Duelo I.

Era sábado, el día de trabajo favorito para Mokuba. En la empresa no quedaban muchos funcionarios, raramente superaban el cincuenta por ciento de los que asistían el resto de la semana, porque más de la mitad descansaban. En las distintas plantas no se desarrollaban pruebas para crear nuevas tecnologías de videojuegos.

No había trabajo para hacer, Mokuba pasaba horas jugando en el computador de su hermano mientras este supervisaba toda la actividad de la semana anterior. A veces el menor creía que Seto inventaba excusas para seguir trabajando y no realizar otras actividades que antes disfrutaba mucho; léase: participar en torneo de duelos.

La semana siguiente se cumplirían seis meses de aquel extraño viaje a Egipto donde Yugi "se duplicó" y de la última vez que ambos habían estado cerca de un duelo. También había sido la última instancia en que tuvieron contacto con Yugi, Anzu y los demás.

Desde meses atrás KC sólo se dedicaba a la creación de videojuegos. No se vendían discos de duelo; Kaiba había vendido los derechos a una empresa rumana.

Cada vez que uno de sus empleados nombraba alguno de los monstruos de duelos o los incluía en los videojuegos era sancionado. Cada invitación que Seto recibía para participar en algún torneo era colocada en la papelera de la oficina. Y cada vez que su hermano pronunciaba la palabra duelo, pasaba días sin dirigirle la palabra.

Mokuba dejo el computador sobre el mueble y observó a su hermano que daba golpecitos con la lapicera sobre la mesa de forma periódica. En cualquier persona aquello significaba nervios pero en Kaiba quería decir fastidio.

—¿Qué te sucede?

Kaiba no lo miró y continuó con sus golpes.

— ¡Oh, perdón! Olvidaba que hoy no pretendes hablarme porque sugerí que le echaras un vistazo a mi videojuego "La Guerra de las Rosas"— al ver que el otro lo ignoraba continuó—. No quieres ver que mi videojuego será muy exitoso; ¿no?

Seto no le prestó atención; estaba atendiendo asuntos importantes –al menos para la empresa— y sabía que Mokuba tenía claro cuánto tiempo iba a transcurrir antes de que le dirigiera la palabra.

— No creí que me harías lo que Gozaburo te hizo a ti.

Seto dejó de golpear, cerró la laptop y tiró la lapicera contra la ventana. Entonces una joven de cabellos negros rizados entró en la oficina donde ambos se encontraban, sus ojos se abrieron en demasía al ver la ventana rota y enseguida, sin emitir una opinión, dijo:

—Llamaré a alguien para que arregle la ventana, señor.

—No es necesario. Deja los papeles y lárgate.

La muchacha colocó un montón de sobres sobre la mesa y se retiró.

— Lo siento —dijo Mokuba, considerando que quizás se le había ido la mano con su último comentario, y volvió a concentrarse en el computador.

Kaiba revisó los sobres sin abrirlos. La gran mayoría eran de empresas asociadas a Kaiba Corp., otras que pretendían algún encargo y otras que invitaban a los hermanos a diversos eventos. Kaiba tomó estas últimas entre sus manos y las arrojó a la papelera; luego empezó a abrir lo que realmente le importaba o no tenía otra opción más que abrir.

— Si están invitándome creo que también tengo derecho a saber de qué se tratan y decidir si pretendo ir— reclamó Mokuba mientras sacaba los sobres de la basura—. Mmm… no me gustan las colonias francesas, no uso skates…no me depilo…no cuido mi cabello…

—¿No?— interrumpió el mayor con mirada irónica.

—Cállate— gritó tirándole el sobre aunque con una sonrisa triunfal por haber roto el voto de silencio de su hermano. Kaiba rió con ganas— . Veamos…dados de calabozos nunca lo entendí además de que ya pasó de moda…no conozco a la reina de Jordania…no me interesa la literatura…no soy vulnerable al cáncer de mama…

— No tienes que serlo para asistir, Mokuba.

— Ah… ¿no?

—No.

