PRINCESITA
Disclaimer; Esta historia no ha sido realizada o aprobada por ninguna persona o entidad relacionada con las obras originales o licenciadas de Stepehnie Meyer.
Con cuidado, Renesmee cerró el libro escarlata para colocarlo suavemente sobre sus piernas, y alzar sus enormes ojos chocolate, mirándome desde mi regazo con una tierna sonrisa en su infantil rostro.
Incapaz de no devolverle la mueca, también sonreí.
- ¿Te gustó la historia? – pregunté mientras la abrazaba contra mi torso.
Su manita cálida se colocó sobre mi fría mejilla. Por mi mente volaron rápidamente una selección de retazos de la historia que, tan vorazmente, mi hija me había leído en tiempo record.
Es bonita, pensó antes de quitar su mano de mi rostro, para luego mostrar una expresión preocupada.
- ¿Crees que a papá le guste que se la lea? – me preguntó.
Mi sonrisa se ensanchó aun más. Renesmee no era una niña de muchas palabras, y rara vez se oía su voz. Una pena, de verdad. Aquel sedoso sonido era sin duda uno de los más hermosos que había oído jamás. Y que pocas veces pudiera oírse solo convertía su voz en un sonido más bello y único.
- Estoy segura que si, cariño – acaricié sus cobrizos tirabuzones al tiempo que depositaba un beso en su coronilla – Y más aún con una lectora tan buena –
Las constantemente rosadas mejillas de mi niña ardieron por un instante.
- Además – agregué - ¿A quién no le gustan las historias de princesas, hadas, brujas y caballeros? -
Renesmee entreabrió su boca mientras pensaba con cuidado su respuesta, frunciendo levemente el ceño en el proceso. Reí suavemente.
- Todos aman este tipo de historias – le aseguré, casi presuntuosa – Y papá no es una excepción. Ya veras como le encantará la idea de que le leas el cuento –
Mi hija me dedicó una despampanante sonrisa, obviamente heredada de su padre, antes de saltar de mi regazo y corretear hacia la biblioteca de nuestra cálida cabaña.
Me levanté también, y alisé mis arrugadas ropas antes de dirigirme hacia ella.
- ¿Qué quieres hacer ahora? – inquirí con dulzura mientras me acuclillaba a su lado.
Renesmee volvió a sumirse en sus pensamientos, esta vez llevando su manita a su mentón mientras pensaba. Tuve problemas para reprimir la risa que me causaba verla tan concentrada.
Sus ojos se abrieron a la vez que otra sonrisa se dibujaba en su rostro de porcelana al haber descubierto una respuesta.
- ¿Y bien? – urgí dulcemente.
Su ardiente palma alcanzó mi mejilla nuevamente, y retazos de la historia volvieron a mi mente.
- Juguemos – casi ordenó mi hija.
Asentí antes de dejarme caer en el suelo para encontrarme sentada frente a ella. Aclaré mi garganta dramáticamente.
- Había una vez una hermosa princesita – empecé a la vez que surgía la duda de cómo continuaría. Renesmee, por su lado, aplaudió con entusiasmo mi introducción – Todos amaban a la princesita, que alegraba las calles de todo el pacífico reino con su deslumbrante sonrisa, sus brillantes ojos chocolate y sus delicados bailes –
- Pero – me interrumpió mi hija, tomándome por sorpresa – una mañana llegó una carta urgente de un reino vecino, pidiendo ayuda a los reyes padres de la princesita. Pues los reyes eran conocidos por su generosidad, y cuando otro reino necesitaba una mano amiga, siempre acudían en busca de ayuda al reino de la princesita –
Reí suavemente antes de volver a tomar la palabra.
- Y, así, los reyes partieron, no sin antes saludar con tristeza a su pequeña hija –
Renesmee miró con pena el suelo, a pesar de que una sonrisa se asomaba por la comisura de sus labios.
- Todos lamentaban la partida de los reyes… –
- ¡Aunque nadie más que la princesita! –
- … pero todos sabían que pronto volverían, lo que llenaba sus corazones de esperanza, sin dejar así más lugar para la tristeza –
Renesmee celebró riendo y dando saltitos en su lugar.
- En ausencia de los reyes, el resto del reino, los súbditos y sirvientes del castillo, cuidaron de la niña – agregué.
- Sin embargo – Renesmee tomó un porte de lo más serio y misterioso – nadie del reino pudo impedir el triste, triste destino de la princesita -
La miré, intrigada.
- Pues, - continuó mi hija – una mañana, la princesita se despertó, y se vio incapaz de poder danzar. Los ojos de la princesita perdieron su brillo, y su sonrisa desapareció, pues ella se vio incapaz de hacer lo que tanto amaba – y, dicho esto, se dejó caer al suelo teatralmente al tiempo que simulaba llorar desconsoladamente.
Me acerqué de rodillas y coloqué junto a ella, acariciando suavemente su cabello.
