HI HI! soy maple, y esta es la primera vez que publco algo en este sitio. Espero disfruten sta historia tanto como yo disfruto escribirla :3
Pareja: UsUk, Alfred F. JonesxArthur Kirkland, Estados UnidosxInglaterra
Disclaimer: los personajs de Hetalia no me pertenecen, son propiedad de Hidekaz Himaruya.
Cuando Arthur nació lo primero que sintió su madre fue una aguda decepción. Ella amaba a todos sus hijos, incluso al recién nacido. Sin embargo, luego de dar a luz cuatro hijos varones lo que más deseaba era una niña delicada y femenina a la que educar.
Su sueño, a pesar de todo, se vio medianamente cumplido cuando el doctor revisó al pequeño bebé de tan solo horas de nacido.
- Un Omega lindo y saludable - dijo el especialista sonriendo, cosa que acentuaba las arrugas a los costados de sus ojos cafés.
La madre se sintió con esperanzas renovadas, feliz. Su hijo no era una mujer, pero al ser omega podría enseñarle las "labores femeninas" y buscarle un marido, probablemente un Alfa apuesto e inteligente con el cual tendría bellos hijos y le daría muchos nietos.
Alice Kirkland acunaba con amor y ternura a la criatura que gimoteaba en sus brazos.
La Señora Kirkland era una mujer delicada y de estupendos modales, muy bonita con su cabello largo y rubio y ojos claros. Era cariñosa con su familia, amaba a cada uno de sus hijos. Pero tenía una singular preferencia por Arthur, su hijo menor y único Omega -aparte de ella- de la familia.
Durante su infancia Arthur fue educado personalmente por su querida madre. Mientras sus hermanos mayores jugaban salvajemente afuera, peleando entre ellos y ensuciando sus ropas, el pequeño retoño se pasaba las tardes aprendiendo modales, tocando el piano, tomando clases de coro, bordando, bebiendo té o leyendo en la sala.
Arthur era pequeño y no entendía, no lograba comprender por qué sus hermanos usaban pantalones y camisas, mientras el vestía siempre aquellos delicados vestidos color pastel que su madre insistía en que usara. Para gusto de Alice, Arthur era muy agraciado y de rasgos delicados y suaves. Aunque corto, había heredado de ella el cabello dorado del que tan orgullosa estaba, su piel era blanca como el papel y suave como el algodón, tenía también unos ojos verdes brillantes y unas pestañas muy largas y arqueadas. Y sus cejas, bueno, sus cejas eran de familia.
John Kirkland era un Alfa importante y un gran padre de familia. A pesar de estar ocupado la mayoría del tiempo, siempre tenía tiempo para sus hijos y esposa. El único miembro de la familia con el que no trataba mucho era su hijo menor, siempre al lado de su madre. Lo había invitado varias veces a jugar junto a sus hermanos mayores en el patio de la casa, el pequeño Kirkland parecía querer ir, pero Alice siempre contestaba por el diciendo:
- No, no. El no va a ir ¿mira si se ensucia su vestido? Nos quedaremos bordando en casa - entonces le dirigía una sonrisa de completa adoración a su hijo menor y ambos abandonaban la sala.
John había intentado por todos los medios convencer a su esposa de que, a pesar de ser Omega, Arthur era tan hombre como sus hermanos, que debía dejarlo salir afuera a divertirse. Pero su mujer hacía oídos sordos y cada vez pasaba más tiempo con su hijo, casi olvidando a los demás.
- Por favor, Alice ¿es que acaso no lo ves? ¡El no es una niña!
- ¡Eso lo sé muy bien sin que me lo digas, John!
- ¡Entonces déjalo ser! ¡No lo tratas como el muchacho que es! ¿Que diablos es eso de usar vestidos?
- El... ¡Él se ve adorable! Estoy segura de que será una gran madre...
- ¿no te das cuenta de ir quizás no es lo que el quiere? He cumplido cada capricho que me has planteado... ¡pero tienes que parar, Alice! ¡Parar!... Alice, por favor, piensa en lo que haces.
- Se muy bien lo que hago, John - dijo el nombre con sequedad y abandonó el despacho de su esposo.
Al pasar casi no ve a su hijo mayor, Scott, en el pasillo. Sin embargo le sonrió y acarició sus cabellos, rojo fuego, como los de su esposo, la mirada verdosa también era de él. Scott Kirkland tenía catorce años ya y no era tonto, sabía que sus padres acababan de discutir, casi nunca lo hacían, pero si pasaba era siempre por ese hermano menor que casi nunca veía y no recordaba haber oído hablar es su vida.
