Hola people, no pensaba empezar ningún otro fic antes de acabar Una promesa de amor, pero hace varios meses me topé con este fic titulado Blendig love, y quedé enamorada de él. Es corto, son 12 capítulos, y no son muy largos. Me ha apetecido empezarlo, no sé por qué, porque tengo que hacer un montón de cosas, pero, bueno, sacaré tiempo.

Su autora es featherIshope y el original es en portugués. Espero que os guste tanto como a mí. La idea del fic le vino a la autora a través de una película, no me preguntéis, porque no sé su título

Sinopsis: Emma Swan es una universitaria medio perdida, que se está relacionando con un profesor casado y perdiendo el interés en su futuro académico. Comienza un nuevo trabajo, cuidando a Regina Mills, una mujer que sufre de una dolencia terminal... Poco a poco, al lado de Regina, la joven aprenderá a aprovechar el mundo, pero se acaba apartando cada vez más da su antigua vida.

Capítulo 1

Ella se miró en el espejo, los cabellos negros, sueltos, golpeándole los hombros, formando tirabuzones debido a la plancha, se puso el maquillaje: la máscara alrededor de los ojos para esconder las evidentes ojeras que allí estaban, después los polvos, el lápiz de ojo, rímel y por último su labial rojo. Se levantó, aún envuelta en su albornoz y vio al marido, Daniel ya estaba vestido con su traje gris y anudándose la corbata. Él le sonrió, ¡qué bella sonrisa tenía! Los cabellos claros, los ojos color miel, era el típico hombre que en la facultad arrancaba suspiros de las chicas, y eso incluía a Regina. Se dirigió al vestidor y sacó un vestido ceñido, negro, hasta la altura de las rodillas, con un escote en V y la espalda desnuda, sería perfecto. Por último, se puso sus tacones negros, se miró en el espejo una última vez, estaba bellísima. El negro era su color.

-¿Vamos? Nos están esperando, cumpleañera- Daniel dijo sonriendo y ella le devolvió la sonrisa. Se dirigieron al comedor donde algunos amigos íntimos de Regina y Daniel ya estaban ahí para la cena de cumpleaños de la morena.

Algunas horas antes

Regina había salido del despacho temprano, y corrido a casa con un ramo de rosas enormes que Daniel le había mandado a su trabajo. Llegó a casa y preparó todos los platos que serían servidos en la cena. Daniel llegó del despacho casi enseguida, se colocó detrás de su mujer y la besó en los hombros, ella estaba terminando de cortar las cebollas cuando Daniel puso los dedos en una de las vieiras que estaban encima del horno.

-Nada de eso, Daniel- le dijo Regina dándole un golpe en la mano –Espera algunas horas más

-No era necesario que estuvieras haciendo todo esto, no quisiste que te llevara a cenar- le dijo mirándola

-Sabes que adoro todo esto, adoro cocinar, adoro recibir a gente aquí- cogió un vaso para llenarlo de agua, pero este se resbaló de sus dedos cayendo dentro del fregadero, varios trozos se desperdigaron, Daniel se acercó por el otro lado

-Deja que yo lo limpio- dijo cogiendo los guantes, Regina rápidamente los cogió de sus manos

-No, déjalo, yo lo limpio, todo está bien, vete- dijo sonriendo

-Está bien- él sonrió, pasó por ella y cogió la vieira poniéndosela en la boca y guiñando un ojo a su mujer que movía la cabeza.

En cuanto el marido hubo salido, ella miró hacia el vaso roto, miró su mano. Estaban secas, el vaso estaba seco, no tenía por qué haberse resbalado. Se colocó los guantes y recogió los trozos, los dejó encima de un papel de periódico para después tirarlos a la basura.


Regina estaba sirviendo las vieiras cuando se detuvo al lado de Kate y Marian, Marian estaba casada con uno de los socios que trabajaban en el buffet de Daniel, y Kate conocía a Regina desde el colegio, y el tiempo no había roto esa amistad.

-Canapés de vieira, ¿de verdad?- dijo Kate

-No es nada, coged- dijo Regina

-Estás deslumbrante, querida, tu cuerpo en ese vestido se ve maravilloso- dijo Marian

-Parezco una cama deshecha- dijo ella riendo

-Siempre dices eso, pero estás siempre deslumbrante- dijo Kate


Daniel estaba sentado en el extremo de la mesa, Regina en la otra punta, y al lado estaban Robin, Marian, Kate y Dylan, junto con otra pareja Amy y Elliot. La cena ya había sido servida, todos estaban comiendo y riendo de los recuerdos y de algunos chistes de Elliot.