- Jamás el reino se encontró tan angustiado, pues sentían el dolor de la princesita como si fuera suyo – narré – Cada súbdito del reino intentó encontrar un remedio para lograr devolver al corazón de la princesita la canción que hacia sus pies bailar –
- Pero ninguno lo logró – agregó Renesmee con pena.
- La princesita se lamentaba encerrada en su habitación, presa de su pesar –
- Todas las mañanas, todas las tardes, y todas las noches, la más leal de los súbditos del reino acompañaba e intentaba consolarla; la gentil costurera, mejor amiga de la princesita – se abrazó a mi cuello mi niña.
¿Yo? ¿Costurera? Vaya, ¿quién lo diría?
- Ya, ya princesita – murmuré intentando no sonreír a la vez que le daba unas palmaditas en la espalda a Renesmee, cuyo abrazo se había convertido en un "sollozo" – Esto tiene solución –
Levantó sus ojos y me miró.
- ¿De veras? – preguntó - ¿Cuál? –
En la que me había metido por hablar sin pensar. Si, Bella, anda, dile cual es la solución.
- Veras… - dije sin mucha seguridad - ¿Recuerdas el reino en el que se encuentran tus padres? –
Renesmee asintió en silencio. Por mi parte, yo titubeé.
- Bueno, allí… ermm… allí habita un… ¿hada? – casi ofrecí.
- ¡¿Un hada?! – mi hija se llevó ambas manos a la boca, sorprendida.
- Si. Un hada – asentí con más seguridad, aliviada – Un hada conocida por sus poderes y por su generosidad –
- ¡Oh! ¿Crees que ella pueda ayudarme? – preguntó Renesmee, mirándome esperanza.
- Solo hay una manera de saberlo – me levanté del suelo y le tendí mi mano.
Ella la miró, y luego me sonrió. La tomó y se levantó.
- Y entonces, saludando al reino, la princesita y la costurera emprendieron su camino hacia el reino vecino, en busca del hada – anuncié.
Colocándose a la cabeza de la marcha, mi hija desfiló hacia la puerta de la cabaña. Sin embargo, cuando estiró su mano para tomar el pomo, la puerta se abrió por si sola.
Renesmee dio sorprendida un par de pasos hacia atrás, golpeando su menuda espalda contras mis piernas.
- ¡Y, en su camino, la princesita y la costurera se encontraron con un valiente caballero errante! – exclamó.
Mi esposo no pudo evitar carcajear ante la escandalosa "acusación". No necesitaba tener su don para estar segura de que sabía a la perfección sobre el juego.
- Buenas tardes – nos saludó Edward con una reverencia elegante.
Sin duda, lo conocía.
Renesmee, por su parte, le imitó, no menos grácil. Reprimiendo un suspiro, me vi obligada a imitarles también.
-¿Podría saber, si es que no les molesta, que hacen un par de frágiles damiselas tales como ustedes atravesando solas caminos tan peligrosos? – se irguió orgulloso.
Nuestra hija bajó la cabeza y sus rizos ocultaron su rostro.
- Necesitamos hallar un hada – sentenció suave pero vehemente - ¡Sola ella puede ayudarme! –
Edward asintió con admiración, pensativo.
- Ya veo – murmuro – Entonces, no me queda otra opción más que acompañarlas. ¡¿Qué clase de caballero sería si las dejara sin protección?! –
Renesmee aplaudió y saltó antes de recordar su digno porte.
- Muchas gracias – se corrigió con voz algo grave mientras se ruborizaba y hacia otra reverencia – Es usted un gran caballero –
Mi esposo le sonrió tiernamente antes de correrse y dejar pasar así a "las damicelas".
Cerró galantemente la puerta una vez que yo me encontré en el frío y nubloso exterior, y besó por unos segundos con pasión, antes de separarse, sonreírme mi sonrisa favorita. Me tomó por el brazo, tal y como Charlie lo había hecho en mi boda cuando nos encontrábamos camino al altar. Deseché la comparación al instante, y me felicité por arruinar el mágico momento.
- Si todas las costureras se vieran tan bien, - ronroneó Edward lo suficientemente bajo para que solo yo lo oyera - creo que me encerraría para siempre (porque claro está que puedo) en un taller de costura –
Sonreí complacida.
- Es usted muy atrevido –
Mi esposo me respondió con una desvergonzada risa. Reí por lo bajo, divertida.
- ¡Vamos, vamos! – nos urgió Renesmee - ¡Se hace tarde! –
Ambos intercambiamos una mirada antes de empezar a andar, siguiendo a la saltarina niña que, de vez en cuando, se quejaba lastimosamente de su pesar.
- Esta de lo más habladora – murmuré a Edward.
Asintió.
- Esta decidida a interpretar si personaje a la perfección – me respondió con un tinte de orgullo en su aterciopelada voz.
No pasaron más de unos minutos antes de que el arboleado paisaje del bosque dejara lugar al espacio en el que se erguía, magnifica, la mansión Cullen.
