Prólogo
Él me había dicho fea marimacho por última vez.
Ese día, no sólo se acabaron sus insultos, sino también mi inocencia. ¿Lo culpo? ¿Importa ahora? Ya nada de eso me interesa, ahora soy otra, una mujer físicamente perfecta, y un demonio por dentro. Vengativa, letal, en eso me convertí. Y así mismo fue como acabé con él, destruí lo que solía ser, lo volví loco de celos, de rabia, de amor… Lo desprecié, airada, y lo reté, confiada. Abusé de él, como jamás imaginé hacerlo.
Lo he dañado.
Ahora me mira y no sé qué pensar. ¿Me odia? No veo eso en sus ojos azules como un profundo mar, pero hay algo. ¿Preocupación? ¿Decepción? No sé, tal vez un poco de las dos. Está tan serio, tan absurdamente guapo que me roba el aliento. Aún puede hacer eso, a pesar de todo él sigue pesando en mis emociones, porque toda mi alma le pertenece. Siempre será así, Ranma Saotome, el único poseedor de mi corazón.
-Es todo mi culpa –susurra al fin, sin apartar la mirada de mi, ¿y es que, quién puede hacerlo ahora? ¿Quién se atrevería a dejar de verme?-. Ya no sé qué hacer. Dímelo tu, dime qué quieres que haga.
-Vete.
-No, eso nunca.
-Eso es lo que quiero que hagas. Es así de sencillo.
-Jamás.
El viento agita con fuerza mi vestido, haciéndolo hondear por encima de mis rodillas. Estoy descalza, y siento el vacío rozándome los talones, acariciándome la espalda. Me sujeto suavemente del marco de madera, abajo, muy, muy abajo, me espera el acantilado, las rocas filosas, el eterno rugir de las olas. Me están llamando, puedo sentirlo, solo tengo que dejarme ir.
No tengo miedo.
-Akane –vuelve a hablar ante mi silencio, pero está muy quieto, sé que tiene terror de moverse, teme por la posibilidad que un solo paso suyo me haga tomar la decisión de soltarme al fin-. Si saltas, voy a saltar contigo, ¿me entiendes? –mi corazón se detiene por un segundo, pero no lo demuestro. Me he hecho una experta en no mostrar mis sentimientos, una experta en la máscara fría de la indiferencia, de la prepotencia pura.
-No lograrás salvarme.
-Lo sé, no estoy diciendo que saltaré para salvarte. Saltaré para morir contigo.
-¡No puedes! –exclamo saliéndome un poco de mi imperturbabilidad de la que tanto presumo, está comenzando a asustarme. Ahora él a mi. Se ve tan maduro, desde que esto ocurriera, hace ¿cuánto? ¿Un mes? ¿Menos? El tiempo me parece borroso. Pero él maduró drásticamente, es otro, es mejor que nunca. No lo merezco-. ¿No ves que esto es lo mejor?
-No para mí.
-Ranma…
-¡Mira lo egoísta que me has hecho! ¡Mírame! –estalla finalmente, su ceño se frunce, está furioso, sus gritos son truenos que cimbran todo mi cuerpo.
-No es por mi –respondo como si no me importara en lo más mínimo; mi mayor mentira-. Es por este rostro, este cabello, este cuerpo… No por mi.
Me observa sorprendido, luego, poco a poco, dibuja una sonrisa en su rostro. ¡Ah, qué hermoso es, qué indigna me he convertido para él! Entonces la sonrisa varía un poco, y se convierte en un gesto malicioso, claramente dolido. Suelta una risita que me parece cruel. ¿La aprendió de mi?
-Pero que tonta eres. Tonta, como siempre, como el primer día.
-Vete –repito, no sé si podré seguir pretendiendo que no quiero soltarme en llanto.
-Dime la verdad de una buena vez. Te lo exijo, Akane.
