Hola a todos, Fernanda se reporta de nuevo, traigo un fic centrado en Noodle y 2D. Perdonen si les aburre la Edad Media, pero me puse a leer tres leyendas que me han inspirado -Havbar y Signe, Pelleas y Melisanda y El cantar de los nibelungos- y de verdad son unas hermosas historias. El primer capítulo está dedicado a Arwenita, Gatty8, Conejis Pot, Asuka Yagami, beacam41, HarlemOwo, Blinking Pigs, .37 y ChibiTusspot23. Gracias por tomarse la molestia de leer.

La canción

Essex, en tiempos remotos, fue una zona pacífica y próspera donde reinaba con mucha sabiduría el joven Russell, un bondadoso negrito, con la ayuda de su leal consejero Del. Todos los querían mucho y varias personas llegaban a diario a la corte del monarca para ofrecer sus servicios. Entre estas gentes se contaba a un muchacho de piel fina, sedosos cabellos azules y extraños ojos negros. Cantaba bastante bien y no pocas doncellas se ruborizaban al contemplar su rostro atractivo. Sus padres le dieron el nombre de Stuart, no obstante prefería que le dijesen 2D o Stu.

La familia del chico se había dedicado al comercio durante generaciones, mas a Stuart no le atraía mucho ese estilo de vida. De seguro se debió a que tuvo que soportar varios viajes en su niñez y cada vez que le tomó cariño a alguien, había que partir, así que se resignó a la idea no tener amigos. Antes de morir con su esposa en un accidente, el papá de nuestro aventurero le autorizó a entrenarse para ser soldado y después de dar cristiana sepultura, partió al palacio de Russ, decidido a no dejarse abatir por la tristeza.

Cuando faltaba poco para llegar a destino, se escondió el sol y el huérfano juzgó que lo más prudente sería trepar a un árbol para protegerse de los asaltantes o de las fieras. Como lo pensó, lo hizo. Rezó por las almas de quienes le dieron la vida y al persignarse escuchó un agradable canto.

Siempre apoyado en el tronco, dirigió su mirada a la pradera y el corazón dio un vuelco en su pecho.

Allí, rodeada por lindas flores de colores diversos, una persona –a quien no se le veía la cara por llevar puesta una capucha- sacaba de un bolso unas cuantas migas de pan y convidaba generosamente a palomas, zorzales, golondrinas, ruiseñores y gorriones. Sus manos lucían guantes de seda y entonaba una tonada típica del país con voz melodiosa y tierna.

Dedicó a los pajarillos una reverencia muy graciosa, se puso de pie y echó a correr en dirección a la ciudad donde el soberano instaló su hogar. El mozo estiró un brazo, trató de llamarle, guardó silencio tras recordar que no la conocía y antes de dormir, juró en voz baja que encontraría a la dueña de la vocecita y se casaría con ella.