Prólogo

"Día Cero"

Yo pronuncio tu nombre en esta noche oscura,
y tu nombre me suena más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
y más doliente que la mansa lluvia.

Federico García Lorca

En el ocaso, mientras los últimos rayos del sol iluminaban el paisaje, los girasoles se volvieron a cerrar, las sombras se engrandecieron y la luna no apareció.

El frío se quedó.

En esa realidad alterna en la que Ginny Weasley creía que vivía, las voces detrás de la puerta de su recámara eran ecos distantes, sin sentido, inocuos, vacíos. Su voz no existía y la respiración le fallaba. El eje de la tierra estaba mal, el equilibrio le falló y lentamente cayó a los pies de su cama. La horganza de su vestido susurró sin consuelo. Decenas de perlas bailaban en el suelo libres gracias a la desesperación de Ginny y la fuerza de su mano.

— Ginny, déjame entrar — sollozó Hermione.

Cabellos pelirrojos se extendían sin orden sobre la blanca superficie de la cama, la entrecortada de respiración de Ginny se escuchaba mientras ella fijó la vista en la ventana. Con su cabeza de lado sobre el colchón, el mundo giró a 90 grados. Si tan sólo la dejaran en paz, se quedaría en esa posición para siempre.

El sonido de la puerta al abrirse no la hizo reaccionar.

— Kingsley vino con noticias — susurró Hermione.

Ginny cerró los ojos.

— Harry fue visto por última vez en el Callejón Diagon esta mañana... con Katie Bell — prosigió su amiga esperando una reacción que nunca vio.

— Ahí tienes entonces, Ginevra. Te ha dejado plantada para irse con otra — declaró con sencillez tía Muriel desde el pasillo.

"Ginny, cariño... te prometo que jamás, escúchame bien, jamás me voy a volver a separar de ti"

El vestido blanco se agitó cuando Ginny reaccionó.

— No — levantó la cabeza con majestuosidad y el coraje en su mirada hizo retroceder a Muriel.

La compasión de los ojos de Hermione acabó con su control.

— No — repitió mientras se ponía de pie. Se veía terriblemente hermosa con el vestido de novia. Caminó hacia su amiga y con fuerza desmesurada la empujó fuera de su habitación. Cerró de un portazo que retumbó en toda la casa y apoyó su cabeza en la puerta, ya no le quedaban fuerzas.

No, Harry, no.

El golpeteo incesante de la lluvia ahogó sus sollozos y acompañó sus primeras lágrimas desde que supo que Harry no acudiría a la boda.

Fuera, el cielo lloraba con ella.