Mi hija ahogó un grito, entusiasmada. Se volteó para mirarnos con unos emocionados ojos.
- ¡Miren! ¡Un castillo! ¡Llegamos al reino! – nos sonrió - ¡Vamos! ¡Rápido, rápido! –
Y salió disparada en dirección a la casa. Sin malgastar ni un segundo, la seguimos de cerca.
Una vez frente a la mansión, nos miró sobre su hombro para asegurarse de que aun estábamos detrás, y se propuso a entrar. Edward la tomó por el hombro, pidiéndole que no lo hiciera en silencio.
- Detrás de mí, damiselas – nos ordenó fervientemente - ¿Quién sabe que peligros acechan allá dentro? –
La niña obedeció callada y se colocó detrás de su padre, a mi lado, antes de echarme una mirada divertida.
Entramos sigilosamente a la casa, Renesmee aferrada a la pierna de Edward, mirando alrededor con precaución.
Rápida y silenciosa como solo un vampiro puede ser, Esme prácticamente se materializó en la habitación para dedicarnos una maternal sonrisa que, muy a pesar de intentar mantenerme dentro de mi personaje, fue incapaz de no devolver.
Abrió su boca para hablar, pero la pequeña niña a mi lado se le adelantó.
- ¡Madre! – chilló Renesmee mientras corría hacia Esme y se abrazaba a sus piernas.
Esme, por su lado, no se mostró tan exaltada como mi hija. Sus dorados ojos se abrieron como platos en una sorprendida expresión. Levantó su vista de la niña aferrada a su falda ocre y me miró directo a mí, más que confundida.
- Está bien – le tranquilicé muy bajo con una sutil sonrisa – Solo sigue el juego –
Y dicho esto, me dejé caer sobre mis rodillas, y obligué a Edward a hacer lo mismo tirando de su manga con toda la suavidad con la que me vi capaz. Debía prestar atención y tener cuidado por mi fuerza neófita.
- ¡Oh, reina! – murmuré – Sé que te preguntaras qué hacemos aquí, en el reino vecino. Por qué hemos cruzado las fronteras de tu castillo… ¡Pero algo terrible ha ocurrido! –
La expresión de Esme se relajó al comprender lo que ocurría, y bajó su vista hacia la ahora sollozante niña para acariciar su cabeza, intentando tranquilizarla.
- Continua, vasalla – ordenó con una delicadeza realmente digna de nobleza.
- ¡Tu pequeña hija ha sido embrujada! ¡El ritmo de sus pies se ha esfumado! –
- ¡Oh! – exclamó Esme, llevándose una mano al rostro, horrorizada.
Asentí con pena, reprimiendo una sonrisa, antes de continuar.
- Nuestra única esperanza yace en las manos del hada que habita estas tierras… solo ella es capaz de ayudarnos – agregó Edward.
Renesmee asintió con lentos movimientos de su cabeza.
- Madre – miró a Esme, levantando los ojos de su falda - ¿Dónde está padre? ¿No debería estar aquí contigo? –
Esme le echó una ojeada a Edward, quien negó levemente.
- Volverá pronto, pequeña – aseguró Esme.
La niña asintió nuevamente antes de soltarse y volverse a Edward y a mí con la decisión escrita en su rostro.
- Debemos continuar – sentenció y, como si lo hubiese ordenado, tanto su padre como su madre nos paramos.
- Ten cuidado – pidió débilmente Esme.
- Tengo un caballero que me protege – respondió Renesmee mientras señalaba a Edward, quien rió por lo bajo – No tienes por que preocuparte, madre –
Esme asintió con un movimiento cortó antes de alejarse con gracia para tomar un asiento en uno de los blanquísimos sillones y observarnos en silencio, entrelazando sus dedos sobre su regazo.
Sin pronunciar una palabra, mi niña comenzó a caminar, seguida de cerca por Edward y por mí, subiendo la escalera y comenzando a recorrer los pasillos de la mansión Cullen.
- Luego de despedir a su madre, la princesita, la costurera y el valiente caballero comenzaron a recorrer el castillo en busca de la reina del reino vecino – cantó Renesmee.
- Debía reportar su llegada a la reina – agregó Edward – Y, además, ¿Quién mejor para saber la localización del hada que la mismísima dueña del terreno? –
Tal y como si hubieran oído un llamado, cuando pasamos por la habitación de Rosalie y Emmett, ambos vampiros salieron de ella, la primera riendo por lo bajo por algo que su esposo le estaba susurrando sugestivamente al oído.
Fuera lo que fuera que hubieran estado haciendo, estaba feliz de que hubiera terminado antes de que Renesmee hubiera pasado por su puerta.
Al vernos, ambos nos sonrieron, una llena de adoración y el otro burlón.
- Hola, Nessie – canturreó Rose.
- ¡Oh, reina! – Renesmee exclamó antes de hacer una reverencia que Edward y yo imitamos.
