Riesgos Personales

por R.J. Anderson

Edición revisada (otoño 2003)

NOTA IMPORTANTE: La razón es que la autora ha revisado toda su obra después de la aparición del quinto libro de la saga de HP, "The Order of the Phoenix". Para que su antigua versión de la trilogía se ajustara a los nuevos caminos que está tomando la historia original de Rowling, la autora ha decidido hacer algunos cambios: añadir nuevas escenas, eliminar otras, ordenar el tiempo y la cronología y demás arreglos necesarios. También cabe decir que varias caracterizaciones han sido mejoradas como también corregidos algunos errores de escritura y estilo. Por tanto, me he puesto manos a la obra para que mi traducción encaje con su revisión: he acabado de actualizar la primera parte, "Oscuridad y Luz: La Aprendiz del Maestro de Pociones" y ahora estoy absorta en la revisión de la segunda. Es fundamental aclarar que te encontrarás con algunos pequeños spoilers de Ootp pero espero que eso no ponga mucho arrepentimiento en continuar leyendo este fanfic ^^U

N.T: Segunda parte de la trilogía "Darkness & Light" (Oscuridad & Luz) escrita por R.J.Anderson. Descubrí el fic hace poco y me gustó tanto que el resultado fue un impulso irrefrenable de querer traducirla y mostrárosla a todos. Si empezáis a leer comprenderéis el por qué, hay pocos fics tan bien escritos y tan encantadores como éste. Altamente recomendado para fans de Severus Snape.

Aviso: Esta historia está basada en los personajes y situaciones creadas y pertenecientes a J.K.Rowling y a varias editoriales incluidas pero no limitadas a Bloomsbury Books, Scholastic Books y Raincoast Books, y a Warner Bros., Inc. No estoy haciendo dinero ni intentando infringir los derechos de autor o la marca registrada.

***

Capítulo Uno – Luz Negada

* * *

-Eres vago e indisciplinado, Potter.

Incluso en un susurro, la voz baja y melosa de Snape podía oírse por todo el corredor que iba hasta su despacho. Podía hipnotizar a sus alumnos con esa voz, atrayendo su atención sin esfuerzo, y en sus raros momentos de satisfacción poseía una seductora resonancia que podía casi, casi, hacerle a uno olvidar el cabello negro grasiento, los dientes amarillentos y las demacradas y angulosas facciones. Pero no había satisfacción en su voz ahora, sólo malicia.

-Quizás pienses que tu reputación te da derecho a triunfar sin esfuerzo - se burló ante el chico de gafas de quince años delante de él -. Pero déjame asegurarte que en relación a este tema, y a todos los otros que enseñe, ése no es el caso. Diez puntos menos para Gryffindor.

La cara de Harry no tenía color, excepto por dos enfurecidas manchas en sus mejillas. Abrió la boca para protestar, pero Snape se anticipó a él, inclinándose más cerca en una horrible parodia de intimidad.

-Y Potter... una palabra más... sólo una... y haré que sean veinte.

Harry cerró la boca abruptamente.

-Ahora – dijo Snape entre dientes -, sal de mi vista.

Con los puños apretados, su cuerpo al completo rígido por la indignación, Harry se dio la vuelta y descendió rápidamente por el corredor. Si había advertido a Maud cuando ella pasó, una chica de séptimo año de cabello claro con una lechuza pequeña sobre su hombro, no dio señal de ello. Sus ojos estaban fijos en ningún punto, como si estuviera tan ciego como la propia Maud, y se compadeció de él. Con fama merecida o no, mimado o no, ningún chico debería tener nunca una mirada como ésa.

Esperó hasta que él se hubo ido y el corredor estuvo vacío antes de hablarle a Snape.

-¿Qué hizo ahora?

Él no respondió, sólo se volvió y entró dando zancadas a su despacho. Ella le siguió dentro y cerró la puerta antes de repetir la pregunta.

-Nada fuera de lo normal – dijo Snape, arrojando irritadamente una pluma de puercoespín fuera de la superficie de su escritorio y haciéndola desvanecer con un chasquido de dedos -. Arrogancia. Rebeldía. Presunción.

Maud se volvió hacia la puerta cerrada.

-¿Qué hacía aquí?

