AVISO: SPOILER CAP. 515

¡Cuanto tiempo! ¡Laetificat vuelva a la carga! Sip, la verdad que demasiado... Ya echaba yo de menos todo esto...

Bueno, no he venido aquí para dedicarme a contaros todo lo que he hecho durante esta laaaaarga ausencia (que es básicamente estudiar, estudiar y estudiar) si no para hacerle un regalo a una personita muy especial: Cereza D Fresa-Nessy.

Y es que no solo quiero felicitarte, tirarte de las orejas (de manera online), etc, etc... sino que además quiero agradecerte el haberme sacado de ese maldito periodo de inactividad como escritora en el que me hallaba sumida. Mil gracias. El único problema es que, debido a que las ganas de escribir se me acumularon, pues me salió el oneshot más largo de lo que esperaba... así que lo he dividido en dos capitulos. Te lo compensaré con un fic humorístico por Navidad, lo prometo.

Bueno, espero que os guste a todos y que sepáis que no es que Gaara me haya salido Ooc, sino que yo realmente creo que él podría llegar así, (bajo mucha presión, jeje)

Disclaimer: Los personajes son de Mashasi Kishimoto, pero no por mucho tiempo... MUAJAJAJAJA... ejem...


MIEDO

Odio el polvo. Lo odio. Pica, mancha y te hace estornudar. Es terriblemente irritante. Sé que no debería importarme. Sé que ahora mismo hay cosas mucho, mucho más importantes. Cosas tan importantes que algo tan terriblemente insignificante como el polvo no merecen ni siquiera mención.

Como la guerra. Odio la guerra. Miro a mí alrededor y tengo la sensación de que el mundo, todo el mundo, se ha vuelto completamente loco. Todo se mueve ahora a una velocidad vertiginosa, y creo que muchos de nosotros aun creemos que esto es una especie de sueño, o más bien pesadilla, de la que despertaremos en cualquier momento.

De repente, algo choca contra mi hombro con fuerza y me giro con el ceño fruncido, irritada por la brusquedad del golpe.

—L-lo siento, Yamanaka-san... No la había visto.

Detrás de una enorme caja de madera aparece un chico de unos doce años con los mofletes rojos, no se si debido a la vergüenza o al sofoco por cargar algo tan pesado. Mientras se balancea tratando de estabilizarse, esboza una tirante sonrisa de disculpa y, sin esperar respuesta alguna, se aleja torpemente, tratando de evitar a otras personas demasiado ocupadas como para fijarse en él.

No puedo evitar quedarme mirando como se marcha, sintiéndome enormemente miserable. Y es que al mirarle a la cara me ha sido imposible no ver la bandana plateada que cubre su frente con un kanji grabado en ella: Shinobi. Y no creo que tenga más de trece años.

Yo a su edad buscaba el color de pintauñas perfecto y soñaba con un príncipe azul. Yo a su edad me estaba presentando a los exámenes de ascenso a Chuunin. Y por aquel entonces si alguien me hubiera dicho que debía marchar a la guerra me habría reído tontamente y habría asegurado con total convicción que se trataba de un error.

Y es que es prácticamente inevitable no sentirse culpable cuando ves a esos mocosos, que apenas acaban de salir de la academia, correteando cargados con pesados bultos, o practicando su puntería entre las tiendas de campaña. Es irracional, pero no me parece justo que, mientras que yo disfruté de mis trece años con total plenitud, estos chiquillos se encuentren ante las puertas de una inminente guerra.

Reprimo un gruñido irritado y nada femenino, y vuelvo a bajar la vista hasta los mapas que Mifune-sempai me ha dado. Como miembro de la División 5, encargada de las operaciones especiales, debo tener un perfecto conocimiento del terreno. Una montaña más a la izquierda o más a la derecha en mi cabeza puede cambiarlo todo; así que repaso los mapas y las cartas una y otra vez, tratando de que hasta el más minúsculo punto quede grabado en lo más profundo de mi mente.

Y como no podía ser de otra manera, el maldito polvo vuelve a hacer acto de presencia. Lo noto cosquillear en la punta de mi nariz y después siento esa molesta y familiar picazón en mi garganta. Me gustaría evitarlo, pero me es completamente imposible. Toso violentamente varias veces hasta que al fin noto un poco de alivio. Continúo con la mirada fija en el papel porque se lo que me encontraré si levanto la vista. Puedo notarlo sin necesidad de alzar la cabeza. Varias miradas reprobatorias se han clavado en mí. En la División 5 una tos incontrolable es sinónimo de misión fallida. Se que debería hacerle caso a Kiba e ir a la zona 1 del campamento, donde se encuentra el Escuadrón de Logística Médica, a ver si hay alguien que pueda recetarme algo que evite que la más pequeña mota de polvo me haga estallar en una taque de tos, pero eso está justo rodeado por las Divisiones 1, 2 y 3, que se encuentran todas juntas ya que reúnen en ellas a los luchadores de Corto y Medio alcance. Y pasar por ahí solo significaría una cosa: Sakura.

