Disclaimer: Los personajes y esos cositos son de J.K. Rowling; la historia es una traducción de Magic Within, Magic Without por St Margarets. Yo solo traduzco.
Espero que disfrutéis la historia; este es el primero de quince preciosos capítulos, que con un poco de suerte no abandonaré sin traducir xD. Posterior a la Orden del Fénix.
Críticas y sugerencias se agradecerán. Y lo siento por algunos errores de puntuación; parece que a FanFictionNet no le caen muy bien las comas ni los signos de exclamación e interrogación ¬¬.
El título está abierto a una mejor traducción.
Fanfiction original, en inglés: http://www . phoenixsong . net / fanfiction / story / 1882
1: La primera Weasley en generaciones.
–Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos Harry…
Ginny miró alrededor de la mesa, a las caras sonrientes de su familia y algunos de los miembros de la Orden. En una de las escasas noches de calma, se habían reunido para celebrar el decimosexto cumpleaños de Harry. Era estupendo tener un día de fiesta entre toda la violencia del último mes. Voldemort había rescatado a sus mortífagos de Azkaban unos pocos días después de su encarcelación; desde entonces, habían estado trabajando para extender el terror por el mundo mágico.
Pero esta noche era la fiesta de cumpleaños de Harry y todos estaban en un refugio seguro. Ginny no sabía a quién pertenecía, ni dónde estaban exactamente; habían cogido un traslador en la Madriguera y Harry ya estaba ahí, esperándolos.
Estudió a Harry mientras este soplaba las velas. Tenía mejor aspecto que la última vez que lo había visto, en la estación de King's Cross. La mirada torturada ya casi había desaparecido de sus ojos… casi.
Parecía que Harry había conseguido soplar todas las velas, cuando una de ellas destelló de pronto y se transformó en una bailarina ligera de ropa. Fred y George se reían ruidosamente. Era obviamente una de sus creaciones. Ron miraba a la chica de la llama encandilado, y sus orejas se volvían rojas. Ginny miró más atentamente la llama y vio que la bailarina se estaba desabrochando el sujetador.
Antes de que la mujer del fuego tuviera oportunidad de quitárselo del todo, Molly apagó la llama con agua.
–Me derrito… –se oyó una débil vocecita. En unos segundos Ron, Fred y George estuvieron también empapados.
–¡Eh! –farfulló Fred–. ¡No había terminado su trabajo!
Otro chaparrón alcanzó a Fred.
–¡Claro que ha terminado! –gritó Molly–. ¡Lo que hay que ver! Chicos, esto es una fiesta en familia para Harry, y una… pícara como esa está completamente fuera de lugar…
–¡Venga, mamá! –protestó George–. ¡A Harry le ha gustado!. ¿Verdad que sí, Harry?
Había un ligero rubor extendiéndose por el cuello de Harry, pero sus ojos brillaban. Ginny sabía que lo consideraba una buena broma.
–Esto… Creo que esas velas se venderán muy bien en Sortilegios Weasley.
–¡No os atreváis a venderlas! –Molly fulminaba a los gemelos con la mirada–. Ni a asociarlas con el apellido Weasley.
–¡Las Llamas Bailarinas no son solo strippers! –Fred se acobardó ante la mirada que Molly le dirigió.
–Sí –añadió George rápidamente–, también tenemos payasos y osos bailarines para los niños.
–Tened cuidado de no mezclarlos –dijo Ron riéndose. Sus orejas habían vuelto a su color normal.
Molly resopló indignada.
–Ginny, corre a la cocina y tráele a Harry un cuchillo para cortar la tarta –luego se volvió hacia los gemelos–. Hablaremos de esto más tarde.
–Ginny, dale el cuchillo a Harry –la llamó Bill cuando ya empujaba por la puerta–, mamá está de mal humor.
–"Mamá está de mal humor" –Ginny oyó a su madre murmurar–, pues ya me dirás de qué humor se supone que tengo que estar…
Su voz dejó de oírse cuando la puerta se cerró. Ginny observó la cocina desconocida. El aparador junto a la ventana parecía un buen sitio para guardar cuchillos. Después de rebuscar por tres cajones, Ginny encontró un cuchillo de pan y lo que parecía una espada ceremonial para cortar una tarta de bodas. Quienquiera que sea el propietario de esto tiene una cocina bien equipada, pensó.
Puso el cuchillo y la espada en la mesa, preguntándose cuál de los dos debería llevarse. Por alguna razón, pensó que la espada era apropiada para Harry, aunque él no era ni mucho menos extravagante, ni le interesaban la pompa o la ceremonia… Entonces el recuerdo la golpeó. La última vez que vio a Harry con una espada fue cuando estaba de pie sobre el basilisco… Se estremeció, maldiciendo su memoria, que podía rescatar esa escena en los momentos más inoportunos. La última vez que pasó fue cuando Colin derramó una poción sobre un libro de encantamientos y le hizo un agujero…
Toc, toc, toc
Sorprendida, Ginny levantó la vista para ver una gran lechuza común con una carta en el pico que golpeaba impacientemente la ventana. En la luz rojiza del sol poniente, Ginny pudo ver su propio nombre impreso en el sobre.
