Eran pocas las veces que el tío Ernesto venía de visita con los Russo o al menos eso era lo que pensaba Justin, que para su fortuna cada vez que llegaba su tío de visita dormía con él en su cuarto. Desde muy pequeño había sentido una conexión espacial con su tío, nunca se quería salir de sus brazos. El tiempo a su lado parecía ir a otro ritmo, hablaban sin parar durante horas y estando juntos las risas salían con mucha facilidad. Sus ojos difícilmente se alejaban de él, le guastaba su piel canela, sus pequeños ojos negros y sus carnosos labios con esa eterna sonrisa. Llagando a la pubertad, Justin se empezó a fijar en el resto del cuerpo de su tío, notando un cuerpo atlético y tonificado que se dibujaba por debajo de su ropa, y que aunque no había podido ver directamente, siempre imaginaba. Imaginaba cada musculo, cómo relucirían, cómo sería su firmeza y cómo se sentiría su piel. Muy pronto su imaginación empezó a ir más allá, llegando a imaginar cómo sabría su piel y el sabor de sus labios. Fue hasta entonces cuando tomó conciencia de lo que sentía por su tío, fue entonces cuando notó que estaba enamorado de su tío. Y tenía la certeza de que Ernesto sentía algo similar por él. Había sentido su mirada recorriendo su cuerpo cuando creía que no lo veía y notado sus ojos negros clavados en los suyos verdes. Después de tantos años con esa tensión entre ellos decidió dar un el siguiente paso.