Arthur Kirkland, en tanto, siguió creciendo. Cada vez se daba más cuenta de la diferencia que había entre sus hermanos y el. Sus hermanos eran tan varoniles y ruidosos y sin embargo a el lo educaron para ser suave y elegante. Grande fue su sorpresa cuando, a sus doce años, si madre se le acercó sonriente y dijo algo como:
-He considerado que ya tienes suficiente edad para el maquillaje- Alice sonreía con todos sus dientes, llena de emoción mientras a una caja de madera.
- ¿Maquillaje? ¿Qué es eso, madre?
- ya verás.
Arthur no sabía a qué se refería, pero se dejó hacer. En tonces su madre sacó cualquier cantidad de objetos raros. Primero trató los labios, por los que ella tenía cierta admiración. Le aplicó en ellos labial, algo suave, transparente pero brilloso. Le arqueó las pestañas con rímel y le maquilló las mejillas. Estaba muy orgullosa, su Arthur era toda una lindura.
- Te ves precioso.
Los ojos verdes del Omega la veían desconcertado, pensaba que el nunca había visto hacerle algo así a Scott o a los gemelos.
Alice retrocedió un poco, como viendo la imagen general. Se lo pensó un poco y luego sus ojos relampaguearon de entusiasmo. Se fue sin decir palabra y volvió trayendo con ella una caja forrada en terciopelo. El Omega miró con curiosidad.
- Arthur, esto de aquí es muy importante - decía mientras abría la caja, que guardaba un hermoso collar de perlas -, perteneció a mi madre, y a la madre de ella, e incluso más generaciones anteriores. Quiero que lo lleves siempre contigo.
Entonces la Señora Kirkland colgó la espléndida joya en el blanco cuello de su hijo y sacó de debajo de la mesita un par de zapatos de tacón alto.
- Tienes doce - explicó -, ya es hora de que uses tacones como yo.
La mujer ajustó los zapatos en los pies de Arthur y lo invitó a levantarse y caminar. Al principio fue tambaleante, casi cae varias veces, pero con la guía de su madre logró dominarlo. Arthur pensaba que era realmente incómodo, que prefería usar la ropa de varón que su padre le daba cuando su madre no estaba, cosa que no solía pasar seguido.
En tanto Alice estaba maravillada, amaba la gracia con la que su hijo caminaba, como si flotara en vez de caminar. Parecía no ver la incomodidad de Arthur, si anhelo por ser igual a sus fraternos, porque poco a poco se comenzaba a dar cuenta, si madre lo trataba como a una chica, una chica que él no era.
- ¿Ves? Es un poco difícil al principio, pero luego agarras el ritmo - dijo mientras sostenía el hombro del Omega- punta, tacón, punta, tacón, punta...
Arthur estaba igual o más confundido, ¿acaso no era el igual a sus hermanos? Ninguno de ellos llevaba vestido, se maquillaba o calzaba tacones, se sentía diferente y era incómodo. Todo era incomodo, los vestidos esponjosos, el extraño maquillaje, los tacones y la apretada lencería femenina...
Fue también a los doce años del pequeño pétalo de rosa que llegó para los Kirkland una propuesta de otra familia poderosa. La conclusión de acordó para un día de agosto, en la mansión de los Kirkland. Alice no estuvo ese día, al menos no por mucho tiempo, había partido la semana pasada para cuidar de su hermana que yacía enferma.
John se alegró bastante por ello, porque al partir su esposa le dirigió a Arthur una mirada cómplice, le sacudió los cabellos y le dio un elegante conjunto de ropa de varón. El rubio, sin poder comprimir una sonrisa, corrió escaleras arriba a cambiarse.
Si algo a Kirkland le gustaba eran los pantalones, eran más cómodos que las abultadas faldas, y qué decir de los zapatos, se sentía increíblemente bien despojar sus adoloridos pies de los tacones. Sin embargo, cuando Arthur vio a su cuello, dudó. «Quiero que lo lleves contigo siempre» entonces decidió ocultar el collar debajo del cuello de la camisa.
Se sintió realmente libre esa semana, pudo por primera vez jugar con sus hermanos. Estos resultaron ser bastante molestos y le tomaban el pelo todo el tiempo, pero así son los hermanos, pensó Arthur.
Entonces el día marcado llegó, NL sabía exactamente por qué o paga qué, pero le habían dicho que era algo importante que estaba vinculado a el. Al Omega no se le pasaba por la cabeza que podía ser, pero ese día se arregló bien, aseado y perfumado, vestido, sin embargo, como varón, pues si madre no había regresado aún.
El "tok tok" en la puerta de entrada coincidió con el "tik tak" del reloj de pie.