—¿Y por qué no asistes tú?—gritó mientras le arrojaba los sobres que ya había leído a su hermano quien fácilmente los esquivó. Este tomó los sobres que habían sobre el escritorio— Ni se te ocu…— no terminó porque varios papeles impactaron en su rostro. Tomó varios de estos y se los arrojó a su hermano; así estuvieron unos segundos. Mokuba estaba tan concentrado en el combate que tomó una gruesa carpeta con archivos y se lo arrojó a Kaiba.

—¡Esos son los balances del mes pasado!

—Oh…oh— dijo el menor mientras se colocaba cerca de la puerta. Sin embargo no era necesario huir. Kaiba creyó más oportuno ordenar la oficina que rezongarlo. Mientras tanto permaneció recostado en la pared observando por la ventana. Extrañaba estar fuera de aquella oficina. En pocos años Kaiba Corp. se convirtió en una prisión donde Seto se había encerrado y lo mismo temía que pudiera sucederle.

Miró el suelo cubierto de papeles y decidió ayudar un poco a su hermano. Los sobres quedaron desperdigados por toda la oficina. Pronto un sobre llamó su atención.

— Oye Seto, acaso no es esta la empresa que nos compró los derechos de los discos de duelo.

Kaiba miró el sobre y asintió.

—Parece ser la invitación para un torneo— siguió observando Mokuba.

—¿Qué dijiste?

— Sí, eso: ¡TORNEO! Te…o…ere…ene…e…o. ¿Ok? ¡Ahora quita esa cara de asesino que a mí no me asusta y déjame leer! Veamos…— continuó sin hacer caso a las conocidas expresiones del rostro de su hermano. La invitación era para Kaiba obviamente, estaba dirigida desde Rumania de una empresa de videojuegos socia de Kaiba Corp.

— Seto, aquí dice que el motivo de la invitación es para discutir la situación presente de los proyectos bilaterales. El torneo no tiene nada que ver con esto pero teniendo en cuenta tu reciente pasado como duelista creyó conveniente invitarte.

Kaiba no respondió, siguió acomodando los papeles como si el menor no hubiera dicho nada. Mokuba le dirigió una mirada fugaz y continuó leyendo la invitación. Al parecer su método no daba los resultados esperados, así que lo mejor era ir por otro camino.

—No conozco Rumania, Seto.

—Yo tampoco, Mokuba. Pero si quieres conocer Rumania no tienes que esperar a que te inviten, y muchos menos por un asunto de negocios. No tendrías tiempo de conocer nada.

— Pero yo quiero conocerla ahora, Seto. Aparte, el que se va a encargar de los negocios serás tú.

— Bien…No podría ir de todos modos. Tengo mucho trabajo aquí que no puedo postergar.

— Claro, pero puedes dejar que tu hermano vaya solo, ¿no?

Kaiba lo observó por algunos minutos tratando de confirmar que su hermano buscaba jugar con su mente. En su rostro se conformó su patentada sonrisa, sus sospechas eran ciertas.

—¿Por qué no? Tú eres un adolescente muy responsable, ya no eres un niño ¿no es así?

— Sí, es así. Tienes razón— reconoció y se sentó en el sofá que estaba junto a la ventana rota. Había fracasado. Lo mejor sería no volver a molestar a su hermano con algo que lo fastidiaba bastante.

—¿Dónde dejaste esa invitación, Mokuba?— preguntó Kaiba que ya había finalizado su trabajo de limpieza.

—¿Piensas participar en el torneo?— interrogó con brillo en los ojos.

—No— sonrió Kaiba—. Sólo iré para discutir "la actual situación de los proyectos bilaterales" y tú podrás conocer Rumania.

—¿Pero cuándo volverás a participar de un torneo, Seto?— dijo mientras se levantaba del asiento y se acercaba para tomar el dichoso sobre del escritorio.

— No sé… Supongo que cuando tú seas el rey de los duelos, Mokuba— sonrió y tomó el sobre. Luego salió de la oficina rumbo al ascensor para volver a la mansión.

Mokuba lo siguió, meditando las últimas palabras de su hermano.

Anzu salió de su trabajo rumbo a la casa de Yugi como todos los sábados en que este no debía ir a la universidad, al equipo de animadores infantiles o a una conferencia sobre duelos; que por cierto eran la gran mayoría.