No es que no quiera verla, más bien todo lo contrario; después de todo, sigo considerándola mi mejor amiga. Pero... maldita sea, ¡le prometí a Asuma-sensei que no dejaría que ella me ganara, ni siquiera en el amor! Y a pesar de que muchas cosas han cambiado; de que mis sentimientos por Sasuke ya no son ni remotamente parecidos, aun no puedo mirarla a la cara sin pensar que estoy decepcionando a mi sensei. Porque al fin y al cabo, es ella la que acabó formando equipo con él. La que aprendió a su lado y la que luchó a su lado. La que lo vio caer y levantarse una y otra vez. La que lo vio crecer y cambiar, quizá no precisamente para bien. La que lo vio marchar y la única que fue capaz de encontrarlo e incluso tuvo la oportunidad, remota pero presente, de regresar junto a él... Y es por eso, por todo eso, por lo que soy consciente de que si hay alguien que tiene derecho a un puesto junto a Sasuke Uchiha es ella. Y por eso, por lo que finalmente y tras muchos, muchos años, he decidido abandonar aunque prometí no hacerlo.

Asuma-sensei, si me estás mirando desde ahí arriba, espero que me entiendas... tú ya sabes que hice lo que pude.

Cuando finalmente me doy cuenta de que he repasado con la mirada el nombre del mismo río casi veinte veces, decido dejarlo todo para más tarde, en el momento en que mi mente no sea un auténtico colador. Tras enrollar los mapas y guardarlos en sus estuches, me levanto y estiro los brazos y las piernas, que se han dormido debido a la postura inclinada que había adoptado sobre el banco.

Estaba concentrada en mis estiramientos cuando su nombre llegó a mis oídos, justo una milésima antes de divisar su cabello pelirrojo entre dos tiendas situadas frente a mí

—Sí, es él...

—...Kazekage...

—...Demasiado joven...

—...Pasando revista a las tropas...

—...Gaara-sama...

Han pasado casi tres años desde la última vez que le vi, así que no puedo evitar moverme rápidamente a un punto desde el que poder verle mejor. Supongo que me puede la curiosidad.

Ha crecido bastante, y a pesar de no ser muy alto aún, tiene el aspecto fuerte de un adolescente a punto de dar el estirón de un momento a otro. Sus ojos claros que, desde que le conocí relaciono con cosas desagradables, brillan ahora con una fuerza y una determinación que impresionan, lo cual le convierte en un Comandante General muy apropiado, al transmitir con una sola mirada esa misma energía a todo el ejército. Su pelo, tan rojo como siempre es más largo, o al menos eso parece, quizá debido a que ahora rodea como un halo de fuego unas facciones mucho más angulosas. Más adultas. Más... ¿atractivas?

Reprimo una risotada sarcástica al darme cuenta de lo que acabo de pensar. Sabaku no Gaara... ¿atractivo? Realmente tiene su gracia. Rayos, no es que antes no lo fuera; es simplemente que pensaba en él como un asesino, un monstruo al que era mejor evitar, y no como un hombre más. Pero es que ahora es imposible no mirarle y pensar que a sus dieciséis años es uno de los chicos más guapos que he visto en mi vida.

Tiene la piel clara, pero tras muchas horas bajo un sol de justicia sus pómulos han adquirido un saludable tono tostado que contrasta vivamente con su cabello. Las oscuras ojeras que rodean sus ojos han disminuido considerablemente, sin llegar a desaparecer del todo; al fin y al cabo, quince años sin dormir no se recuperan de un día para otro. Y su boca... Oh, por Kami... no se si lo está haciendo a propósito o es algo natural, pero la manera en la que curva una de las comisuras en una especie de media sonrisa... es condenadamente sexy.

Espera, Yamanaka, espera... Esto de la guerra te está afectando. ¿De veras acabas de pensar que Gaara es "sexy"? Ugh... Realmente, algo en la comida no te sentó bien.