–¿Qué diablos? –murmuró. Abrió la ventana y cogió la carta–. ¿De dónde vienes? –preguntó a la lechuza, pero esta echó a volar sin mirar atrás–. Que pases un buen día –le dijo sarcásticamente, pasando el dedo por la solapa.
–Te aseguro que lo estoy pasando –dijo Harry.
–¡Oh! –se volvió hacia él–. Había una lechuza extraña en la ventana y me ha traído una carta. ¿Qué haces aquí, de todos modos? No he tardado tanto.
–Tienen otra sorpresa preparada y me han echado –Harry estaba mirando al cuchillo y la espada–. Me van a llamar ahora.
–¿Esta está aprobada por mamá? –él sonrió.
–Supongo, porque ha sido idea suya que me fuera –tocó la espada–. ¿Cuál de los dos debería usar para cortar la tarta?
Ginny se acercó a su lado, la carta aún en la mano.
–Pensé que la espada lo haría todo más espectacular y mantendría a Fred y George de buen humor.
Riendo, la cogió y la blandió delante de él.
–¡Toma esa, glaseado de chocolate!
Ginny soltó una risita y abrió la carta, preguntándose quién la podría haber enviado. Una pluma negra salió flotando. Los dos observaron cómo el trocito de pelusa negra se elevaba y luego empezaba a descender. Entonces, como uno solo, los dos buscadores de Gryffindor extendieron el brazo para cogerla, como si fuera una snitch. Cuando la mano de Ginny se cerró alrededor de la pluma, la de Harry lo hizo sobre de la de ella, y entonces sintió un tirón alrededor del ombligo y los dos desaparecieron de la cocina. La pluma era un traslador.
Aterrizaron sobre la hierba, suave y esponjosa. Antes de que Ginny tuviera oportunidad de orientarse, Harry estaba de pie con la varita fuera, la espada aún en la otra mano.
–Estamos en la Madriguera –le dijo en voz baja a Ginny mientras ella se ponía en pie.
Miro a su alrededor rápidamente, sin ver a nadie, sin oír nada. También sacó su varita. Harry le hizo un gesto para que lo siguiera. Corrieron hacia el abrigo de un gran arbusto de hortensias en que dormían varios gnomos de jardín.
–Creo que hay alguien en la casa –dijo Harry. Desde este ángulo podían ver por las ventanas de la cocina. El sol poniente lo hacía todo más oscuro cada minuto, así que solo era posible ver las formas oscuras de las sillas y la mesa en la cocina de los Weasley. La única luz en la cocina parecía venir de la chimenea.
–Ginny¿debería haber alguien en casa ahora mismo?
Ella sintió un escalofrío de terror.
–¡No! Todos estaban en tu fiesta. Charlie está en Romanía y Percy está en Londres… –se detuvo bruscamente. Percy podría haber discutido con papá y mamá, pero él nunca…
–¿Reconociste la letra del sobre?
–No. Y no era de Percy –añadió rápidamente.
Harry asintió secamente y luego dedicó toda su atención a la casa. Aunque Percy había hablado con Arthur y Molly después de lo que pasó en el Ministerio, Ginny no creía que hubiera llegado a disculparse ante Harry por ponerse del lado de Fudge.
Harry se puso tenso. Había dos hombres en la cocina, y juzgando por las luces destellantes de los hechizos que usaban, estaban entretenidos en destrozar todo lo que su familia poseía.
¡Cómo se atreven! Ginny inhaló bruscamente y se movió para levantarse. Harry la agarró por la muñeca y la volvió a empujar detrás del arbusto.
–No merece la pena –siseó–. Si quieren llevarse algo, déjales que se lo lleven.
Tenía razón, claro, pero Ginny apenas pudo contener su rabia cuando oyó el cristal romperse y los muebles caer al suelo.
–¿Hay algo de valor que Voldemort o los mortífagos podrían querer de vuestra casa? –preguntó Harry.
–¡No! –dijo Ginny, intentando mantener el temblor de enfado fuera de su voz–. No tenemos nada que les sea útil. Es solo una casa normal, no hay dinero ni herencias.
Harry la estaba mirando atentamente.
–Pero era tu nombre el que estaba en el sobre… ¿Qué podrían querer de ti?
Su boca se abrió de golpe en horror.
–No lo sé –murmuró–. Yo no soy nadie.
–Estabas en el Ministerio conmigo –le recordó él en voz baja.
–También estaba Ron, y su nombre no estaba en el sobre –entonces se le ocurrió otra cosa–. ¿Cómo sabían siquiera que yo estaba en el refugio?
Harry estaba mirando a través de las ramas del arbusto.
–No lo sé –dijo–. Las lechuzas son muy inteligentes. Con un poco de suerte, solo le dijeron a la lechuza que te encontrara –se volvió hacia ella entonces–. Si no es así, todos los de mi fiesta están en peligro.
Incluso en la luz atenuante, Ginny pudo ver la culpa y el miedo en sus ojos. Eso no serviría para nada.
–Pero era mi nombre, Harry… Sea lo que sea esto, tiene que ver conmigo y no con tu fiesta de cumpleaños. La mejor manera de descubrirlo es mirar por la ventana e intentar ver qué pretenden.
Él se quedó mirándola un minuto, abrió la boca para decir algo, y luego la volvió a cerrar.
