¡Hola! Apuestas son apuestas, y yo perdí una con Alchemya :"v como habrán notado, tuve que cambiar mi imagen de perfil y username, pero, había otra parte de la apuesta, la cual consistía en que debía publicar algo para que todos vean lo anterior (ay de mí) y aquí está, un fic que será algo corto, creo yo, serán unos cinco capítulos que trataré de escribir este mes... Deséenme suerte.
Disclaimer: Vocaloid no me pertenece, uso sus personajes y canciones solo con fines de entretención y sin animo de lucro. Solo esta historia me pertenece, si alguien desea adaptarla, publicarla en otro medio o recomendarla agradezco me informe, gracias.
Coup-de Grace
Su carroza se movía velozmente, o, al menos todo lo que podía. Ella aún no comprendía cómo fusionaba aquel extraño y nuevo artefacto, aunque, lo importante era que llegaría rápido, o al menos más de lo que un carruaje de caballos lo haría. Los científicos de Tales habían dicho que era una máquina, una palabra que no significaba nada para ella, totalmente ajena y extranjera, tanto como los científicos de Tales que lo habían presentado ante su padre, como un regalo de aquel país a Velt. A ella no le importaba eso, sabía que era solo un pretexto para mostrar su desarrollo y avance, según ellos, propiciado por la implementación de un nuevo modelo de gobierno; uno sin monarquías, reyes o herederos, en Tales no habían plebeyos ni nobles, no habían feudos, todos los ciudadanos eran iguales, todos tenían los mismos derechos —otra palabra ajena—, entre ellos, decidir quién los gobernaría.
Sin embargo, lo que sucedía en Tales no era importante para ella, no ahora, ya que, ella se dirigía a Mizuiro, el país vecino de Velt. Si bien, ella sabía que Velt no era un paraíso, si era mucho mejor que Mizuiro. Velt era un país monárquico, sí, tenía un rey, nobles con miles de hectáreas a su servicio y plebeyos que trabajaban esas tierras para llevar alimento a sus mesas, pero, a diferencia de Mizuiro, en Velt aquellos trabajadores no eran esclavos que debían producir desde que nacían hasta su muerte sin recibir una compensación o un pago por ello. Además, ella no confiaba de un rey que daba órdenes y tomaba decisiones sin la existencia de un senado, un congreso, un tribunal o al menos un consejo, en su mente, el Rey Zeito no era más que un dictador con ínfulas de dios.
Y esa, era la causa de su molestia, no era por tener que ir a un país vecino, no era por ir en esa extraña cosa, ni siquiera por el molesto clima frío. Era porque al ser la quinta en la línea de sucesión al trono, a su padre se le ocurrió la genial idea de casarla con el príncipe heredero de Mizuiro, Kaito Shion. Esto era tan molesto, Hatsune Miku no era una chica que deseara poder y lujos, ella ni siquiera deseaba el trono de su país, ella quería ir por el mundo y explorarlo, quizás encontrar el amor y vivir una vida tranquila. Todo había estado bien hasta ahora, Miku sabía todo lo que estaba mal con Mizuiro y lo peor, sabía que no podía hacer nada para cambiarlo, Kaito sería el que tomaría todas las decisiones una vez su arrogante padre muriera.
Miku soltó un nuevo suspiro, uno más que se llevaría consigo sus pesares. Dejó de observar por la ventana y giró su vista al otro lado, ella agradecía que al menos, no hacía ese viaje sola, la acompañaban su siempre leal sirviente Rin Kagamine, una rubia algo enérgica y malhumorada, junto a su hermano gemelo, Len, quien siempre ha estado a cargo de su seguridad. Ella se preguntó porque se le habían asignado ese par de hermanos, y más aún porqué ellos decidieron entregar su vida para servir al reino de Velt y a ella. Pero, en esa máquina no solo estaban sus fieles sirvientes, también se trasportaba su hermana mayor y segunda en la línea del trono, Gumi, su función sería presentarla formalmente en nombre de su padre. En teoría, ese trabajo recaía sobre el rey y en caso de que el no pudiera, el príncipe heredero, pero ambos tenían compromisos ineludibles, eso o no le importaba mandar a su hija menor como mercancía.
—Ya casi llegamos mi señora—Len le informó, él sabía que ella no estaba interesada en saber aquello, solo quería acabar con aquel silencio de muerte, ya que Miku actuaba más como alguien que iba en una caravana fúnebre que en una nupcial.