Sintió pasos ligeros detrás de sí, como si alguien estuviera corriendo. Se detuvo y volteó a ver de quién se trataba. Era Jonouchi.

—¿Qué haces?

—Oh… ¡Hola Anzu! No te había visto… ¿Todo va bien?

— Ajá…— respondió confundida— Pero, ¿por qué estás corriendo?

Jonouchi sonrió y continúo corriendo sin contestar a su amiga. En unos instantes después estuvo tan lejos que Anzu no le vio propósito a seguir observándolo.

Dobló hacia la izquierda y recorrió la cuadra que le faltaba. Al llegar a la tienda de juegos, que estaba abierta, se encontró con el abuelo, que estaba tras el mostrador ordenando algunas bagatelas que nadie aun había comprado. El anciano se asombró mucho al verla, había ya tres meses de la última vez que se habían encontrado. Abandonó su tarea y se acercó a saludarla mientras le preguntaba:

— ¿Has venido a buscar a Yugi?

Anzu asintió y le pidió que lo llamara pero el señor Moto le dijo que no se encontraba en la casa. Había ido a la tienda de Otogi luego de que este lo llamara por la mañana. Anzu se despidió y salió de la tienda.

Se debatía entre dos opciones. Ir a la tienda de juegos tras Yugi o ir a taller de bienestar animal al que la habían invitado sus compañeras de danza. Decidió ir a la tienda de juegos pues creía que el hecho de tener nuevos amigos no la habilitaba a ignorar a los más antiguos.

Al entrar en la tienda de juegos, no vio a ninguno de sus camaradas cerca. Miró hacia el mostrador y vio que ahora lo atendía una chica pelirroja con un excéntrico modo de vestir. Usaba una campera amarillenta corta con grandes bolsillos en ambas delanteras sobre una remera blanca con rombos celestes y en su cabeza, sobre el rojo cabello, vestía una gorra de aviadora. Anzu la encontró muy divertida, pensó que sería una persona muy simpática y que podría informarle donde se encontraba Yugi. Caminó hasta ella, se detuvo y dijo:

— Hola, soy Anzu y…

—¿Qué quieres?— preguntó la otra mientras acomodaba algunos productos dándole la espalda.

La sorpresa de Anzu ante el trato de la joven duró apenas un instante. Pronto su desfigurada sonrisa volvió a ser enorme y brillante mientras pensaba que cualquiera podía tener un mal día.

— ¿Sabes? Estoy…

— No, no sé. Di de una vez lo que vas a llevar, por favor— exigió la colorada arrastrando las dos últimas palabras.

— No voy a comprar nada— respondió—. Sólo quiero saber dónde está Yugi.

La chica del mostrador pensó unos instantes con los ojos cerrados y dejando un paquete de cartas sobre la mesa. Luego, como si le costara demasiado trabajo recordar, apoyó su mentón sobre su mano a la vez que hacía un curioso gesto con la boca, que a Anzu le pareció muy… muy tierno.

—Ah! Ya sé a quién buscas— dijo y se fue a una de las estanterías. Luego volvió con un adorable peluche de traje azul y peinado exótico: un muñeco de Yugi. Miró a Anzu con el producto sobre su palma, la cual se encontraba a la altura de su cabeza, y dijo:

— Aquí está. Él: capaz de vencerte con una sola carta, el único que puede desmantelar la más sutil estrategia; el único que ha llegado hasta lo más alto y se ha logrado mantener por cinco años consecutivos como el Rey de los Duelos. Con sólo ciento treinta yenes, puede ser tuyo. Consíguelo en todas las casas de juegos del país— sonrió a la vez que apretaba en la nuca del muñeco. De él salieron entonces las palabras: "Es hora del duelo".

Anzu, anonadada ante el efecto de marketing del éxito de su amigo, sólo atinó a decir la verdad.

— Es un muñequito encantador pero yo busco al Yugi real.

—Entonces no puedo atenderte— dijo maliciosamente la pelirroja. Luego, cambiando su expresión, le aconsejó: —. Si tanto necesitas su presencia, compra su copia— y le puso el peluche casi sobre su nariz.

