Una pequeña historia que se me ocurrió hace poquito tiempo y que apenas logre encontrar tiempo para escribirla. En mi mente siempre suenan mejor *llorar(?)*
Comencemos con esto.
Disclaimer: Hetalia no es mio, nunca lo será, solo lo uso para mis pensamientos perversos.
Advertencia: OoC mucho uwu...pero es lindo D: (?) Ahm... algunas inconsistencias artisticas uwu perdón
¿Bailamos?
Capitulo 1
Se encontraba ahí, justo en frente de aquella gran, antigua y prestigiosa escuela. Parecía que no podría contener sus emociones por más tiempo, claro que no; aún conservaba esas malditas ganas de volver donde su abuelo y decirle firmemente "Ni mierda viejo". Pero aquello era un gasto más a su de por si deplorable economía, cosa que ni el abuelo ni el nieto estaban dispuestos a pagar. Soltó un fuerte suspiro que hizo mover su gracioso mechón sobresaliente de su fleco.
Lovino Vargas, un tipo italiano de aproximadamente 19 años de edad, carecía de un empleo, responsabilidad o ganas de hacer algo con su vida. Cosa que parecía importarle un comino. En cambio, era el único que pensaba de esa manera.
Su vida había sido planificada y vuelta un desastre gracias a aquella soleada mañana de un día jueves. Lovino se decidió levantarse por primera vez de lo que iba en el mes a las 10 am, desplazándose hasta la cocina para cerciorarse de que aún quedaba algo del desayuno. Con la flojera que sus piernas podían apenas soportarlo regreso directo a las escaleras, con un vaso de jugo de naranja en la zurda y la diestra revoloteando su despeinado cabello castaño. Alcanzo a moverse unos centímetros cuando sintió una ráfaga muy cerca de su oreja, cortándole los mechones de cabello que estuvieran cerca. Volteo con terror para encontrarse con su adorable abuelo y su nueva arma, un arco deportivo.
–Yahoo~ ¡Romano!– saludo entusiasta el mayor, mientras le sonreía como si nada en esa casa hubiera pasado. El abuelo tenía una fuerte obsesión por llamarle a él y a su hermano por un tipo de gentilicio de la zona en la que habían nacido. Cosa que lo hacía aún más "adorable".
–Maldita sea viejo, si vas a practicar esas cosas sal de aquí, puedes romper algo o peor, lastimarme– con la mirada encendida en llamas, en sentido figurado, el italiano menor retaba al contrario.
–Perdón, pero quería preguntarte una cosa–Rómulo Vargas afino su potente voz antes de soltar la pregunta inesperada que Romano ya sabía de qué se trataba– ¿Conseguiste el empleo?
–Claro, ahora mismo estoy en el – contesto con característico sarcasmo, que solo hizo que su abuelo le mirara con una sonrisa mientras cargaba otra flecha, el menor bufó con todas sus ganas – todos me pidieron experiencia, incluso para ser mesero… los muy hijos de p*ta no quisieron contratarme para no enseñarme
–Entonces, ¿Qué piensas hacer? –parecía imposible que el abuelo pudiera tener aquella conversación como si las acciones de su nieto no le causaran algún tipo de conflicto, o tal vez se había acostumbrado.
–Con lo que ganas por honorarios podemos vivir muy bien los tres…– levanto los hombros y prosiguió su camino, encontrándose con otra flecha casi rozándole la nariz que lo regreso a un punto en el cual se encontraba con su abuelo estirando la cuerda del arco, apuntando a su cabeza – ¡Pero en qué diablos piensas!
–Bueeeno~ Lovino, tienes 19 años, no estudias, no trabajas y parece que no tienes ni la mínima pisca de interés por ello – en ese momento dejo de apuntarle, mientras el más bajo temblaba levemente en su lugar – y no me molestaría mantenerte si por lo menos ayudaras en la casa
El ceño de Romano se arrugo ante aquellas palabras, a veces podía comportarse como un niño consentido al cual no le cumplían todos sus caprichos. En cambio a Rómulo parecía no importarle si se enojaba con él.
–Podrías pagar sirvientas, maledizione! No pienso caer en tus trucos para hacerme elegir un camino de mi vida, es mía y la vivo como se me plazca.
–Sí, pero estas dentro de mi casa –dijo con una sonrisa mientras se le acercaba y ponía una mano sobre su cabeza, comprimiéndolo un poco– Podrías volver a estudiar, algún arte… a Veneciano se le da muy bien la pintura…
–Y tú eras un magnifico tenor– giro los ojos sin enfocar al final a su interlocutor –Feliciano, la promesa en el arte, el próximo Da Vinci y Rómulo Vargas, reconocido por todos lados… sí, gracias por recordarme que no tengo los genes artísticos de tu familia. –soltaba sus comentarios con un tono despectivo, combinándolo con sarcasmo y algo de dolor y rencor. El mayor suspiro y despeino al chico – No me necesites, estaré en mi cuarto.