- Quédate aquí sentado- dijo John antes de ir a abrir la puerta.
Minutos después su padre volvió acompañado por un hombre intimidante que llevaba de la mano a un niño de su edad que Arthur dedujo sería su hijo. El muchacho tenía el cabello rubio y sus ojos eran como dos pedacitos de cielo.
Los padres de ambos se estrecharon las manos como todo saludo y comenzaron a hablar, una charla como una pequeña introducción necesaria para no ser descortés que se hace antes de tratar el tema del que en realidad se quiere hablar. Algo como "¿como ha estado su familia?" "¿Y su mujer e hijos?" "He oído que su cuñada enfermó, espero sane pronto" y cosas por el estilo.
Mientras tanto los dos jovencitos se miraban de reojo sin atreverse a cruzar palabra.
Antes de entrar a terreno serio, los dos mayores de giraron a sus hijos.
- ¿Por qué no salen afuera un rato y se conocen? Estoy seguro de que se llevarán bien - sonrió el señor Kirkland.
Promover que sus hijos socializaran era una idea estupenda, como matar dos pájaros de un tiro. Los niños, obedientes, salieron al patio tracero. Arthur pensó en llevar al extraño a su lugar favorito, ese era el gran columpio de madera que había en el jardín, justo frente a la hilera de árboles. Se sentaron un tanto separados, hasta que el de ojos azules, con un poco mas de confianza, entabló conversación.
- Mi nombre es Alfred - se presentó estirando su mano que esperaba por ser estrechada - ¿como te llamas?
Alice le había enseñado (que era en parte una mentira) a su pequeño que a las mujeres y Omegas -algo de lo que a Arthur le explicaron muy poco- se les saludaba con un beso en la mano. Sin embargo, Arthur, que había observado a su padre hacer eso algunas veces, correspondió a su apretón de manos.
- Deben de estar hablando de algo importante -dijo Alfred como para el mismo pero en voz alta- de otra manera no nos habrían pedido que salgamos...
Arthur se encogió de hombros, sin embargo Alfred, que parecía nunca callarse, siguió hablando.
- ¿Sabes? Creo que quieren que seamos amigos.
-Es probable. Al parecer ellos piensan que solo por ponernos juntos pasaremos a ser los mejores amigos del universo o algo asi - mencionó Kirkland haciendo uso de su tan característico sarcasmo.
- Bueno, así parece. Por cierto, ¿qué es eso que tienes en tus cejas? ¿Orugas?
Entonces Arthur explotó, ya era bastante con tener que soportar a ese chiquillo hablando sin parar como para que ahora se burle de sus cejas, para eso están sus hermanos, maldición.
- ¿y a ti que te importa? ¡Cállate de una puta vez, estúpido! - gritó dando uso al abanico de palabrotas que había aprendido de sus hermanos mayores. Alfred solo reía.
Arthur pensaba que sería difícil si querían que el y Jones fueran como "super amiguis". La única palabra para describir a Alfred era "irritante", bueno, no, se le ocurrían mas palabras, pero esas no se pueden decir en horario de protección al menor. Entonces Arthur posó su verdosa vista en algo en el cuello contrario.
- Hey, idiota, ¿qué es eso en tu cuello?
Alfred pareció sorprenderse y palpó su cuello en busca de una araña o algo de ese estilo. Hasta que vio su marca. Una perfecta ą grabada en su piel.
-Oh, ¿esto? Es mi marca de Alfa, por supuesto - dijo señalando la letra con orgullo.
Alfa... Poco y nada había escuchado hablar Arthur sobre algo así. Era tradición que los Omegas fueran distinguidos como tal luego de su primer celo, por lo tanto Arthur todavía no había sido etiquetado. Lo que tenía en claro es que tanto su padre como sus hermanos eran Alfas, y que había otras dos clases llamadas Betas y Omegas, sin embargo su ocupación y significado eran desconocidos para él.
- ¿Tu no tienes una? -parecía desconcertado- déjame ver.
Alfred se acercaba a su cuello y Arthur se estaba poniendo nervioso, el no tenia marca alguna, eso no lo preocupaba. Lo que le preocupaba era la reacción de Alfred cuando vea el collar de perlas que llevaba siempre consigo ¿Se reiría? Seguramente si, es algo que, según el, Alfred podría hacer.
Pero en ese momento, Alice estaba entrando casi como una patada karateka por la puerta de entrada, cargando sus bolsos y sonriendo. Estaba emocionada, era un día especial para su pequeño Arthur y tenía esperanzas de no haber llegado tarde.