Rosalie arqueó ambas finas cejas, desconcertada, mientras que Emmett soltaba una carcajada.
- La han educado bien – nos felicitó.
Evité gruñir (nada fácil, debo admitir) mientras me paraba, Edward imitándome. Esto de las reverencias cada vez me gustaba menos, aunque lo hiciéramos jugando.
Rosalie, por su lado, nos miró intrigada, en busca de respuestas. Sin embargo, Renesmee no nos dio tiempo.
- Soy la princesita, – se presentó – la hija de los reyes que te han ayudado en tu momento de necesidad, y cuyos padres las paredes de tu palacio resguardan – miró alrededor – He venido a cobrar el favor que mi reino le ha dado al tuyo; no pido mucho, oh, reina –
Rose la observó perpleja, aunque tardó menos de medio segundo en comprender de que iba la cosa.
- Adelante – susurró con un murmullo de lo más melodioso.
- Necesito saber donde mora el hada que habita en tu reino – pidió mi hija.
La deslumbrante rubia frunció levemente el ceño.
- ¿El hada? – preguntó - ¿Para que la necesitas? –
Renesmee forzó una penosa mueca.
- Ella es la única que puede ayudarme – farfulló antes de comenzar a narrar toda nuestra "travesía".
Emmett estalló en carcajadas que todos ignoramos mientras esperábamos que Rosalie respondiera ahora que conocía la situación. Ante nuestras expectantes miradas, se dejó caer al suelo frente a Renesmee para abrazarla.
- ¡Oh! ¡Cuánto lo siento! – exclamó y pude ver la sonrisa de sus labios.
Mi hija se alejó, sin soltarse de los brazos de Rose, para mirarla a los ojos.
- ¿Me ayudaras entonces? – preguntó tímidamente.
- ¡Haré todo lo que esta en mis manos! – casi se indignó Rosalie.
Renesmee sonrió.
- ¿Dónde se encuentra el hada? – preguntó, ansiosa.
Las perfectas facciones de Rosalie mostraron algo de una muy realista culpabilidad.
- No lo sé – respondió con pena, a lo que mi hija reaccionó como si le hubieran dicho que su perro había muerto – El hada es un ser mágico y errático… nunca se encuentra dos veces en el mismo lugar. Es el encanto de encontrarla –
Renesmee miró al suelo con su corazón rotó.
- Pero – agregó rápidamente Rose con gran optimismo y una sonrisa – El hada viene a visitarme una vez al año para bendecir mi reinado –
La niña levantó la vista con la esperanza reflejada en sus ojazos.
- Y creo que la suerte está de tu lado princesita, - continuó Rose - ¡porque hoy es ese día! –
- Oh, por favor – carcajeó Emmett, volviendo a ser ignorado.
- ¡Que bien! – festejó Renesmee riendo y saltando.
No pude evitar intercambiar una sonrisa con Edward.
- Lo mejor será que la esperemos en el recibidor, ¿no crees, cariño? – preguntó con ternura Rosalie.
La respuesta de mi hija fue un entusiasta asentimiento que fue acompañado por un el gracioso saltar de su cabellera. Desbordando gozo, voló por el pasillo y, pudimos oír, escaleras abajo.
- Es tan dulce – suspiró Rose.
- Si que lo es – asentí.
Emmett acercó a su esposa a su cuerpo tras pasarle el brazo por la cintura y empujarla suave pero posesivamente contra si.
- Si mi Rose es reina, – murmuró petulante – eso me convierte en rey. Póstrate y besa mis pies, Bella –
Revoleé los ojos, y estuve a punto de responderle, pero Edward lo hizo por mí.
- Nessie jamás mencionó un rey para la reina – dijo y se rió por lo bajo.
Emmett se mostró algo desconcertado.
- ¿Ah, no? – se rascó detrás de la rizada cabeza - ¿Entonces que demonios soy yo? –
Edward solo volvió a reír y me tomó por la cintura para escoltarme por donde se había ido nuestra hija, claramente nada dispuesto a responder a Emmett.
Encontramos a Renesmee esperando sentada en el regazo de Esme, quien es encontraba peinando su cobrizo cabello con su manos de mármol. Nos sonrió.
- Veo que ya se han presentado a la reina – murmuró, claramente habiendo oído todo lo que había ocurrido escaleras arriba.
Renesmee asintió en silencio, respondiendo por todos.
Sin pronunciar palabra alguna, todos tomamos un lugar; Edward se sentó junto a Esme, y yo, en las piernas de mi esposo, quien comenzó a pasar su mano balsámicamente por mi espalda. Emmett y Rosalie, por su parte, se sentaron en un sillón apartado, murmurándose en el oído tan bajo que hasta a mis delicados oídos les costaba oír.
- ¿Falta mucho para que llegué? –preguntó mi hija a medio minuto de haber permanecido callados, solo el ruido de la lluvia que había comenzado a caer de fondo.
La rubia rió suavemente, dejando que Edward respondiera.
