INTRODUCCIÓN
Ante todo, gracias -querido- Lector por sumergirte conmigo en un mundo plagado de mentiras, drama, aventuras y amor. Haciendo algunos apuntes antes de comenzar con los pormenores de este fic, me gustaría dar las gracias a Cristy, por apoyarme en los, siempre duros, comienzos de todo ficker. Espero que sea de tu agrado y que disfrutes tanto como yo de esta historia. Porque tú también has sido fuente de inspiración para ella.
"Some infinities are bigger than other infinities"
Por otro lado, me gustaría afirmar que estas palabras tendrán severas dosis de romance. Si eres fan del Dramione, no dudes en empezar a leer todo lo que viene a continuación, pues estoy muy seguro de que te hará viajar por un mundo que conoces bien, Lector.
Trataré a esta historia -desde el primer momento- con mimo y ternura porque en ella hay una gran parte de mí. Espero que, con el paso del tiempo, también dejes aquí tus pedazos.
Cuando llegues al final, si es que alguna vez ella o tú llegáis al él, párate y vuelve a leer esta introducción. Para entonces, espero haberte emocionado.
NOTAS
-El mundo aquí recreado y los personajes canon son propiedad de su creadora J.K.R.
-Los capítulos tendrán una extensión que rondará las cuatro mil palabras, por lo que prepárate a leer.
-Intentaré que los personajes sean redondos, de tal forma que todos podamos terminar haciéndonos una idea de todo lo que pasa por su cabeza.
-La narración será en tercera persona, a veces omnisciente, a veces desde el punto de vista de alguno de los personajes.
-Intentaré evitar todo lo posible el uso de OC, aunque a veces será imprescindible que aparezcan a lo largo de la historia.
-Este fic tomará la categoría long-fic y cumplirá escrupulosamente con el prólogo de los diecinueve años, pero por supuesto, de manera diferente. Espero que te agrade y te atrevas a descubrirlo.
ATTE, JLPJ
CAPÍTULO I: MUCHO SE PERDIÓ EN LA GUERRA
Aquella mañana del tres de mayo de 1 998 estuvo marcada por la derrota del Señor Tenebroso a manos del Elegido. La Historia recordaría para siempre aquel día como el día de "La Gran Derrota".
Aunque en aquellos momentos, en la mayoría de los rostros hubiera dibujada una expresión de alegría y satisfacción, en otros muchos, el dolor por la pérdida de los seres queridos en la guerra, era latente. Sus ojos no eran más que las cenizas de una pasión que ya no ardía. Esto era debido a que, aunque la tristeza hubiera llamado a sus corazones en el momento del perecimiento de sus amigos y familiares, el ardor de la batalla y el deseo irracional de supervivencia del ser humano habían obligado a que momentáneamente no se hundieran en el desconsuelo. La multitud que poblaba en aquellos momentos el Gran Comedor sabía perfectamente que el enfrentamiento contra la oscuridad era algo por lo que merecía la pena morir. Seguramente, si alguno de los fallecidos hubiera decidido encadenarse al mundo en forma de fantasma, lo habría afirmado con rotundidad. Pero esto no era pilar de consuelo para las madres, padres y hermanos que habían perdido a seres importantes en sus vidas.
Por todo el suelo había sacos de color pardo que guardaban los cadáveres tanto de mortífagos como de personas que habían luchado contra ellos.
Observando la hilera de sacos, vio a la familia, la cual, rota de dolor, lloraba alrededor de tres sacos. ¿Quién habría muerto? Con curiosidad empezó a contarlos. Durante unos segundos en los que calculó mentalmente el número de familiares, dictaminó que había sido uno de los gemelos. No sabía cuál exactamente porque el que lloraba desconsoladamente era clavado al que estaba muerto.
Malfoy, al escuchar los gritos desgarradores de la madre y al ver las lágrimas y los rostros de desesperación volvió a pensar cosas impropias de él, de las cuales no se sentía para nada orgulloso. ¿Acaso era todo aquello un mal necesario para erradicar la impureza de sangre? ¿Era la pureza de las estirpes mágicas el bien más importante? ¿Acaso quedaba por encima de las vidas de todos los seres humanos?
Cuando el Slytherin vio con sus propios ojos la extrema tristeza que había provocado una de las batallas de la guerra pensó que tal vez sus ideas no eran del todo acertadas.