—No lo sé…— dijo Anzu retrocediendo apenas.

— Dejemos que Yugi diga qué tienes que hacer— concluyó la joven empleada de la tienda y presionó otro botón situado en el disco de duelo de "Yugi".

—Corazón de las cartas, guíame— dijo.

Muchos de los chicos que estaban en el local se acercaron al mostrador para observar aquel sensacional juguete. La joven sonrió al ver la repercusión que el producto tenía y al imaginar cuantos como ese podría vender.

Anzu también se alegró. Muchos de esos muchachos impedían que la otra pudiera observar sus movimientos. Era el instante propicio para recorrer la tienda y buscar al joven prodigio. Corrió hacia la puerta que daba lugar a la oficina de servicios, a la que sólo los empleados tenían el acceso permitido. Pero al alcanzar la puerta, un escalofrió erizante que se inició en sus oídos, siguió por su nuca y recorrió toda su columna, fue provocado por un espeluznante chillido insoportable para el ser humano, que Anzu pudo traducir como:

—¡Seguridad!

Sintió que la frustración inundaba su estado de ánimo. Podría jurar que aquella inoportuna chica tenía la capacidad de ver a través de los cuerpos; ¿de qué otra forma se explicaba que la hubiera descubierto cuando estaba tan entretenida al haber llamado la atención?

Para la buena suerte de la castaña Yugi, Jonouchi, Otogi, Honda y Shizuka salieron de aquella oficina. Observaron la escena sin entender prácticamente nada: dos de los guardias de seguridad tomaban por las muñecas a Anzu y esta intentaba soltarse, la nueva empleada estaba de espaldas y deduciéndolo por su movimiento de hombros lloraba. Otogi se acercó al mostrador para ver qué sucedía y Yugi miró a uno de los guardias y le dijo:

— ¿Podrías soltarla, por favor? Yo la conozco y no hay ningún motivo por el que deban tenerla así.

—Lo siento señor Moto— dijo uno de los guardias de seguridad—, pero el señor Otogi no lo ha autorizado y nosotros solamente obedecemos sus órdenes.— y diciendo esto se acercaron a donde su jefe se encontraba. Yugi no tuvo más remedio que seguirlos.

— ¿Qué sucede, Zybil?— preguntó el joven dueño del comercio.

Zybil no respondió. Se volteo con los ojos empapados en lágrimas y entre sus manos el adorable peluche que causó sensación se encontraba en dos piezas. Otogi miró a Anzu y todos los otros lo imitaron.

— No me miren a mí, yo no toqué ese muñeco— se defendió. Al percibir que no le creían, adujo—. Si no me cree pregúntenle a ellos— y señaló a todos los niños. Instantáneamente ellos miraron hacia el piso. Anzu no lo podía creer, ¿acaso todos complotaban en su contra?

— Por algo corrías— concluyó uno de esos niños.

Jonouchi y Honda hubieran jurado que de su cabeza salía vapor. Yugi y Shizuka apartaron la mirada de su amiga, bastante confundidos. Sin embargo, Otogi no ignoró la situación ni pretendió hacer de cuenta que nada hubiera sucedido. Anzu lo había traicionado sin importar la amistad que desde hace tiempo los unía.

— ¿Por qué lo hiciste, Anzu?

— ¡Yo no hice nada!— gritó soltándose de los guardias y acercando su cara a la de Otogi.— Yo sólo buscaba a Yugi y ella no quería decirme donde estaba. El resto no es cierto.

— Si no confías en mi, Otogi, puedes ver la cinta de seguridad— sugirió la empleada con una voz muy débil a punto de quebrarse.

— Eso, mira la cinta…

— No necesito ninguna cinta para creer en lo que Zybil dijo. Jamás desconfiaría de ella y menos de mis clientes— ante tales palabras Anzu se quedó sin respuesta. Pero Otogi continuó—. Anzu, que esta sea la última vez que te vea en este local. Y si me ves en algún otro lugar, por favor ignórame, porque yo lo haré contigo.