Pasaban de las siete de la tarde, mucho después de que la clase de Pociones de los de quinto año hubiera acabado, pero demasiado temprano para el final del más leve castigo. ¿Clases de repaso? Pero si había venido a pedir ayuda con sus deberes de Pociones (que debía de ser por su propia iniciativa; Maud conocía demasiado bien a Snape para pensar que se ofrecería a hacer horas extras con un alumno cuyas habilidades él consideraba por debajo de lo estándar) entonces acusar al chico de vagancia era seguramente injusto...
Su expresión debió de haberla traicionado porque cuando Snape habló de nuevo lo hizo fríamente.
-Señorita Moody - dijo -, ¿tengo que recordarte que yo soy el maestro aquí? Y mis asuntos con Potter, por muy intrigantes que puedas encontrarlos, no son asunto tuyo.
Maud no dijo nada, sólo contempló a Snape a través de los ojos sin parpadear de su lechuza mientras él rodeaba su escritorio y se sentaba. Su expresión era más agria de lo que ella nunca había visto, y, mirándole, sintió una tirantez desconocida en su estómago.

Hasta hoy ella había creído (o al menos había intentado hacerse creer) que la bien conocida crueldad de Snape hacia Harry era una maldad necesaria, una parte esencial de su apariencia de antiguo mortífago que nunca se había reformado realmente. El chico Potter era, después de todo, uno de los más grandes enemigos del Señor Tenebroso, y el responsable de su más humillante derrota: si Snape iba a pretender una leve simpatía por Voldemort, podía escatimar en amabilidad por Harry.

Pero ahora entendía, con una dolorosa claridad, que había más que eso. No había un error en el destello en los ojos de su mentor cuando miró a Harry: la hostilidad, incluso el aborrecimiento, había sido real.

* * *

-¿Qué te preocupa, Maudie?

Ella le dirigió una compungida sonrisa, poniendo el tenedor a un lado de su casi intacta comida.

-¿Es tan obvio?

Su tío sacudió su grisácea cabeza en honda exasperación.

-Todo en ti es obvio, muchacha. Cómo eres una espía, sin mencionar algo bueno, nunca lo sabré. Deberías estar fuera de Durmstrang antes de que Karkaroff ponga los ojos en ti.

-Me conoces demasiado bien – respondió ella -. Todo el mundo cree que soy misteriosa.

Él resopló.

-Tú eres misteriosa y yo soy guapo. No digas tonterías.

Fuera la nieve caía, arrastrando silenciosamente la tierra como a las cenizas. La noche era oscura, la luna y las estrellas tapadas por las nubes. Si había oyentes en la ventana de Ojoloco Moody, pocos se dedicaban a ello. Sin mencionar a los listos, considerando el número de trampas y defensas mágicas que su tío ex Auror había instalado alrededor de la casa.

Respiró profundamente.

-Supongo que te has estado preguntando por qué estoy aquí cuando se supone que estamos enfadados el uno con el otro.

-Bastante cierto – su ojo mágico dio vueltas en su cuenca y se paró en ella -. Pero siempre podemos fingir que fue idea mía, un tonto esfuerzo para reconciliarnos que no funcionó. Sean cuales sean tus razones, estoy contento de que vinieras. Eso me da la oportunidad de verte, muchacha.

Había estado preocupada por ella, lo sabía. Él había pensado que sería feliz en Hogwarts, quizás que haría algunos amigos: pero la interferencia del Ministerio había hecho del colegio un lugar tan prohibitivo como Durmstrang, y con varios de los espías de Umbridge en su propia Casa había decido que lo mejor era mantenerse a distancia. Sin duda, los rumores de su aislamiento lo habían preocupado. Maud se preguntó si también otros rumores habían llegado hasta él.

-Necesito... hablar contigo – dijo -. Hay varias cosas que debes saber.

* * *

Las largas y huesudas manos de Snape apartaron una pila de papeles de su escritorio, poniéndolos en orden.

-¿Asumo que tienes una razón para venir a verme, señorita Moody?

Maud se sacudió a sí misma para salir de las musarañas.

-Sí – dijo -. Vine a decirle qué pasó durante las vacaciones.

-Hablaste con tu tío.

-Sí. Pero no me estaba refiriendo a eso – inspiró profundamente -. Pedí una cita con uno de los médicos de San Mungo e hice que echara un vistazo a mis ojos.

Snape se recostó, juntando sus dedos.

-¿Y?

-¿Recuerda la poción que intentamos en noviembre?

-No funcionó.

-Bueno… – se tragó la sequedad de su garganta -. Aparentemente... sí.

Snape le dirigió una rápida y dura mirada.

-Imposible – dijo -. Si hubiera funcionado, tus nervios ópticos dañados se habrían regenerado. Ya no serías ciega.

-Se regeneraron. Mis ojos están completamente curados.