Pero entonces dirigió una mirada a su padre, serio y recto. Aunque cansado por el paso del tiempo y por lo mal que le había tratado la vida en aquellos últimos años, le sonrió. ¿Por qué le sonreía? ¿Acaso no debían de estar llenos de pena por la muerte de su Señor?
Aun así, bajo el techo que mostraba un día soleado, sin ninguna nube en el cielo, el ambiente era de júbilo. Los allí presentes habían podido observar como Harry Potter había levantado su varita contra Lord Voldemort, el cual había perecido teniendo como última imagen en su retina, su obsesión, el chico al que en secreto había temido desde su regreso. Estos privilegiados también fueron testigos de cómo envolvían el cadáver del mago más oscuro de todos los tiempos en la capa del auror Kingsley Shacklebolt para que después, Hagrid se lo llevara a rastras. Muchos se percataron de que aquello había sido un gesto de desprecio, pues el semigigante tenía la fuerza suficiente como para transportar el marchito cuerpo.
Pocos minutos después, el protagonista de aquella historia, aquel que se había convertido en el estandarte de todos los que habían puesto su varita a disposición de la lucha contra la oscuridad, Potter, desapareció del Gran Comedor acompañado de sus dos amigos.
Draco, sentado junto a su padre y a su madre en un rincón apartado, vio como los tres se alejaban. A la última que divisó hasta que giraron a la derecha en dirección a las escaleras fue a Granger, esa estúpida sangre sucia. Con rapidez, había podido observar que la chica tenía el rostro lleno de magulladuras y moratones, pero lo que más le había sorprendido era que iba cogida de la mano de Weasley. El Slytherin siempre había sospechado que este último había estado locamente enamorado de ella, ya que, en sus numerosos ataques hacia la Gryffindor, él siempre había saltado como su fiel escudero. Aun así, Malfoy -que había podido deducir el carácter guerrero de esta-, no comprendía como dejaba que un necio como aquel le defendiera. Aunque era un racista, siempre había defendido -interiormente- el importante papel de la mujer. No de aquella sabelotodo y testaruda Gryffindor, por supuesto, que debería de haber quedado relegada al papel más insignificante de todos.
De hecho, esto último era lo que había ocasionado en Draco severas dudas sobre los "sangre sucia" después de haber sido marcado por el Señor Tenebroso. Ya que la joven siempre había sido la primera en clase y muchos habían afirmado que era la mejor bruja de su generación. Durante muchos años, influido por los ideales de su estirpe, se había resistido a pensar en todo aquello. Pero dadas las circunstancias, a Draco Malfoy le era imposible negar que había algunas personas hijas de muggles que debían de salvarse de la purga que él y todas las personas del entorno de Lord Voldemort defendían. Esto, por insignificante que pareciera, tuvo consecuencias posteriores mucho mayores. Porque la Gryffindor había ocasionado en el altivo y arrogante Malfoy, un cambio denso en su forma de ver las cosas.
—Hijo, ¿qué te ocurre? —le preguntó su madre, que estaba sentada justo a su lado. Con ojos distraídos, el mago clavó su mirada en la de Narcissa Malfoy, que nerviosa e insegura le agarró la mano. Draco frunció el ceño en un gesto de sorpresa al notar el contacto de la piel de su madre. Súbitamente, lo agarró con fuerza mientras una lágrima le resbalaba por la mejilla derecha hasta morir en sus labios.
—Creí que te había perdido para siempre —afirmó está con una ligera sonrisa dibujada en sus labios—. Ese Potter me debe una…
El Slytherin le dirigió entonces una mirada inquisidora. ¿Qué es lo que había pasado para que el traidor de Potter le debiera una a su madre? Narcissa, ante la notoria curiosidad de su vástago, se dirigió a él de nuevo:
—Te lo contaré más tarde. Pero ante el temor de haberte perdido tuve que hacer un acto en su beneficio que le salvó la vida, Draco. Nunca lo olvides.
En ese instante, un silencio sepulcral comenzó su reinado en el Gran Comedor. Curioso, el Slytherin se movió ligeramente de su asiento para poder ver qué sucedía. Entonces vio que Minerva McGonagall, la profesora de transformaciones y jefa de la casa Gryffindor se había subido a la tarima donde solían sentarse el resto de miembros de la plantilla de Hogwarts con una sonrisa dibujada en su rostro.