–Vale –dijo de mala gana–. No creo que nos oigan de todas formas, con todo el ruido que están haciendo.
Cuando Ginny miró por la ventana de la cocina, apenas reconoció su hogar. Lo habían saqueado todo. Habían sacado y volcado los cajones; habían arrancado los cuadros de las paredes; las estanterías estaban vacías. Pero lo peor de todo era que los dos culpables estaban sentados en la mesa rota de la cocina, comiéndose las galletas de su madre. Uno era alto con el pelo oscuro y el otro era rubio y tenía caries en los dientes.
Los labios de Harry estaban presionados fuertemente, y su mano sujetaba la varita convulsivamente.
Los dos hombres estaban de un evidente buen humor.
–Esto es todo lo que ha merecido la pena –dijo el alto, sacando otra galleta de la lata.
–Nunca he visto a nadie tan pobre –dijo el de las caries, con la boca llena de galletas–. ¿Por qué se molesta Malfoy con ellos?
Harry inhaló bruscamente.
–Claro, Stan, como Lucius Malfoy y yo somos tan buenos amigos, me lo cuenta todo –dijo el alto sarcásticamente.
–Venga, Dougie, algo habrás tenido que oír. Malfoy no va a ir por ahí aterrorizando a magos pobres solo por diversión –replicó Stan, más claramente ahora que se había tragado las galletas.
–Todo lo que sé es que tenemos que esperar a que la chica venga por aquí. Hacerle un corte con este cuchillo –levantó una daga de plata con el puño en forma de serpiente–. Poner la sangre en este frasco, y llevar a la chica a la mansión de los Malfoy –se encogió de hombros y se mondó los dientes con el filo de la daga–. Eso es todo lo que sé.
–¿Por qué esta chica?. ¿Qué tiene de especial una bruja de una familia pobre?
–Ni idea –contestó Dougie indiferentemente. Luego se inclinó hacia delante y Ginny tuvo que hacer un esfuerzo para oírle–. Dicen que al Señor Oscuro le empiezan a fallar las fuerzas, y necesita una poción nueva para revivir. Creo que necesita la sangre de esta mocosa…
–¡Caray! –Stan parecía nervioso–. ¡Mejor que no la fastidiemos! Pero ¿por qué tenemos que recoger la sangre?. ¿Por qué no la podemos agarrar y que la corten en casa de Malfoy?
–Baja la voz –Dougie se inclinó y puso una mochila en la mesa–. Las instrucciones dicen que la sangre tiene que recogerse en la casa de su padre –sacó una botella de la mochila–. Aquí está la multijugos. ¿Has encontrado algún pelo?
Stan lució su sonrisa podrida.
–Había pelos rojos por todas partes. Simplemente me haré pasar por uno de sus hermanos para que se acerque lo suficiente y podamos aturdirla.
–¿Cómo lo sabremos si llega?
–Tienen un reloj en alguna parte, por aquí –dijo Dougie, dándole una patada a los escombros del suelo–. Debería haberlo dejado en la pared…
–Ginny –le susurró Harry al oído–. Ve al cobertizo de las escobas y coge las dos más rápidas, voy a aturdir a estos perdedores y luego me reuniré contigo –ella asintió, demasiado horrorizada para decir nada–. ¿Estás bien? –la miraba con preocupación ahora.
–Sí –susurró, y se puso en pie sobre sus piernas temblorosas. Tenía que apartar esa conversación de su mente por ahora. Querían su sangre… En la semioscuridad pudo adivinar la forma del cobertizo, junto a la colina, a unos noventa metros de ella. Empezó a correr hacia él cuando oyó a los intrusos gritar "¡Está aquí!. ¡La mocosa está aquí!"
Un destello de rojo salió de la varita de Harry y entró por la ventana abierta. Se oyó un ruido sordo. Buen tiro, Harry, pensó mientras corría por el camino al cobertizo.
–Alohomora –, murmuró. La puerta estaba bloqueada. Frustrada, se puso a mover el pestillo mientras empujaba la puerta con todas sus fuerzas.
–Apártate –dijo Harry–. Toma –le dejó la espada y dio una patada a la frágil puerta del cobertizo. Esta se abrió, colgando solo de una bisagra. Harry encendió la varita y metió la cabeza en el cobertizo para elegir las escobas.
–Matar a la del cabello de fuego…–una voz sobrenatural salía de la oscuridad, desde la pequeña colina detrás del cobertizo. Ginny alzó la mirada para ver una enorme serpiente negra, de al menos tres metros y medio de largo, que se deslizaba por la hierba de la colina hacia el tejado escombroso del cobertizo. Hubo un ruido sordo cuando su grueso cuerpo cayó sobre los guijarros. Petrificada, Ginny solo pudo observarla atravesar rápidamente la pequeña distancia del techo. Indiferente a la caída de casi dos metros, siguió moviéndose… más cerca… hacia ella. Se colgó en mitad del aire, a unos centímetros de su rostro. Un chillido involuntario desgarró la garganta de Ginny.
La serpiente abrió su enorme boca. Incluso en la luz atenuante, Ginny podía ver los dos brillantes colmillos blancos.