-Recuerdo que Regina me rechazó tres veces- dijo Daniel apuntando el cuchillo hacia la mujer –Tres veces- dijo de nuevo

-Lo hice porque él tardó dos años en darse cuenta de que yo existía- sonrió bebiendo un sorbo de vino

-¿Y cómo llegasteis a juntaros?- Dylan preguntó

-Cuenta, amor- dijo Regina

-No, puedes contarlo tú- ella sonrió, sonrojándose

-Robin me dijo que yo estaba bien cuando me ponía BIEN bebida, estoy segura de que Daniel lo hizo mejor- miraron a Regina

-Él dijo "Me gusto más cuando estoy contigo"- miró a los ojos miel del hombre, que ahora estaba a su lado, le dio un piquito

-Ah, Regina, mi esposa linda que hoy cumple 37 años. Cuando la vi hace quince años, dije "tengo que conocer a esa muchacha", y mirad ahora, una increíble mujer. Feliz Cumpleaños. Quince años, Regina y solo estamos comenzando- dijo dándole un beso –Te amo

-Yo también te amo- le extendió una cajita, la morena la abrió y dentro había una cadena de oro blanco, Regina lo miró seria

-¿No te gusta?- dijo preocupado

-Sí, me gusta, y te amo mucho, solo que vosotros- señaló a todos en la mesa enseñando la cadena –os equivocasteis- todo sonrieron

-¿Apostasteis sobre lo que le iba a regalar?

-Sí, y yo gané, como has dicho Daniel, quince años, te conozco my bien- le dio un piquito


-Estoy a tu lado y me siento feliz- Robin tocaba las teclas del piano horrorosamente mientras cantaba una canción que se acababa de inventar

-Deja que Regina toque, Robin, ya has destrozado bastante el piano- dijo Marian, Robin resopló y se levantó. Regina le sonrió y se sentó

-El piano está desafinado, Regina- dijo Robin

-Has estado increíble, Robin- le dijo al hombre. Miró al piano, puso un dedo en cada nota y comenzaron a moverse, en cada tecla negra, en cada tecla blanca, estaba interpretando Fantasie, en F menor, Op. 49 de Chopin. Los dedos iban y venían en una armonía que extasiaba a quienquiera que estuviera escuchando. De las cosas que amaba Regina hacer, tocar el piano era una de ellas. Recordaba que tocaba con su padre cuando tenía cinco años en las noches de invierno, y calmaba su corazón. Regina viajaba a otro universo cuando tocaba esas notas, un universo solo de ella, de ella y de la melodía. Regina miraba ahora las teclas, se equivocó en una nota e intentó volver a la última parte.

-Es la primera vez que se equivoca- dijo Marian sonriendo, Kate la mandó cerrar la boca, haciendo un "shhh"

Regina terminó de tocar y recibió aplausos por parte de sus invitados. Ella miraba las teclas, su mano aún encima de ellas, vio su pulgar y el meñique temblando, no escuchó los aplausos, no escuchó a su marido diciéndole que había sido hermoso, ella solo conseguía mirar su mano que temblaba y pensar en la nota que había fallado, y en lo que había sucedido para equivocarse en una melodía tan conocida por ella.

Año y medio después

El sonido estridente del despertador se escuchó, una Emma somnolienta refunfuñó y se giró hacia un lado, el aparato continuó sonando, abrió los ojos y se deparó con un hombre a su lado, durmiendo.

-Mierda- se dijo a sí misma, miró el despertador que seguía sonando, eran las 08:15 de la mañana, Emma desorbitó los grandes ojos verdes –Mierda- se levantó y comenzó a correr por la estancia solo con las bragas y el sujetador, buscando su ropa –Mierda…mierda…- se acercó al hombre desconocido dormido y tiró de su pie –Eh, tú, despierta y lárgate- el hombre abrió los ojos y se sentó

-¿Quieres una más?

-No, quiero que te levantes y te largues- dijo ella poniéndose la blusa de Harry Potter que estaba en el suelo

-No era eso lo que decías anoche- dijo él levantándose, completamente desnudo

-Te he dicho que te largues- miró al hombre –Bah, ponte algo y sal- dijo tirándole los vaqueros a su cara, corrió al baño y se puso los vaqueros rasgados y sus botas negras, cogió la pasta de dientes que estaba en el lavabo y se puso un poco en el dedo, pasándoselo por los dientes.

