas oscuras jamás desaparecerían y lo metió en su bolsillo resignado.

—Gracias —Le otorgó el agradecimiento él, muy sincero. No era culpa de ella el ser tan amable y acomedida, y que su prometida fuera tan poco pensante y delicada.

La mucama le volvió a sonreír con coquetería y la rubia de ojos azules quería atravesarla con su mirada y calcinarla con las llamas que emitía.

—¿Té? —preguntó Kunigunde, con la voz desagradable mirando a cada uno. Al parecer era la única palabra inglesa que por fin podía pronunciar y asociar luego de tantos regaños.

—Sí —respondió la ojiazul, con el rostro nada sonriente a la vez que la ahuyentaba con su mano del lugar.

—Gracias —De nuevo le devolvió la cortesía el castaño, ésta vez observándola mejor y no precisamente por su linda sonrisa, sino más bien por el verde de su mirada.

La joven en silla de ruedas notó claramente la intención del castaño, la misma que ella tres días antes había escudriñado. Sin permitir que él siguiera con su vista fija en aquellos verdes cristales, decidió interrumpirlo.

—Y dime Terry, ¿cómo estuvo hoy el ensayo? —preguntó muy interesada y sonriente lo primero que se le ocurrió.

—Susanna, no hemos tenido ensayo toda la semana, recuerdo habértelo dicho —contestó él, desviando su mirada de la joven mucama y sin explicarse por qué su prometida preguntaba eso.

—Cierto —afirmó la rubia, cerrando los ojos y sintiéndose tan tonta por no haber podido encontrar otra excusa mejor para desviar su atención—. ¿Y tú madre, cómo está? —Lo intentó de nuevo.

—No la he visto, se encuentra de gira desde hace un mes, ¿también lo olvidaste? —La inquirió frunciendo el ceño.

"¡¿Qué rayos le estaba pasando a Susanna esa noche que estaba tan bru…scamente extraña?!", pensó sin poder evitarlo.

—Sí, es verdad —respondió ella, ésta vez se llevó las manos al rostro exasperada por cada brutalidad que estaba saliendo de su boca y todo por culpa de la insulsa de Kanduca—. ¿Qué haces ahí de pie?, ¡vete! —Se dirigió a la de ojos verdes de forma despectiva, desquitándose con ella por sus burradas.

La joven se giró para escucharla y luego sin saber qué diablos le decía, le sonrió con amabilidad como siempre lo hacía, se encogió de hombros y luego se largó del lugar; dejando a los dos "no tan enamorados", en un sepulcral silencio.

Susanna se retorcía las manos con incomodidad mirándoselas luego de tanta bobería que había dicho. Sintió la mirada intensa de su prometido sobre ella, pero no tuvo el valor de levantar la vista.

Terry observaba a la rubia detenidamente evaluándola, estaba nerviosa y no comprendía por qué, o tal vez sí.

"¿Acaso se había vuelto bruja o adivina?", fue su fugaz pensamiento. Lo descartó luego de un segundo, no podía ser, al menos no de ese último tipo, aunque no podía decir lo mismo del primero.

El nervioso debía ser él y vaya que debía estarlo, y peor aún, lamentándose por la tontería que pensaba hacer, si encontraba el valor suficiente. Pero antes que nada, había algo que tenía curiosidad de saber.

—¿La mucama es nueva, se ve que es amable y servicial, qué pasó con la anterior? —La cuestionó muy interesado. En los últimos seis meses, habían hecho cambio en la servidumbre al menos cuatro veces.

—¡Eh! —La pregunta la sorprendió. Ella estaba hecha un manojo de nervios y él le estaba hablando maravillas de ¿Kanduca? Levantó la vista frunciendo el ceño y luego al verlo tan serio, se arrepintió de la primera respuesta grosera que iba a darle—. Se casó.

—¿Se casó? —Repitió confundido, él—. Tan pronto, dijiste que apenas hace unas tres semanas llegó de Rusia, no pudo encontrar un marido en tan poco tiempo.