–Matar a la del cabello de fuego –horrorizada, se dio cuenta de que le estaba hablando. No había forma de mantenerla a distancia. De puro terror, sin pensar, sin ser consciente de que tenía la espada en la mano, levantó el brazo derecho y luego lo bajó con todas sus fuerzas.
La espada de la tarta debería haberse quedado atascada en la piel escamosa, debería haberle producido a la serpiente una herida que la elevara a un nuevo nivel de histeria, pero no lo hizo. La espada cantó mientras decapitaba la cabeza de la serpiente con un corte limpio. Ginny gritó de nuevo cuando una fuente de sangre chorreó desde el cuello cercenado, ahora colgando inútilmente del techo del cobertizo.
–¡Ginny!
Se sobresaltó. Se había olvidado por completo de Harry.
– Harry –susurró porque no quería gritar más–. La serpiente me habló… ¡iba a matarme!
–Lo sé –su expresión era ilegible–. Suelta la espada, ya ha terminado.
Ginny se miró las manos. Aún sujetaba la varita en una mano y la espada en la otra. Había sangre de serpiente deslizándose por su brazo. Dejó caer la espada manchada de sangre sobre la cabeza de la serpiente. Por fortuna, estaba lo suficientemente oscuro como para que no pudiera ver sus ojos.
Se aferró a su varita con ambas manos, intentando no sucumbir a la histeria. No podía asimilar lo que había oído ni lo que había hecho. La noche se sumía en la oscuridad demasiado rápido. No entendía de dónde salía aquella escalofriante respiración. Harry no sonaba así…
–Torturaremos a la pequeña…
Tenía tanto frío, el hielo negro penetraba a través de su ropa, de su piel, hasta la misma médula de sus huesos. Solo había negrura dentro de ella; como esa serpiente, era la muerte.
–Nadie te creerá, Ginny. Pensarán que mataste a esos gallos porque eres malvada… Debes de serlo¿no crees?
Su respiración era helada en los pulmones. No podía moverse; estaría atrapada en asfixiantes espirales de oscuridad para siempre.
–Solo los idiotas aman, Ginny… Eres idiota…
–¡Ginny!. ¡Ginny!. ¡Despierta! Se han ido. Los he echado.
Abrió los ojos. Estaba oscuro, pero no era la oscuridad típica de los dementores. Podía ver el débil brillo de las gafas de Harry.
–¿Eran dementores?
–Sí –respondió él con tono sombrío–. Tenemos que salir de aquí. Iremos los dos en la escoba de Ron, las otras no son muy buenas. Y tú…
No terminó la frase, pero Ginny entendió a qué se refería. Estaba temblando como una hoja y no estaba en condiciones para un viaje largo en escoba. Una ola de vergüenza la abrumó. ¿Por qué los dementores la afectaban siempre así? Y aún no podía conjurar un patronus.
Oyeron sonido de apariciones. Media docena de mortífagos estaban en el jardín delantero de la Madriguera. Aquello era demasiado. ¿Cómo puede estar pasando esto? Dio una sacudida para despejarse y se montó con dificultad en la escoba, delante de Harry. Antes de que tuviera oportunidad de agarrarse bien al mango, estaban volando. Harry pasó a unos centímetros de la colina y se alejó bruscamente de la Madriguera. Rayos de rojo y verde los siguieron, pero estaban fuera de su alcance antes de que los mortífagos los vieran siquiera.
Ginny se agarró con todas sus fuerzas. Harry forzaba la escoba a ir lo más rápido que podía, incluso cuando estuvieron bien lejos de la Madriguera. La luna llena se elevaba y tanto mortífagos como muggles podían verlos fácilmente.
Un destello de rojo pasó junto a su hombro izquierdo. Se giró y vio a Ron en una escoba, con una túnica demasiado corta para él. Ron les lanzó otro maleficio.
–Ginny, devuélveselos. Yo tengo que dirigir –la urgió Harry.
–Es Ron, no puedo hechizar a Ron –dijo, casi suplicando.
–Ese no es Ron –dijo Harry firmemente–. Poción multijugos¿recuerdas? Ginny, tienes que ayudarme.
Ginny se volvió y alzó la varita para hechizar al falso Ron. Pero era difícil sujetarse a la escoba y mirar en dirección contraria.
–Sujétate a mí y no a la escoba, voy a hacer algunos descensos en picado –la avisó, y una fracción de segundo después dejó caer el mango de la escoba hacia la tierra. Ginny se agarró a su hombro con la mano izquierda. Después de la primera caída y remontada, se dio cuenta de que nunca había sido capaz de sujetarse bien con ese tipo de maniobras, así que rodeó con el brazo izquierdo el cuello de Harry y miró a su perseguidor por encima de su hombro. El falso Ron ya no estaba intentando maldecirlos porque estaba demasiado ocupado intentando seguir el ritmo del vuelo de Harry.
Ginny sabía que no podrían ni deberían seguir a ese ritmo mucho más tiempo. Estaban probablemente sobre territorio muggle y, aunque fuera campo y de noche, alguien podría verlos. Apoyada en Harry, alineó la varita con la cabeza pelirroja de su perseguidor. Iba contra todos sus instintos, pero los ignoró.