Pasó por el hall y entró a la sala. Allí, en el sofá principal de un cuerpo estaba super esposo, hablando con el Señor Jones. Sin embargo, no había rastro de su hijo por ninguna parte, y si no había rastro de Arthur el debía estar con Alfred, y si estaba con Alfred... ¡Ella debía encargarse de que todo saliera a la perfección!
Su marido pareció sorprendido de verla.
- Querida, llegaste antes de lo esperado - John se movía nervioso en el sillón, cuando su esposa viera como vestía Arthur, todo sería un caos.
- Bueno, Analie mejoró antes de lo esperado - dijo como sin ganas - pero mas importante, ¿Dónde está mi Arthur.
La mujer miró a los costados, como si estuviera allí la respuesta a su pregunta, y luego miró a su esposo, que señaló con un dedo hacia el patio trasero. Alice salió rápidamente recogiendo el vestido largo con sus manos para no tropezar, pero lo que vio la dejó helada. Era un horror, Arthur estaba usando ropa varonil, ¿dónde estaban los lindos vestidos y zapatos? ¿Y el maquillaje y lazos de ceda?
- ¡Arthur! - el nombrado dio la vuelta al oír la voz materna.
En tanto, Alice llegó a su lado y, sin dar explicación alguna, lo tomó de la mano y lo llevó hacia la casa. Lo hizo subir las escaleras hasta su habitación. Ya allí abrió el gigantesco armario y sacó uno de sus vestidos más bonitos. Era color azul pastel y muy esponjoso, las mangas, cortas, comenzaban debajo del hombro, a la altura del pecho y estaba adornado con bonitos moños y volados que llegaban al suelo. También le buscó unos tacones a juego. Sin embargo, siguiendo las peticiones de su hijo, esa vez no lo maquilló.
- Escúchame, Arthur - dijo cuando el niño estuvo ya cambiado - ese niño es el tipo de ropa que debes usar.
- Pero - comenzó - mis hermanos también visten así - el muchacho apretaba la abultada falda de su vestido, era incómodo y ya le dolían los pies.
- Pero tesoro, tú no eres como tus hermanos, eres..., especial - Alice intentaba explicar a su hijo que parecía más frustrado con cada palabra - eres especial y debes vestir como tal.
Sonrió a su bello hijo miedo tras acomodaba las perlas en su cuello y alisaba su vestido.
- Las visitas de hoy son importantes, Arthur. Quiero que te portes bien con el pequeño Alfred.
- Eso intento, madre. Pero ese niño me parece muy irritante, no para de hablar todo el tiempo.
Alice soltó una risita, de seguro su hijo y el pequeño Jones se llevarían muy bien. Si, lindo sueño.
- Bien, baja y deslumbra a Alfred - la madre le dirigió un guiño que Arthur no pudo entender por más que lo intentó.
Tenía miedo y estaba avergonzado, Alfred de seguro se burlaría de el cuándo lo viera vestido como chica. El ya estaba acostumbrado, pero de seguro el otro niño nunca había visto a un chico vistiendo así. Aun así, la reacción de Alfred fue muy distinta a lo que el de ojos verdes pensaba.
- Woh, ¿así te hacen vestir? - preguntó viento detenidamente a Arthur.
La cara del británico era un poema. Estaba todo rojo y su labio inferior temblaba levemente. Aun así, se sentó en el suelo junto a Alfred, lo que provocó que su vestido de inflara a su alrededor. El americano lo vio un poco mas y luego soltó una carcajada.
- N-no ¡No te rías, estúpido! - le gritaba encolerizado.
- Lo lamento, lo lamento - se disculpaba mientras secaba unas pequeñas lágrimas de risa que caían de sus ojos - es que te ves muy lindo así.
Los ojos verdes de Arthur se abrieron y enrojeció un tanto más. Murmuró un leve "gracias" y miró hacia otro lado. Si su madre no le había enseñado algo era a lidiar con ese tipo de situaciones. Entonces los padres de ambos salieron al jardín a su encuentro, ambos sonriendo de par en par.
- Alfred, hora de irnos, muchacho - dijo el Señor Jones, que parecía de muy buen humor.
Toda la familia Kirkland los acompañó hasta la salida para despedirlos. Tanto Alfred y Arthur como sus padres se dieron un apretón de manos, y antes de que los Jones partieran John Kirkland dijo:
- Nos vemos en seis años, entonces.
- Así será.
Alfred lo saludaba con la mano y le sonreía a través de la ventana del vehículo, eso fue lo ultimo que vio Arthur antes de que doblarán la esquina y el carruaje desapareciera. No volvería a ver a Alfred F. Jones hasta dentro de seis largos años.