Una pausa. Luego Snape dijo, lentamente:

-Ya veo.

-Bueno, yo no – dijo Maud agriamente -. Y no tiene sentido. He intentado seguir el camino sin Athena, he hecho todo en lo que he podido pensar para forzarme a ver sin ella. Pero sin el hechizo que une su visión a la mía, todo está… negro.

-¿Y no tienes idea de por qué?

Titubeó.

-No.

La fina boca de Snape se contrajo.

-Ah. ¿Es ése el juego al que estamos jugando? Muy bien. Consideraré lo que me has dicho, si de repente me sobreviene algún destello brillante de visión sobre tu condición, te informaré de ello. Hasta entonces, tengo trabajo que hacer, así que… - hizo un gesto para que se marchara con sus largos dedos -. Adios, señorita Moody.

Por un momento Maud se quedó sin habla. Al final dijo:

-¿Es todo lo que es capaz de decir?

Las cejas de Snape se levantaron, aunque no alzó la vista de los pergaminos.

-No, no lo es. Es, no obstante, todo lo quiero decir en este momento – hizo una pausa -. A menos que tengas algo más de lo que informarme. Pero si lo haces, te sugiero ir al grano. Hay cuarenta y dos trabajos en este montón y no se van a corregir solos.

Maud se dejó caer pesadamente en la silla más cercana, haciendo que Athena clavase sus garras y dejara ir un pequeño ululo de protesta.

-No sé por dónde empezar.

-Por el principio, presumiblemente – Snape dejó su pluma y se recostó, cruzándose de brazos -. Preparaste una reunión con tu tío para explicarle tu alianza conmigo y buscaste su cooperación. Muy bien. ¿Y qué pasó después?

Sus dedos se retorcían en la tela de su ropa, blanca y de aspecto frágil al contrario del denso negro.

-Su reacción… no fue la que yo había esperado.

* * *

Hubo un momento de embarazoso silencio. Entonces:

-Has cambiado, Maudie.

El ojo loco de Alastor Moody podía ver a través de cualquier cosa, lo que la mayoría de la gente encontraba inquietante. Pero Maud conocía a su tío, confiaba en él, y su penetrante mirada nunca la había molestado.

Hasta ahora.

-¿Cambiado? – dijo, intentando no levantar la voz -. ¿Crees que un trimestre en Hogwarts puede hacer lo que seis años en Durmstrang no pudieron?

-Sabes lo que quiero decir – se inclinó y atizó el fuego, enviando un torbellino de chispas a lo alto de la chimenea. En la parpadeante luz su cara llena de cicatrices estaba seria -. Durmstrang te cambió, cierto, no todo para mejor. Pero al fin y al cabo, eras todavía mi niña.

-¿Y ahora no?

Agitó su cabeza.

-Maudie, ¿te diría nunca algo así? Tu viejo tío está un poco confundido, eso es todo. Me dices que hay algo que quieres hablar conmigo, pero entonces no pareces encontrar las palabras. Siempre habíamos sido capaces de hablar el uno con el otro, antes de ahora.

Maud se mordió el labio.

-Lo siento. No eres tú. Sólo...

-Bueno, entonces déjame ver si puedo ayudar – sus grandes manos se apoyaron en sus rodillas y su tono se volvió enérgico, casi metódico -. Se suponía que debías mantenerte cerca de Snape, y por lo que he oído, lo has hecho raramente bien. Pero si todo lo que tuviese de él fueran tus cartas…- cogió las dos o tres escasas hojas de pergamino de encima de la mesa a su lado, las hojeó y las dejó de nuevo encima -. Pensaría que nunca lo habrías conocido y que mucho menos te molestabas en espiarle.

Maud estaba en silencio, su rostro a un lado.

-Le estás protegiendo – dijo Ojoloco rotundamente -. ¿Por qué?

Era un comienzo tan bueno como el que ella había deseado: ésta era, después de todo, la razón por la que había venido. Había anticipado aquella conversación, se había preparado así misma para ello, durante el mes pasado. Y aún, ahora, las palabras le eran difíciles.

-Él no es como piensas – dijo -. Sé que encuentras esto difícil de creer, pero Dumbledore tiene buenas razones para confiar en él. Por debajo de su severidad, él es... un hombre noble.

-¿Noble? – las enmarañadas cejas de Moody se alzaron -. No es una palabra que elegiría para un mortífago…

-¡No lo es! – las palabras salieron más altas de lo que ella habría querido, y vio un parpadeo de sorpresa en el ojo bueno de su tío. Avergonzada, bajó la voz y continuó -: No es un mortífago, tío. Te lo juro. Ahora no, ya no.