–¡Desmaius! –gritó. Al principio pensó que había calculado mal, pero el falso Ron voló justo al centro de la diana. Sus ojos giraron hacia el interior de su cabeza y se cayó de la escoba, que pasó zumbando inofensivamente–. Le di –le dijo a Harry al oído, y chocó contra él un momento. Su corazón estaba latiendo deprisa¿o era el de Harry?
–Ginny, tienes que apartar el pelo de mi cara, no veo nada –dijo Harry impacientemente.
Avergonzada, Ginny se giró, metió la varita en el bolsillo de sus vaqueros y se recogió el pelo con las dos manos. Estaban volando en horizontal y más lentamente ahora, así que era fácil mantener el equilibrio sin sujetarse a nada. Cogió un mechón de pelo y lo ató alrededor de la coleta, ya que no tenía nada más con que hacerlo.
Colocó las dos manos en el mango delante de ella, decidiéndose a no gritar, agarrarse a Harry, ni en general actuar como una chica de ahora en adelante.
Estaban descendiendo lentamente sobre un huerto de manzanos. Planearon entre dos árboles, al nivel de las ramas. Bajo la luz de la luna Ginny pudo ver las pequeñas manzanas verdes. Se concentró en ellas para no tener que pensar en lo que acababa de pasar. Duras y pequeñas manzanas, con la piel suave… Tendrían un sabor amargo…
Harry habló por fin.
–¿Tienes idea de dónde podemos ir, que Voldemort no vaya a asociar contigo o conmigo?
Repasó las opciones en su mente. Londres estaba fuera porque se suponía que Kreacher había ido con los Malfoy, llevándose los secretos de Grimmauld Place con él. No podían ir a casa de los tíos de Harry, porque su dirección era bien conocida. Hogwarts estaba tan lejos…
–¿Familiares? –preguntó Harry.
–¡Lo tengo! Mi tía abuela Martha… bueno, será bisabuela o tatarabuela. Tiene unos cien años. Era una Weasley, la única mujer Weasley durante un siglo hasta que llegué yo. Así que no creo que nadie la asociara con nosotros.
–Vale. ¿Dónde vive?
–No lo sé –le oyó suspirar–. Quiero decir, vive en Warwickshire, en una finca enorme, pero es inmarcable.
–¿Has estado allí alguna vez?
–Sí, nos obligan a visitarla todos los veranos; fuimos una semana después del comienzo de las vacaciones –Ginny cerró los ojos e intentó pensar–. La tía Martha no está en la red Flu, así que usamos escobas. Tardamos unas dos horas en llegar allí.
Harry miraba por encima del hombro de Ginny, a la brújula colocada en el palo de la escoba.
–Me alegro de haberle dado esto a Ron por Navidades –miró a las estrellas–. Ahí está la Osa Mayor, y la Estrella Polar. Así que hemos ido hacia el…
–Este –le ayudó Ginny–. Tenemos que ir al norte y más al este. Su finca está cerca de ese castillo muggle grande.
–¿El castillo de Warwick, quieres decir? –preguntó Harry, sonando más esperanzado –. Eso debería ser fácil de encontrar, incluso en la oscuridad.
–Oh, sí –dijo Ginny–, su finca llega hasta Stratford, y hay un río…
Harry se rió.
–Está en buena compañía entonces. Esa es una gran zona de turismo. No creo que tengamos ningún problema para encontrarlo –hizo una pausa–. ¿Cuál es la contraseña para entrar a su terreno?
Ginny recordó lo que había dicho su padre a los árboles después de un largo viaje.
–Las mujeres blancas del manantial –contestó.
Harry giró la escoba hacia el norte cuando un destello de blanco y el batir de unas alas penetró en el huerto. Era Hedwig.
–¿Ves lo que decía de las lechuzas? –dijo Harry, aliviado. Hedwig dejó caer una carta en sus manos y luego se colocó en la rama más cercana. Ginny se estiró para acariciarla mientras Harry encendía su varita y estudiaba la carta.
–Está dirigida a mí –dijo–. ¿Qué opinas?. ¿Es un traslador?
–Esa es la letra de papá.
–Correré el riesgo entonces. Sujeta mi varita –abrió y empezó a leer la carta, dos arrugas apareciendo entre sus ojos mientras miraba la hoja. Suspiró y se la guardó en el bolsillo.
–¿Qué es?. ¿Qué dice papá? –preguntó Ginny ansiosamente.
Él la miró un momento y alargó la mano para coger su varita.
–Estás en peligro –contestó secamente.
Ginny se puso la varita detrás de la espalda.
–Ah, no, me vas a decir qué está pasando. Si esto es sobre mí, tengo derecho a saberlo.
Él se detuvo, estudiando su rostro acalorado, y luego, sin una palabra, los labios apretados, le dio la carta.
–Sujetaré la varita para que puedas leer.
La leyó rápidamente, cada vez más asustada. Cuando hubo terminado le miró a los ojos. Parecía… compasivo.
–Dice –empezó con voz temblorosa. Luego volvió a empezar–. Dice que vayamos a casa de tía Martha –le devolvió la carta y se dio la vuelta, agradecida de que estuviera oscuro. Tenía mucho en qué pensar.
