¡Hola a todos de nuevo!
Antes de empezar quisiera decir un par de cosas:
Escribo esto habiendo visto sólo algunas partes del episodio 6x06 "Fire and Brimstone". No tengo internet en casa ahora mismo por lo que utilizo uno público, pero va fatal así que no he podido ver el episodio entero. No obstante, la intríngulis y el ataque de Jisbon que me ha dado me han llevado a escribir sobre lo que meramente he podido ver una sola vez sin posibilidad de repetición. Lo he visto en inglés sin subtítulos así que la poca conversación que hay la he intentado traducir "fielmente" al diálogo original (o al menos la parte que recuerdo).
He decidido dejarlo tal y como termina el episodio, pero si queréis lo puedo seguir improvisadamente según mi visión de los posibles hechos, o bien podría convertirse en una serie de shots. Aviso de antemano que en caso de desarrollarlo no será muy largo (quizá tres o cuatro capítulos) y que por supuesto lo terminaría antes de que se emitiese el siguiente episodio el domingo que viene. Decidme en los comentarios qué preferís y si os gusta lo que habéis leído.
Nada más, espero que os guste. Las críticas constructivas son bienvenidas.
Impulsos
"No tienes ni idea de lo que has significado para mí... de lo que significas para mí. Gracias"
Esas palabras retumbaban en su cabeza. Aún podía recordar el escalofrío de emoción que le recorrió toda la espalda tras escuchar tales palabras del mismísimo Patrick Jane. Se había quedado sin habla, no supo ni cómo reaccionar, pero él la abrazó antes de poder pensar en algo qué decir. La abrazó con firmeza, pero lo hizo diferente de como lo había hecho hasta ahora. Arropó con sus brazos el punto de equilibrio en su vida con fuerza, apretando los ojos para poder controlar sus emociones. Por supuesto Lisbon no lo vio, pero pudo sentir su necesidad de despedirse como es debido de lo que le ha mantenido cuerdo durante tanto tiempo. Pese a quedarse algo cortada ella le devolvió el abrazo con la misma fuerza, aunque no dijo nada ya que no quería hablar más de la cuenta. No sabía por qué pero tenía la sensación de que esa iba a ser la última vez que le viese, y tenía razón. El muy desgaciado acababa de dejarla tirada tras mentirle a la cara descaradamente, jugando con sus emociones para variar, y encima se las había arreglado para quitarle no uno, sino los dos teléfonos mientras la abrazaba.
Lisbon estaba enfadada, cabreada, furiosa. Se sentía utilizada, humillada incluso; se sentía ingenua por pensar que dejaría que se metiese entre él y su estúpida venganza. Sin embargo, Jane había decidido llevarla a ver la preciosa puesta de sol para despedirse y confesarle sus emociones antes de dirigirse él solo al encuentro de los cinco posibles John el Rojo, lo que en parte contrarrestaba un poco su enfado.
Otro coche. Alzó la mano haciendo aspamientos, pero el vehículo pasó de largo como tantos otros. Empezaba a hartarse. Pese a ello, andar de noche le despejaba la mente, aunque en ese momento tan sólo le rondaba una pregunta. ¿Por qué? ¿Por qué se le "medio declara" y luego la deja tirada sin posibilidad de moverse o pedir ayuda?
"Para protegerme" respondió una voz dentro de su propia cabeza. Ella misma sabía la respuesta, y era precísamente eso lo que le hacía perder los nervios. No necesitaba protección. Ya había sobrevivido una vez al temible John el Rojo, y podía volverlo a hacer. Pero era la idea de imaginarse al indefenso de Jane delante de cinco potenciales sospechosos preparados para el combate y armados hasta los dientes lo que hacía que saltasen sus nervios. Esto por supuesto no se lo había dicho a Jane, pero realmente quería estar presente cuando intentase alguna cosa contra ellos para poder protegerle, para poder asegurarse de que no moría en el intento, o al menos no solo.
Hacía ya casi un año que había desistido en lo de arrestar a John el Rojo. Por supuesto que lo iba a intentar, pero sabía que las ansias de Jane eran mayores que su sentido del deber, ya que la justicia realmente justa sería matar a ese bastardo de la forma más lenta y atroz posible, aunque ella lo agilizaría con una bala en la cabeza por compasión; el sadismo nunca fue su punto fuerte.
De nuevo unas luces iluminaron la calzada. "Ya está bien de tanta tontería" se dijo a sí misma mientras se ponía en medio de la carretera sacando su placa del bolsillo. Al fin logró detener un coche, y no se andó con chiquitas a la hora de sacar al conductor del vehículo para arrebatárselo.