—Miembros de la comunidad mágica —comenzó a decir en tono solemne mientras desenrollaba un pergamino de unos treinta centímetros de largo—. Ante los acontecimientos aquí hoy acaecidos, el Tribunal del Wizengamot ha decidido por unanimidad que este sea el lugar idóneo para el nombramiento del nuevo Ministro de Magia que ocupará el cargo en funciones hasta que se restablezca la situación.
Durante unos segundos un murmullo de expectación recorrió el Gran Comedor. Desde luego, el nombramiento de un nuevo Ministro era necesario para controlar la situación. Draco estuvo tentado de sonreír al recordar como Yaxley había cumplido con perfección la tarea que el Señor Tenebroso le había encomendado. Con una estrategia muy eficiente, Lord Voldemort había conseguido infiltrarse en el Ministerio de Magia hasta llegar a gobernarlo por completo desde las sombras.
—Por lo que habiendo sido nombrada directora de Hogwarts por el pleno del Consejo Escolar reunido de manera extraordinaria, he decidido que se trasladen aquí todos los miembros del Tribunal —continuó diciendo la animaga—. En cuanto todo esto haya terminado, enterraremos a los caídos.
Dicho esto, movió ligeramente su varita haciendo que sendos los estandartes con los colores de Hogwarts y su escudo aparecieran colgados de las paredes. Las antorchas también se encendieron con energía, emitiendo el fuego su característico crepitar.
—¿El Consejo Escolar? —dijo Lucius Malfoy con gesto severo mientras observaba entre el murmullo y el gentío a la nueva directora—. En ningún momento se me ha comunicado na…
—Lucius, querido, ¿de verdad crees que van a seguir considerándote miembro del consejo? —le inquirió su esposa con seriedad—. Es obvio que ahora nuestra situación ha cambiado bastante. En esta nueva legislatura y tras la caída del Señor Tenebroso tendremos que enfrentarnos a bastantes problemas.
Draco se quedó mirando a su padre. Este aún llevaba la túnica con la que solían vestirse los mortífagos. Aunque había tirado su máscara se podía saber perfectamente cuál era el bando por el que había luchado. Con resignación, pero sin agachar en ningún momento la cabeza -pues su altanería no se lo permitía-, el menor de los Malfoy pensó en lo que le depararía el futuro. Siempre había creído que al final habrían acabado con Potter, el último escollo de la resistencia, para posteriormente haber subido ellos a lo más alto de la nueva comunidad mágica. Pero en cuestión de unos días, todo había cambiado. Los que antes los miraban con temor, ahora los miraban con gestos de reproche y odio. Ahora que Lord Voldemort había desaparecido, los que le rodeaban no tenían por qué tenerle miedo. Esto también sería un punto importante en su futuro cercano.
—No pienso dejar que nos pisoteen en ningún momento, Narcissa —afirmó su padre con rotundidad mientras acariciaba el mango de plata de su bastón.
—Ni yo dejaré que nos encierren en Azkaban por el orgullo de tu maldita familia, Lucius —le contestó Narcissa, acompañando sus palabras de una severa mirada.
El aludido guardó silencio ante la atenta mirada de su hijo. Muy en el fondo, su padre le daba pena. Durante muchos años había sido uno de los mortífagos más "apreciados" por el Señor Tenebroso. Por desgracia, tras un cúmulo de desafortunados incidentes había quedado relegado a la posición de un cero a la izquierda. Aun así -y esto es lo que pensaba Draco-, lo admiraba. Su padre siempre conseguía sobreponerse a los momentos más difíciles.
En estas cavilaciones estaba sumido el mago cuando McGonagall se subió de nuevo a aquel estrado improvisado para dar la bienvenida al pleno del Wizengamot.
Por la puerta del Gran Comedor aparecieron con gestos marcados por la seriedad cincuenta personas, mujeres y hombres, que ataviados con capas negras y rojas entraron a toda velocidad hasta alcanzar el lugar que ocupaba la recientemente nombrada directora de Hogwarts.
Los allí presentes enmudecieron por completo e incluso Lucius Malfoy procedió a erguir sus hombros tratando de acaparar en un pobre intento algo de protagonismo. Protagonismo que robó absolutamente el trío de oro. Draco bufó al contemplar a Potter y sus secuaces caminar detrás del cortejo que había formado el Wizengamot. ¿Pero quiénes demonios se creían? ¿Acaso esperaban ser siempre el centro de atención? Posteriormente Malfoy dudó si aquel bufido había sido por la escena, o porque había visto a Granger agarrada del brazo de Weasley. Un rugido en su interior, como si de un dragón se tratase, le hizo abrir los ojos como platos. ¿Por qué se le había cogido un pellizco en el estómago? ¿Qué eran aquellas cosquillas que le recorrían el abdomen y le subían por la garganta hasta correr por sus manos temblorosas? En proceso de desquicie, pudo observar los amoratados labios de la Gryffindor que susurraban al oído del pelirrojo.