Volaron hacia el norte bajo el cielo nublado. Era una noche cálida, pero Ginny tenía cada vez más frío a medida que el viaje avanzaba. Una vez empezó a temblar ya no pudo parar, e incluso entonces no estaba segura de si su inquietud era más mental que física. Harry se dio cuenta y la empujó más cerca de él para mantener el calor. En cualquier otro momento, se habría sentido avergonzada o emocionada o increíblemente consciente de él. Ahora, solo estaba contenta de que Harry estuviera cálido y callado.
Sus padres debían estar histéricos, pensó Ginny. Y sus hermanos. Podía imaginarse su rabia al ver la casa, al oír las amenazas de los Malfoy. Esa era otra buena razón para que fuera Harry el que estuviera con ella. No se preocupaba por ella como ellos. Oh, se preocupaba, se corrigió mentalmente, pero no de la misma forma.
–Castillo de Warwick –susurró él en su oído. Ginny no podía creer que ya casi estuvieran ahí. El castillo muggle estaba iluminado con electricidad. Podía ver enormes terrenos de hierba y el lago y el invernadero de cristal, y luego las almenas y torres del castillo en sí.
–Ve a la izquierda –le llamó.
Cruzaron varios campos y luego siguieron una carretera tan hundida por los años que los coches iban al nivel de las raíces de los árboles. Se fijó atentamente. Sí, ahí estaban los dos abedules gemelos, plantados tan juntos que las ramas estaban entrelazadas. Planearon delante de los árboles para que Ginny dijera la contraseña. Las ramas se apartaron, formando un agujero redondo de entrada. Una vez atravesado el portal de hojas, pudieron ver la forma oscura de la imponente casa de los Tudor, en lo alto de una colina. Estaban en el borde de una gran extensión de césped.
Harry se dirigió a la casa, pero Ginny le llevó hacia la parte de atrás.
–La tía Martha vive en la casa de los Dowager, no quiso vivir en la mansión después de la muerte de su marido.
Rodearon la casa por los formales jardines, que daban a la cocina. Había una cabaña blanqueada con el techo de paja y un fuego ardiendo en el interior.
En cuanto aterrizaron sobre las baldosas del camino, una elfina doméstica muy vieja les abrió la puerta. Vestía un trapo con algunos adornos y llevaba una bufanda de punto alrededor del cuello. Les instó a entrar con una mano de dedos largos y torcidos.
La tía abuela Martha estaba en bata, sentada en la mesa refregada, un arrugado gorro de dormir blanco sobre su pelo aún rojo. Era una mujer alta y angular, con la cara estrecha y la nariz larga de los Weasley. Si Arthur tuviera más de cien años y fuera mujer, sería exactamente como tía Martha, pensaba Ginny cada vez que la veía.
–¡Ginny! –la llamó con voz temblorosa–. Por fin estás aquí –observó a Harry a través de sus gafas de alambre–. Con tu jovencito, según veo.
Ginny pasó la mirada ansiosamente de Harry a tía Martha; esperaba que se llevaran bien, porque la tía Martha no soportaba a los tontos.
–Tía Martha, este es Harry Potter. Harry, esta es mi tía Martha.
Harry se acercó a tía Martha y estrechó la mano que esta le ofreció. Ginny notó que la estrechaba delicadamente; probablemente se había dado cuenta de que tía Martha tenía artritis. Por alguna razón, sintió una punzada de orgullo de que tuviera tan buenos modales.
La elfina doméstica colocó una jarra de leche espumosa sobre la mesa, cerca de un plato de sándwiches. Tía Martha les hizo un gesto para que se sentaran y comieran.
–¿Queréis algo de beber? Un viaje nocturno en escoba puede ser bastante frío.
Harry sacudió la cabeza; estaba comiéndose los sándwiches con evidente placer. Ginny tiritó como respuesta.
–Lotty, calienta la leche de Ginny. Eso debería ayudarte a dormir esta noche, querida.
Lotty agitó la mano sobre la taza de Ginny y una nube de vapor se elevó en el aire. Ginny asintió en su dirección, agradecida.
Tía Martha seguía hablando.
–Yo me voy a la cama. Lotty os vigilará a vosotros dos. Esta es una casita pequeña y solo hay dos dormitorios, así que tendréis que compartir uno.
Harry levantó la vista de sus sándwiches con las cejas levantadas.
–Oh, hay dos camas –se apresuró a añadir tía Martha ante su expresión–. Mañana, Lotty limpiará el trastero y pondremos una cama plegable allí –luego se puso en pie de forma rígida–. Lotty no habla, nunca lo ha hecho, pero se comunica bien. Buenas noches, queridos, espero que no tengamos muchas otras noches como esta.
–Esto… ¿señora? –preguntó Harry–. ¿Sabe si…? Quiero decir... ¿ha escrito alguien?
Tía Martha se giró y le miró fijamente.
–Las lechuzas nos han inundado esta noche. De tu padre –miró a Ginny–, y de Albus Dumbledore –se encogió de hombros–. Albus desea que los dos os quedéis aquí por ahora. Estuve encantada de ofrecer la hospitalidad de la finca Hathaway a toda la familia de Arthur, pero esa invitación ha sido rechazada. Las razones no las conozco –sonrió–. A Albus siempre le gustó jugar con un as en la manga, por decirlo de alguna manera.
