Capítulo 1: ¿A dónde vas?
Había partido de Seattle esa mañana. Había recorrido unos 110 kilómetros cuando el auto se quedo sin gasolina. Estaba en un páramo vacío y no había una sola estación de servicio a la vista.
- Mierda.- exclamé.
Revisé el baúl, sabiendo que era en vano, que no iba a aparecer un bidón con combustible allí, pero la verdad es que no sabía qué hacer.
Regresé al auto y me senté. Busqué el mapa que estaba en la guantera y me desanimé al notar que la ciudad más cercana estaba a diez kilómetros. No podía caminar hasta allí y volver antes del anochecer.
Tomé mi mochila y una maleta que estaban en el asiento trasero, cerré las puertas del auto, arrojé las llaves a un pastizal muy crecido que había a mi derecha y comencé a caminar.
Hacia un calor de mil demonios, eran las tres de la tarde más o menos. Hacia rato que no veía pasar ni un solo auto, estaba completamente sola.
Me alejé de a poco del auto, sin siquiera mirar atrás. No me importaba para nada dejarlo allí, de todos modos no era mío.
Vivía en Seattle durante vario tiempo, aunque había nacido en Nueva Orleáns. Compartía un departamento pequeño con mi novio desde hacía dos años, Joe. La noche anterior había entrado a casa después del trabajo, pensando en descansar un poco y conversar con él, y me llevé una muy grata sorpresa al encontrarlo en mi propia cama con una despampanante rubia.
- No es lo que crees, juro que no.- decía una y otra vez, cubriéndose el cuerpo desnudo con mi edredón favorito.
- Ah, si, ¡ya veo! Están jugando a las caras, ¿no?- grité con furia.- Imbécil. Por mi puedes irte a la mierda.
Lo eché de la casa, aunque volvió esa misma mañana. Discutimos un buen rato, hasta que tomé mis cosas, que ya había preparado y también las llaves de su auto. Ese auto que tanto amaba y le había costado años de esfuerzo y trabajo duro comprar.
- ¡Kari! ¿Qué estas haciendo?- chilló en cuanto me vio subir al auto. Corrió a la par del vehículo durante al menos dos calles, hasta que aceleré tanto que lo perdí de vista.
Con una sonrisa de satisfacción en el rostro, me alejé de allí.
Así que ahora allí estaba. El maldito auto se había quedado sin combustible y yo caminaba bajo el sol de agosto.
Cuando me hube alejado bastante, alrededor de tres o cuatro kilómetros, encontré una roca enorme a un costado del camino. Me senté allí, incapaz de seguir por el momento. Saqué de mi mochila una botella de agua y le di un gran trago. Escuché un ruido como de motor acercándose poco a poco. Me levanté de un salto y miré a la distancia.
Una camioneta roja venía en dirección al sur. Cuando estuvo lo suficientemente cerca para verme le hice señas. Pasó a mi lado sin hacerme caso. Hubiese dado lo mismo que le pidiera a la roca que me llevara.
Tenía planeado ir a Los Ángeles. No sabía exactamente por qué. Al plantearme un rumbo, fue el primer lugar que se me cruzó por la mente y me atrajo bastante la idea. No estaba atada a ningún sitio y eso me daba libertad de elegir.
Miré el reloj. Eran las cinco y media. En un par de horas estaría oscureciendo y no deseaba seguir allí.
Antes de lo que imaginé, oí otro vehículo acercándose. Esta vez venía del lado contrario, pero lo detuve de todas formas. Lentamente aminoró la marcha. Corrí hacia la ventanilla que se abría y me asomé al interior de un auto blanco algo destartalado.
- ¿A dónde vas?- me preguntó un hombre gordo y barbudo.
- ¿A dónde puede llevarme?- dije yo en cambio.
- Voy a Seattle.- respondió y me desilusionó mi mala suerte.
- Bueno, gracias de todas formas.- me di media vuelta y me alejé de él.
Volví a sentarme en la roca a esperar. Me estaba dando hambre. No comía nada desde el desayuno. Maldecí en silencio al auto. A esa hora ya podría estar en Pórtland o cerca de allí.
Me estaba adormeciendo por culpa del calor y el cansancio, sin tener en cuenta el hambre, cuando escuché a lo lejos un auto y música. Me levanté y, poniéndome la mano sobre la frente porque el sol me daba en la cara, escudriñé a lo lejos. Un auto negro, último modelo y con vidrios polarizados se acercaba a buena velocidad. Le hice señas, pensando que alguien con un vehículo así jamás se detendría.
Sin embargo, estaba equivocada. Se detuvo en cuanto me vio. Me paré en la ventanilla del acompañante y esperé a que la bajara para poder hablarle.
Dentro del auto había una sola persona: un hombre, que rondaría los veinticinco años, con cabello rubio muy claro algo desprolijo, esbelto y aparentemente no muy alto. Llevaba lentes de sol negros y una camisa del mismo color, con una inscripción en color púrpura sobre un dibujo blanco, y un jean. Me resultó bastante atractivo.
- Hola, gracias por detenerte.- dije, porque fue lo primero que me vino a la cabeza.
Me pregunté si el sol me estaría afectando.
- No hay por qué.- contestó sonriendo.- ¿A dónde vas?
- A cualquier parte donde puedas llevarme.- respondí, pensando que tal vez podía dejarme en algún lugar donde pudiera dormir esa noche.- Voy a Los Ángeles, pero si vas a otro sitio, me viene bien de todas formas.
-Estás de suerte porque yo también voy a Los Ángeles.- dijo y sonreí.- Trae tus cosas.
- Gracias, muchas gracias de verdad.- grité mientras corría en busca de mi maleta y mi mochila, que había dejado sobre la roca. Él me abrió la puerta para que me sentara a su lado.
- ¿Quieres poner eso en el asiento de atrás?- preguntó.- Así iremos mas cómodos.
- Claro, como tú quieras.- entré al auto, me senté y me giré para apoyar las cosas en el asiento trasero.- Ah, por cierto, soy Kari.
- TK. - dijo él a su vez, tendiéndome una mano que yo estreché.
-Lindo nombre.- comenté con una sonrisa al mismo tiempo que se ponía en marcha.
Me devolvió el gesto. El auto fue tomando velocidad y comenzamos el viaje, TK y yo.
14 capítulos, una historia bastante cortita que ya tenía preparada desde hace tiempo (en el 2006 la hice, ahora sólo la adapté a Takari) espero que les agrade... :)
PD: Perdón por errores ortográficos, no sé por qué se borraron los acentos cuando pasé el documento acá y aunque la corregí, si me faltó alguno, perdón.
