Como la lluvia

Algunas cosas son impredecibles

Tsukishima pierde la cuenta. No sabe cuántas veces se ha dejado vencer por la inseguridad, pero no puede dejar de voltear. Frunce el entrecejo. No es que no le guste la lluvia, pero le es imposible visualizar lo que le rodea porque el agua decide detenerse en los cristales de sus lentes.

—Tsk.

Aún es temprano. El sonido de los vehículos impacientes o el cuchicheo constante al doblar la esquina incrementan a cada paso que da. Y le resulta algo molesto porque él no lo había planeado así. Esa no era su ruta. Nunca lo había sido.

Con el tiempo, pensó fugazmente, llegaría a acostumbrarse.

Alto.

"¿Con el tiempo…?"

El frío golpea su rostro haciéndole tiritar. Plena primavera y la neblina acaparaba la ciudad desde el horizonte. Una masa gris. Tsukishima gruñe algo ininteligible y se aferra a su sudadera azul. Debe admitirlo; odia el frío. Se obliga a lidiar con ello aunque le cueste. Porque, de alguna u otra manera, sus pronósticos habían dado en el blanco. Y no había sido necesario especializarse en meteorología para ello.

En su reloj daban las 7:15 am. La hora esencial para ingresar al aula, dejar su folio de Historia sobre el escritorio del profesor, lavarse las manos, comprar aquel yogurt de durazno que tanto le gustaba y acercarse a la formación de entrada sin ningún problema. Pero no sería así. Porque Kei no se encontraba cerca de su escuela aquella mañana. Y mucho menos estaba entre sus planes asistir.

Y es que a veces no podía con las insistencias de cierto gato negro.

Si la vista no le engañaba, ya casi llegaba a la avenida. Limpia sus gafas con el borde de su sudadera y se las coloca. A lo lejos, una madeja oscura y enredada reposa a un lado de algún muro. No fue necesario sonreír para recibir un saludo semejante.

—Buenos días —Tsukishima desvía la mirada hacia el cruce, impaciente. Kuroo sonríe con ternura—. Nadie lo ha notado, no te preocupes, Tsukki.

Kei entrecierra los ojos. No le agrada que le llame de esa forma.

—Tampoco es la primera vez que hacemos esto, deberías relajarte un poco.

Kuroo no lo entiende, porque él está en la universidad. Y Tsukishima se siente un niño, uno que deja de lado su perfecta estabilidad académica por una persona. Y también se sorprende. Porque se trata de algo que jamás imaginó ocurriría en su equilibrada vida.

Kuroo lo vale, después de todo.

—Kuroo-san, vámonos ya.

Tsukishima suele ser muy meticuloso. Kuroo sonríe y antes de emprender camino hacia la avenida, rebusca en el bolsillo de su chamarra negra y desenrolla cuidadosamente un ovillo de tela cuadriculada alrededor del cuello de Tsukishima. Éste lo observa desconcertado.

—Este clima es muy extraño, ¿verdad Tsukki? Ayer nomás salimos al parque con Nazia porque hacía calor y hoy la neblina aparece como si estuviéramos en invierno…

Tsukishima no oye nada de lo que le dice. Tampoco le importa. Sus labios están separados y un ligero temblor se apodera de ellos. Kei conoce a Kuroo, no a fondo, pero lo hace. Tal vez por eso es que le ha resultado tan extraño aquel gesto.

—Sabías que llovería.

—Siempre llueve.

Kuroo tiene razón, siempre llueve. Y piensa que es mejor que solo ellos lo sepan. Tsukishima, por su parte, continúa sorprendido. Trata de no hacerlo notorio y se acomoda las gafas con la yema de los dedos. Como la lluvia, Kuroo puede ser impredecible, en situaciones bastante inesperadas y en los momentos menos indicados, lo es. Tsukishima piensa que ser impredecible es bueno. Y le gusta que sea así.

Pero al igual que Kuroo, cree que es bueno que solo ellos lo sepan.

—Bueno, vamos.