Anzu no contestó nada, sólo salió corriendo de aquel lugar. Unos segundos después Yugi pretendió ir tras ella, pero las palabras de Otogi lo detuvieron.

— Yugi, ¿piensas ir a buscarla a pesar de todo lo que hizo?

— Otogi, Anzu es mi amiga y estoy seguro de que tiene una explicación para esto. Si tan sólo la escucharas…

— Esa chica, a la que consideras tu amiga, cada vez que te tenía cerca deseaba que desaparecieras y le dieras paso al faraón porque era el único que le importaba. No puedo creer que estés tan ciego para no verlo.

— ¡Eso no es cierto!— gritó el rey de los duelos.

— Claro que si Yugi. Por algo nos ha estado evitando todo este tiempo, porque le recordamos a Atem. Todos lo creemos— y al decir esta última frase señaló, sin medir consecuencias, a los demás.

Yugi los miró interrogativamente. Shizuka desvió la mirada, Honda abrió los ojos más de lo normal y Jonouchi trago saliva para decir:

—Es cierto Yugi, todos creemos eso pero no te lo dijimos porque no queríamos lastimarte, como lo estamos haciendo ahora.

Yugi permaneció en silencio. ¿Qué significado tenía aquello que sus amigos le decían? Necesitaba estar sólo y pensarlo. Lo mejor era ir a su casa.

— Lo mejor será que me vaya. Nos vemos mañana— dijo a modo de despedida y se retiró.

El silencio se hizo presente en el lugar quedando como compañero de las meditaciones. Por un lado, Jonouchi no estaba arrepentido de lo que le dijo a Yugi, porque esa era la verdad y en todo ese tiempo no había podido pensar ni ver las cosas de otra forma. Por otro lado Honda y Shizuka coincidían en que lo mejor hubiera sido no lastimar a su amigo.

—Nos vemos mañana chicos— dijo Otogi mientras que observaba lo graciosa que se veía Zybil intentando reparar el roto muñeco.

— Trataré de hablar con Yugi para ver si nos acompañará al torneo y ver si participará— dijo Jonouchi.

— No dudo que participe— dijo Shizuka.

— Yugi es capaz de no participar si Anzu no viaja junto a nosotros porque…

— Otogi, no sabía que viajarías — dijo la pelirroja dejando a Yugi a un lado..

— Si. A Jonouchi y a Yugi los invitaron a un torneo en Rumania y yo pensaba acompañarlos— aclaró Otogi, luego agregó — y tú te encargarás de la tienda mientras tanto.

— ¿Yo?— preguntó Zybil con los ojos desorbitados.

— No, ¡claro que no!— gritó Jonouchi dejando a Otogi con la palabra en la boca y pasando sobre él una mirada asesina. Sin embargo, Jonouchi no le hizo caso y siguió diciendo— Vas a tener que buscarte a otra persona amigo, porque Zybil irá con nosotros a Draculalandia.

Shizuka y Honda lo observaron como si estuviera loco. Si ella iba Anzu no querría ir. ¿Estaba Jonouchi planeando algo?

— Es una gran idea, tú eres una gran amiga— concordó Otogi— . ¿Tú quieres ir?

— No lo sé— dudó—. ¿Tú vas participar?

—Él no— respondió Jonouchi sin darle a Otogi chance de responder— pero yo sí y me dará mucho gusto verte en mis duelos, así que no tienes más opción que acompañarnos.

— Pero… ¿quién se encargará de la tienda, Otogi?— dijo la pelirroja.

— Nadie, la cerraré hasta que volvamos.

—Pero…

—No se habla más del tema— dijo Otogi y se fue junto a dos clientes que estaban tratando de entender un juego.

Jonouchi lo siguió con la mirada y luego se volteó hacia sus amigos, era hora de irse. Tenían planeado asistir a un concierto de Abingdom Boys School, claro que con Yugi pero ahora irían solos.

—Lástima que trabajes hasta tan tarde— le dijo a Zybil, pero esta no entendió por qué—. Creo que ya es hora de irnos— dijo observando a Honda. Este asintió y los tres salieron de la tienda.

En dos días volverían a encontrarse.