Joey era.

Joey era un inútil. Era imbécil, retrasado, medio lerdo, era anormal. Era un capullo, era gilipollas, tenía pocas luces, se pasaba los días y las noches empanado. Joey era el guiri, el rarito, era el alemán. El peloescarola, pelocho, borde, inestable, despistado, Joey era un caos. Joey se había perdido tantas veces como escaleras tenía el castillo, Joey se había quedado dormido un domingo para despertarse un martes gritando que se había saltado Herbología.

Joey le echaba café a sus pociones, se dormía en Encantamientos y jugaba al tres en raya en Adivinación, y lo curioso es que lo hacía consigo mismo.

A veces se levantaba con el pie derecho, otras con el izquierdo, a veces se caía y en realidad la mayoría de las veces ni se levantaba. Se enfadaba en alemán y en todos los idiomas necesarios y se comunicaba a base de canciones. Creía firmemente que, si ponía Beginner's Luck a escala mundial, el universo se convertiría en una enorme e infinita pista de baile. No sabía bailar, pero eso era lo de menos. Siempre podía aprender.

Joey era aquel chico que hablaba poco y decía mucho, que venía de Durmstrang, que nada se sabía de su familia salvo que se apellidaba Lestrange. Poco más.

Dicen que las primeras impresiones son engañosas, que enturbian la vista como gotas de agua empañando un cristal. Claro que los cristales son muy difíciles de limpiar. Siempre se queda una mota, una huella, siempre hay un detalle delator que siempre se pasa por alto. Los cristales son como la mente humana; traslúcidos y a la vez imposibles y acostumbran a estar sucios, acumulan polvo y acumulan rastros, y por mucho ahínco con el que se frote esos rastros siempre estarán ahí.

Por mucho que se dijese de él Joey no era tonto. No era retrasado, no tenía pocas luces, aunque no por eso dejase de ser un capullo. Joey fingía y debajo de aquel aire desinteresado y debajo de aquel pasotismo observaba, retenía y de vez en cuando hasta pensaba. Veía cosas y de las cosas que veía, contaba la mitad. Porque él no era extremadamente inteligente, no tenía el espíritu de los merodeadores -y de hecho pensaba que la mitad de las historias de sábados nocturnos sobre aquellas cuatro leyendas omnipresentes eran inventadas-, no resistía más de media hora subido a una escoba, abandonaba la cena a partir del segundo plato y se pasaba la mitad de las noches estudiando. O al menos un cuarto. Porque las otras tres cuartos buscaba otros entretenimientos. Su entretenimiento tenía nombre y apellido. Retaco, enana, pelirroja, ewok, Ginny Weasley.

La primera vez que la vio correteando por los pasillos con los cordones desatados y cara de pánico porque llegaba tarde a Herbología lo único que pensó era "qué lleva en la cabeza" y "corre raro". Más tarde descubrió que aquella era la chica sentada delante de él en pociones y que no llevaba nada en la cabeza, sino que era su pelo que era natural que era rojo y creyó que se le inflamarían las pupilas de tanto mirarla /no tan/ disimuladamente como habría querido.

-¿Qué problema tienes con mi pelo?

-Es rojo.

-Y tú eres nuevo.

-Qué observadora.

-¿Verdad que sí? Soy tan observadora que incluso sé que tu clase de Runas Antiguas empezó hace... más de un cuarto de hora. Yo correría.

Joey masculló un "mierda" antes de salir corriendo dirigiéndole un último vistazo de desdén y curiosidad. Huelga decir que la curiosidad era ÚNICA y exclusivamente por el pelo. En clase de runas no prestó atención. Como de costumbre. Se dedicó a hacer garabatos en el papel; era incapaz de dibujar dos ojos a la misma altura. Aún había esperanza para él, aún podía aspirar a ser un futuro Picasso.


Es increíblemente corto y ridículo y carente de sentido pero oye es lo que hay. Tal vez con suerte lleguen más capítulos y todo, quién sabe (no). Joey, recuerda que todos los insultos hacia tu persona son con amor (no x2).