Harry pareció contrariado ante esa falta de información.
–Por la mañana puedes enviar esa bonita lechuza tuya y ver lo que descubres. Hasta entonces, buenas noches a los dos.
Cuando tía Martha se fue, Harry volvió a concentrarse en los sándwiches y Ginny sorbió la leche caliente y miró a su alrededor. Todo era pacífico en la vieja cocina. Los únicos sonidos eran el suave tic-tac de un reloj y el crepitar del fuego en la enorme chimenea. La luz bailaba en las oscuras vigas que sujetaban el bajo y blanco techo. En los rincones, Ginny podía ver manojos de hierba secándose y varios tarros y calderos colgando de ganchos de hierro. El fregadero de piedra caliza y el mostrador de madera cubrían una pared, y el aparador con la vajilla azul y blanca ocupaba otra. Todo estaba pulcro y ordenado; nada que ver con la cocina de la Madriguera, pensó con una punzada de nostalgia.
–¿Quieres un sándwich? –preguntó Harry. Quedaba uno en el plato.
–No, cómetelo tú, no tengo mucha hambre –empezaba a sentirse enferma, dándose cuenta de las implicaciones de todo lo que había pasado esta noche. Una de ellas que la serpiente le había hablado… Y ella la había matado… Y había sangre… Y Voldemort quería su sangre…
–¿Estás bien? –le preguntó Harry, con el ceño fruncido.
No voy a llorar, se dijo a sí misma severamente.
–Solo cansada –mintió.
–Ginny –era un reproche.
–Vale. No, no lo estoy –dijo, molesta de que la regañara por no hablar–. ¿Qué podría querer Lucius Malfoy de mí? Debo ser malvada o algo –se dio cuenta vagamente de que no estaba dándole mucho sentido–. Debo ser tan mala que me va a casar con Draco y engendraré el próximo heredero de Slytherin o algo así.
Harry pareció divertido un momento y luego se puso serio.
–No te quiere porque seas mala –su rostro se torció en una mueca y sus ojos se perdieron en la distancia–. Tienen maldad –la miró a los ojos–. Tienen maldad de sobra. No –ladeó la cabeza y la miró, sus ojos vagando por la cara de ella–. No, lo que quieren de ti es algo bueno y delicado…
Los ojos de Ginny se llenaron de lágrimas. No eran sus palabras tanto como la forma en que la estaba mirando, como si pudiera ver algo "bueno y delicado" en ella.
–Bueno, pues están buscando a la chica equivocada¿no? –preguntó amargamente–. Tú me viste, corté la cabeza de esa serpiente de un golpe. Y entendí a la serpiente. Tom podía hablar con las serpientes.
Algo brilló en los ojos de él.
–Ginny, yo hablo pársel. ¿Crees que yo soy malo? –su tono suave ocultaba la mandíbula tensa y el puño crispado.
–¡No! –que ella de entre todas las personas pudiera considerarlo malo–. ¡No, Harry! Tú no puedes evitar eso, eras un bebé cuando Voldemort te afectó. Cualquiera de esos poderes oscuros, no son culpa tuya. Pero mi posesión fue toda culpa mía, debería haberlo sabido mejor. Ya oíste a mamá y papá después de que saliéramos de la Cámara.
Aquella charla sobre el mal parecía haber desencadenado algo, porque por primera vez en toda la noche, Harry parecía enfadado.
–¿Qué pasaría si te digo que intenté usar la maldición cruciatus contra Bellatrix Lestrange?. ¿Pensarías que soy malvado?
Los horribles sucesos del Ministerio pasaron por la mente de Ginny.
–¡Eso es lo que ibas a hacer! Te vi, Harry, estabas fuera de ti por la muerte de Sirius.
Se quedó mirándola un minuto.
–¿Me viste ir tras ella?
–Te llamé, pero creo que no me oíste.
–¿Cómo puedes quedarte ahí sentada y decirme que no soy malvado?. ¿Cómo puedes no odiarme por eso? –inquirió.
Era casi como si quisiera que le odiara, como si quisiera que ella le castigara tanto como él se estaba castigando a sí mismo.
–¿Cómo puedes no odiarme por petrificar a toda esa gente y ponerte en peligro mortal? –le devolvió el golpe.
–Voldemort intentó poseerme –dijo él de repente.
Ginny aspiró bruscamente. De pronto estaban en las aguas más profundas de la conversación y no estaba segura de si podría aguantar.
–¿Cómo pudiste soportarlo? –preguntó él–. ¿Todos aquellos meses? Dolió tanto cuando me poseyó… –la mirada torturada volvía a estar en sus ojos, pero esta vez no estaba centrado en sí mismo, la estaba mirando a ella…
–No me acuerdo –susurró–. Y no quiero acordarme –añadió con voz más fuerte.
–No, supongo que no –dijo, la tristeza en sus ojos–. Solo creo que podrías tener que… ya sabes… enfrentarte a ello. Porque…
–¿Porque qué? –dijo Ginny, sintiendo una punzada de miedo en el estómago ante su expresión seria.
–Porque sobreviviste a él, y lo que te permitió hacerlo es lo que Lucius Malfoy busca de ti con tanto empeño.
