Hola, emmm... ¿Alguien se acuerda de mí? ¿Nadie? ¿jawnbloggerholmes?
Bueno, después de... muchos siglos, aquí estoy con una historia que empecé hace un tiempo y que, por fin, es lo suficiente estable como para publicarla sin miedo a tener que dejarla parada.
En esta vemos a un joven John estudiando medicina agobiado por una rutina demasiado cerrada y a un joven Sherlock que… bueno, es joven.
¡Por favor, pasen y lean!
CAPÍTULO 1 – El pequeño soldadito
- John. - Escuchó mientras abría los ojos. ¿Cuándo se había dormido? - John, despierta.
Levantó la cabeza lentamente y tuvo que frotarse los ojos porque todo se veía algo borroso. Estaba en la pequeña sala de estudios de la residencia y se había dormido. Se pasó la mano por el pelo rubio y se recolocó en su asiento.
- Annie, ¿qué hora es? - Dijo mirando alrededor. Por suerte no había mucha gente.
- Las siete y cuarto. ¿Estás durmiendo lo suficiente? – La chica le puso una mano en el hombro y apretó un poco en un toque suave.
- Lo dudo. - Sonrió. - Debería seguir estudiando.
- Deberías dormir.
- Ya lo he hecho. Durante una hora entera, Annie. Tengo cosas que estudiar. - Dijo señalando el montón de apuntes a su derecha.
Annie asintió mientras se sentaba en la silla junto a él y sacó un libro de la mochila. Miró hacia John y sonrió un poco.
Annie no era la más guapa pero lo que tenía lo sacaba adelante. Así que, si le preguntaban, diría que es bonita y agradable.
Tenía el pelo cortado en forma de una media melena ondulada y se lo peinaba hacia el lado. Era bajita y siempre llevaba ropa ancha; aquel día una sudadera marrón y unos pantalones cortos, muy cortos, con median gruesas. Estudiaba medicina e iba a la misma clase que John. Hasta hace un año vivían ambos en aquella residencia universitaria, pero ahora se había mudado con dos amigas a un piso a dos manzanas. Aun así iba a menudo por allí y estudiaban juntos. A John le gustaba.
Bueno, no de forma romántica. Quizá.
Un lápiz pinchándole en el brazo le distrajo del libro de endocrinología.
- Me han dicho que se ha mudado un chico a la habitación de al lado a la tuya, ¿no te parece raro a estas alturas del curso?
John no contestó. Ciertamente ya había un mes desde que habían empezado, pero no pensó que fuera especialmente raro.
- Dicen que lo echaron de su anterior residencia. - Annie se acercó a John, haciendo que sus hombros se pegaran. - Y que tomaba drogas.
Lo dijo en una voz tan baja que John tuvo que morderse un poco el labio para no reir. Annie podía ser muy ingenua.
- Son solo rumores.
- Ya, pero... ¿tú lo conoces? ¿Has hablado con él?
No lo había hecho. Desde que había llegado, que fue el día anterior, no había dado muchas señales de vida. No lo vio aquella noche en el comedor. Ni en el desayuno o la comida de aquel día. Además, John tenía mucho trabajo así que tampoco había pasado a saludar. Supo que había llegado un nuevo inquilino por los comentarios de la gente en la cafetería. Todos decían lo mismo, que era raro.
- No. Ni siquiera se su nombre.
- ¿Ves? Es raro. Jane dice que fue a hablar con él y que fue muy desagradable. Y dijo que parecía ocupado con un pedrusco de cal y agua fuerte.
- ¿Hacía un experimento, o algo así? - Annie asintió efusivamente.
- Es peligroso. ¿Sabes que eso explota? - John frunció el ceño y empezó a subrayar en su libro.
- Pues como lo pille el supervisor...
Annie volvió a asentir y se separó de John para sentarse correctamente en su silla.
- Se llama Sherlock Holmes. - Hizo una pausa. - Me lo dijo Jane, ella cree que es francés...
- ¿El nombre o él?
- Él, supongo.- Miró a John. - Por cierto, esta noche traeremos comida china al piso. ¿Quieres venir? Enma se ha ido esta mañana a su casa para pasar allí el fin de semana y Elise ha invitado a Erik. No quiero estar sola cuando esos dos empiecen a besuquearse.
John levantó la vista del libro y la miró mientras se mordía el labio. ¿Eso era una insinuación? Realmente nunca lo sabía. Annie no medía sus palabras.
- Tengo que estudiar. Lo siento.