- No falta nada – le aseguró.
Y, como si estuviese estado espiando y esperando el momento oportuno para llegar, la puerta de entrada se abrió.
Contagiados por el entusiasmo de Renesmee, dejamos de respirar (cosa que, sinceramente, a los vampiros no les cambiaba en nada por el mero hecho de no necesitar del aire).
- Buenos días – nos saludó Carlisle con una sonrisa mientras cerraba su paraguas y lo colocaba en el paragüero, mojando un poco el suelo en el proceso.
Todos bufamos y soltamos unos decepcionados "oh". Carlisle nos dedicó una extrañada mirada, y hasta dolida diría yo. Esme me pasó a Renesmee antes de pararse y colocarse junto a su esposo y susurrarle al oído el juego. Pude ver en las facciones del doctor como comprendía y sonreía nuevamente.
Esta vez acompañada, Esme volvió a su lugar en el sillón. Carlisle besó la coronilla de mi hija, quien de buena se pasó de mi regazo al del rubio, para acomodarse contra su pecho, mirando sus manitas.
- Nessie… quiero decir, su majestad… – llamó Emmett, a lo que Renesmee respondió con erguirse – apenas has visto a la reina – pasó su brazo por los hombros de Rosalie – la has reconocido al instante… ¿puedes "adivinar" que soy yo? –
Linda manera de saber tu parte en el juego, Emmett.
- Por supuesto – asintió mi hija con calma – Es fácil. Vives en el palacio con la reina desde hace mucho tiempo – Emmett le sonrió complacido – Tu objetivo es complacerla, y hacerla feliz. Eres el bufón de la corte –
A excepción de Renesmee, quien mantuvo su porte digno, y de Emmett, quien se mostró desconcertado, estallamos en carcajadas. ¡Ésa es mi hija!
- Así quedamos, Renesmee – replicó Emmett, imitando el "te estaré vigilando" de Robert De Niro en "La Familia de mi Novia".
Y, antes de que ninguno pudiera acotar algo para defender a la niña, la puerta volvió a abrirse.
- ¡Es ella! – exclamó Renesmee con voz ahogada, levantándose de un salto del regazo de Carlisle.
Y así era.
Pequeña y grácil, Alice entró en la habitación danzando, su vestido celeste de corte sobre la rodilla acompañando cada movimiento con elegancia. De verdad parecía un hada, diminuta, frágil y delicada. Me sorprendí al notar la plateada tiara que llevaba sobre la negra cabellera.
Detrás de ella, y en un plano mil veces mas bajo, le seguía Jasper con varias bolsas de compras en una mano, y un empapado paraguas en otro. En su blanquecino rostro se asomaba una sonrisa, y sus dorados ojos no se despegaban de la deslumbrante Alice. Como le ocurría al resto de los Cullen.
Sin perder ni un segundo, Renesmee corrió y se abrazó a la cintura de Alice, quien sonrió y acarició su cabeza.
- ¡Te he estado esperando! – chilló mi hija con un deje de reproche que nos hizo reír.
- Lo sé – respondió Alice sin inmutarse – Disculpa la tardanza… no podía venir a visitar a la reina sin traer regalos para todos – y, muy puntualmente, me guiñó un ojo.
Genial. Esta noche, a Renesmee y a mí nos tocaba hacer de Barbies.
- No importa – sonrió mi hija, alejándose de Alice - ¿Puedes ayudarme? –
La sonrisa de Alice se desvaneció.
- Me temó que no – murmuró.
Renesmee (y si mis oídos no me engañan, el resto del aquelarre Cullen) ahogó un grito de horror.
- ¡¿Qué?! –
- ¿Por qué no? – inquirió Rosalie, bastante brusca y agresivamente.
- Porque hay una bruja en el reino – sentenció Alice con frialdad, a lo que le siguió unos gritos ahogados – Fue quien te hechizo, princesita, y no puedo hacer magia hasta que destruyamos su malvado poder –
- ¡Oh, no! –
- ¿Y como lo sabes? – inquirió Rose, cruzándose de brazos y piernas.
- Lo siento en mis venas – respondió enigmáticamente para mirar a Jasper – Los espíritus guardianes lo sienten –
- ¿Y puedes detenerla? – preguntó Renesmee, su rostro lleno de pena, pero sus ojos deslumbrantes de emoción y alegría.
Alice asintió.
- Puedo… siempre que tenga a mis espíritus guardianes cerca… – le echó una mirada a Jasper de nuevo y le sonrió, antes de volver a mi hija –… y mientras la Fuerza esté de nuestro lado –
¿La Fuerza? Vaya, ¿cuándo pasamos de un tierno cuento de hadas a Star Wars?
Debajo de mí, como si hubiese leído mi mente, Edward se removió en su lugar.
- ¿La Fuerza? – inquirió.
Alice asintió.