—Pues ya ves, algunas mujeres no son tan pacientes como otras que tienen ya tantos años esperando porque ese día llegue —La recriminación, saltó como una libre por toda la habitación golpeando al castaño en la cabeza y en su mal humor.

Terry le dio una observación con molestia y respiró profundo, tenía que encontrar el valor definitivamente y ya lo había encontrado con esa respuesta que lo hizo molestar, también que ya se le había acabado la paciencia. Sin más que pensar que en la resignación, soltó lo que llevaba atravesado en el pecho y en la garganta, y que su boca se negaba por tanto tiempo dejar salir.

—Susanna, quiero que nos casemos en una semana —Se quedó esperando muy atento a la reacción de ella, ésta vez en verdad deseaba escucharla responder.

La rubia palideció de asombro, ¿acaso había escuchado bien?:

¡Terry le estaba pidiendo que se casaran!, ¡en una semana!, ¿sin ninguna celebración de compromiso? —La intensidad de su asombro emocional, empezó a disminuir con sus siguientes cuestionamientos de frustración—. Le estaba pidiendo matrimonio, sí claro, ¿sin anunciarlo a los periódicos?, ¿sin ninguna galantería?, ¿sin ninguna gracia y atención para ella, porque ni flores llevaba?, ¿sin siquiera una muestra de afecto y menos de amor, porque no se había arrodillado?, y peor aún, ¡¿sin anillo de diamantes?!

"¿Pero quién diablos te estas creyendo que soy, Terry?, pensó la rubia indignada y muy molesta. Abandonó la palidez y un suave rojo cubrió su rostro.

Mientras, el castaño la observaba con la misma atención sin perderse ningún detalle, quizás no había sido la forma más apropiada de hacerlo pero no se le ocurrió otra; es más ahora que lo pensaba mejor, nunca debió hacerlo, era una locura. ¡Pero que rayos, que más daba!, ya lo había dicho y si se los llevaba el diablo que se los llevara juntos. Aunque todavía cabía la posibilidad que esa expresión de furia que veía en ella, fuera un consuelo para él, ya que podía negarse por su poca gracia para pedírselo, tal vez no había sido tan malo haberlo hecho de esa manera. Lástima que de pronto el color natural le volvió al rostro a ella y que una sonrisa le apareció en la boca, llevándose con ello toda posibilidad de cambiar el rumbo y sus últimas esperanzas.

Susanna después de los alocados pensamientos de indignación, se dio una fuerte bofetada mental antes que su madre se la diera, por bruta. ¡Pero qué rayos importaba que no hubiera anillo ni fiesta de compromiso, ni todo lo demás!, ¿acaso no era eso lo que tanto había soñado sin importarle lo que él deseara?, ¿por lo que había peleado tantos años con él y también por lo que su madre la atosigaba todo el tiempo?

Terry le estaba pidiendo que en una semana se casaran, y ella estaba queriendo darse a desear como si no supiera que no la amaba. ¡Claro que debía aceptar!, aunque tuviera que casarse en camisón por no tener el tiempo suficiente para confeccionar su ajuar, lo haría. Incluso, aunque tuviera que usar el apolillado, feo y viejo vestido de su tatarabuela que se encontraba pudriéndose en el sótano. Al final que estaba muy de moda las telas con extraño diseños y los vestidos holgados, ya que su difunta familiar era al menos dos tallas más grade que ella. Pero eso no importaba.

—¡Acepto! —dijo tan efusiva y sonriente, que el brillo en su expresión ameritaba un par de lentes oscuros—. ¿Y crees que tendremos el tiempo suficiente para organizarlo todo? —preguntó llevándose la manos a la boca con duda.

—Ya lo tengo todo listo —afirmó el castaño, serio—. Por eso no había venido a verte y es por eso que tampoco me enteré que habías cambiado de "mucama" —Resaltó lo último.