Su paso es lento y me doy cuenta de que, a pesar de no estar haciendo nada realmente importante, sus movimientos son secos y su cuerpo parece estar en continua tensión, como si estuviera en una permanente alerta. La diferencia es abismal, pero algo en su postura y sus gestos me recuerda a un ave de presa. Un halcón. En permanente tensión, con los cinco sentidos puestos en lo que le rodea, y con aire orgulloso. Mientras pasa revista a sus tropas, Sabaku no Gaara me recuerda a un halcón.

De repente empiezo a notar como me pica la nariz y, rápidamente trato de no respirar mientras me rasco irritada. Lo que me faltaba: estallar en un ataque de tos ante las mismísimas narices del Comandante General.

Sin embargo, y a pesar de todos mis esfuerzos, pronto noto como diminutas y secas volutas de polvo pasan a través de mi garganta produciéndome un insoportable ardor. Las toses estallan desde lo más profundo de mi pecho con una violencia inusitada. Hasta ahora no habían sido más que algo molesto que irrumpía sin avisar, pero nunca fue especialmente doloroso, sin embargo esta vez... Kami-sama, si consigues que esto acabe rápido sacrificaré a la frentona en tu honor y me haré monja. Bueno, eso último no. Cierro los ojos con fuerza y pequeñas lucecitas comienzan a brillar ante mí. Las convulsiones sacuden mi cuerpo y tengo que encogerme sobre mi misma para poder soportarlas. Soy una ninja, soy una ninja, soy unaninja, soyunaninja... Los ninjas no se desmayan por un maldito ataque de tos... Soy una ninja... Siento que la cabeza me va a estallar...

Y entonces, justo antes de caer de rodillas, siento dos manos que me sujetan por la cintura y logran sostenerme justo a tiempo. Son firmes y seguras, como un salvavidas en mitad de un maremoto.

Cuando al fin logro respirar, me tambaleo con esas manos aun deteniendo mi caída. No puedo evitar echarme hacia atrás apoyándome sobre la persona que ha acudido a socorrerme. Su cuerpo es igual de firme que sus manos y sin abrir los ojos trato de normalizar mi respiración, acompasándola con la suya. Es grave y ronca pero enormemente cálida. Y calmada, muy calmada. Noto su aliento tras de mi y me doy cuenta de que huele a algo que me recuerda enormemente al... ¿pan? tostado, seco, y diría que hasta crujiente; pero increíblemente reconfortante.

Mi cabeza deja de dar vueltas al tiempo que mi pecho deja de subir y bajar atropelladamente. Intento apartarme de la persona que me sujeta, pero su agarre es firme, y con un pequeño empujón logra estabilizarme. Abro los ojos y me doy cuenta de que todos a mi alrededor me están mirando. Preferiría que me miraran reprobatoriamente, en vez de con esa mezcla de extrañeza y sorpresa que hace tambalear mi últimamente apaleado orgullo.

De repente, una enorme y peluda cabeza blanca aparece entre las piernas de varios de los shinobis que me observan, y las aparta de un empellón. Akamaru alza la cabeza hacia mí, profiriendo un suave gañido como indicándole a su dueño, que aparece tras él, mi situación. Kiba abre mucho los ojos y con rapidez se abalanza sobre mí, prácticamente arrancándome de los brazos de quien sea que me ha sostenido.

Kiba y yo nunca hemos sido grandes amigos; es más, debería decir que en la escuela le llegué a considerar, después de Naruto, la criatura más insoportable de este planeta. Pero tras unas cuantas misiones juntos en los últimos años y de ser, junto con Shino, los únicos compañeros que conozco en la División, he descubierto que, dejando de lado su tremenda efusividad, es un chico dulce y leal, con una franqueza, que aunque en ocasiones te golpea como una maza, se agradece realmente. Él ha cuidado de Hinata durante los últimos años, y parece ser que, ahora que ella se encuentra en otro escuadrón, se ha propuesto retomar su papel como guardián conmigo. Puede resultar muy cargante en ocasiones, pero también es muy agradable ver que alguien se preocupa por ti.

Sin embargo, el hecho de verle ahí delante, con la preocupación grabada en sus ojos, es realmente desconcertante... teniendo en cuenta que justo antes de ver aparecer a Akamaru iba a jurar que era Kiba el que me estaba sujetando. Quizá Shino...

—Ino, te lo digo muy en serio: tienes que ir a mirarte esa tos cuanto antes. ¿Qué pasa si luego es algo serio? Podría ser algo grave y en ese caso lo mejor es tratarlo cuanto antes. Si quieres yo puedo acompañarte, Akamaru y yo no tenemos mucho que hacer últimamente y...

