Disclaimer: Digimon es propiedad de Bandai y Toei Animation, no hago esto con fines lucrativos.
Número de palabras: 434
De juegos que no son tan inocentes
Palabra: Pareidolia.
Significado: Se refiere al fenómeno psicológico de encontrar imágenes, figuras y caras, percibiendo formas familiares donde no las hay.
Propuesta por Bau.
Comenzó como algo sin importancia. Un pasatiempo inofensivo, al principio esporádico, que con el tiempo se volvió más y más recurrente.
¿Pero cómo ibas a saberlo tú?
¿Cómo ibas a notar la diferencia entre ver un rostro en una nube y ver cosas donde no las había, cuando ella apretaba convenientemente los labios y se tragaba las palabras y el miedo?
¿Cómo ibas a notarlo en su rostro inmutable que se asemejaba a una pared en blanco sobre la que los temores no pintaban surcos?
Hikari te hablaba de las formas y figuras más diversas que veía en los lugares más insólitos, y tú reías y tratabas de seguirle el juego a pesar de que tu imaginación, para otros excepcional, nunca estuvo a la altura.
«¿Qué daño podía hacer?», solías pensar. Ninguno.
Hoy, en cambio, la palabra hace eco en tu memoria como una pelota que rebota por un túnel sin final y tus costillas se estremecen por el peso que se asienta en tu estómago.
Jamás te habló de las sombras que la seguían, de las voces. Del momento en que su inocente juego se truncó en algo aterradoramente real.
Un día descubriste que lo suyo tenía un nombre. Pareidolia. Así se llamaba.
Corriste a su casa para decírselo, incapaz de esperar al día siguiente o comunicarle algo tan importante por una insulsa línea telefónica.
No. Tú lo que necesitabas era verla. Contemplar el asombro nacer en sus ojos cuando se lo contaras, la forma en que el mundo se ampliaba en sus pupilas por el nuevo conocimiento que le transmitirías. Más que todo, solo verla. (Quizá, muy en el fondo, una parte tuya presentía lo que sucedería).
Pero fue la descompuesta cara de Taichi, en la que las arrugas que surcaban sus labios no estaban donde correspondía, la que te recibió en lugar del alegre rostro de tu amiga.
Lo supiste sin que te lo dijera. Lo sentiste. Hikari se había ido.
¿Adónde? Nadie sabía. (Algo te decía que saberlo tampoco hubiera marcado una diferencia).
Y solo entonces comprendiste. Tuviste que hacer toda una estúpida investigación para enterarte de que el problema de Hikari no se llamaba como creías.
El mundo se ralentizó. El aire se congeló en tus pulmones. Las palabras dejaron de tener sentido.
Todo lo inteligente o audaz que pudiste sentirte hasta entonces dejó de importar. Porque tú, que siempre creíste ser capaz de leerla como a un libro abierto, no supiste entender lo más importante de todo, o lo que es infinitamente peor, no supiste entenderla a tiempo.
Y si no pudiste entender aquello, entonces no entendías nada.