Annie asintió y volvió al libro.
Cuando el reloj marcaba las nueve menos cuarto la muchacha regresó a su piso y John decidió que era buen momento para pasar por el comedor. Luego volvería a estudiar.
Prefería estudiar allí porque no solía haber demasiada gente y era un sitio tranquilo. En su habitación, sin en cambio, escuchabas las risas y los gritos de la gente por los pasillos a través de las paredes de papel. Y eso teniendo buena suerte, porque si tu vecino la tenía por ti podías acabar escuchando ruidos sospechosos en medio de la noche.
El comedor era de un tamaño considerable, pero no enorme. Tenía mesas de seis personas y sillas de plástico azul. Para coger la comida tenía que coger una bandeja y ponerte en fila. Tenías un primer plato a elegir entre dos opciones, un segundo plato y postre. Normalmente podías repetir.
Aquel día de primero pechuga de pollo o bocadillo de jamón, y de segundo; tortilla. John pidió la tortilla directamente, cogió un panecillo y una manzana y se dirigió a una mesa cercana a la puerta.
Una vez sentado se preguntó si acudiría a la cena el recién llegado. Pero no acudió. Mientras comía estuvo pensando en lo que Annie le había contado.
Serían solo rumores, pensaba él. Al fin y al cabo, ¿quién puede ser así?
Un día de estos pasaría a saludar.
Cuando se terminó la manzana dejó la bandeja en un carrito de limpieza, junto a otras, y se dirigió a la sala de estudios donde pasaría más horas de las deseadas entre libros de un peso considerable.
John estaba estudiando Medicina en la escuela universitaria de Londres. La carrera era cara y su familia no era demasiado adinerada, vivían de la pensión de viudedad que recibía su madre y de lo poco que ganaba como peluquera, así que se esforzó durante todo el instituto para obtener una beca. Y la obtuvo, una beca que le cubría el curso y los libros de todo los años de carrera, la residencia y la especialización, si la hacía. Y la haría.
No podía perder demasiado el tiempo en fiestas porque corría el riesgo de que le quitaran la beca si suspendía alguna. Y no podía permitirse pagar todo aquello de su bolsillo ni del de su madre.
Su padre había sido soldado y había educado a sus hijos en el valor del trabajo individual. "En la guerra", decía, "no puedes esperar que alguien te cubra las espaldas. Eso no detiene las balas." Y tenía razón. Así que estaba realmente orgulloso de poder decir que estaba allí gracias a su esfuerzo.
Un pitido lo sacó de las páginas y miró su reloj. Era la alarma.
Se estiró perezosamente y miró a su alrededor, había dos muchachos repartidos en toda la biblioteca y él. Era desolador. Se levantó del asiento y recogió sus cosas.
Fuera de la sala de estudios hacía frío. La única separación entre la fría calle y aquellos pasillos era una puerta automática. Por suerte en las habitaciones y salas comunes había calefactores.
John pulsó el botón del ascensor y las puertas se abrieron.
- John, no cierres. – Escuchó en forma de grito tras él.
Era Erik Riedel, un amigo que conoció al poco de llegar a la universidad. Sus padres eran empresarios y se habían mudado cuando él tenía quince a pleno Londres desde un pueblecillo del norte de Alemania por la empresa en la que trabajaban. Era un chico alto con el pelo rubio. Espalda fuerte y guapo como el demonio.
- Vengo a por mis cosas, me quedo a dormir con Elise. – Dijo tras pulsar el botón a la tercera planta, con una sonrisa tontorrona.
- A dormir, ¿eh? – La cara de Erik se sonrojó un poco.
Y hubo un silencio corto.
- ¿Has estado estudiando, me dijiste?
- Sí.
- Chico, date un respiro. Nos lo hemos pasado muy bien. Hemos probado el chino ese nuevo de la esquina. – Hizo una pausa. – Y Elise te manda recuerdos.
John sonrió. Erik pronunciaba aquél nombre con demasiado acento.
Elise y Erik se habían conocido gracias al hermano de ella, que estaba en la residencia cuando ellos llegaron, ahora trabajaba en una empresa en España. Ella era estudiante de bellas artes y todo lo contrario a Elise. Más extrovertida, más alta y más femenina. Y una de esas que no tienen problema en acercarse a los hombres.
- Mañana tienes que venir.
- ¿A dónde? – Preguntó John.