- Es lo que necesito para vencer a la bruja – dijo antes de levantar un fino y níveo dedo – A esa bruja –
Horrorizados, nos levantamos de nuestros asientos para colocarnos detrás de Alice, asustados.
- ¡Oh! -
- ¡Por Dios! –
- ¡No lo puedo creer! –
- ¡Yo confié en ti! –
- Alice… ¿la bruja soy yo? ¿Yo? – el fortachón Emmett ladeó su cabeza a un lado.
- No lo niegues – acusó Alice con sus ojillos chispeando.
- Pero si no lo soy… -
- ¡Que cruel eres! – chilló la ceñuda Renesmee, asomándose desde detrás de Alice.
- Que yo no soy la bruja – replicó Emmett – Las brujas son unas nenas. Yo soy bien hombre. Y, además, sepan que ¡no duden que los convertiré a todos en ranas, malditos! –
E imitó penosamente la chillona risa de una bruja mientras se atusaba un bigote imaginario.
Ante esto, retrocedimos aterrados, siendo Alice la única que mantuvo su postura firme.
- ¡Oh, no! – exclamó con voz ahogada Esme mientras Emmett se arremangaba y comenzaba a acercarse con paso amenazante, haciéndonos retroceder hasta golpearnos contra una de las paredes de la casa.
Me resguardé en los brazos de Edward, Renesmee escondida entre ambos, mientras que Esme hacía lo propio con Carlisle, y Jasper y Rosalie permanecieron cada un por su lado, el primero dudando si ir por Alice, o si dejarla brillar como solo una solista puede hacerlo.
- ¡Yo puedo con él! – saltó hacia adelante Alice, frunciendo el ceño y apretando los labios en una cómica mueca.
Gruñó a Emmett, quien en respuesta hizo la posición de la grulla.
- Atrévete, enana –
- Ya veras – levantó su puño Alice.
Un relámpago iluminó la habitación más de lo que ya estaba y un estruendoso trueno nos ensordeció mientras la puerta se abría una última vez más. Sorprendidos, volteamos las cabezas para observar con ojos grandes como platos al intruso.
Jacob se sacudió la lluvia, irónicamente, tal y como un perro, para levantar su sonriente rostro y tragarse las palabras que había estado a punto de pronunciar. Su sonrisa lentamente cayó, hasta convertir su expresión en la encarnación del desconcierto. Noté que intentó, en vano, esconder su desorientación, esta brillando en sus oscuros ojos, al tiempo que nos observaba detenidamente, desde el par de vampiros que parecían estar jugando a Dragon Ball hasta el puñado que se encontraba arrinconado en un rincón como un montón de conejillos asustados.
Mordí mi labio inferior. De haber podido, me habría ruborizado hasta la médula. Creo que todos nos hubiéramos ruborizado hasta la médula.
Bueno, casi todos.
- ¡Son refuerzos! – chilló Renesmee, saliendo de su escondite y apuntando al licántropo con un acusador dedo - ¡La bruja ha invocado refuerzos! -
Un par de palpitar de corazón permanecimos en silencio. Un silencio que Alice interrumpió con un ahogado grito.
- ¡Lo son! – exclamó y frunció el ceño a Jacob - ¡Lobos! ¡Oscuras criaturas del bosque! –
Emmett, por su lado, rió maléficamente.
- No contaban con mi astucia – se regodeó.
Tapé mi rostro con mis manos para hundirme en la camisa de Edward, avergonzada con lo que pasaba a mí alrededor, y sentí que un par más compartían mi sentimiento al ver como Esme y Carlisle permanecían tiesos en su lugar, Rosalie se llevaba una mano al puente de su nariz para esconder su bellísimo rostro y Jasper se movía en su lugar incómodo.
Me atreví a espiar, para ver como Jacob miraba a Alice extrañado antes de, siendo esto lo último que habría esperado que hiciera, elevar su cabeza al cielo y aullar a pleno pulmón una desafinada y dolorosa nota.
Todos hicimos una mueca. Hasta Renesmee, entre risas, se llevó sus manos a sus orejas para cubrir sus oídos de aquel torturante sonido. Sin embargo, a Emmett no pareció molestarle en nada. Fresco como una lechuga observó la interpretación del licántropo, sin mover ni un pelo.
- Ése es mi chico – sonrió una vez que Jake hubo terminado, caminando hacia el fortachón vampiro para colocarse a su lado y chocar sus palmas sobre sus cabezas.
Mi hija, de lo divertida que estaba, ahogó un grito de emoción, y mi mejor amigo fue incapaz de no dedicarle una amplia sonrisa cómplice. Suspiré, aliviada. Aunque sea, Jacob no nos creía un montón de vampiros psicópatas.
Ambos villanos se cruzaron de brazos, una mole de músculos junto a otra mole de músculos, haciendo que Alice se viera aun más diminuta junto a sus enormes posturas de gánster.
- ¡No puedo sola contra ellos! – chilló Alice.
Bruja y lobo se rieron estruendosamente.