-¿Es eso lo que él te ha dicho?

-No hacía falta que me lo dijera.

Su tío dejó ir un explosivo suspiro frustrado.

-Maud, sólo le conoces de tres meses. ¿Qué te hace estar tan segura de él? Todavía eres joven, no tienes ni idea..

-No soy una niña, tío.

Algo cambió en la irregular mirada de Alastor Moody. Entrecerró los ojos, como si viera claramente por primera vez, y ella sintió que el color ascendía a sus mejillas incluso antes de que él hablara.

-Estás enamorada de él.

-¡No! Tío, ¿has visto al profesor Snape? Sé que ha habido rumores, hemos pasado mucho tiempo trabajando juntos después de clase, pero... no.

-Entonces dame una explicación mejor.

-Lo estoy intentando – suspiró profundamente -. Hay algo que nunca te he dicho, a ti ni a nadie. La noche en que perdí a mis padres, cuando vinieron los mortífagos, yo no escapé por mí misma. Fue un hombre el que me salvó, un hombre joven cuya amabilidad nunca olvidaré. Él se apareció en mi habitación para advertirme de lo que estaba pasando, y me dijo que me protegería. Confié en él, y él nunca me dejó: evitó que viera lo peor que ocurrió aquella noche y habló con los mortífagos para que me dejaran vivir. Nunca supe su nombre, pero recordé su cara, y sobre todo su voz. Y cuando conocí al profesor Snape, aún incluso habiendo pasado catorce años…

Moody se recostó pesadamente en su silla.

-Maudie, sé que no vas a querer escuchar esto. Pero sólo porque Snape te salvó la vida una vez no significa que esté del lado del bien. Muy pocos hombres son malos del todo, e incluso un mortífago podría decidir no querer ver a una niña asesinada. Si hubiera nacido muggle, o de sangre mezclada, las cosas habrían sido distintas…

-¡No me lo creo! Dumbledore confía en él, yo confío en él ¿por qué tú no puedes? Si yo puedo vivir una doble vida para luchar contra la oscuridad ¿por qué encuentras tan difícil de creer que Snape podría estar haciendo lo mismo?

Los puños de su tío golpearon la mesa, haciendo que los cubiertos entrechocaran y lo platos saltaran.

-¡Porque tú nunca le hiciste un juramento de sangre a Voldemort!

Maud lo miró fijamente, sin habla.

-Y esa "amabilidad" del hombre – su boca se retorció -. ¿Crees que no me di cuenta de lo que te dejaste en tu historia? Siempre hube pensado que los mortífagos te cegaron por deporte, aunque me desconcertaba por qué no simplemente te mataron y acabaran con ello. Tu profesor Snape es un hombre con suerte, Maudie… si hubiera sabido que él fue quien te quitó la visión lo habría cazado con el resto de ellos.

-¡No fue culpa suya!

-Él pronunció el encantamiento ¿no?

-Él no quiso... se suponía que iba a ser temporalmente… para evitarme que viera... para que no reaccionara...

-¿Y te creíste eso?

-¡Sí!

-Si no quería hacerte daño ¿por qué no simplemente te borró la memoria después de salvarte? Eso habría sido mucho más agradable, al fin y al cabo.

-No – exhaló la palabra con una súbita fervorosidad -. No, no lo habría sido. Mis experiencias, buenas y malas, me han hecho lo que soy. Si Snape hubiera usado Obliviate en mí, habría sido una persona diferente. Habría dado mi vista mil veces antes de…

Se detuvo. Su tío la estaba mirando con una expresión completamente desconocida, en parte asombrado, en parte impotente, en parte asqueado.

-He oído un discurso como ése antes – dijo -. Te dejaré suponer quién lo dijo – cerró los ojos, su frente surcada de dolor -. ¿Qué es lo que él te ha hecho, Maudie?

Maud hundió en rostro en sus manos.

* * *

-Pensé que cuando le contara cómo me salvó la vida, lo entendería – le dijo suavemente a Snape, su cabeza aún girada -. Pero sólo parecía hacerle sospechar más. Él piensa... piensa que me está influenciando. Que utiliza algún tipo de poder sobre mí.

Snape no dijo nada, sólo la observaba a través de sus negros, inescrutables ojos.

-Dijo, "No todos los hechizos se hacen con varitas, Maudie" – imitó el tono rasposo de Ojoloco -. Lo que sea que se suponga que eso significa.