—Gracias, Sir Len—ella le brindó una suave sonrisa, pensando que él o cualquiera que iba en ese estrafalario vehículo no eran culpables de nada. Ella incluso no culpaba a su padre, de alguna forma, todos estaban atrapados en las conveniencias sociales acordadas mucho tiempo antes de que nacieran, el mundo ya era el mundo cuando sus ojos aguamarinas lo miraron por primera vez.
En ese momento, ante sus ojos se alzó la ciudadela, sobresaliendo una torre en medio, hecha de lo que parecía roca caliza y mármol, a su lado, un imponente castillo blanco, no tan alto como la torre y circundando a la fortificación. Desde este punto del camino, también se podía apreciar lo que parecía una catedral, el espacio del mercado público y las zonas marginales. Su carruaje que podía moverse sin caballos mágicamente —porque para ella era magia—descendió en una bajada y pronto estuvo ante una gran puerta de hierro, ferozmente vigilada.
—¿Quién quiere entrar? —Escuchó preguntar a uno de los guardias.
—La princesa Gumi, segunda en la línea de sucesión del reino de Velt y la princesa Miku quinta en la línea de sucesión del reino de Velt y prometida del Príncipe Kaito Shion, primero en la línea de sucesión del Reino de Mizuiro.
A Miku le pareció estúpido todo ese protocolo, pero así eran las cosas en este mundo. Ella a veces deseaba poder hacer algo para cambiarlo.
Las puertas fueron abiertas e ingresaron a la capital y principal fuerte de Mizuiro. Miku estuvo muy interesada en ver por la ventana, queriendo saber cómo eran las cosas en el que pronto sería su nuevo hogar. Ella no supo si sorprenderse o no por la gran cantidad de personas que vio con un exceso de delgadez, muchas en las calles pidiendo una limosna y otras trabajando como si solo habían hecho eso en su vida.
Por otro lado, aunque aquella maquina era nueva, ya varios nobles la poseían en Velt, incluso, cada heredero era poseedor de uno, técnicamente en el que viajaban era de Miku. En cambio en este lugar, muchas personas dejaban de hacer lo que debían por voltear a ver a ese extraño artefacto. O Tales no había mostrado su gran invento a Mizuiro, o los nobles no tenían lo suficiente para gastar en él.
Una vez su carruaje se detuvo frente a las puertas del castillo, dos filas de hombres en uniformes militares blanco como la luna, con una línea azul en los costados alzaron sus espadas, una trompeta sonó y una joven castaña con un vestido rojo y un chico de cabellos azules con un traje formal salieron a su encuentro.
El primero en bajarse fue Len, quien traía puesto su uniforme de gala, un traje negro con líneas amarillas y su espada en su costado izquierdo, quien tendió su mano a Gumi; quien debía apearse primero debido a su mayor rango, y seguido a Miku. Rin bajó por sus propios medios, no era una noble que mereciera atención.
Kaito, un joven al que Miku no le ponía más de veinticinco, de rostro suave y delicado, se mostraba serio, aunque ella creyó ver por un segundo una expresión de alivio al verla a ella.
Miku no se consideraba una mujer excepcionalmente hermosa, pero sabía que poseía cierto encanto. Ella era una joven de tan solo veinte años, baja estatura, fina figura, poseía un extraño, pero característico cabello verde de su familia, aunque su tono era un poco menos verde de lo usual, teniendo manchas azules. Ella usualmente lo llevaba en un par de coletas, pero, debido a lo importante de aquel acontecimiento, lo tenía suelto, solo sostenido con una ligera y delgada trenza. Su vestido blanco le hacía ver más inocente de lo que en realidad era y sus ojos aguamarinas observaban todo con interés.
—Bienvenida a Mizuiro, mi señora—, saludó cortésmente la chica de cabellos café—esperamos que su estadía aquí sea la mejor.
Miku pudo distinguir algo de rencor en su tono, pero, no había forma, ella jamás había visto a esa mujer en su vida.
—Soy la marquesa Sakine Meiko, estaré a su disposición durante su estancia y hasta la ceremonia, por órdenes del Rey seré la dama de honor de su boda con el príncipe—Meiko señaló al joven de cabellos azules, Miku asumía, era la manera formal de presentarse.
—Muchas gracias Marquesa Sakine—Gumi habló fuerte y claro—Soy la princesa Gumi, segunda en la línea de sucesión del reino de Velt, en nombre del Rey Kei, presento a la princesa Miku quinta en la línea de sucesión del reino de Velt, para comprometerse en matrimonio con Kaito Shion, príncipe de Mizuiro.
Todo el mundo dio una reverencia, menos Kaito y Miku, quienes por protocolo, debía hacerlo uno al otro cuando los demás estuvieran erguidos.