Cuando se dio cuenta, Draco observó que había cerrado las manos en forma de puños y las había apretado tanto que se había dejado las marcas de las uñas en las palmas. Desesperado por saber qué le estaba ocurriendo, buscando una excusa rápida mientras los miembros del Wizengamot se ponían en círculo y los tres amigos se sentaban al lado de los mismos, acabó por determinar que lo que echaba en falta era una mujer.
Por encima de todo, Draco aún era joven. Aunque había tenido sus primeros escarceos sexuales con Parkinson en la sala que él y sus amigos habían descubierto en su quinto año en la búsqueda de aquel dichoso Ejército de Dumbledore, siempre había pensado que necesitaba alguien con quien compartir sus peores temores. Jamás lo reconocería ante nadie, pero durante aquellos últimos años, el joven Malfoy había estado sometido a una inmensa presión. Por supuesto, él defendería hasta la muerte los ideales por los que se había unido al Señor Tenebroso, pero también pensaba que la oscuridad era una amante caprichosa porque apenas dejaba margen de maniobra para compartir momentos vitales con nadie.
Uno de los peores efectos de haber sido temido por la mayoría de Hogwarts, era que no había tenido oportunidad de relacionarse con personas como tal. El miedo que inspiraba su nombre y su persona habían acabado por dinamitar cualquier posibilidad de conocer a alguien preocupado por sus inquietudes. Todas las personas que conocía y a las que se había tirado a lo largo de su vida lo habían hecho por interés, necesidad o ansias de poder. Tal vez ese fuera el motivo por el que su cuerpo se encogía ante la perspectiva amorosa de Granger y Weasley. Además, ¿qué era el amor? El amor sólo servía para ver de manera perfecta a alguien imperfecto.
Claro, era imposible que fuese otra cosa. No eran más que una asquerosa sangre sucia y su novio, un traidor a la sangre que, por no tener, no tenía ni mierda en las tripas. Ante tal excusa, que a Draco le pareció perfectamente válida, se relajó e incluso sonrió ligeramente obligándole esto a proferir un suave gemido de dolor, que acalló rápidamente debido a que tenía los labios completamente cortados por el calor de la batalla.
—Kingsley Shaclebolt, acuda al estrado, por favor —dijo una de las mujeres que integraban al tribunal mágico—. El Wizengamot le solicita su presencia.
La mayoría de los allí presentes se giraron en dirección a la mesa que se encontraba a la derecha de los Malfoy. Un hombre de gran envergadura, antiguo Auror y miembro de la Orden del Fénix, se puso en pie con un gesto de sorpresa.
—No puede ser —dijo su padre en un susurro casi imperceptible mientras clavaba una mirada de odio en el sujeto que iba a toda velocidad hacia donde se le había indicado—. Un traidor como él no puede ocupar…
—Señor Kingsley Shaclebolt, miembro de la Oficina de Aurores del Ministerio de Magia de Gran Bretaña, el Tribunal del Wizengamot en pleno extraordinario ha decidido formalmente presentarle a usted como su candidatura al puesto de Ministro de Magia interino.
El Gran Comedor en su conjunto soltó una exclamación de asombro mientras el antiguo Auror se debatía internamente sobre el rumbo que los acontecimientos habían tomado.
«¿Ministro de Magia ese zoquete?», pensó Draco Malfoy completamente fuera de sí. Ahora entendía por qué su padre había proferido aquellos susurros. ¡Una persona como aquella no podía dirigir el Ministerio de Magia!
Con el asombro aún dibujado en su cara, miró a su alrededor para ver si había alguien con quien intercambiar una mirada de desolación. Pero por desgracia, todas y cada una de las miradas con las que se cruzó, le mostraron sentimientos de asco y repugnancia.
En ese momento, cuando la estancia le dedicó "aquella muestra de cariño" se dio cuenta de la situación que ocupaba. Los únicos que quedaban de su bando en aquel Castillo no eran más que montones de carne, hueso y vísceras encerrados en sus respectivos sacos mortuorios. ¿Por qué no habían huido como el resto de mortífagos? ¿Acaso estaban declarándose a favor de la nueva presidencia de Shacklebolt?