-Al menos me acuerdo de tu nombre, Emma Lis, pero solo tu madre te llama así, y ella te llama así cuando está enfadada, sobre todo porque últimamente solo bebes y has cambiado de estudios tres veces en los últimos tres años.

-Ponte la ropa y vete- dijo con la cara manchada de pasta de dientes, se puso una chaqueta roja y salió de la casa, con el hombre cuyo nombre no recordaba tras ella. Cogió una botella de agua que tenía en la mochila y tomó un buche, hizo gárgaras y escupió en la acera, tenía una multa en el parabrisas, la cogió y entró en el coche, abrió la guantera y metió la multa en ella –Quédate ahí con las otras- dijo cerrándola. Encendió el motor y junto con él resonó una alta música, la apagó rápidamente y arrancó. El muchacho, que ni sabía quién era, estaba delante del coche –No es necesario que nos demos los teléfonos, ni esa cosas, ¿ok?- dijo dejando al hombre atrás.

Emma llevaba una vida completamente loca, vivía con la amiga, Ruby Luccas, en un apartamento, actualmente estudiaba Derecho, pero lo odiaba. Últimamente odiaba todo, menos beber y salir con su amiga todos los fines de semana a un bar, el Rabbit Hole.

Llegaba tarde a una entrevista, iba a cuidar de una mujer que tenía una enfermedad degenerativa. Emma nunca cuidaba de nadie, ni de ella misma, pero necesitaba el trabajo, ya que sus padres no le estaban ingresando nada. Se detuvo frente a una casa que más parecía una mansión de lo grande que era, tocó el timbre y esperó, mientras esperaba encendió un cigarrillo y se lo puso entre los labios.


Regina se despertó esa mañana con la voz de su marido llamándola, le dio un beso en los labios y esperó a que se despertara. Regina no quería despertar, se sentía últimamente una inútil. Inútil por no poder hacer nada más sola, inútil por tener esa maldita enfermedad y necesitar a alguien para ayudarla en todo.

Regina había descubierto la enfermedad año y medio antes, cuando los síntomas comenzaron a aparecer, buscó un médico y tras varios exámenes, descubrió que tenía ELA. Se sintió como si se hundiera en un pozo. Nadie podía ayudarla, sabía que al final de todo, moriría, solamente no quería arrastrar a más personas con ella.

En cuanto abrió los ojos, el marido la cogió en brazos y la llevó al baño, la sentó en la silla. La desvistió y le dio un baño. Por más que Regina intentara hacer las cosas sola, no podía. La enfermedad le estaba afectando a los músculos y apenas conseguía mover los brazos y las manos.

Daniel terminó de bañarla y la secó, le puso unos pantalones negros y una blusa de salir azul clara, le cerró los botones, y dejó los cabellos mojados sueltos.

Regina, sentada frente al espejo, vio al marido maquillarla, pasando la base correctora por las ojeras, que ahora eran mucho más visibles, le pasó los polvos, el rímel, el lápiz de ojos.

-Quiero yo ponerme el pintalabios- dijo con la voz algo más grave –Vas a retrasarte

-Regina, aún tengo treinta minutos, da tiempo- dijo cogiendo el labial de su mano y pasándoselo en sus labios –Creo que la señora Bell llega tarde- dijo mientras cerraba el labial

-Ya no vendrá más- dijo y Daniel la miró

-¿Cómo es eso? ¿No va a venir en todo el día?

-La despedí

-¿Por qué has hecho eso, Regina? No puedes quedarte en casa sola

-Me hacía sentir como una paciente, y no lo soy

-Regina, finalmente encontramos a alguien eficiente, alguien confiable y flexible que puede estar aquí cuando yo tenga que salir temprano. No puedes decidir las cosas sola. Voy a llamar a Robin y…- fue interrumpido por la mujer

-Voy a entrevistar a una persona

-Es una locura- terminó de hablar y escuchó el timbre -¿La vas a entrevistar ahora? ¿Sola?- preguntó

-Ve a trabajar y yo la entrevistaré. Aún puedo hacer eso sola- se levantó cogiendo el andador articulado –La entrevistaré y tú la conocerás más tarde.

-No, no vas a hacer esto sola- dijo cogiéndola en brazos y llevándola a la sala. Daniel caminó con Regina hacia la puerta y se paró al lado de ella. Regina abrió la puerta y vio a una muchacha de espaldas con los cabellos en una coleta de caballo mal hecha, con algunos mechones sueltos, la muchacha pareció asustarse, se giró y dejó el cigarro, apagándolo en uno de sus maceteros.

-He venido a la entrevista por lo del empleo. Hola, soy Emma Swan- extendió la mano.