- Voy a llamar a la policía -dijo el conductor marcando ya el número.
- Sí, eso estaría genial.
Alargó el brazo para quitarle el teléfono de las manos y se metió en el coche del tirón. El hombre no podía estar más indignado, pero a Lisbon eso era lo que menos le importaba en ese momento. Era la primera vez que hacía algo así en los más de diez años que llevaba en el cuerpo, pero tampoco reparó en ello. Se llevó el teléfono al oído ya que el número ya estaba marcado y pidió refuerzos dando la dirección de la casa de Jane mientras se dirigía allí a toda costa. El siguiente número que marcó fue el suyo.
- ¡Jane!
- Hola, Lisbon -respondió en un tono áspero, más serio de lo que jamás había estado antes.
- Jane, no hagas esto, no sin mí.
- Mira... lo siento.
- ¡Jane, te lo estoy suplicando, estás en peligro!
- No va a pasar nada, estaré bien -dijo en un tono suave intentando calmarla.
- ¡No, no lo vas a estar! Si haces esto vas a tirar toda tu vida por la borda.
Un corto silencio hizo que su esperanza de hacerle entrar en razón creciese de repente. Jane dudó unos instantes, pero ni el menor atisbo de cordura o sentido común se le pasó por la mente. No iba a cambiar de opinión, no a estas alturas. Pensó en decirle un par de cosas, cosas que quizás debería haberle dicho cuando estaban frente a la puesta de sol, pero finalmente se limitó a esbozar una amarga sonrisa.
- Adiós, Lisbon.
- ¿Jane? ¡Jane, no...!
Demasiado tarde. El pitido al otro lado de la línea le hizo tirar el teléfono contra la guantera del coche y darle un segundo golpe al volante con toda su rabia. Ahora era la impotencia lo que le carcomía el alma. Iba a más de 50 quilómetros por hora por encima del límite permitido y seguía pisando el acelerador con todas sus fuerzas. Tenía que llegar antes de que Jane hiciese algo de lo que se arrepentiría toda la vida, o peor aún, antes de que se quedase sin ella.
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Al fin llegó a su residencia. Salió del coche casi de un salto, dejando las llaves puestas y la puerta abierta. Corrió hacia la puerta tan rápido como pudo; estaba cerrada. Aporreó el cristal mientras gritaba el nombre de su asesor. Estaba demasiado oscuro así que probablemente no se encontraban en la casa principal. Empezó a dar un rodeó aún con el corazón en un puño. Todo estaba demasiado silencioso. ¿Había llegado tarde?
Entonces vio la caseta y los respectivos coches. Había luz dentro. Se llevó la mano al cinturón mientras aflojaba el paso para coger aire. No tenía ni la más mínima idea de lo que podrían estar haciendo ahí dentro por lo que se acercó con cuidado. Sin embargo, un mal presentimiento hizo que se detuviese aún lejos de la puerta. Seguidamente, lo único que sintió fue como si fuego quemase sus ojos y cómo sus pies se despegaban del suelo. La caseta acababa de explotar.
Un grito ahogado salió de su garganta más por el susto que por el golpe recibido por parte de la onda expansiva. Afortunadamente, su buen olfato policial acababa de salvarle la vida. Terminó cayendo sobre hojas secas junto a unos matorrales bien cuidados. El frío de la noche causó en ella un par de espasmos, pues el golpe de calor que acababa de recibir hizo que se destemplara. Se incorporó sin levantarse del suelo y esperó unos segundos a que se le ajustara la vista, pero lo que vio le produjo casi arcadas.
La caseta de madera había quedado totalmente carbonizada. Las ventanas rotas, los cristales sobre los coches, también afectados por el lado de la explosión, y dentro tan sólo quedó la oscuridad. Miró con horror el interior de la estructura -o lo que quedaba de ella- sin tan siquiera poder parpadear. El corazón se le detuvo, la respiración se le entrecortó. Ahora se sentía más culpable que nunca por haberse dejado embaucar de esa manera, por haber accedido a meterse en el coche-cafetera de Jane y dejar que la guiase hasta un lugar tan bonito para despedirse de ella. Jane sabía que esto iba a pasar, por eso había deicido despedirse, por eso quiso dejarla al margen, por eso le había dicho adiós.
Lisbon se dio cuenta justo en ese instante, y un súbito sentimiento de frustración y odio hacia él encogió su pecho. La rabia que sentía en ese momento hacia él no tenía límites, y el dolor que sentía en su interior se transformó en pequeñas lágrimas que empezaron a deslizarse por sus mejillas sin que ella pudiese refrenarlas. Fue entonces cuando cayó en la cuenta. Lo que sentía no era odio, era amor.