"Otra vez la Kanduca", pensó la rubia más que molesta. Rompiendo el encanto de su amplia sonrisa y triunfo. ¿Por qué rayos tenía que volverla a mencionar y echarle a perder sus diez segundos de felicidad?

En ese momento la aludida hizo de nuevo su aparición por la habitación, tarareando muy feliz desafinadamente y llevando una bandeja con el servicio de té para servirles la bebida. Procedió a arrastrar la mesa que utilizaban para esa función y arrojó sin consideración al suelo, las madejas de hilo para bordar que se encontraban sobre ésta. La ojiazul rodó los ojos molesta, esa doncella era tan tonta, ¿que no podía hacer nada bien?

"¿En qué habría estado pensando su madre cuando la contrató?", pensó dirigiéndole unas miradas de furia que podrían asesinarla.

Casi instantánea le llegó la respuesta en la voz de su madre.

"Hija, no tenemos mucho dinero y como no sabe el idioma no puede quejarse que le paguemos una miseria, casi no le demos de comer y que duerma en el colchón viejo del ático con goteras", esa había sido la respuesta y la excusa de la señora Marlowe para contratarla, y Susanna había accedido de buen agrado al inicio.

Sin que los restantes en la habitación pudieran adivinar los pensamientos que pasaban por la cabeza de la ex actriz, la mucama procedió a entregarles las tazas con la bebida humeante preparada. La primera se la entregó a su ama con una servilleta y la segunda estaba por dársela al invitado, cuando ésta se le resbaló de la mano y en un intento por evitar que cayera —Ya que si se quebraba tendría que pagarla y ni para eso le alcanzaría la miseria de sueldo que quizás le pagarían—, terminó por arrojarla al saco del joven que en un movimiento por ayudarla, se acercó más ella y acabó por vaciarla sobre él.

—¡Kanduca, bruta! —Gritó airada, Susanna muy déspota. Estaba realmente furiosa por las ineficiencias de su joven esclava y doncella.

—¿Kanduca? —Repitió el castaño, intrigado desviando la vista a su prometida en una interrogante mirada. Mientras la joven mucama intentaba limpiarle el saco con la servilleta, levantó la vista para toparse con la de él, que se giró a tiempo para encontrarse con la de ella.

—Kunigunde —Sonrió ampliamente, mostrando de nuevo con mucha gracia la oscuridad de las piezas faltantes, con el rostro muy sucio y señalándose con la mano indicándole que ese era su nombre.

...….Continuará…..


Aclaración:

El idioma utilizado en el saludo de la doncella es polaco. Y el nombre Kunigunde, también con mucho respeto.


Hola!

Estoy de vuelta con la historia que escribí paralela a Escocia de la que ya les había comentado en el capítulo que actualicé la semana pasada.

Quiero agradecer sus comentarios y mensajes de bienvenida...que dejaron en el más reciente capítulo actualizado de el fanfic largo de Escocia. Disculpen se me pasó ese detalle...pero aquí estoy para corregirlo y agradecer su paciencia.

Este es un intento por salir un poco del completo drama...aunque sólo un poco...el humor no es lo mío exactamente...el intento he hecho. Además, es difícil salir del drama...puesto que la historia de Candy...es un melodrama. También quise intentar probarme que podía escribir capítulos más cortos jeje. No quedaron tan cortos jeje...espero no les importe...aunque comparados con el otro fic...sí.

Bueno espero que les guste y por supuesto que esto no significa que Escocia la dejaré en espera sin actualizar...iré actualizando cada una sin que afecte a la otra.


Por cierto...pensarán que me gusta el tema de la bodas...para serles sincera...no sé que tengo con la bodas pero me dan muchas ideas para fics jeje.

Hasta luego y...

NOS SEGUIMOS LEYENDO

BESOS Y ABRAZOS DE OSO ; )


Ps. como siempre espero su comprensión con los errores...son involuntarios y siempre se van.