Mi corazón brinca, una sola vez, pero es suficiente para hacerme dudar. Dudar en todo, mis piernas parecen querer fallar, mis dedos se aferran más a la madera. Empiezo a sentir miedo. No quiero hablar de eso, no quiero hablar más de nada. La decisión está tomada, no tengo otra salida, él lo sabe… yo lo sé.
-La verdad es –vacilo, pero me está esperando, sus ojos celestiales, su gesto pulcro de miedo, de preocupación, de pena-… que debes cerrar los ojos, Ranma, y confiar en mí.
-No –pero ahora hay temor en su voz, más miedo del que le he visto jamás, y en este tiempo lo vi sentir miedo muchas veces.- Akane, no es por tu cuerpo, no es por tu rostro. Tienes que saberlo, tonta, ¡yo no quiero esto! ¡Quiero que vuelvas a mi! ¡Vuelve a mi, te necesito, lo necesito! ¿Qué quieres que haga? ¿Qué te ruegue, que te suplique? –e inesperadamente se arrodilló ante mi, fue un movimiento lento, aún asustado de que lo que hiciera fuera a lanzarme al vacío. Sentí un nudo insoportablemente doloroso en la garganta.- Lo hago –continuó-. Te lo imploro de rodillas.
-Júrame algo.
-Lo que quieras.
-Júrame que dices la verdad, que no es por esto que soy ahora.
-Te lo juro por mi alma, por mi vida entera, por ti que eres lo que más me importa en el mundo. ¡¿Qué más quieres? –en definitiva, cae en la desesperación. Su voz lo delata, está muriendo de pánico, de angustia, de impotencia. Yo no quiero eso, ¡no lo quiero! Pero me lo he ganado, claro que sí, el verlo sufrir sin moderación, por mi culpa, es mi castigo-. Akane, te lo juro. Te extraño, extraño a la mujer que eras, yo no quiero esto. Regresa a mí.
-Eso es exactamente lo que voy a hacer –me mira con esperanza, alzando el rostro, casi sonriendo. ¿Hace cuánto que no lo veo sonreír? Pero la sonrisa se esfuma antes siquiera de terminar de formarse en cuanto continuó-: Cierra los ojos. Ranma, por favor, confía en mí.
-No, no, no –niega obstinado con la cabeza.
-No me sigas.
-¡No! ¡Ya basta! ¡Te juro que me lanzaré detrás de ti, te lo juro!
-Si haces eso, matarás lo único bueno que queda en mi. Tu. ¿Quieres eso?
-¿Tú quieres eso? –me reta.
-Confía en mí –insisto-. Hazlo. Hazlo por mi, Ranma.
-Dios… -susurra, sacándolo como un lamento que me hirió casi físicamente. Nunca en toda mi vida lo había visto tan lleno de miedo, estaba aterrorizado.
-Cierra los ojos y confía en mí –repetí.
-¿Y qué se supone que debo hacer después? ¡Contéstame eso! ¡Lo que pides es demasiado! ¿Qué voy a hacer después?
-Espérame.
-¿Qué? –su gesto cambia, está confundido, no comprende. Así está bien. Sus ojos brillan con las lágrimas contenidas, parecen estrellas. No llores, amor mío, nunca llores por mí-. ¿Por cuánto tiempo?
-No lo sé, tú sólo espérame.
-Tres días, Akane. Te voy a esperar tres días, si no vuelves, y no sé cómo lo vas a hacer, no entiendo nada desde que comenzó todo esto, pero si no regresas en este tiempo, te voy a seguir –y en cada una de sus palabras viene implícita la amenaza, la rabia que vi nacer en él.
-Cierra los ojos –digo por última vez, y él, finalmente, lo hace.
Veo las lágrimas correr desde la comisura de sus ojos, por sus mejillas, hasta su mandíbula tan bien marcada. Entonces me suelto, y me dejo ir al vacío, sin temores, sin dudas, sé que es lo correcto, sé que está bien.
Lo último que escucho antes de comenzar la caída mortal, es un sollozo, el primero que suelta desde que me creyó muerta hace tres años… el primero de un incontrolable llanto, que por suerte, no presenciaré.