Esa plática no había disminuido absolutamente nada, incluso Lovino parecía cada día a un parasito. Lo que llevo al más viejo de esa casa a tomar medidas drásticas. Comenzó poniendo llave al refrigerador y los baños de la casa. Luego corto la electricidad, el teléfono e incluso quitó la puerta de la recamara de aquel chico enojón. Los primeros días Lovino conseguía comida y la llave del baño gracias a su hermano que no podía dejarlo así, pero cuando el más chico de los italianos regreso a la escuela, las ventajas eran de Rómulo.
Lovino pensó que podía darle batalla, que Rómulo soportaría la carga y culpa de que muriera de hambre, también si moría a causa de una enfermedad por no poder bañarse o en su defecto por bañarse en el jardín trasero con los rociadores, pero al abuelo parecía no importarle absolutamente.
Fue hasta que tuvo que utilizar dos veces su ropa cuando dio su brazo a torcer, entro directo a la habitación del patriarca de los Vargas, abriendo la puerta y encontrándoselo leyendo plácidamente.
–Tú, maldito viejo…
–Oh, Lovino… ¿No usaste esa ropa el jueves? – sabía bien que aquel chico era obsesivo en cuanto a su imagen; tenía que ser sincero y decir que se regocijaba internamente.
–No acepto tus condiciones por que quiera, ni mucho menos por que las necesite, lo hago porque estas viejo y seguramente te puedes morir en cualquier momento –con los brazos cruzados, Lovino Vargas aceptaba su derrota y el triunfo de su abuelo. Cosa a la que el mayor solo sonrió y le dio una carta de aceptación a la prestigiosa escuela de Arte en la que estudiaba su hermano menor.
–Logre matricularte en todas las clases, para ver en que podrías destacar– sonrió divertido sin querer acercársele.
–Sí, si lo que diga, ahora ¡ABRE EL MALDITO CUARTO DE LAVADO!
Así, a la semana se encontraba parado enfrente del instituto, con el aura más negativa que podía tener, un severo tic nervioso que parecía no querer parar y tres maletas de ropa limpia, lo último que le quedaba era aceptar su situación.
¿Por qué era tan difícil aceptar que él, Lovino, no tenía la vena artística que su familia? Parecía que nadie aceptaba o asimilaba que su talento era hacer absolutamente nada… Cuando joven, su abuelo, había triunfado como tenor, consiguiendo fama, éxito, dinero y mujeres. Su hermano, con apenas 16 años, tenía un talento "diabólico" para la pintura, que ahora perfeccionaba. Se rumoraba, entre lo poco que se sabía, que su padre tenía cierto talento para la escritura. Pero siempre en cualquier familia, sin importar la riqueza, el trato o el status nacía la mencionada oveja negra… para la buena suerte de todos, esa había sido Romano.
Pero ya ni lamentarse era bueno, ¿Qué le quedaba? Estudiar cualquier cosa, decir que es un artista, hacer algo y ganar dinero… Si, la esencia de la vida laboral de Lovino podía deprimir a cualquiera a 500 metros de ahí.
Su primera clase había sido teatro, parecía que no era tan difícil como aparentaba… pero el simple hecho de tener que seguir las instrucciones de alguien más le había puesto los nervios de punta.
–Oh Romeo, ¿dónde estás que no te veo? – la compañera que le habían puesto al italiano decía aquella frase en el balcón de utilería que estaba en el escenario, mientras el castaño repasaba las líneas para intentar estar en el personaje – dije… Oh Romeo, ¿dónde estás que no te veo?
–Voltea la puta cara que estoy debajo de ti, maldita ciega de mierda– el profesor corto la escena antes de que el italiano pudiera subir al balcón y ponerse un poco agresivo.
–Lena, muy bien, debes practicar un poco, pero seguramente en algún tiempo serás la Julieta perfecta… Lovino… controla tus emociones, eres Romeo no un hooligan en un estadio de futbol. – Limpió sus lentes y suspiró – bien, Hamlet, ¡a escena!
Un tropiezo lo tenía cualquiera, pero para él, esto comenzaba a ser un nuevo record Güines, parecía que en cada una de las clases tenía un plan malévolo para arruinarla, en fotografía había dicho que tomar fotos era más un hobby que un verdadero trabajo, lo que le costó que lo mandaran a tomar fotos en diferentes ángulos a una margarita, para escultura fue el único que no logro moldear algo en plastilina y como si de un niño pequeño la hizo pegarse en el techo… Aun le quedaban dos más: Baile y Canto, se sentía aun resistir aquel tormento.
Entró sin muchas ganas a aquel salón donde se suponía aprendería a bailar, si existían los milagros. Era el último que faltaba por llegar, pues todos parecían un poco desesperados.
–Hola –le saludo alguien animoso desde el otro extremo del salón –Bienvenido, procura no llegar tarde la próxima vez
–No me digas que hacer con mi vida –mientras observaba a ese tipo, de piel morena, cabello castaño quebrado y ojos verdes, entendía porque las chicas se le quedaban mirando tanto cuando estaba de espaldas… ¡Vaya las cosas que uno se iba enterando de los humanos!
Coloco su mochila donde estaban la de los demás y se situó a un lado de alguien a quien no quería ponerle atención. Lo único que deseaba infinitamente era que esas dos horas de clase terminaran lo más pronto posible.
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