Entonces el Gran Comedor soltó un enorme rugido, un fuerte aplauso que hizo temblar los muros del Castillo, delicados en aquel momento por la feroz batalla que habían presenciado aquella noche.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó a su padre.
—Ha aceptado —dijo éste furioso por encima de los aplausos mientras soltaba su bastón encima de la mesa.
De nuevo, se hizo el silencio, solamente para volver a ser roto por el grave tono del nuevo Ministro.
—Yo, Kingsley Shacklebolt, juro por mi magia desempeñar fielmente el cargo de Ministro de Magia y reconstruir la comunidad mágica de después de la guerra.
—Que así sea —dijo entonces la señora que parecía presidir el Tribunal.
De nuevo otra exclamación formada por gritos de alegría, aplausos y "Kingsley presidente"…
—Prometo hacer todo lo posible para erradicar a todos aquellos que alguna vez formaron parte de las huestes de Lord Voldemort y encerrarlos en Azkaban.
Draco miró a su padre y a su madre, levemente compungido, pero mostrando cierta seguridad -falsa- en su rostro.
Iban a tener bastantes problemas.
Cuando el nuevo Ministro hubo terminado de hablar, muchos de los que habían aplaudido miraron a la familia Malfoy con desprecio, deseando con intensidad que ellos fueran los primeros. Entonces, en mitad de tanto odio, encontró una mirada que le heló por completo la sangre. Pero no se le heló por la furia que pudiera irradiar, sino por la misericordia y la paz que le transmitía. Granger lo miró a los ojos durante unos segundos en los que Draco se evadió de todo. El dragón volvió a rugir con fuerza mientras se perdía en el mar de café que formaban los ojos de la joven. Pero casi antes de darse cuenta, al volver a mirarla, Granger miraba de nuevo hacia el estrado. Siempre había pensado que la oscuridad no puede deshacer la oscuridad; únicamente la luz puede hacerlo. Entonces, ¿el odio nunca podría terminar con el odio?, ¿únicamente el amor podría hacerlo?
¿Por qué lo había mirado así? ¿Acaso ella sentía compasión por él? ¿Era bueno aquel sentimiento de misericordia? No… ¡Él era un Malfoy! ¡Un miembro de una de las familias más importantes de Inglaterra! Nadie tenía por qué sentir pena por él. Pero lo que más le molestaba es que fuera ella precisamente la única que no lo había machacado con la mirada, la única que tal vez no deseara verlo muerto. Incluso se había fijado en su color de ojos. Pero no… No podía ser, por supuesto que no, tal vez hubiera sido una alucinación. Estaba cansado.
Entonces, la voz de la presidenta del Wizengamot se alzó de nuevo:
—A partir de mañana comenzarán aquí, en el Castillo, lo que denominaremos los Juicios de Hogwarts, en los que juzgaremos a todo aquel que sea sospechoso de haber participado en los planes de Voldemort. El tribunal ha reformado con su legitimidad parte de las leyes penales del proceso de encarcelamiento para que todo sea más rápido y más efectivo. Ahora, enterremos a nuestros muertos.
Con el rabillo del ojo, el Slytherin observó cómo cuatro aurores se apostaban en la entrada del Gran Comedor, entonces, Draco tragó saliva.
—¿Qué piensas hacer Lucius? —inquirió su madre.
—Tengo un plan.
—No podremos escapar de aquí, por si no te has dado cuenta.
—Nadie va a escapar.
Los sacos con los respectivos restos se levantaron del suelo, levitando por obra de las varitas de los familiares. Detrás, una serie de sacos que no pertenecían a ninguna familia -y que Draco supuso que eran los de sus compañeros- se transportaban gracias a la varita del profesor de encantamientos, el cual, completamente serio, salió del Gran Comedor.
Granger, al pasar por su lado agarrada aún al brazo de Weasley, no le dirigió ninguna mirada, como si no existiera. Con esto, Draco supo que la peor forma de echar a alguien de menos era sabiendo que nunca sería de él.
Su padre se levantó apoyándose en su bastón.
—Vamos, saben que no tenemos varita, será mejor rendir un hipócrita tributo a sus muertos para suavizar las cosas.
Draco afirmó silenciosamente con la cabeza. Su padre llevaba toda la razón.