Una media sonrisa estiró las esquinas de la boca de Snape.

-A veces – dijo -, olvido lo joven que eres. Tu tío tiene razón, Maud.

Su cabeza se levantó de súbito.

-¿Qué?

-Tú fuiste criada en un hogar de magos. Muy probablemente tu primera magia fue hecha mientras jugabas con la varita de tu madre o de tu padre, y nunca te paraste a pensar si era posible hacerlo de otro modo. Pero muchos niños magos nacidos de muggles pueden contarte que sus primeros encantamientos fueron pronunciados sin una varita, y sin darse cuenta de que estaban haciendo magia en absoluto.

Entrelazó sus dedos, asumiendo un tono de dar clases.

-Una varita es simplemente un focus, un medio para perfeccionar y dirigir la magia. Pero la fuente de la magia yace en el interior del propio mago. Y en momentos de extremo estrés o peligro mortal, es posible incluso para magos muy bien entrenados pronunciar un hechizo incontrolado – hizo una pausa -. Tales hechizos son raramente sutiles, y tienden a tener efectos limitados, así que casi nunca preocupan a nadie. Pero… hay excepciones.

Extremo estrés, pensó ella. O peligro mortal. La noche que ella y Snape se encontraron por primera vez, él había arriesgado su vida para salvar la suya. Ésta había sido una de sus primeras acciones de desafío hacia Voldemort, y para que su plan tuviera éxito había necesitado de ella su absoluta confianza, su incondicional cooperación. Si ella se hubiera resistido y los mortífagos se hubieran dado cuenta de que su ceguera era temporal y que aún estaba alerta, Snape habría quedado como un traidor y probablemente habría sido asesinado en ese momento.

-Cuando un mago salva la vida de otro – dijo Snape suavemente -, esa unión no se rompe fácilmente. Aunque no te forzase accidentalmente a confiar en mí esa noche, como tu tío teme, aún habría una deuda entre nosotros. Y eso puede que esté afectando tu juicio por lo que a mí respecta.

-¿Me está diciendo que no confíe en usted?

Snape arqueó una ceja.

-¿Hay algún humano en el que se pueda confiar enteramente? Creciendo al lado de una suspicaz vieja cabra como Ojoloco Moody, habría esperado que fueses menos ingenua.

-Eso no tiene gracia.

-No tenía intención de serlo – empujó hacia atrás su silla y se levantó, estirando sus largos miembros con una atrevida inconsciencia que nunca había mostrado en clase -. Al final, Maud, sólo tú puedes decidir hasta qué punto valgo la pena para la confianza que has puesto en mí. Y sólo tú puedes comprobar si esa confianza es real – posó una mano sobre su hombro, los dedos enroscados delicadamente alrededor de su clavícula -. Ahora, deja de preocuparte por tu tío, y tus ojos, y vuelve a tu dormitorio. En cualquier momento, la señorita Groggins, tu compañera de habitación, advertirá tu ausencia; y aunque yo encuentro sus venenosos pequeños rumores divertidos, supongo que para ti no lo son tanto. Márchate.

Reticentemente, ella se puso de pie, deteniéndose un momento para mirarle. Había algo muy pequeño en Severus Snape que invitaba a una segunda mirada, pero sus intensificados sentidos hacía tiempo que le habían dicho que había mucho más en su apariencia de lo que se veía a primera vista. Puede que su cabello pareciera grasiento, pero no olía como si no se lo hubiera lavado, y aunque sus dientes eran amarillentos, su aliento nunca era acre. De hecho, por todos los días que pasaba manejando sustancias nocivas y calderos hirviendo, sus ropas no estaban manchadas y sus manos, aunque rugosas, estaban limpias. Y eran manos hermosas: fuertes y de dedos largos, de huesos elegantes. Se preguntó, irrelevantemente, si había tocado nunca algún un instrumento.

-Señorita Moody – dijo Snape, con un frío y deliberado énfasis -, ¿vas a quedarte ahí mirándome con ojos desorbitados hasta que los rumores dejen de ser rumores? Márchate. Ahora.

En la clásica tradición de Snape, la observación era despiadada, fuera de lugar, y tuvo precisamente el efecto que quería: Maud salió del aula de Pociones como si un perro de tres cabezas estuviera pisándole los talones. No fue hasta más tarde, mientras se cambiaba para acostarse, evitando todo el rato la suspicaz mirada de Muriel Groggins, cuando finalmente cayó en la cuenta de lo que él le había dicho.

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