El ambiente era el típico de las tabernas de la época, llena de borrachos y damas de costumbres y escotes relajados; nada por lo que escandalizarse. Sabía que no era el lugar más seguro para una mujer pero su hermano Antonio le había insistido tanto que al final tuvo que aceptar ser prácticamente arrastrada hasta allí por un emocionado muchacho de cabello castaño y ojos verdes; el mismo que en ese momento se marchaba con una boda sonrisa producto del alcohol acompañado de una de esas frescas camareras.

Puso los ojos en blanco y se apoyó en una pared dispuesta a esperarle, nunca tardaba demasiado y tenía la secreta esperanza de que después de complacer a la señorita se marcharan; seguro que ya había sido descubierta su evidente ausencia en palacio. Sintió como alguien se le acercaba y se preparó mentalmente para echarlo, usando la fuerza si era necesario, hasta que tras girarse pudo apreciar claramente su rostro:

-¿Cómo una dama como vos en un lugar como este? Acompañando a vuestro esposo, supongo.

-Suponeis mal, no estoy casada, señor Lope de Vega.

El ya por entonces afamado escritor la miró sorprendido, no solía ser reconocido tan fácilmente y menos aún por una mujer, lo que hizo aumentar su interés:

-Vaya, deduzco que frecuentais los teatros, ¿cual es vuestro nombre?

-Así es, y además he leído muchas de vuestras obras, todas me aventuraría a decir. Mi nombre es Isabel.

-Me alagáis, mi hermosa dama.

Así comenzó un cortejo que duró varias semanas, meses incluso, por parte del archiconocido escritor del Siglo de Oro hacia la representación humana de la nación en que vivía. Isabel siempre se mostró divertida con estas atenciones, rechazando sus ardientes proposiciones y contrarrestando sus hermosos y tan utilizados versos de cortejo con otros realmente ingeniosos. Si bien ella trataba de mantener todo esto en secreto, Antonio se enteró de que algo pasaba y revisaba su correspondencia con Lope, sintiéndose mareado en numerosas ocasiones por las empalagosas rimas y disfrutando con el rechazo de su hermana. Lope, por su parte, en lugar de sentir pena de amor se lo pasaba como un niño pequeño con ese "juego de seducción" y su atención hacia Isabel no le impidió seguir disfrutando de las múltiples aventuras amorosas que ya le conocemos; pero todo se torció tras su vuelta de la Gran Armada.

Fue uno de los pocos supervivientes a aquel gran desastre y cuando regresó a España se encontró con que su amada Isabel había desaparecido, se había esfumado sin decir palabra ni dejar rastro. Podría considerarse este amor como uno de los pocos "amores verdaderos" de Lope de Vega y qué nos asegura que en alguno de esos célebres sonetos no está reflejado el dolor de esa pérdida.

Ir y quedarse, y con quedar partirse,

partir sin alma y ir con alma ajena,

oír la dulce voz de una sirena

y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse

haciendo torres sobre tierna arena;

caer de un cielo, y ser demonio en pena,

y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,

pedir pues resta sobre fe paciencia,

y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,

es lo que llaman en el mundo ausencia,

fuego en el alma, y en la vida infierno.

Pero lo que Lope nunca supo es que a kilómetros de la capital española, en Toledo, Isabel pensaba en él mientras su hermano le recordaba por enésima vez lo problemático que podía llegar a ser involucrarse sentimentalmente con un humano; porque ellos mueren, su vida pasa en un suspiro, pero las naciones siguen ahí, por los siglos de los siglos.