- Vamos a un bar cerca del centro, Elise dice que a los de su clase les gusta mucho. Parece ser que tiene cuadros en las paredes o no sé que… ese royo que les gusta a los artistas. Pero dice que te pides una caña y puedes tomarte todos los pinchos que quieras.
- A lo mejor. - Las puertas del ascensor se volvieron a abrir y Erik salió. – Pregúntame mañana.
Pudo ver la mano de Erik moverse en forma de despedida a través del hueco que había entre las dos puertas que se cerraban. John sintió todo el cansancio de golpe. Por suerte al día siguiente no había clases, era sábado.
La suya era la última habitación del cuarto piso, justo al lado de la puerta que daba a la salida de emergencias.
La número 314.
Y el pasillo estaba sorprendentemente en silencio y solitario.
John entró a su habitación. Tiene una gran ventana frente a la puerta, un pequeño armario, una pequeña cama y un escritorio al fondo. Dejó los apuntes en el escritorio y miró por la ventana. Eran unas vistas bonitas. La ciudad de Londres se extendía ante él, inmensa y borrosa en los extremos. Con unos edificios enormes que parecían querer tocar el cielo, riéndose de Dios.
Y la gente, que se veía minúscula, corría por las calles. Como si buscaran algo. Como intentando salvar sus pequeñas y monótonas vidas, como hacen los conejos que huyen de los lobos.
Él también corría. Pero, ¿de qué huía? Digamos que su lobo era el miedo a decepcionar.
Su padre murió cuando él tenía catorce años. Murió en la guerra, como un héroe. Y entre lo poco que les dejó estaba su educación. Tenían que ser algo en la vida y tenían que hacerle sentir orgulloso, a él y a su madre.
Cada uno de ellos afrontó su muerte de una manera diferente. Harriet, que siempre había tenido problemas con su padre, se desató e hizo lo que siempre le había prohibido. Empezó ha beber demasiado, a ir a bares de mala muerte y tener ligues de una noche. Su madre se volvió algo más triste. Y él, que siempre fue el hijo pródigo, decidió seguir sus pasos.
Sería soldado, como su padre. Y muchas eran las vecen en las que había discutido con Harriet por ello.
"John, era mejor que papá. No tienes que ir a morir."
Siempre pensó que ella no había superado la muerte de su padre. Seguramente porque esperaba que en algún momento aceptara su homosexualidad, pero nunca tuvo esa oportunidad.
En aquel momento John veía las cosas de una manera diferente a la de ella, una manera no muy realista.
"Harriet, no voy a morir. Voy a salvar vidas."
Ella rió amargamente.
"Nadie tiene prevista su muerte. Nadie decide una mañana que ese día la próxima bala que sea disparada irá a parar a su corazón. Pero sucede."
Pero John no escucha consejos de ella. Nunca lo ha hecho y menos ahora que se dedica a beber y divertirse con ligues en apartamentos baratos.
De todas formas, ¿qué otras opciones tenía? No quería ser como su madre, que no había trabajado hasta que se dio cuenta de que no podía vivir con una pensión por viudedad. No quería tener aquella mirada triste en sus ojos.
Además, soldado no le parecía tan malo. Podría alejarse de aquel ambiente que le ahogaba. Se alejaría de su descolocada hermana, de su sobreprotectora madre y de todo lo que le tenía atado a aquel pequeño pueblo donde se crio.
Podía tener otra vida, una diferente. Por lo pronto el plan estaba saliendo bien, ahora vivía en la gran capital. Y luego, cuando hubiera terminado la carrera entraría al ejército y sería médico militar, él mejor, y salvaría vidas como la de su padre.
Probablemente a eso se reducía todo. A su padre, que había influido de diferente manera en cada una de las vidas de sus dos hijos.
Aquella noche John soñó con él y los días de verano en los que le daban permiso e iban de acampada. Aquellos días siempre hacía buen tiempo, como si todo el universo se pusiera de acuerdo para darles un respiro, y paseaban por el campo.
Soñó con un día en especial, un día en el que Harriet estaba nadando en un río y su padre se acercó a él, que estaba sentado en la orilla. Le habló sobre cómo era ser soldado, estar luchando por tu país, y cómo era volver a casa y que saber que haces lo correcto.
Esa fue la última vez que lo vio.
Dios, que dramático, ¿eh? Bueno, pues eso es todo por hoy. Subiré el domingo el segundo capítulo y a partir de ahí, actualizaré todos los jueves.
Espero que os guste y que me dejeis algún comentario con buestra opinión. :)
- El Pez Plátano.