- ¡Necesito la Fuerza! – y, para mi sorpresa, Alice clavó sus resplandecientes ojos en mí, con una sonrisa asomando de la comisura de sus labios - ¡Vamos, costurera! –
Oh, no.
Cada ser viviente y no viviente de la habitación se volteó para mirarme sorprendido.
- ¿Yo? – fue lo único que pude decir.
- ¡Si, tú! – respondió Alice - ¡Eres la Fuerza! –
- ¡Eso es fabuloso! – me alentó una exaltada Renesmee con una enorme sonrisa.
- Vamos, ve – murmuró Edward suavemente.
- ¡No! – me quejé entre dientes, lo suficientemente bajo para que solo él me oyera - ¡¿Qué se supone que haré?! ¡No puedo hacer nada contra ellos! –
- Alice no puede hacer nada contra dos bestias como esas – me respondió igual de bajo mi esposo – Pero una neófita extremadamente fuerte se puede, Bella –
- Oh – comprendí, y no me resistí al empujoncito de Edward.
Una agradable ola de calma y confianza me inundo con calidez, y no pude evitar mirar sobre mi hombro a Jasper, quien me dedicó una imperceptible sonrisa de ánimo.
Manejada por aquella sensación, me sentí capaz hasta de volar, y, sinceramente, Emmett y Jacob no parecían un gran reto.
Sin titubeó, me coloqué junto a Alice, quien frunció el ceño con decisión para mirar al frente. Le imité, y clavé mi vista en mis objetivos.
- Costurera – se mofó Jacob con una divertida sonrisa.
- Perro – le respondí.
Rió entre dientes.
- Ese insulto no es nada nuevo, Bells –
Revolee los ojos.
- Terminemos con esto – murmuré.
Con mi rapidez sobrehumana, los rodeé para atraparlos por la espalda. Sin desperdiciar ni un segundo, tomé a ambos, cada uno de la muñeca, y les apliqué esas bonitas llaves tan populares en las películas, tirando de sus brazos para colocarlos detrás de sus espaldas.
- ¡Eso! – pude oír a mi hija a la cabeza de las aclamaciones que siguieron a mi movimiento.
- ¡No tan fuerte! – protestó Emmett mientras, junto con un quejumbroso Jacob, lo conducía hacia la puerta que tan amablemente Alice mantenía abierta por mí.
- ¡Ah! – Jake soltó un entrecortado jadeo que me frenó en mis pasos - ¡Bella, acabas de romperme algo! – gimió.
Lo solté al instante, como si su piel que bajo la mía se sentía como fuego quemara como tal, y me retrocedí un par de pasos.
- ¡¿De veras?! – grité horrorizada.
Emmett se irguió y me observó con unos enormes ojos mientras que Jake se tomaba el hombro que unía el brazo que había estado forzando con el resto de su cuerpo. Levanto sus ojos para mirarme angustiosamente.
Para luego sonreír con descaro.
- No. Realmente no –
Gruñí por lo bajo antes de empujar a ambos mastodontes fuera de la casa, a la lluvia, para que Alice cerrara la puerta.
- ¡Ouch! ¡Creo que esta vez si me rompiste algo! –
- ¡Y a mi también! –
Les ignoré mientras reprimía una sonrisa y ponía los ojos en blanco.
Me volteé, para sentir como algo pequeño se estrellaba contra mis piernas
- ¡Lo lograste! – chilló Renesmee mientras se abrazaba a mi cadera.
Reí y acaricié su coronilla. A mi lado, Alice carraspeó.
- Oh, si – mi hija me soltó, y se colocó frente a Alice - ¿Ahora… puedes? – preguntó tímidamente.
La repuesta de esta fue una sonrisa. Se acuclilló frente a Renesmee y, sin emitir sonido, se sacó su tiara para colocarla entre los rizos de la niña, plata sobre cobre.
- Ya está – anunció Alice mientras se erguía complacida.
Renesmee miró insegura alrededor.
- Vamos, vamos – ronroneó Esme.
- Baila, princesita – agregó Rose.
Mi hija sintió con una cómica mueca de determinación en su rostro y, entre aclamaciones, comenzó a bailotear grácilmente a un ritmo que solo ella parecía oír.
Reí mientras aplaudía, contagiada por el resto de los Cullens y el encantador baile de Renesmee, quien pronto corrió hacia mí en busca del refugio de brazos maternos. La cargué sin dudar ni un instante, arrullándola. Estaba más que cansada, me indicó el enorme bostezo que dio, y el hecho de que, gracias a su respiración cada vez más suave, se alejara más de la realidad para entrar al mundo de Morfeo.
- ¿Por qué somos siempre los lobos los malos? –
Sorprendida, me volteé para encontrarme con que Emmett y Jacob, ambos empapados y bastante embarrados, habían vuelto a entrar en la casa con más sigilo del que les creí posible (o tal vez yo simplemente había estado distraída), el segundo con el ceño levemente fruncido, sobándose el adolorido trasero, sus ojos llenos de adoración clavados en mi durmiente hija.