Ginny dejó escapar un aliento que no era consciente de estar conteniendo. Veía puntitos nadando delante de sus ojos. Esta había sido una conversación intensa tras un día intenso…
–Harry¿a qué tienes que enfrentarte tú? Ya conoces la profecía¿no?
Se puso pálido.
–Tengo que asesinar a Voldemort o ser asesinado por él.
Ron y Hermione habían supuesto eso, pero oír a Harry decirlo con esa voz sin emoción lo hacía demasiado real… y siniestro.
–Matar es fácil –Ginny se oyó a sí misma decir con voz amarga–. Le corté la cabeza a esa serpiente, y la espada… ¡cantó!. ¿Qué clase de espada canta cuando matas algo con ella?
–Una espada malvada –dijo Harry, el fantasma de una sonrisa jugueteando en la comisura de sus labios.
–¡No es gracioso!. ¡Una espada malvada para una chica malvada!
–Ginny –dijo impacientemente–, tuviste que matar a esa serpiente antes de que te matara a ti.
–¿Y qué diferencia hay entre eso y la profecía? –inquirió ella.
Él abrió la boca y la cerró, la confusión en sus ojos.
–No lo sé… solo la hay.
–Te diré cuál es el problema, Harry. Es la culpa de después, es el saber que puedes hacer algo así; ese es el problema. ¡Nadie te culparía en absoluto por matar a Quien-Tú-Sabes! De hecho, les gustaría traerlo de vuelta y matarlo una y otra vez por todas y cada una de las víctimas. No, no es lo que el asesinato le haría a él, es lo que te haría a ti.
–Mancillar tu alma –murmuró él.
Se quedaron sentados en silencio. El reloj seguía haciendo tic-tac, la leche en la taza de Ginny se había quedado fría. Era un contexto tan ordinario para una charla tan extraordinaria. Seguro que había una forma de que todo quedara bien…
–Debe de haber un modo de limpiarla –dijo Ginny, queriendo que él le dijera que sí lo había–. Debe de haberlo, si el mal tiene que ser erradicado.
Él la miró con esos claros ojos verdes.
–Creo que tú lo sabes, en el fondo, incluso aunque no lo recuerdes.
Ella se reclinó en su silla. Estaba empezando a dolerle la cabeza.
–No lo sé, Harry –dijo con cansancio–. Pero deberíamos acostarnos, Lotty está esperando.
Lotty estaba de pie en la puerta al pasillo. Harry se levantó.
–De acuerdo, pero aún no hemos decidido quién es más malo, tú o yo.
Ginny empezó a sonreír lentamente.
–Depende de lo alto que ronques.
Él le devolvió la sonrisa.
–Ron gana, entonces.
Ginny esperó en la cocina a que Harry terminara en el baño y se acomodara. Hacía mucho tiempo, como por ejemplo ayer, pensó con pesar, compartir una habitación con Harry la habría lanzado a un mar de dudas y se habría puesto a la defensiva. Esta noche, solo quería acostarse y dormir. No podía imaginarse caer más bajo a ojos de Harry después de todo el comportamiento errático que había mostrado hoy.
Lotty apareció bajo su codo e hizo un gesto hacia arriba. Ginny la siguió a través de la casa a oscuras y subió unas estrechas escaleras de madera. Había un pequeño pasillo con cuatro puertas cerradas. El cuarto de tía Martha estaba en un lado de la casa y el cuarto de invitados estaba justo en frente, con el trastero y el baño en medio. El techo del pasillo se inclinaba, siguiendo la línea del tejado. Lotty le dio a Ginny un camisón blanco y una bata azul. Luego le señaló el baño y le enseñó la cesta de mimbre en que debía poner su ropa manchada de sangre. La de Harry ya estaba amontonada dentro.
Una vez sola, Ginny decidió darse una ducha. Dio un golpecito al grifo con forma de girasol con su varita. Este abrió un pétalo soñoliento y se quejó.
–¿Una ducha, tan tarde?
–Sí –insistió Ginny–, ha sido un día duro.
–Está bien –el girasol abrió todos los pétalos y un suave chorro llenó el diminuto cuarto de vapor.
Tía Martha tenía todo tipo de jabones y lociones y perfumes alineados junto a la bañera. Ginny eligió "Campos de fresas" para su pelo. La combinación del agua caliente y el dulce olor del champú la calmó como nada más habría podido hacerlo. Se lavó los dientes y puso su nuevo cepillo de dientes en el vaso al lado del de Harry. Luego se vistió con el camisón, contenta de que no tuviera mangas y sus brazos estuvieran libres. Ya era suficiente con que sus pies se empeñaran en tropezar con la tela demasiado larga.
Se levantó al menos treinta centímetros de algodón para poder caminar por el cuarto de invitados, intentando que las tablas viejas del suelo no crujieran. Estaba demasiado oscuro para que pudiera ver bien. Harry debía haberse quedado dormido ya; podía oír su respiración regular. Esperaba que su varita no lo despertara, pero necesitaba encontrar su cama en el cuarto extraño.
–Lumos –murmuró. El primer vistazo le dijo que la habitación era muy pequeña, y la cama en que un Harry sin camisa estaba extendido, muy grande.
El segundo vistazo le dijo que solo había una cama.
Suspiró. Había sido esa clase de día.