El parloteo teñido de ansiedad y desasosiego de Kiba continua brotando a borbotones de su boca, hasta que una mano pálida se apoya en su hombro, apartándolo suavemente. Shino suspira antes de inclinarse de manera protectora sobre mi. No dice nada, pero su mano en mi hombro es suficiente. Chicos... No se si será el síndrome premenstrual, la tensión, el dolor de mi garganta o simplemente el agotamiento; pero tengo ganas de ponerme a llorar al darme cuenta de la cantidad de personas maravillosas que estarán siempre ahí para mi.

Pero si Shino está aquí...

—Yamanaka-san precisa atención médica. Necesita estar en perfectas condiciones de salud.

Esa voz ronca y susurrante me golpea, como si de un puñetazo se tratara, justo desde mi espalda. Las palabras han sido breves y concisas, diciendo lo que tenían que decir, sin ningún tipo de rodeo; pero de alguna manera, esas dos frases han sonado tan frías como el hielo, produciéndome un pequeño escalofrío. Kiba tuerce el gesto, contrariado, con la mirada clavada en algún punto a mis pies. Sus labios se mueven un instante, en una vibración casi imperceptible, pero de ellos no sale ningún sonido. Por el contrario, es el quedo susurro de Shino el que responde.

—En seguida, Gaara-sama.

Gaara...

Me giro lentamente y dos dagas de color aguamarina se clavan en mis ojos. Sus brazos se encuentran ligeramente extendidos hacia mí, y su cuerpo levemente inclinado como si estuviera preparado para sostenerme en cualquier momento.

Kami-sama, si esto es algún tipo de broma, no tiene ni pizca de gracia.

Sabaku no Gaara, ex-jinchuuriki, kage más joven de la historia, Kazekage de la villa Oculta de la Arena, capitán de la Cuarta División y Comandante General del ejército de la alianza Shinobi acaba de... ¿Agarrarme por la cintura? La verdad es que creo que ahora sí que voy a desmayarme...

Los dedos de Kiba se enroscan en torno a mi muñeca y tiran suavemente de mi, instándome a moverme, mientras la cabeza de Akamaru empuja mi cadera tratando de ayudar a su amo. Pero yo me he quedado clavada en el sitio, sin poder moverme, y es que esos hipnóticos ojos del color del mar me agarran con la misma fuerza con la que me agarraron sus manos antes.

Veo en ellos... nunca fui muy buena en eso de descubrir que pasa por la cabeza de una persona con solo mirarla a los ojos, pero estos ojos... estos ojos parecen estar tan cargados de historias y sentimientos, que se desbordan, dejándome leer en ellos como un libro abierto.

Hay mucho, mucho dolor; y soledad, muchísima soledad. Son como dos enormes sombras oscuras fijadas con cadenas en lo más profundo de esos ojos. Sin embargo, puedo ver como extienden vacilantes sus horribles zarcillos venenosos, tratando de adueñarse de la mente que las alberga. También hay tensión y nervios, que danzan como volutas de color rojizo de un lado a otro, impregnando, como si de tinta se tratara, todo lo que tocan. Hay orgullo y soberbia de luminosos tonos metálicos, sentados en gigantescos tronos, dominando y sometiendo todo a sus pies. Y, aunque jóvenes y temblorosos, el amor, el cariño y demás sentimientos cálidos se deslizan, cada vez más fuertes, entre el resto de ideas. Superficialmente, hay curiosidad, algo de preocupación y cierta reprobación de esa que tanto me molesta, todo dirigido hacia mi. Sin embargo no es nada de eso lo que me hace fruncir el ceño. De alguna manera hay algo enorme ahí, algo que cubre como una enorme red todo lo demás, tiñendo todos esos sentimientos con una escalofriante luz que no brilla.

Finalmente, Kiba logra arrastrarme hasta alejarme de la vista de todos. Se preocupa de guiarme lo suficientemente bien como para que yo pueda mantenerme sumida en mis pensamientos. Y cuando al fin me siento sobre uno de los taburetes que se encuentran frente a mi tienda de campaña, acompañada por el parloteo incesante de Kiba, la mano de Shino en mi hombro y los suaves gruñidos de Akamaru, me doy cuenta de que ya he logrado identificar ese sentimiento que impregnaba los ojos del Comandante General.

Miedo. Sabaku no Gaara lleva en sus ojos el miedo más atroz que he visto en mi vida.


¿Merece algún review?