Luego de las formalidades y pretenciosas presentaciones, Miku fue llevada a un gran salón, donde fue presentada ante muchos nobles, cada uno dueño de un feudo o heredero de uno. Durante la velada escuchó tantos apellidos que no podria recordar, se le presentó al hijo, del hijo, del hijo de tal casa. Ella sabía que eran formalidades, pero, que también estaba siendo juzgada, los hombres imaginándola desnuda y las mujeres criticando su vestido y peinado.
La noche arribó y todos los invitados fueron llevados a una sala donde una gran mesa estaba lista, al parecer la tertulia finalizaría con una cena. Miku fue dirigida en el asiento al lado de la cabecera, en el lado izquierdo a su lado estaba su hermana mayor, al frente de ella estaba Kaito, a su lado Meiko. El espacio vacío ella asumía pertenecía al rey. Nadie hizo un movimiento, hasta que las puertas a su espalda fueron abiertas, el sonido de dos trompetas inundó el silencio y todo el mundo se puso de pie. Solo el ruido causado por los pasos en el frio mármol se escuchaba, un hombre muy parecido a Kaito, pero mayor y de cabellos negros se posicionó al frente todos hicieron una leve reverencia y se sentaron después de haberlo hecho el rey.
Un sirviente llenó de vino tinto una copa de Zeito y este la levantó, luego habló con voz fuerte y clara—Es un placer para mí tenerlos a todos ustedes compartiendo esta gran felicidad de mi familia conmigo. Mi hijo—señaló a Kaito—algún día gobernará este reino, junto con su hermano—señaló a un hombre que Miku no había notado, un chico demasiado parecido a ellos, con un uniforme militar de gala mucho más elaborado que los demás, él no estaba sentado en la mesa, en su lugar, estaba detrás del rey, cerciorándose de su seguridad—el general Daito, pero, él no puede hacerlo solo—se tomó una pausa y dirigió su mirada, hasta ahora fija en nadie en particular, a Miku—para ello necesita de alguien a su lado, a una persona capaz de llevar este reino a su máximo esplendor, a alguien que haya sido criado para gobernar, a una persona proveniente de un linaje puro, y lo más importante, alguien que nos permita crear puentes de paz y amistad con otros reinos, por esto, ante ustedes, presento a la princesa Hatsune Miku, hija del Rey Kei de Velt y quinta en la línea de sucesión del reino de Velt—, Miku tenía el presentimiento de que si alguien la llamaba así nuevamente, lo golpearía—Un brindis por ella.
Al finalizar su palabrería, todos alzaron sus copas, previamente llenadas del mismo vino, chocaron unas contra otras y luego tomaron aquella bebida.
La cena transcurrió con normalidad, Miku fue interrogada por el rey, quien quería saber más de ella y su familia. Él había ido varias veces a Velt y hablado con su padre, por lo que ella sabía que no tenía interés en ella, sino que cumplía con formalidades.
Una vez acabada la larga jornada, Miku fue llevada a la habitación en el área donde se hospedaban los nobles invitados, ella agradecía que su hermana estaba en la habitación de al lado, al parecer, tendría que residir allí en lo que se realizaban todos los preparativos de la boda, ella asumía serían unos dos meses. Len y Rin por su lado, fueron llevados a la zona donde residían los sirvientes del palacio.
Miku cayó profundamente dormida, agotada de los sucesos de aquel día, esperando que el siguiente fuese más tranquilo.
El siguiente día fue como Miku pensó, se le llevó por varios lugares, primero un desayuno ligero en el gran salón, aunque esta vez no contó con la presencia del rey o el príncipe, luego un recorrido por todo el palacio, siguiente, fue llevada en un carruaje fino tirado por caballos y una legión de soldados protegiéndola—ella pensó que eso era ilógico y una señal del tipo de gobernante que era Zeito, un rey no necesita protegerse de su pueblo—a la casa de una chica que le había invitado la noche anterior, la hija del Duque Furukawa, Miki, quien la había invitado a almorzar, al parecer le había caído bien a la joven, o al menos, era de las pocas que no le pareció que le habló cínica y mordazmente.
Al parecer, todos los nobles querían conocerla, eso o era el juguete nuevo, luego del almuerzo— el único momento donde tuvo una agradable conversación— en el hogar de los Furukawa, fue llevada a la residencia de los Akita, una familia bastante prominente, allí en el salón de visitas, Neru, la actual condesa del ilustre linaje, presidió una tarde tomando el té, donde Miku pudo entablar conversación con otras jóvenes nobles invitadas… Miku tenía el presentimiento que Neru solo quería presumir de haber conseguido más rápido que otras familias la presencia de ella en su hogar. A veces Miku olvidaba que la nobleza vive de las apariencias y sobre todo, que ella sería la reina de aquel lugar.