- Agradécele a los hermanos Grimm – repliqué sonriendo malévolamente, antes de objetar – Pero, hey. No te quejes. Emmett también era malo –
Jacob bufó mientras se pasaba una mano por el mojado cabello, salpicando el suelo aun más.
- Eligieron a Emmett de bruja… - me echó una mirada traviesa - Rosalie hubiera sido una opción mucho más acertada si me lo preguntas –
Presté atención a la fuerza que utilicé para golpearle el brazo. Después de todo, no quería romperle nada.
- Compórtate – reproché, nada severa – Además, Jacob, para tu información, nadie te ha preguntado –
- Aún así – se encogió de hombros sin darle importancia.
Carcajeé por lo bajo para no despertar a mi hija, y solo paré cuando sentí un par de brazos en mi cintura.
Como si hubiese leído mi mente, Jacob sonrió y estiró sus brazos. Le devolví el gesto a la vez que pasaba a Renesmee de mis brazos a los suyos. A la niña no pareció molestar el cambio de frío a calor, o de seco a mojado. Simplemente continuó roncando levemente mientras mi amigo se alejaba, repentinamente acechado por Rosalie.
Me volteé sin soltarme de los brazos que me tenían atrapada para encontrarme con Edward.
- Estuviste perfecta – me susurró mientras besaba mi mandíbula y yo pasaba mis brazos por su cuello.
- Claro – dije con sarcasmo – No fue difícil… ni siquiera me pusieron pelea –
Rió por lo bajo, su pecho vibrando contra mi cuerpo. Le besé fugaz pero pasionalmente y, a través de mi vista periférica, noté a Alice, no muy alejada de ambos.
Recordé su "mágico" atuendo, el cual me había tomado por sorpresa, y me picó la curiosidad.
- ¿Alice? – llamé.
Ella arqueó ambas finas y oscuras cejas, dejando en claro que tenía toda mi atención.
- ¿Cómo es posible que supieras que estábamos jugando con Renesmee? ¿Cómo sabías que jugarías a ser un hada? – pregunté mientras descansaba mi cabeza en el pecho de Edward – No puedes ver a Renesmee en tus visiones –
Ella me sonrió con superioridad.
- No, no puedo verla. Pero puedo ver el resto. He estado practicando hace ya unas semanas, y he descubierto que mientras Renesmee no se relacione directamente con alguien con quien comparta una misma habitación en un mismo momento, si me concentró bien, puedo ver a esa persona – frunció el ceño, algo disgustada – No son visiones muy claras, es más, son bastante borrosas, pero supongo que con más práctica podre arreglarlo – suspiró.
Vaya, eso era nuevo. Me complació que Alice pudiera ver, por decirlo así, a mi hija después de todo. Si Alice llegaba a perfeccionar su técnica, y algo llegare a pasarle a Renesmee, podría contar con bastante ayuda si Alice "recobraba" su don.
- Vi éste vestido en una tienda y recordé mi visión… ¡no pude evitar comprarlo! Luego con Jass fuimos por la tiara. Da un mejor efecto, ¿no crees? – me sonrió Alice.
Asentí, y Edward volvió a reír mientras depositaba un beso en mi cuello.
- Lo siento, Bella, pero de esta ni te puede salvar un valiente caballero como yo – murmuró mientras tomaba mis brazos y los sacaba de sus hombros para, luego de depositar un tierno beso en mis labios, dirigirse hacia Carlisle.
Le observé alejarse sin entender nada, casi ofendida. Miré a Alice, quien lucía una enorme sonrisa.
- ¿Qué…? –
- Es que, ¡oh, Bella! ¡No solo compré éste vestido! – dijo emocionada - ¡Tengo un montón de cosas bonitas para ti! –
Ahora si tenía sentido. Le eché a mi esposo una mirada asesina, y el solo rió por lo bajo desde la segura distancia. Me volví hacia el duendecillo (o hada) que casi saltaba de gozo.
- No - me crucé de brazos.
Ella rió.
- Oh, vamos, Bella, nunca pudiste conmigo. Siempre gané, siempre gano, y siempre ganaré… Terminaras haciendo mi voluntad – batió sus pestañas en mi dirección inocentemente - Lo sé. Lo vi –
Bufé, fastidiada. Bien, si ponerme firme no servía para detenerla, tal vez si lo haría llegar a su corazón.
- Alice – intenté imitar sus irresistibles mohines, los cuales Renesmee había aprendido con increíble rapidez para la perdición de toda la familia Cullen y cierto licántropo.
- No funciona conmigo, Bella –
- Alice – continué quejándome, sin perder mis esperanzas – Vamos, Alice… ¿Qué pasa con el "y vivieron felices para siempre"? –
- En primer lugar; un par de prendas nunca han hecho daño a nadie – reboleó los ojos Alice – Y, en segundo lugar, Bella; nosotros no vivimos... -