El sol caía y la noche llegaba, se suponía que ella debía ser llevada de vuelta al castillo, pasar lo que quedaba de la tarde en su cuarto y luego asistir a la cena con su futura familia en ley. Sin embargo, para dicha cena faltaban bastante tiempo, sumando al hecho de que ella realmente quería conocer Mizuiro, no a sus nobles y excéntricas casas, ella quería caminar sus calles, hablar con su gente, comprar alguna baratija linda que no le serviría de nada… así que, teniendo en cuenta que ni Rin ni Gumi se encontraban con ella, ya que tenían que acordar asuntos de la boda con la Marquesa Meiko y que Len no sabía negarse a sus pedidos, le solicitó al conductor de su carruaje que se detuviera y la dejara llegar caminando al palacio, este inicialmente se negó, argumentando que era peligroso o que estaba lejos, pero dicho conductor no era consciente de que Miku era una persona muy testaruda, además de muy persuasiva, por lo que, al lado de su fiel caballero, comenzó a recorrer las calles de la capital de Mizuiro.
Miku estaba demasiado feliz y entretenida caminando las calles, apreciando las cosas a la venta, los colores de las casas, lo amable de su gente, lo impresionantemente complicadas de sus callejones, aquella ciudad se le parecía más un laberinto que una capital.
Y quizás todo hubiese sido como siempre, hasta que notó a lo lejos a una joven muy hermosa, de canellos largos de color rosa, Miku no comprendía porque, pero la joven captó toda su atención, lo grácil de sus movimientos, lo amable de su sonrisa, lo increíblemente blanca y perfecto de su piel, para nada como la de las personas a su alrededor, todos dorados por el sol o con algunas cicatrices. Miku se sentía totalmente superficial, pero, quería conocer a esa chica, por lo que sutilmente la siguió, aunque la demasiada llamativa armadura de su caballero no ayudaba a su misión secreta. Por esto, Miku le pidió amablemente a Len que le permitiera seguir a la chica, pero con él a unos metros de ella, el joven ni siquiera intentó objetarle, sabiendo lo inutil que sería eso con Miku.
La joven parecía seguir un camino herratico, desordenado, no parecía ir a algún lugar concreto. Miku se preguntó el porqué de esto, pero no desistió de su objetivo, tratar de acercarse a la joven. Al final, la chica pareció llegar a un lugar, parecía la entrada a una destartalada casa, Miku dudó en ingresar también, pero, si había algo malo dentro, Len la rescataría. Ingresó y siguió un largo pasillo, al final, llegó a lo que parecía una gran plaza subterránea, llena de gente con ropajes que indicaban ser se todo estrato social. Y lo más sorprendente, la pelirrosa misteriosa estaba en una especie de tarima improvisada.
—El Rey de este país, ha demostrado tener ningún interés en sus súbditos, más que llenarlos de impuestos y hambruna, el Rey Zeito no merece su lugar, no merece gobernar... y, gracias a nuestro vecino Tales, se ha demostrado que hay otras formas de gobierno, una donde el pueblo decide y no linajes con infibulas de dioses perfectos... les demostraremos que podemos hacerlo mejor—La joven hablaba con pasión y fuerza—¿No están cansados de ser esclavos? —Gritó al auditorio.
—Sí—estalló en el lugar
—¿No están cansados de ser nadie?
—Sí
—¿No están cansados de ser maltratados?
—Sí
—¿No están cansados de servir y no recibir nada a cambio, más que desprecio y desdén?
—Sí
—Pues entonces es hora de hacer algo, de levantarnos, de luchar por lo que valemos, de cambiar el sistema, ¡es hora de hacer una revolución! ¿Quién está conmigo? —Todos rugieron a la vez.
Miku solo podía estar fascinada, jamás en su vida había visto algo así. Una persona llena de tanto fervor y convicción, alguien tan comprometida con algo, una líder nata que pensaba en como hacer algo por las personas, algo más que dar limosna... Miku, quería ser parte de esa revolución y sobre todo, conocer a la persona tras de ella.
Nota1: Alchemya, no soy una "muy famosa y respetadísima autora", pero si soy tu perra, aunque no te acomodes, es solo un mes.
Nota2: sí, rehusé los nombres de los planetas de La clase quinientos siete para nombrar los países de este mundo xD.
Nota3: Gracias a Kotobuki Meiko por su ayuda.
Nos vemos en el siguiente capítulo, y agradézcanle a Alchemya por hacerme escribir, ¡Saludos!
